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<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta.
03
.
03
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25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En palabras de Pasquinelli, este libro busca pensar el mandato de la belleza como requisito ineludible de lo “femenino”, como un dispositivo eficiente que nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Introducción

Un libro para hackear la estafa

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa,1 que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

Te recomendamos leer: ¿Qué es el feminismo?

Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres que no fueron tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era —y es— político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre­hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros.

De ese trabajo, de la escucha atenta de esas historias, de los procesos que acompañé a lo largo del tiempo, de las transformaciones de esas mujeres y de las mías, de las lecturas feministas que veremos en estas páginas, nace lo que comparto en este libro.

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese «ser mujeres» está construido, sobre cómo eso que supuestamente «elegimos» se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio.2 Nos exige docilidad y obediencia. Lo voy a escribir mil veces en este libro porque nos atraviesa y nos es fácil reconocernos ahí: sumisión, cautiverio, obediencia.

Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta. Ese «parecer otra cosa» nos hace sentir traidoras. O traicionamos a los otros, o nos traicionamos a nosotras. Ambas traiciones duelen. Y también produce la sensación de que somos impostoras, de que no alcanza y de que nunca va a alcanzar.

Ese personaje en el que nos convertimos, esa máscara, ese cautiverio, modelado por el mercado, por las voces de nuestra madre, nuestra abuela o la influencer que seguimos en Instagram; por la mirada de los varones de nuestro entorno y el lugar que nos dan en el trabajo representa la feminidad, algo a lo que se supone que pertenecemos por nacimiento y algo que muchas congéneres parecen disfrutar mucho, muchísimo, acatando sus normas y cumpliendo sus ritos. ¿Será verdad que disfrutan?

Te podría interesar: Hitos de la lucha feminista contra la violencia de género

La máscara de lo femenino nos atrapa. Se termina convirtiendo en lo que somos aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada. Performando las gestualidades de lo femenino somos queridas, comportándonos bien somos aceptadas en círculos sociales, lugares, trabajos, vínculos. Siendo obedientes, entregando nuestro tiempo y nuestra energía a ser «femeninas», somos premiadas con una pareja, la aceptación de nuestros entornos y tantas cosas más.

En un mundo que nos desprecia, que nos extermina, que nos infravalora ser obedientes para ser aceptadas es como mínimo una estrategia de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, es una trampa: la de la homogeneidad, la mutilación y la anestesia, la trampa del cautiverio. Tenemos que parecernos a algo que ni siquiera sabemos muy bien qué es, un ideal que al mismo tiempo es definido y difuso, un blanco móvil. Se nos escapa. Nunca vamos a llegar del todo ahí. Nunca nada que hagamos va a ser suficiente y la idea es que no alcance.

A veces, en el fondo, vos, yo, muchas otras, sabíamos/sabemos que ese personaje es un engaño, una celda o, por lo menos, un mal negocio que implica acallar emociones y traicionar valores que son importantes para nosotras. Mucha pero muchísima anestesia, violencia, ansiedad y angustia. A veces, un malestar sin nombre del que no sabemos cómo salir.

Este libro trata sobre cómo todo eso sucede porque nos moldean para que así sea: ser mujeres es ser educadas para que toda esa violencia, esa sumisión y ese abuso sean parte de nuestras vidas como norma: es lo que nos toca por ser mujeres.

Lo que acá intento explicar es cómo todos esos rituales de la feminidad que se nos venden como destinos nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas.

Está dedicado a todas las que, como yo, alguna vez se sintieron inadecuadas, rotas y falladas y es una invitación a la desobediencia.

¿Se puede salir de ahí? ¿Cuál es el precio? ¿Cómo lo hacemos? La contracara de la obediencia, de callarse la boca, de quedarse quieta y ocupar poco espacio es vivir sin manual. Y vivir sin manual es difícil. Porque navegar en aguas inciertas exige coraje. No nos vamos a mentir entre nosotras. Hay que tener coraje para desobedecer y muchas veces, para que suceda, hace falta que no quede alternativa. Tenemos que sentirnos empujadas a la rebeldía.

Pero no tiene por qué ser un salto al vacío ni un camino que se recorra en soledad. Por eso, como cierre de cada capítulo, vas a encontrar algunas preguntas para hackear estos mandatos y, al final del libro, algunas herramientas para liberar nuestros cuerpos, porque así como aprendimos la sumisión, también podemos aprender la desobediencia y la rebeldía. De eso también trata este libro.

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1. Mujeres Que No Fueron Tapa es una organización artivista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias.

2. Hablo de la feminidad como cautiverio en el sentido en el que lo define Marcela Lagarde y de los Ríos en su libro Los cautiverios de las mujeres: «El cautiverio caracteriza a las mujeres por su subordinación al poder, su dependencia vital, el gobierno y la ocupación de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), y por la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin alternativas. Todo esto es vivido por las mujeres desde la subalternidad a que las somete el dominio de sus vidas ejercido sobre ellas por la sociedad y la cultura, clasistas y patriarcales, y por sus sujetos sociales».

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Capítulo 1: Una nueva-vieja mística de lo femenino

En 1963, Betty Friedan, teórica y líder feminista estadounidense, escribió un libro que abrió un portal y marcó el fin de una época. Ese libro se llama La mística de la feminidad. Ahí explica la forma en la que la identidad de las mujeres era configurada por el discurso/modelo de la «buena mujer»: una esposa y madre de familia que se realiza atendiendo a su aspecto físico, viviendo en los suburbios acomodados de las grandes ciudades, en una casa bonita con los últimos electro domésticos de la época, teniendo más hijos que los que había tenido su madre, sobreatendidos por ella misma, a los que lleva de acá para allá en su auto familiar último modelo, y cuyo único desafío es aprender a utilizar adecuadamente esos modernos electrodomésticos que le harían la vida más fácil y más feliz. 

Ese modelo de feminidad fue exitoso para devolver a las mujeres al hogar después de la primera ola del feminismo y la conquista de derechos civiles como el voto. Las mujeres de esa época, si bien con algunos derechos conquistados, en general volvieron a encerrarse en lo doméstico, se casaron más jóvenes que sus madres y tuvieron el doble de hijos. Se suponía que eso las iba a hacer felices, a diferencia de sus predecesoras, a quienes habían visto sufrir por el anhelo de la igualdad, el desarrollo y el éxito profesional; por el deseo de explorar las posibilidades de la existencia más allá del rol social que se les imponía como madres, esposas y amas de casa. Toda la cultura de la época estuvo destinada a someter a estas mujeres con mensajes que decían que para ser felices debían hacer eso que estaban haciendo, seguir ese «manual» de lo femenino.

Pero aunque lo habían elegido «libremente», esas vidas de madres, esposas y amas de casa no se podían sostener sin riesgo para su salud mental y física. Las mujeres de los años cincuenta y sesenta acudían en masa a las consultas de médicos y profesionales de la salud mental en busca de respuestas y soluciones, sin entender por qué se sentían tan desdichadas y tristes si tenían todo lo que había que tener para ser felices, si de hecho el resto de las mujeres eran felices con eso mismo que a ellas las llenaba de angustia y ansiedad. ¿Acaso no mostraban eso las revistas, las películas, las noticias y todo lo que se consumía en la época? Entonces, ¿por qué esas palpitaciones? ¿Por qué esa falta de deseo? ¿Por qué esa abulia?

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Fragmento del libro La estafa de la feminidad (Planeta), © 2023, Lala Pasquinelli. © 2024. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Texto de
Fotografía de
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Tiempo de Lectura: 00 min

En palabras de Pasquinelli, este libro busca pensar el mandato de la belleza como requisito ineludible de lo “femenino”, como un dispositivo eficiente que nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Introducción

Un libro para hackear la estafa

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa,1 que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

Te recomendamos leer: ¿Qué es el feminismo?

Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres que no fueron tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era —y es— político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre­hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros.

De ese trabajo, de la escucha atenta de esas historias, de los procesos que acompañé a lo largo del tiempo, de las transformaciones de esas mujeres y de las mías, de las lecturas feministas que veremos en estas páginas, nace lo que comparto en este libro.

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese «ser mujeres» está construido, sobre cómo eso que supuestamente «elegimos» se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio.2 Nos exige docilidad y obediencia. Lo voy a escribir mil veces en este libro porque nos atraviesa y nos es fácil reconocernos ahí: sumisión, cautiverio, obediencia.

Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta. Ese «parecer otra cosa» nos hace sentir traidoras. O traicionamos a los otros, o nos traicionamos a nosotras. Ambas traiciones duelen. Y también produce la sensación de que somos impostoras, de que no alcanza y de que nunca va a alcanzar.

Ese personaje en el que nos convertimos, esa máscara, ese cautiverio, modelado por el mercado, por las voces de nuestra madre, nuestra abuela o la influencer que seguimos en Instagram; por la mirada de los varones de nuestro entorno y el lugar que nos dan en el trabajo representa la feminidad, algo a lo que se supone que pertenecemos por nacimiento y algo que muchas congéneres parecen disfrutar mucho, muchísimo, acatando sus normas y cumpliendo sus ritos. ¿Será verdad que disfrutan?

Te podría interesar: Hitos de la lucha feminista contra la violencia de género

La máscara de lo femenino nos atrapa. Se termina convirtiendo en lo que somos aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada. Performando las gestualidades de lo femenino somos queridas, comportándonos bien somos aceptadas en círculos sociales, lugares, trabajos, vínculos. Siendo obedientes, entregando nuestro tiempo y nuestra energía a ser «femeninas», somos premiadas con una pareja, la aceptación de nuestros entornos y tantas cosas más.

En un mundo que nos desprecia, que nos extermina, que nos infravalora ser obedientes para ser aceptadas es como mínimo una estrategia de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, es una trampa: la de la homogeneidad, la mutilación y la anestesia, la trampa del cautiverio. Tenemos que parecernos a algo que ni siquiera sabemos muy bien qué es, un ideal que al mismo tiempo es definido y difuso, un blanco móvil. Se nos escapa. Nunca vamos a llegar del todo ahí. Nunca nada que hagamos va a ser suficiente y la idea es que no alcance.

A veces, en el fondo, vos, yo, muchas otras, sabíamos/sabemos que ese personaje es un engaño, una celda o, por lo menos, un mal negocio que implica acallar emociones y traicionar valores que son importantes para nosotras. Mucha pero muchísima anestesia, violencia, ansiedad y angustia. A veces, un malestar sin nombre del que no sabemos cómo salir.

Este libro trata sobre cómo todo eso sucede porque nos moldean para que así sea: ser mujeres es ser educadas para que toda esa violencia, esa sumisión y ese abuso sean parte de nuestras vidas como norma: es lo que nos toca por ser mujeres.

Lo que acá intento explicar es cómo todos esos rituales de la feminidad que se nos venden como destinos nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas.

Está dedicado a todas las que, como yo, alguna vez se sintieron inadecuadas, rotas y falladas y es una invitación a la desobediencia.

¿Se puede salir de ahí? ¿Cuál es el precio? ¿Cómo lo hacemos? La contracara de la obediencia, de callarse la boca, de quedarse quieta y ocupar poco espacio es vivir sin manual. Y vivir sin manual es difícil. Porque navegar en aguas inciertas exige coraje. No nos vamos a mentir entre nosotras. Hay que tener coraje para desobedecer y muchas veces, para que suceda, hace falta que no quede alternativa. Tenemos que sentirnos empujadas a la rebeldía.

Pero no tiene por qué ser un salto al vacío ni un camino que se recorra en soledad. Por eso, como cierre de cada capítulo, vas a encontrar algunas preguntas para hackear estos mandatos y, al final del libro, algunas herramientas para liberar nuestros cuerpos, porque así como aprendimos la sumisión, también podemos aprender la desobediencia y la rebeldía. De eso también trata este libro.

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1. Mujeres Que No Fueron Tapa es una organización artivista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias.

2. Hablo de la feminidad como cautiverio en el sentido en el que lo define Marcela Lagarde y de los Ríos en su libro Los cautiverios de las mujeres: «El cautiverio caracteriza a las mujeres por su subordinación al poder, su dependencia vital, el gobierno y la ocupación de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), y por la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin alternativas. Todo esto es vivido por las mujeres desde la subalternidad a que las somete el dominio de sus vidas ejercido sobre ellas por la sociedad y la cultura, clasistas y patriarcales, y por sus sujetos sociales».

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Capítulo 1: Una nueva-vieja mística de lo femenino

En 1963, Betty Friedan, teórica y líder feminista estadounidense, escribió un libro que abrió un portal y marcó el fin de una época. Ese libro se llama La mística de la feminidad. Ahí explica la forma en la que la identidad de las mujeres era configurada por el discurso/modelo de la «buena mujer»: una esposa y madre de familia que se realiza atendiendo a su aspecto físico, viviendo en los suburbios acomodados de las grandes ciudades, en una casa bonita con los últimos electro domésticos de la época, teniendo más hijos que los que había tenido su madre, sobreatendidos por ella misma, a los que lleva de acá para allá en su auto familiar último modelo, y cuyo único desafío es aprender a utilizar adecuadamente esos modernos electrodomésticos que le harían la vida más fácil y más feliz. 

Ese modelo de feminidad fue exitoso para devolver a las mujeres al hogar después de la primera ola del feminismo y la conquista de derechos civiles como el voto. Las mujeres de esa época, si bien con algunos derechos conquistados, en general volvieron a encerrarse en lo doméstico, se casaron más jóvenes que sus madres y tuvieron el doble de hijos. Se suponía que eso las iba a hacer felices, a diferencia de sus predecesoras, a quienes habían visto sufrir por el anhelo de la igualdad, el desarrollo y el éxito profesional; por el deseo de explorar las posibilidades de la existencia más allá del rol social que se les imponía como madres, esposas y amas de casa. Toda la cultura de la época estuvo destinada a someter a estas mujeres con mensajes que decían que para ser felices debían hacer eso que estaban haciendo, seguir ese «manual» de lo femenino.

Pero aunque lo habían elegido «libremente», esas vidas de madres, esposas y amas de casa no se podían sostener sin riesgo para su salud mental y física. Las mujeres de los años cincuenta y sesenta acudían en masa a las consultas de médicos y profesionales de la salud mental en busca de respuestas y soluciones, sin entender por qué se sentían tan desdichadas y tristes si tenían todo lo que había que tener para ser felices, si de hecho el resto de las mujeres eran felices con eso mismo que a ellas las llenaba de angustia y ansiedad. ¿Acaso no mostraban eso las revistas, las películas, las noticias y todo lo que se consumía en la época? Entonces, ¿por qué esas palpitaciones? ¿Por qué esa falta de deseo? ¿Por qué esa abulia?

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Fragmento del libro La estafa de la feminidad (Planeta), © 2023, Lala Pasquinelli. © 2024. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta.
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En palabras de Pasquinelli, este libro busca pensar el mandato de la belleza como requisito ineludible de lo “femenino”, como un dispositivo eficiente que nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Introducción

Un libro para hackear la estafa

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa,1 que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

Te recomendamos leer: ¿Qué es el feminismo?

Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres que no fueron tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era —y es— político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre­hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros.

De ese trabajo, de la escucha atenta de esas historias, de los procesos que acompañé a lo largo del tiempo, de las transformaciones de esas mujeres y de las mías, de las lecturas feministas que veremos en estas páginas, nace lo que comparto en este libro.

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese «ser mujeres» está construido, sobre cómo eso que supuestamente «elegimos» se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio.2 Nos exige docilidad y obediencia. Lo voy a escribir mil veces en este libro porque nos atraviesa y nos es fácil reconocernos ahí: sumisión, cautiverio, obediencia.

Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta. Ese «parecer otra cosa» nos hace sentir traidoras. O traicionamos a los otros, o nos traicionamos a nosotras. Ambas traiciones duelen. Y también produce la sensación de que somos impostoras, de que no alcanza y de que nunca va a alcanzar.

Ese personaje en el que nos convertimos, esa máscara, ese cautiverio, modelado por el mercado, por las voces de nuestra madre, nuestra abuela o la influencer que seguimos en Instagram; por la mirada de los varones de nuestro entorno y el lugar que nos dan en el trabajo representa la feminidad, algo a lo que se supone que pertenecemos por nacimiento y algo que muchas congéneres parecen disfrutar mucho, muchísimo, acatando sus normas y cumpliendo sus ritos. ¿Será verdad que disfrutan?

Te podría interesar: Hitos de la lucha feminista contra la violencia de género

La máscara de lo femenino nos atrapa. Se termina convirtiendo en lo que somos aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada. Performando las gestualidades de lo femenino somos queridas, comportándonos bien somos aceptadas en círculos sociales, lugares, trabajos, vínculos. Siendo obedientes, entregando nuestro tiempo y nuestra energía a ser «femeninas», somos premiadas con una pareja, la aceptación de nuestros entornos y tantas cosas más.

En un mundo que nos desprecia, que nos extermina, que nos infravalora ser obedientes para ser aceptadas es como mínimo una estrategia de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, es una trampa: la de la homogeneidad, la mutilación y la anestesia, la trampa del cautiverio. Tenemos que parecernos a algo que ni siquiera sabemos muy bien qué es, un ideal que al mismo tiempo es definido y difuso, un blanco móvil. Se nos escapa. Nunca vamos a llegar del todo ahí. Nunca nada que hagamos va a ser suficiente y la idea es que no alcance.

A veces, en el fondo, vos, yo, muchas otras, sabíamos/sabemos que ese personaje es un engaño, una celda o, por lo menos, un mal negocio que implica acallar emociones y traicionar valores que son importantes para nosotras. Mucha pero muchísima anestesia, violencia, ansiedad y angustia. A veces, un malestar sin nombre del que no sabemos cómo salir.

Este libro trata sobre cómo todo eso sucede porque nos moldean para que así sea: ser mujeres es ser educadas para que toda esa violencia, esa sumisión y ese abuso sean parte de nuestras vidas como norma: es lo que nos toca por ser mujeres.

Lo que acá intento explicar es cómo todos esos rituales de la feminidad que se nos venden como destinos nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas.

Está dedicado a todas las que, como yo, alguna vez se sintieron inadecuadas, rotas y falladas y es una invitación a la desobediencia.

¿Se puede salir de ahí? ¿Cuál es el precio? ¿Cómo lo hacemos? La contracara de la obediencia, de callarse la boca, de quedarse quieta y ocupar poco espacio es vivir sin manual. Y vivir sin manual es difícil. Porque navegar en aguas inciertas exige coraje. No nos vamos a mentir entre nosotras. Hay que tener coraje para desobedecer y muchas veces, para que suceda, hace falta que no quede alternativa. Tenemos que sentirnos empujadas a la rebeldía.

Pero no tiene por qué ser un salto al vacío ni un camino que se recorra en soledad. Por eso, como cierre de cada capítulo, vas a encontrar algunas preguntas para hackear estos mandatos y, al final del libro, algunas herramientas para liberar nuestros cuerpos, porque así como aprendimos la sumisión, también podemos aprender la desobediencia y la rebeldía. De eso también trata este libro.

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1. Mujeres Que No Fueron Tapa es una organización artivista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias.

2. Hablo de la feminidad como cautiverio en el sentido en el que lo define Marcela Lagarde y de los Ríos en su libro Los cautiverios de las mujeres: «El cautiverio caracteriza a las mujeres por su subordinación al poder, su dependencia vital, el gobierno y la ocupación de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), y por la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin alternativas. Todo esto es vivido por las mujeres desde la subalternidad a que las somete el dominio de sus vidas ejercido sobre ellas por la sociedad y la cultura, clasistas y patriarcales, y por sus sujetos sociales».

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Capítulo 1: Una nueva-vieja mística de lo femenino

En 1963, Betty Friedan, teórica y líder feminista estadounidense, escribió un libro que abrió un portal y marcó el fin de una época. Ese libro se llama La mística de la feminidad. Ahí explica la forma en la que la identidad de las mujeres era configurada por el discurso/modelo de la «buena mujer»: una esposa y madre de familia que se realiza atendiendo a su aspecto físico, viviendo en los suburbios acomodados de las grandes ciudades, en una casa bonita con los últimos electro domésticos de la época, teniendo más hijos que los que había tenido su madre, sobreatendidos por ella misma, a los que lleva de acá para allá en su auto familiar último modelo, y cuyo único desafío es aprender a utilizar adecuadamente esos modernos electrodomésticos que le harían la vida más fácil y más feliz. 

Ese modelo de feminidad fue exitoso para devolver a las mujeres al hogar después de la primera ola del feminismo y la conquista de derechos civiles como el voto. Las mujeres de esa época, si bien con algunos derechos conquistados, en general volvieron a encerrarse en lo doméstico, se casaron más jóvenes que sus madres y tuvieron el doble de hijos. Se suponía que eso las iba a hacer felices, a diferencia de sus predecesoras, a quienes habían visto sufrir por el anhelo de la igualdad, el desarrollo y el éxito profesional; por el deseo de explorar las posibilidades de la existencia más allá del rol social que se les imponía como madres, esposas y amas de casa. Toda la cultura de la época estuvo destinada a someter a estas mujeres con mensajes que decían que para ser felices debían hacer eso que estaban haciendo, seguir ese «manual» de lo femenino.

Pero aunque lo habían elegido «libremente», esas vidas de madres, esposas y amas de casa no se podían sostener sin riesgo para su salud mental y física. Las mujeres de los años cincuenta y sesenta acudían en masa a las consultas de médicos y profesionales de la salud mental en busca de respuestas y soluciones, sin entender por qué se sentían tan desdichadas y tristes si tenían todo lo que había que tener para ser felices, si de hecho el resto de las mujeres eran felices con eso mismo que a ellas las llenaba de angustia y ansiedad. ¿Acaso no mostraban eso las revistas, las películas, las noticias y todo lo que se consumía en la época? Entonces, ¿por qué esas palpitaciones? ¿Por qué esa falta de deseo? ¿Por qué esa abulia?

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Fragmento del libro La estafa de la feminidad (Planeta), © 2023, Lala Pasquinelli. © 2024. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

03
.
03
.
25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

En palabras de Pasquinelli, este libro busca pensar el mandato de la belleza como requisito ineludible de lo “femenino”, como un dispositivo eficiente que nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Introducción

Un libro para hackear la estafa

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa,1 que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

Te recomendamos leer: ¿Qué es el feminismo?

Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres que no fueron tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era —y es— político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre­hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros.

De ese trabajo, de la escucha atenta de esas historias, de los procesos que acompañé a lo largo del tiempo, de las transformaciones de esas mujeres y de las mías, de las lecturas feministas que veremos en estas páginas, nace lo que comparto en este libro.

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese «ser mujeres» está construido, sobre cómo eso que supuestamente «elegimos» se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio.2 Nos exige docilidad y obediencia. Lo voy a escribir mil veces en este libro porque nos atraviesa y nos es fácil reconocernos ahí: sumisión, cautiverio, obediencia.

Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta. Ese «parecer otra cosa» nos hace sentir traidoras. O traicionamos a los otros, o nos traicionamos a nosotras. Ambas traiciones duelen. Y también produce la sensación de que somos impostoras, de que no alcanza y de que nunca va a alcanzar.

Ese personaje en el que nos convertimos, esa máscara, ese cautiverio, modelado por el mercado, por las voces de nuestra madre, nuestra abuela o la influencer que seguimos en Instagram; por la mirada de los varones de nuestro entorno y el lugar que nos dan en el trabajo representa la feminidad, algo a lo que se supone que pertenecemos por nacimiento y algo que muchas congéneres parecen disfrutar mucho, muchísimo, acatando sus normas y cumpliendo sus ritos. ¿Será verdad que disfrutan?

Te podría interesar: Hitos de la lucha feminista contra la violencia de género

La máscara de lo femenino nos atrapa. Se termina convirtiendo en lo que somos aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada. Performando las gestualidades de lo femenino somos queridas, comportándonos bien somos aceptadas en círculos sociales, lugares, trabajos, vínculos. Siendo obedientes, entregando nuestro tiempo y nuestra energía a ser «femeninas», somos premiadas con una pareja, la aceptación de nuestros entornos y tantas cosas más.

En un mundo que nos desprecia, que nos extermina, que nos infravalora ser obedientes para ser aceptadas es como mínimo una estrategia de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, es una trampa: la de la homogeneidad, la mutilación y la anestesia, la trampa del cautiverio. Tenemos que parecernos a algo que ni siquiera sabemos muy bien qué es, un ideal que al mismo tiempo es definido y difuso, un blanco móvil. Se nos escapa. Nunca vamos a llegar del todo ahí. Nunca nada que hagamos va a ser suficiente y la idea es que no alcance.

A veces, en el fondo, vos, yo, muchas otras, sabíamos/sabemos que ese personaje es un engaño, una celda o, por lo menos, un mal negocio que implica acallar emociones y traicionar valores que son importantes para nosotras. Mucha pero muchísima anestesia, violencia, ansiedad y angustia. A veces, un malestar sin nombre del que no sabemos cómo salir.

Este libro trata sobre cómo todo eso sucede porque nos moldean para que así sea: ser mujeres es ser educadas para que toda esa violencia, esa sumisión y ese abuso sean parte de nuestras vidas como norma: es lo que nos toca por ser mujeres.

Lo que acá intento explicar es cómo todos esos rituales de la feminidad que se nos venden como destinos nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas.

Está dedicado a todas las que, como yo, alguna vez se sintieron inadecuadas, rotas y falladas y es una invitación a la desobediencia.

¿Se puede salir de ahí? ¿Cuál es el precio? ¿Cómo lo hacemos? La contracara de la obediencia, de callarse la boca, de quedarse quieta y ocupar poco espacio es vivir sin manual. Y vivir sin manual es difícil. Porque navegar en aguas inciertas exige coraje. No nos vamos a mentir entre nosotras. Hay que tener coraje para desobedecer y muchas veces, para que suceda, hace falta que no quede alternativa. Tenemos que sentirnos empujadas a la rebeldía.

Pero no tiene por qué ser un salto al vacío ni un camino que se recorra en soledad. Por eso, como cierre de cada capítulo, vas a encontrar algunas preguntas para hackear estos mandatos y, al final del libro, algunas herramientas para liberar nuestros cuerpos, porque así como aprendimos la sumisión, también podemos aprender la desobediencia y la rebeldía. De eso también trata este libro.

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1. Mujeres Que No Fueron Tapa es una organización artivista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias.

2. Hablo de la feminidad como cautiverio en el sentido en el que lo define Marcela Lagarde y de los Ríos en su libro Los cautiverios de las mujeres: «El cautiverio caracteriza a las mujeres por su subordinación al poder, su dependencia vital, el gobierno y la ocupación de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), y por la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin alternativas. Todo esto es vivido por las mujeres desde la subalternidad a que las somete el dominio de sus vidas ejercido sobre ellas por la sociedad y la cultura, clasistas y patriarcales, y por sus sujetos sociales».

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Capítulo 1: Una nueva-vieja mística de lo femenino

En 1963, Betty Friedan, teórica y líder feminista estadounidense, escribió un libro que abrió un portal y marcó el fin de una época. Ese libro se llama La mística de la feminidad. Ahí explica la forma en la que la identidad de las mujeres era configurada por el discurso/modelo de la «buena mujer»: una esposa y madre de familia que se realiza atendiendo a su aspecto físico, viviendo en los suburbios acomodados de las grandes ciudades, en una casa bonita con los últimos electro domésticos de la época, teniendo más hijos que los que había tenido su madre, sobreatendidos por ella misma, a los que lleva de acá para allá en su auto familiar último modelo, y cuyo único desafío es aprender a utilizar adecuadamente esos modernos electrodomésticos que le harían la vida más fácil y más feliz. 

Ese modelo de feminidad fue exitoso para devolver a las mujeres al hogar después de la primera ola del feminismo y la conquista de derechos civiles como el voto. Las mujeres de esa época, si bien con algunos derechos conquistados, en general volvieron a encerrarse en lo doméstico, se casaron más jóvenes que sus madres y tuvieron el doble de hijos. Se suponía que eso las iba a hacer felices, a diferencia de sus predecesoras, a quienes habían visto sufrir por el anhelo de la igualdad, el desarrollo y el éxito profesional; por el deseo de explorar las posibilidades de la existencia más allá del rol social que se les imponía como madres, esposas y amas de casa. Toda la cultura de la época estuvo destinada a someter a estas mujeres con mensajes que decían que para ser felices debían hacer eso que estaban haciendo, seguir ese «manual» de lo femenino.

Pero aunque lo habían elegido «libremente», esas vidas de madres, esposas y amas de casa no se podían sostener sin riesgo para su salud mental y física. Las mujeres de los años cincuenta y sesenta acudían en masa a las consultas de médicos y profesionales de la salud mental en busca de respuestas y soluciones, sin entender por qué se sentían tan desdichadas y tristes si tenían todo lo que había que tener para ser felices, si de hecho el resto de las mujeres eran felices con eso mismo que a ellas las llenaba de angustia y ansiedad. ¿Acaso no mostraban eso las revistas, las películas, las noticias y todo lo que se consumía en la época? Entonces, ¿por qué esas palpitaciones? ¿Por qué esa falta de deseo? ¿Por qué esa abulia?

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Fragmento del libro La estafa de la feminidad (Planeta), © 2023, Lala Pasquinelli. © 2024. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta.

<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

<i>La estafa de la feminidad:</i> Cómo la belleza nos educa para ser sumisas

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Tiempo de Lectura: 00 min

En palabras de Pasquinelli, este libro busca pensar el mandato de la belleza como requisito ineludible de lo “femenino”, como un dispositivo eficiente que nos produce sumisas y nos acostumbra a la violencia sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Introducción

Un libro para hackear la estafa

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa,1 que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

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Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres que no fueron tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era —y es— político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre­hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros.

De ese trabajo, de la escucha atenta de esas historias, de los procesos que acompañé a lo largo del tiempo, de las transformaciones de esas mujeres y de las mías, de las lecturas feministas que veremos en estas páginas, nace lo que comparto en este libro.

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese «ser mujeres» está construido, sobre cómo eso que supuestamente «elegimos» se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio.2 Nos exige docilidad y obediencia. Lo voy a escribir mil veces en este libro porque nos atraviesa y nos es fácil reconocernos ahí: sumisión, cautiverio, obediencia.

Hay algo profundamente doloroso en el mandato de feminidad, sostener todo el tiempo la máscara de lo femenino produce una rotura en nosotras, en ese permanente esfuerzo por ser otra cosa y parecer otra cosa, sin que nadie se dé cuenta. Ese «parecer otra cosa» nos hace sentir traidoras. O traicionamos a los otros, o nos traicionamos a nosotras. Ambas traiciones duelen. Y también produce la sensación de que somos impostoras, de que no alcanza y de que nunca va a alcanzar.

Ese personaje en el que nos convertimos, esa máscara, ese cautiverio, modelado por el mercado, por las voces de nuestra madre, nuestra abuela o la influencer que seguimos en Instagram; por la mirada de los varones de nuestro entorno y el lugar que nos dan en el trabajo representa la feminidad, algo a lo que se supone que pertenecemos por nacimiento y algo que muchas congéneres parecen disfrutar mucho, muchísimo, acatando sus normas y cumpliendo sus ritos. ¿Será verdad que disfrutan?

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La máscara de lo femenino nos atrapa. Se termina convirtiendo en lo que somos aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada. Performando las gestualidades de lo femenino somos queridas, comportándonos bien somos aceptadas en círculos sociales, lugares, trabajos, vínculos. Siendo obedientes, entregando nuestro tiempo y nuestra energía a ser «femeninas», somos premiadas con una pareja, la aceptación de nuestros entornos y tantas cosas más.

En un mundo que nos desprecia, que nos extermina, que nos infravalora ser obedientes para ser aceptadas es como mínimo una estrategia de supervivencia. Pero, al mismo tiempo, es una trampa: la de la homogeneidad, la mutilación y la anestesia, la trampa del cautiverio. Tenemos que parecernos a algo que ni siquiera sabemos muy bien qué es, un ideal que al mismo tiempo es definido y difuso, un blanco móvil. Se nos escapa. Nunca vamos a llegar del todo ahí. Nunca nada que hagamos va a ser suficiente y la idea es que no alcance.

A veces, en el fondo, vos, yo, muchas otras, sabíamos/sabemos que ese personaje es un engaño, una celda o, por lo menos, un mal negocio que implica acallar emociones y traicionar valores que son importantes para nosotras. Mucha pero muchísima anestesia, violencia, ansiedad y angustia. A veces, un malestar sin nombre del que no sabemos cómo salir.

Este libro trata sobre cómo todo eso sucede porque nos moldean para que así sea: ser mujeres es ser educadas para que toda esa violencia, esa sumisión y ese abuso sean parte de nuestras vidas como norma: es lo que nos toca por ser mujeres.

Lo que acá intento explicar es cómo todos esos rituales de la feminidad que se nos venden como destinos nos preparan para tolerar y normalizar la violencia que nos rompe y a veces termina con nuestras vidas.

Está dedicado a todas las que, como yo, alguna vez se sintieron inadecuadas, rotas y falladas y es una invitación a la desobediencia.

¿Se puede salir de ahí? ¿Cuál es el precio? ¿Cómo lo hacemos? La contracara de la obediencia, de callarse la boca, de quedarse quieta y ocupar poco espacio es vivir sin manual. Y vivir sin manual es difícil. Porque navegar en aguas inciertas exige coraje. No nos vamos a mentir entre nosotras. Hay que tener coraje para desobedecer y muchas veces, para que suceda, hace falta que no quede alternativa. Tenemos que sentirnos empujadas a la rebeldía.

Pero no tiene por qué ser un salto al vacío ni un camino que se recorra en soledad. Por eso, como cierre de cada capítulo, vas a encontrar algunas preguntas para hackear estos mandatos y, al final del libro, algunas herramientas para liberar nuestros cuerpos, porque así como aprendimos la sumisión, también podemos aprender la desobediencia y la rebeldía. De eso también trata este libro.

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1. Mujeres Que No Fueron Tapa es una organización artivista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias.

2. Hablo de la feminidad como cautiverio en el sentido en el que lo define Marcela Lagarde y de los Ríos en su libro Los cautiverios de las mujeres: «El cautiverio caracteriza a las mujeres por su subordinación al poder, su dependencia vital, el gobierno y la ocupación de sus vidas por las instituciones y los particulares (los otros), y por la obligación de cumplir con el deber ser femenino de su grupo de adscripción, concretado en vidas estereotipadas, sin alternativas. Todo esto es vivido por las mujeres desde la subalternidad a que las somete el dominio de sus vidas ejercido sobre ellas por la sociedad y la cultura, clasistas y patriarcales, y por sus sujetos sociales».

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Capítulo 1: Una nueva-vieja mística de lo femenino

En 1963, Betty Friedan, teórica y líder feminista estadounidense, escribió un libro que abrió un portal y marcó el fin de una época. Ese libro se llama La mística de la feminidad. Ahí explica la forma en la que la identidad de las mujeres era configurada por el discurso/modelo de la «buena mujer»: una esposa y madre de familia que se realiza atendiendo a su aspecto físico, viviendo en los suburbios acomodados de las grandes ciudades, en una casa bonita con los últimos electro domésticos de la época, teniendo más hijos que los que había tenido su madre, sobreatendidos por ella misma, a los que lleva de acá para allá en su auto familiar último modelo, y cuyo único desafío es aprender a utilizar adecuadamente esos modernos electrodomésticos que le harían la vida más fácil y más feliz. 

Ese modelo de feminidad fue exitoso para devolver a las mujeres al hogar después de la primera ola del feminismo y la conquista de derechos civiles como el voto. Las mujeres de esa época, si bien con algunos derechos conquistados, en general volvieron a encerrarse en lo doméstico, se casaron más jóvenes que sus madres y tuvieron el doble de hijos. Se suponía que eso las iba a hacer felices, a diferencia de sus predecesoras, a quienes habían visto sufrir por el anhelo de la igualdad, el desarrollo y el éxito profesional; por el deseo de explorar las posibilidades de la existencia más allá del rol social que se les imponía como madres, esposas y amas de casa. Toda la cultura de la época estuvo destinada a someter a estas mujeres con mensajes que decían que para ser felices debían hacer eso que estaban haciendo, seguir ese «manual» de lo femenino.

Pero aunque lo habían elegido «libremente», esas vidas de madres, esposas y amas de casa no se podían sostener sin riesgo para su salud mental y física. Las mujeres de los años cincuenta y sesenta acudían en masa a las consultas de médicos y profesionales de la salud mental en busca de respuestas y soluciones, sin entender por qué se sentían tan desdichadas y tristes si tenían todo lo que había que tener para ser felices, si de hecho el resto de las mujeres eran felices con eso mismo que a ellas las llenaba de angustia y ansiedad. ¿Acaso no mostraban eso las revistas, las películas, las noticias y todo lo que se consumía en la época? Entonces, ¿por qué esas palpitaciones? ¿Por qué esa falta de deseo? ¿Por qué esa abulia?

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Fragmento del libro La estafa de la feminidad (Planeta), © 2023, Lala Pasquinelli. © 2024. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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