Carta Editorial
Esta edición es un intento de capturar los símbolos y señales de una época que se debate entre lo humano y lo salvaje. No basta solo con registrar la forma en que el deterioro medioambiental pone en riesgo la supervivencia en el planeta. Es necesario encontrar historias que nos devuelvan a la naturaleza como espejo y como hogar.
El planeta está en un punto de quiebre. Los titulares ya no esconden la gravedad. “El tejido mismo que sostiene la vida está en riesgo”, dice el reporte 2024 sobre el clima que Oxford University Press publicó en BioScience. La advertencia con la que cerramos el tercer trimestre del año todavía retumba: las emisiones de CO₂, el principal responsable del calentamiento global, alcanzaron un récord histórico en 2023. Ni una pizca menos. Ni un respiro de alivio.
La curva sigue en ascenso, implacable, y se dispara más allá de los límites que alguna vez nos prometieron los acuerdos internacionales o los debates encendidos en las cumbres de la onu. No importa cuántas veces los líderes se sienten a la mesa: la atmósfera sigue acumulando gases y nosotros seguimos perdiendo tiempo.
¿Cómo puede ser que una civilización, capaz de inventar desde la inteligencia artificial hasta telescopios que leen los secretos del cosmos, se quede corta cuando se trata de dar un giro que detenga esta carrera hacia el abismo? ¿De qué sirve, entonces, tanta creatividad acumulada, tanta tecnología de punta, si no es suficiente para cambiar el motor de una economía que devora a la Tierra? Los expertos lo llaman “el círculo vicioso del clima”: las prolongadas y severas sequías provocan incendios cada vez más grandes, las llamas producen cada vez más gases contaminantes y parece una trama interminable. Pero tal vez, como en toda gran tragedia, los términos con los que se narra esta historia son tan complejos que a muchos nos resultan imposibles de entender, y la indiferencia gana la discusión.
Ahí es donde surge el símbolo como herramienta del lenguaje: ese puente entre el dato frío y la conciencia humana. Porque si las cifras no logran despertar algo en nosotros, tal vez los símbolos puedan hacerlo. Un símbolo —un pingüino herido, un bosque en llamas, un caballito de mar que desaparece— puede provocar lo que los datos no consiguen: agitar la conciencia, mover el corazón. Y, en esta edición, eso es lo que intentamos: hacer periodismo que no se conforme con contar lo que se sabe, sino que busque historias que despierten algo más profundo, una sacudida que nos recuerde lo que estamos perdiendo.
Tomemos, por ejemplo, a un hombre que, en su soledad y su furia, decidió abrir un camino con una retroexcavadora en Punta Tombo, Argentina. Con un golpe de metal y sin mirar atrás, arrasó con el hábitat de los pingüinos de Magallanes, esos seres tan frágiles como carismáticos que atraen a turistas de todo el mundo. La cronista Verónica Bonacchi y la fotógrafa Anita Pouchard Serra reconstruyen ese crimen ambiental que será juzgado en las fechas en que ustedes tengan esta revista entre sus manos. Con su trabajo, estas periodistas nos muestran la batalla de quienes están decididos a que no quede impune. Esta vez, los pingüinos no son solo víctimas anónimas: son nuestros vecinos, cohabitantes de un territorio que, aunque queramos ignorarlo, no nos pertenece y se rige por leyes más antiguas que nosotros.
Pero esta edición no es un inventario de pérdidas ni una colección de postales del pasado que añoramos. Hay, todavía, razones para el asombro. En las costas del Mar Menor, en España, un grupo de biólogos se ha propuesto explorar las razones detrás de la contaminación de algunos ecosistemas y recuperar las poblaciones de caballitos de mar, una especie que ha caído en un 90% en la última década por los venenos que han inundado su hábitat y por la pesca ilegal. En Veracruz, un puñado de hombres y mujeres han decidido enfrentarse al “progreso” que amenaza con arrinconar a los cangrejos azules, criaturas que cada año se lanzan en una marcha ancestral hacia el mar, sorteando carreteras y depredadores.
Hay, también, seres humanos que han encontrado en los vínculos con otras especies un sentido de propósito, una certeza. Como un entrenador canino que descubre, en cada gesto de sus perros, un lenguaje que nos invita a cuestionarnos, a descifrar el mundo más allá de lo humano. Y más allá del presente: tales vínculos pueden cruzar los milenios y desembocar en uno de los yacimientos paleontológicos del Pleistoceno tardío más importantes del mundo, en terrenos de Santa Lucía, Estado de México.
Y entre estas páginas encontraremos incluso una exploración de símbolos de la migración en las calles y plazas de la transformación continua: el Centro Histórico de la Ciudad de México. Ponemos en perspectiva las tensiones provocadas por la reciente migración de la comunidad china, las cuales han revelado, justamente, nuestra incapacidad de interpretar sus símbolos o de encontrar códigos en común.
Al final, esta edición es eso: un intento de capturar los símbolos y señales de una época que se debate entre lo humano y lo salvaje. Porque si algo queda claro es que no basta solo con registrar cifras —las 410 partes por millón de CO₂ en la atmósfera, los cientos de especies al borde de la extinción—, sino con encontrar esas historias que nos devuelvan a la naturaleza como espejo y como hogar. Porque en un mundo al borde, contar bien estas historias no es solo una cuestión de memoria; es, tal vez, un acto de supervivencia.
—El equipo editorial
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