Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

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20
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Tiempo de Lectura: 00 min

La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

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Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

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Fotografía de
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.
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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

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Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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Louise Glück, la decimosexta mujer con el Nobel de Literatura

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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La estadounidense Louise Glück es la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. La intimidad que impregna a su poesía, ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre su obra.

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Han pasado 119 años desde que se entregó el primer premio Nobel de Literatura. Desde 1901, 114 galardones han sido otorgados, de los cuales únicamente 16 han sido concedidos a mujeres. Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual”, se ha convertido en la decimosexta mujer laureada por la Academia Sueca. Escribir y publicar poesía por más de medio siglo es quizás uno de los méritos más soberbios de la estadounidense Louise Glück. La intimidad que impregna cada una de las páginas de su docena de poemarios ha puesto a críticos, eruditos y aficionados a debatir sobre si se trata de poesía confesional o no; el debate tal vez nunca se apacigüe, pero lo que jamás podrá ponerse a discusión es el don que la poeta posee para encauzar hacia la poesía, las realidades y las ilusiones complejas. La pluma de Glück es una suerte de estirpe de una infancia nutrida de mitología griega e historias clásicas, un padre que anhelaba ser escritor, una compleja relación materna y una hermandad abstracta. Soñamos; no recordamos. La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. La poeta nació el 22 de abril de 1943 en Nueva York. Fue criada en Long Island junto a su hermana menor, en el seno de una familia descendiente de judíos de Hungría y Rusia. Los Glück gozaban de una significativa solvencia económica gracias a que el padre renunció a la escritura para convertirse en un hombre de negocios. Sin embargo, la existencia de Glück estuvo marcada por la muerte de una hermana mayor que falleció poco antes de que ella llegara al mundo. Este suceso provocó que entre Glück y su madre germinara un truculento vínculo emocional que terminó por orillarla hacia la poesía. “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias”, escribe Glück en su ensayo Death and Absence. “Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”. El yugo emocional cobró factura cuando el capullo de la adolescencia floreció: Glück desarrolló anorexia nerviosa. La joven poeta concibió este trastorno como un esfuerzo por reafirmar la independencia de su madre, pero sólo consiguió ponerse a sí misma al borde de la muerte. “Incluso entonces, morir parecía una metáfora patética para establecer una separación entre mi madre y yo”, escribió en su ensayo Education of the Poet. Glück se vio obligada a abandonar la preparatoria y a someterse por siete años a terapia de psicoanálisis, tratamiento que determinaría las influencias psicoanalíticas características de su estilo literario. La endeble condición emocional aunada a un comportamiento extremadamente rígido y a la frenética dependencia del “ritual” (la anorexia), incapacitaron a Glück para ser una estudiante de tiempo completo. Entre 1963 y 1966, logró retomar su vida escolar en la Universidad de Columbia, donde fue estudiante de Léonie Adams y Stanley Kunitz, prominentes poetas estadounidenses, a quienes Glück reconoce como grandes mentores e influencias en su poesía. La poeta terminó por abandonar la universidad sin un título. Para Glück, 1968 fue determinante: Firstborn, su primer poemario, salió publicado. Éste atrajo algunas críticas positivas, pero después del debut, se enfrentó al síndrome de la página en blanco. Por más de un lustro, la poeta sintió que su carrera era amenazada por un bloqueo literario. Pero no fue así, esos años fueron el umbral de lo que sería su obra revolucionaria. En 1975 Glück publicó The House on Marshland, poemario con el que, según la crítica, la escritora descubrió “una voz distintiva". Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba. Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo. Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra. Con el paso de los años, se volvió diestra en hacer de cada poema una alegoría de la existencia humana: muerte, infancia, dolor, familia, pérdida, rechazo, fracaso de las relaciones, curación, tristeza y aislamiento. La intensidad emocional con la que ilumina los pasajes del trauma y el deseo, sin renunciar a su afán por los mitos y la naturaleza, le han brindado esa “voz” única que tanto aplauden críticos y lectores. A los 77 años, Glück trabaja como maestra de inglés en la Universidad de Yale, mientras pasa sus días en su casa en Cambridge, Massachusetts. Su apasionada y fantástica pluma no deja de correr. Durante los cálidos días veraniegos de confinamiento ha concluido su próximo poemario titulado Winter Recipes From the Collective. Planea publicarlo el próximo año. “Tienes que vivir tu vida si pretendes hacer un trabajo original”, dice Glück a la revista Poets and Writers acerca del oficio y la vida. “Tu trabajo saldrá de una vida auténtica, y si reprimes todos tus impulsos más apasionados para servir a un arte que aún no se ha manifestado por sí mismo, estás cometiendo un terrible error ”. Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber: ¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? La mañana del pasado 8 de octubre la sosegada vida de Louise Glück se vio sacudida por una oleada de reporteros a las afueras de su domicilio y por un teléfono que no para de timbrar; ganar el premio Nobel de Literatura sólo ha sido la coronación a una carrera de más de 50 años, a través de la cual, Glück ha forjado su lugar entre las poetas estadounidenses contemporáneas más reconocidas del mundo. Prueba de esto son los galardones que tiene en su haber, como el premio Pulitzer de Poesía otorgado en 1993 por su poemario El iris salvaje y la Medalla Nacional de Humanidades concedida en el 2015 por el expresidente de Estados Unidos, Barak Obama. No obstante, la popularidad no entusiasma a Glück. Teme que la aclamación sea indicadora de que está fallando como poeta y de que se ha convertido en un Longfellow (Henry Wadsworth Longfellow, escritor). “Cuando me dicen que tengo un gran número de lectores, pienso, 'Oh, genial, voy a resultar ser Longfellow': alguien fácil de entender, fácil de agradar, el tipo de experiencia diluida disponible para muchos. Y no quiero ser Longfellow”, manifestó durante una entrevista en el 2009. Poco hay de Longfellow en los poemarios de Louise Glück. La grandeza en sus textos yace, precisamente, en el irresoluble meollo escondidos en cada uno de sus poemas pues, en el espejo, cada lector habrá de reflejarse de manera singular.

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