Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

Mira el trailer de Perdidos en la noche:

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Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

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Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Archivo Gatopardo

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

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Traducción de
15
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Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

Mira el trailer de Perdidos en la noche:

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
15
.
12
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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15
.
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.
23
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Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

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Ilustración de
Traducción de

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

Mira el trailer de Perdidos en la noche:

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).
15
.
12
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Traducción de
15
.
12
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

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Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).
15
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12
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

15
.
12
.
23
2023
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

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Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

Perdidos en la noche': Amat Escalante hace cine de detectives

15
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de dirigir La región salvaje , una película de horror, Amat Escalante regresa con su más reciente largometraje. Experimenta con una película detectivesca que explora la responsabilidad de la burguesía en los males del país, y recurre a lo mejor de una película naturalista, como en sus primeros trabajos fílmicos. Su carrera demuestra las búsquedas de un autor que no se conforma con las tendencias del cine de festival.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La desaparición de los géneros —en el cine, al menos— es un síntoma de estos tiempos. En la música popular el género es inevitable porque da inspiración y muchas veces asegura el éxito. En la historia fílmica ha habido desde hace mucho una división más o menos clara entre lo que pertenece a un género —usualmente mal visto por buscar el aprecio del público— y lo que no, mejor recibido en festivales de cine.  Quizá esto se deba a que en las películas de género la audiencia sabe a qué va: en los westerns hay vaqueros y vidas marginales en la frontera; el horror contiene monstruos y fantasmas; la ciencia ficción, tecnologías futuras y extraterrestres. Debido a la complicación de etiquetar fácilmente a exploraciones más sueltas, el nombre milusos de “drama” se le ha impuesto a películas tan disímiles como el intimismo frío de Ingmar Bergman y los romances templados de Éric Rohmer. Esto, además, nos ha hecho pensar que se trata de expresiones individuales, ajenas al consumo, pero si John Ford era admirado por Bergman a pesar de adherirse a las normas del western, queda claro que el cine de género también ha albergado imaginarios importantes.

Siendo más moderado, en la actualidad aún queda cine de este tipo, aunque unos pocos estilos han desplazado a muchos otros: la aventura, contenida en el cine de superhéroes, domina las carteleras y la taquilla, mientras que la vida moderna se ha desprendido del western, importante alguna vez por narrar las experiencias de su público o de sus familias inmediatas, pero en nuestro tiempo sin forajidos a caballo no representa a nadie. El crimen tiene algunas expresiones formidables, como las de Martin Scorsese, pero son islas, archipiélagos solitarios. En el cine mexicano, tan obsesionado con hacerla en grande, ya sea en la taquilla o en los festivales, hay de dos: farsas a las que les llaman comedias, y películas sobre lo duro que es para otros —desconocidos y exóticos ante la mirada de cineastas buscando pornomiseria— sufrir el asedio del crimen organizado. Al tratarse de una película detectivesca, el más reciente largometraje de Amat Escalante, Perdidos en la noche (2023), viene a rellenar un boquete en un país infestado de ilegalidad como el nuestro, pero raras veces reconocido por sus exploraciones del género criminal, más allá de la explotación que atrae el reconocimiento europeo.

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

No es que antes no haya habido expresiones de este tipo —existe una tradición vasta, desde los film noirs de Roberto Gavaldón y Juan Bustillo Oro, hasta el clásico subversivo Llámenme Mike (1982), de Alfredo Gurrola, y expresiones modernas, como Los minutos negros (2021) o la racista El complot mongol (2018)—, pero raras veces ha sido tan abundante como lo amerita el contexto. Hasta Brasil tiene películas de crimen más populares que México, y Argentina ha estrenado unas más originales, como Los delincuentes (2023). Es un contexto estresante para hacer una película como Perdidos en la noche, que desde el título evoca la desesperación nocturna en los títulos del novelista Raymond Chandler, como The Big Sleep, convertida en un clásico hollywoodense de Howard Hawks.

La trama sigue a un adolescente, Emiliano (Juan Daniel García Treviño), que perdió a su madre, una activista desaparecida mientras denunciaba la explotación de una mina en el pueblo de Guanajuato donde crecieron sus hijos. Decidido a descubrir qué pasó, Emiliano y su novia, Jazmín (María Fernanda Osio), juntan pistas que los llevan a la casa de una familia acaudalada, compuesta por Carmen (Bárbara Mori), una famosa actriz de telenovelas; su pareja Rigo (Fernando Bonilla), un artista que ha dedicado su obra a denunciar a una comunidad religiosa —aparentemente basada en La luz del mundo y la Nueva Jerusalén—, y finalmente Mónica (Ester Expósito), una estrella adolescente de las redes sociales e hija de Carmen. Como en el cine clásico de detectives, la trama se ramifica hasta incluir muchos otros temas y personajes, que incluyen policías corruptos y muchachos afiliados al narcotráfico, pero, por encima de todo, la idea central de Amat Escalante es la monstruosidad de la burguesía.

También puede interesarte: "'Fallen Leaves', una historia de amor finlandesa".

Perdidos en la noche, Amat Escalante (2023).

Sin querer revelar mucho de lo que sucede en la película, son importantes los ataques de Amat Escalante a la fachada que ponen los explotadores, quienes convierten las vidas, los disparos, los cuerpos y la inocencia en mercancías que pueden adquirirse, dando por ellos solamente dinero. En cambio, la reputación y la memoria no pagan porque los burgueses actúan convencidos de no haber tenido de otra y con el tiempo olvidan sus propias órdenes para broncearse en calma. En ese sentido, Perdidos en la noche es una película muy cercana a la tradición de la novela y el cine policiales, como la describe Ricardo Piglia en un breve ensayo al respecto —agradezco a Armando Navarro por compartírmelo justo antes de comenzar este texto—: “yo diría que [las novelas policiales] son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”. Perdidos en la noche, como el film noir estadounidense de los años cuarenta y cincuenta, responde a un México en el que la pobreza es una sentencia de muerte, y la riqueza una imagen que produce deseo y complicidad.

Ser rico es proyectarlo, y llama la atención, pensando en ello, que los personajes burgueses de Perdidos en la noche se construyan como un reflejo, es decir, ¿quién mejor, para interpretar a una actriz de telenovela, que Bárbara Mori? La estrella española Ester Expósito, como su personaje —aunque por razones distintas—, es una sensación del internet. La reflexividad alcanza también a Juan Daniel García Treviño, que estaba cerca de la subcultura Kolombia cuando interpretó a Ulises en Ya no estoy aquí (2019), y por sus orígenes en la marginalidad tiene experiencias en común con Emiliano, su personaje de Perdidos en la noche. Por supuesto, también puede tratarse de una cuestión meramente pragmática que le permita a Amat Escalante dirigir a su elenco como si fueran actores no profesionales, inspirados más en sus propias vidas que en la técnica, pero aun así se nota un contraste entre ellos y, por ejemplo, María Fernanda Osio, más auténtica, al igual que otros personajes orbitando alrededor de los protagonistas

Perdidos en la noche, de Amat Escalante.

En Perdidos en la noche conviven una película naturalista, como las primeras de Amat Escalante — Sangre (2005) y Los bastardos (2009)—, y un melodrama detectivesco, cuyo contraste empieza a mostrar las costuras de la realización. Aunque esto ya había sucedido en Heli (2013) y La región salvaje (2016), lo que antes parecía una transición de un tono a otro, o incluso la interacción entre épocas distintas del cine, y del propio director, aquí se percibe como la ligereza de una película que es simultáneamente demasiado y muy poco. Si el género al que pertenece la trama se caracteriza por congregar a la sociedad entera en montones de personajes, Perdidos en la noche nos muestra los suficientes como para indicar sus raíces en la tradición detectivesca, pero los explora con tal levedad y desconexión que sugiere no dos, sino varias películas más amarradas en una sola.

El novelista Thomas Pynchon buscó este exceso en su parodia del género detectivesco, Inherent Vice, al incluir a 130 personajes para deliberadamente abrumar al lector, pero el cine y la novela son lenguajes muy distintos. Ante la imposibilidad de mantenerse fiel a Pynchon sin hacer una película de más de cuatro horas, Paul Thomas Anderson filtró el imaginario de la novela para su adaptación de Inherent Vice (2014), que se conforma con las subversiones del humor marihuano y los excéntricos personajes con los que interactúa el protagonista. Debido a su abundancia de temas, Perdidos en la noche solo da atisbos de la comunidad religiosa, que, fuera de exponer la hipocresía del artista burgués, preocupado por unos problemas sociales pero implicado en otros, no tiene mucho que ver con la trama de Emiliano; la fama de Mónica no hace mucho más que enmarcar al personaje.

También puede interesarte: "'Tótem' intercambia las imágenes violentas del cine mexicano por ternura"

Perdidos en la noche, de Amat Escalante

Amat Escalante hace bien en navegar el cine de género después de exploraciones más individuales; de hecho, ya había indagado en el horror con La región salvaje. Esta filmografía reciente demuestra las búsquedas de un autor que, en vez de conformarse con las tendencias del cine de festival y sus constantes recaídas en la pornomiseria, elige los géneros cinematográficos para torcer las normas típicas de cada uno y de la representación de la violencia en México. Sin embargo, en Perdidos en la noche Escalante abarca demasiadas ideas para una película relativamente corta, que pudo ser más desenfrenada para desafiar al público y explayarse como la novela y el cine policial clásicos. Al no hacerlo, queda reducida a una obra convencional, incapaz de rellenar el boquete de cine policial mexicano, que vuelve a su esquina derrotado mientras lo abruman las películas de siempre.

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