De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

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“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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Archivo Gatopardo

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.

El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

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Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

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Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.
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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

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Fotografía de
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“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.
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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

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Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

Texto de
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Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.
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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

También te puede interesar: "Peso Pluma, entre la fama y el narco".

Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

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Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

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Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial.

La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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Ovi, Noriel y Natanael Cano en el club LIV de Miami, Florida, Estados Unidos, el 8 de Julio de 2021. Fotografía de Seth Browarnik/REUTERS.

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

De lo <i>bellaco</i> al <i>modo fresón</i> en la generación del corrido tumbado

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El clásico corrido evolucionó para convertirse en una apología de las vidas acomodadas de los <i>juniors</i> del país y de la juventud que vive en medio de una crisis de ansiedad generacional mientras persigue los tres minutos de éxtasis que le ofrece el subgénero de moda.

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“Bellaco sin llegar a lo naco”, una frase que me hizo recordar cuando estudié en la Secundaria Técnica 113 de Iztapalapa, la zona oriente y marginal de la Ciudad de México. En aquel 2010 estaba de moda usar playeras Akolatronic o Ed Hardy, pantalones Goga y zapatos Michel Domit, marcas de ropa inspiradas en un estilo que atrajó el boom del reguetón de artistas como Jowell y Randy, o Plan B con Chencho Corleone y Maldy. Todos éramos “chakas” o “bellacos” –términos que en México hacen referencia al goce y estilo reguetonero, generalmente de manera despectiva– y nos diferenciamos de los “fresas” desde la apariencia y el gusto musical, estos dos factores nos colocaban una etiqueta más importante, aquella que hacía referencia a la clase social. La gran mayoría proveníamos de la clase baja, obrera.

Aquella frase también hace referencia al “blanqueamiento” por el que han pasado, al menos en México, géneros musicales históricamente marginados como el reguetón y la cumbia, al que ahora se suma el corrido tumbado. Este subgénero forma parte de una evolución del clásico corrido, cuyos exponentes van de Chalino Sanchez a Valentín Elizalde. A partir de 2018, la música vivió un fenómeno similar al de la gentrificación, donde los pobres se ven desplazados de un espacio por la llegada de personas con mayor capital que comienzan a elevar los precios de las zonas, volviéndose cool o aesthetic –una tendencia en donde la juventud adapta su estilo de acuerdo con su estado de ánimo mezclando prendas de diferentes épocas, llevándolo también a su estilo de vida como un reflejo del capitalismo tardío donde todo es desechable y la sociedad vive el momento– para que encajen con su estatus. Solo que la música, con la llegada de este “blanqueamiento”, no estaba elevando sus precios –al menos no desproporcionalmente– sino que se exotizó al evolucionar hacia un producto de consumo de las clases más altas, por lo general de pieles y pensamientos blancos, que buscaban disfrutar de estos ritmos latinos sin sentir culpa social.

Con el destape de los whitexicans, un término peyorativo que se le ha dado a las personas de tez blanca y posición económica acomodada que expresan conductas de tipo clasista, la música sufrió un cambio importante: aquellos géneros históricamente relegados a las  personas pobres y “sin clase” se insertaron en círculos influenciados por la cultura europea y norteamericana que fueron atraídos a vivir “una supuesta experiencia ‘negra’ o ‘latina’ pero en un ambiente adecuado a la sensibilidad del [...] blanco medio”, según el especialista musical Gonzalo Oya, quien agrega que estos ritmos invadieron los círculos sociales más altos, siempre bajo sus condiciones de clase. El reguetón, la cumbia y el corrido tumbado se convirtieron en la banda sonora de los antros y fiestas privadas más exclusivos de México.

Sin embargo, no era cualquier tipo de música populachera, sino una mezcolanza de sonidos y artistas que intervinieron para que estos géneros fueran socialmente aceptados. Quienes escuchaban reguetón no consumían la música de Jamsha, conocido entre el barrio como El Putipuerko, un artista puertorriqueño con una apariencia más “naca” y letras consideradas vulgares, sino que exploraban las melodías edulcoradas de J Balvin o Luis Fonsi que no provenían de los barrios bajos y cuya propuesta se adecuaba a los cánones estilísticos de la élite. Por ejemplo, al expresidente, Enrique Peña Nieto, tal vez no se le hubiera visto bailar una cumbia de Los Ángeles Azules de no ser por las colaboraciones que han hecho con artistas de la industria pop, como Ximena Sariñana o Belinda, quienes hallan afinidad en el círculo whitexican, sin que esto signifique necesariamente que estos artistas componen música exclusiva para ese sector, sino que su presencia e imagen vuelven más digerible la aceptación de un género que ha sido históricamente marginado.

El boom del corrido tumbado

A diferencia del “blanqueamiento” en el reguetón o la cumbia, el corrido tumbado es un fenómeno sin precedentes y aunque sus orígenes están en el corrido, que lleva más de un siglo en la industria, el alcance del tumbado se halla en las generaciones de jóvenes de entre 18 y 24 años, de acuerdo con datos de Chartmetric. La particularidad del género radica en el proceso de gentrificación musical del corrido, además de estar conformado por un público muy específico que rechaza la pobreza, enaltece el aspiracionismo y, de diferentes maneras, aparenta que las diferencias de clase basadas en el gusto músical se difuminaron.

Lo que dijo Pierre Bourdieu en 1979,  en su libro La Distinción. Criterios y bases sociales del gusto, acerca de que “no existe nada que permita tanto a uno afirmar su ’clase’ como los gustos en música [debido a que] no existe práctica más enclasante que la frecuentación de conciertos o la práctica de un instrumento de música ’noble’”, pierde sentido en pleno 2023 con el boom de los corridos tumbados, pues da la impresión de que un sin fin de personas de todos los estratos sociales los escuchan: hijos de inmigrantes, whitexicans, morenos, chilangos, norteños, pobres y ricos. Basta con entrar a TikTok, la red social donde se popularizó el subgénero, para observar una fila interminable de vídeos con jóvenes haciendo coreografías desde cuartos en obra negra al ritmo de canciones “bélicas”; otros, desde camionetas de lujo al corear la estrofa “igualito a mi apá y hasta en los mismos gustos”, la colaboración de Fuerza Regida y Peso Pluma.

Las cifras de Natanael Cano, Junior H y Peso Pluma –los tres exponentes más reconocidos del género– suman más de cien millones de oyentes mensuales en Spotify. Para dimensionarlo pensemos en las elecciones presidenciales de 2018, en las que participaron cincuenta y seis millones de personas: con la suma de los votos de Lopez Obrador, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, se alcanza solo la mitad de seguidores que estos músicos logran mensualmente.

Para conocer más del tema te recomendamos: "El triunfo del barrio: el movimiento sonoro de la música urbana".

Los narcocorridos son escuchados durante un festival entre mexicanos residentes de Oviedo, España el 28 de septiembre de 2014. Fotografía de jlmaral/Flickr

El contexto social y político en el que creció el público del tumbado podría explicar la razón de este éxito, pues la etapa adolecente de los escuchas fue atravesada por una pandemia y la interacción social se limitó a una pantalla. El bagaje cultural de los centennials, aquellos jóvenes nacidos a partir del año 2000, se define respecto al contenido que consumen en las diferentes redes sociales. Además, han crecido en una inusual combinación de lo aesthetic y la narcocultura, después de haber tenido una infancia marcada por la desaparición y la masacre que se vivió durante la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón.

Lo aesthetic, con la llegada del tumbado, se relaciona en la actualidad con las marcas de lujo como Prada, Balenciaga o Louis Vuitton, que los intérpretes del subgénero aprovechan para llegar a un público más amplio, sin que pierdan el estatus que las caracteriza. Los mismos artistas se vuelven mensajeros y partícipes del “blanqueamiento” dentro del corrido. En medio de este ciclo de consumo quedan los jóvenes, la gran mayoría de escasos recursos, que optan por la piratería o recurren a fuentes inmediatas de obtención de recursos como el crimen organizado. ¿Cuántos de ellos pueden gastar más de cinco mil pesos mexicanos en unos lentes Prada? Ante esta pregunta, la juventud también se ha reinventando; un ejemplo claro es el nacimiento del tumbette, un estilo creado con ropa generalmente adquirida en la “paca”, esa ropa de segunda mano que se suele traer de Estados Unidos, que mezcla el tumbado (prendas holgadas y deportivas) con la coquette (caracterizado por usar moños y portar ropa femenina muy al estilo Lana del Rey), con el fin de sentirse parte del movimiento sin gastar en lujos inalcanzables. La moda que retrata este subgénero, es una manera silenciosa de reafirmar el aspiracionismo y las marcadas diferencias sociales.

Pensemos en la evolución estética que ha tenido el corrido usando de ejemplo al Komander –José Alfredo Ríos, su nombre verdadero– máximo representante de los corridos alterados, cuya música hace catorce años ambientaba las fiestas, operativos contra la droga, enfrentamientos y masacres que dieron forma al sexenio de Felipe Calderón. Los videos de las canciones mostraban protagonistas con camisas variopintas y abiertas para dejar ver gruesas cadenas de oro, vestían sombreros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras; en el clímax del guateque aparecían mujeres voluptuosas, fajos de billetes, armas, todo lubricado por litros y litros de Buchanan’s como reflejo del estilo buchón. El mismo Komander era la viva representación de ese estilo con un cuerpo voluptuoso, lentes de aviador oscuros y un bigote que gritaba “macho” desde cualquier ángulo.

Ahora, observemos a detalle a Hassan Emilio Kabande Laija, mejor conocido como Peso Pluma, el joven que entre 2020 y 2021 hizo explotar el fenómeno de los corridos tumbados a nivel mundial y quien nació en el seno de una familia de clase media-alta radicada en Guadalajara, Jalisco. Luego de observar por varios minutos una de sus fotos, me pregunté ¿es guapo o solo es blanco? A diferencia de otros intérpretes de corridos, sus dientes están perfectamente alineados y sin una mancha,  su estatura es superior al promedio; su corte de pelo ochentero me recuerda más al estilo del boxeador Jorge “Maromero” Páez o al que mi papá presumía para ir a los sonideros de aquella época, que al de un astro en el escenario principal de Coachella. Sus ropas holgadas, con sus característicos tenis Nike de ediciones limitadas y las gorras planas que usa en cada concierto, se acercan más a lo que podría vestir un rapero de Los Ángeles que a alguien aventurado en un subgénero de los corridos. A diferencia del Komander, el Buchanan’s ya no protagoniza sus videos musicales, sino las exóticas champagnes de Dom Pérignon y porros de mariguana.

Carmen Fuentes es una tiktoker de Chula Vista, San Diego, que alcanzó notoriedad al subir un par de videos donde critica el “blanqueamiento” del subgénero. “Yo dije que Peso Pluma era exitoso porque era blanco, refiriéndome a que él hizo el ‘blanqueamiento’ de los corridos. Gracias a su aspecto físico es mejor recibido este tipo de música por los ‘niños fresas’; de hecho, ahorita es súper nuevo un término que usan y es el ‘modo fresón’. Ahora ya se refieren a la gente fresa, ya no están hablando del chamaquito del barrio, ya todo es ‘modo fresón’ y eso es gracias a que Peso Pluma se metió en los corridos”, cuenta en entrevista para Gatopardo.

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La periodista Angélica Gallón en su texto para El PaísDe qué habla la ropa de Peso Pluma”, describe que el estilo del músico “desobedece el mandato casi canónico de cantar corridos”. Gallón añade que “el estilo del cantante tiene un poco de deporte, de las migraciones mexicanas a los barrios afroamericanos en Estados Unidos, de los mecanismos de retoma de poder simbólico del hip-hop y del ‘way of life’ del ‘narcojunior’”. Peso Pluma adopta el estilo clásico del gagnsta rap para acercarse a las comunidades negras y mexicanas que radican en Estados Unidos, una señal de “humildad” que a su vez se desborda de marcas impagables.

Sin duda, la distancia estética entre El Komander y Peso Pluma es abismal, pero nos da una lectura clara del fenómeno: en la época del corrido alterado la apariencia ranchera y buchona se asociaba directamente a la clase trabajadora que era tachada de “agropecuaria”, también a quienes colaboraban con el narcotráfico, por lo que sus exponentes y su música no eran precisamente sinónimo de estatus. Fernán del Val en la Revista Internacional de Sociología, quien parafrasea al sociólogo Pierre Bourdieu, explica que los gustos culturales son parte indispensable de la estructuración de las clases sociales, por lo que “una clase es lo que se escucha, lo que se come, lo que se ve en la televisión, lo que se lee, lo que se manifiesta a través del habitus”, entonces comprendí que el éxito del tumbado es gracias al enclasamiento de la juventud: si los nuevos artistas lucen más como los ricos, por qué no permitirles la entrada; cuando se tiene la aprobación de la clase dominante, la vergüenza se esfuma y lo “agropecuario” se vuelve cool.

El narcojunior, una inspiración

La aparición del new money, una moda inspirada en los “nuevos ricos”, aquellas personas que amasaron su riqueza en años recientes y realizan una exhibición grotesca del lujo, tuvieron una exposición importante que en México se vio reflejada en los famosos “narcojuniors”. La fotógrafa Mayra Martell, en una entrevista con Milenio de 2021, mencionó que “el narco salió del closet y está de moda”. No es casualidad que los emergentes artistas de corridos tumbados guarden similitudes con ellos.

“Peligroso, pero guapísimo” así definieron los tabloides y medios locales a Ovidio Guzmán, en octubre de 2019. El hijo de Joaquín “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, conquistó los corazones de las mujeres mexicanas quienes desbordaron las redes sociales con comentarios como “¿Y si cooperamos para la fianza?”, “Está guapo el chavo, nada más un consejo a la GN: cuiden de su carita”, “¿No necesitará compañera de celda?”, que banalizaban la muerte de 29 personas durante el "Culiacanazo" y poco importó frente a la presencia de un joven que en nada se parecía a la imagen rezagada del típico “narcojunior”.

Ovidio Guzmán dejó atrás la clásica imagen del narcotraficante sombrerudo por uno de vestimenta sofisticada y apariencia más cercana a los juniors que frecuentan el Opera Night Club de Culiacán, casi sin quererlo su imagen le mostraba al país cómo los “narcojuniors” se colaron al sectario círculo de la élite mexicana. El experto en moda Emanuel Castillo, conocido en redes sociales como Manustyling, explica en entrevista para Gatopardo: “estos ‘narcojuniors’, a diferencia de sus padres, nacen con un estilo de vida rodeado de comodidad y riqueza [...] por lo que empiezan a utilizar el lujo porque que tienen el dinero [...], entonces cambia totalmente la estética de lo que parecería un ‘niño bien’, de escuela privada, ellos ya van a escuelas privadas. No es raro que vivan en fraccionamientos de lujo, ya no se esconden, ya no están en las afueras de los estados, ya viven en las capitales. No es raro que [en los antros] truenen champaña, que presuman los carrazos, algunos hasta son tiktokers”. Y, por supuesto, han dejado una marca en composiciones como “El Belicón” de Peso Pluma o “El Ratón” de Código FN, ambas basadas en Ovidio. El  “narcojunior” dejó de ser estigmatizado para convertirse en una inspiración, junto con su estilo de vida.

Natanael Cano en concierto, 25 Octubre 2019. Fotografía de El Barbas Production/Wikimedia Commons.

El público

Actualmente, agradezco la moda de los corridos tumbados pues da lo mismo si eres una mujer chilanga dedicada al periodismo como yo o mi mejor amiga que es académica, o mi cuñado de diecisiete años que estudia en un Bachilleres de Iztapalapa. No me siento juzgada por escucharlos como sí lo sentí hace diez años, cuando ser fan del reguetón me agregaba la etiqueta de exclusión. Carmen Fuentes, la tiktoker que vive en la frontera, me cuenta que los disfruta porque la inspiran, ya que “hablan también sobre superarte, sobre estar positivo y sobre enfocar tu mente”. Ese sentimiento me invita a pensar que en realidad el corrido tumbado sí está hecho para todo tipo de público, aunque con matices sociales.

Para Juan Carlos Ramírez Pimienta, profesor e investigador de estudios culturales en la San Diego State University-Imperial Valley, los consumidores de este subgénero, en efecto, provienen de todas las clases: “son gente trabajadora que tiene una fantasía de tres minutos, pero que sabe discernir [...] creo muy fuertemente que los jóvenes que consumen esta música no la consumen de una manera acrítica, la consumen con una pensamiento crítico. No se comen todo el mensaje que oyen en la música: lo adaptan, lo matizan, lo adoptan a su realidad y lo ven como narrativas de superación”.

Pensar que los jóvenes no son capaces de tener cierto grado de criterio para distinguir aquello que los beneficia de lo que no, cae en la constante práctica adultocéntrica bajo la que vive la sociedad mexicana. Por ejemplo, en TikTok se viralizó la canción “Dijeron que no la iba lograr” de Fuerza Regida y Chino Pacas, la estrofa “dijeron que no la iba lograr y ahorita todos están callados” se volvió trend al ser usada en un sin fin de videos que mostraban a chicos, de diferentes orígenes sociales, graduándose de la escuela. La melodía definitivamente no trata de eso, pero la juventud tomó la parte con la que se identificaba, en este caso alrededor del sentido de superación y la resignificó de acuerdo a su contexto, tal como explica Pimienta.

Para Chucho Tormenta, compositor, productor y músico de la banda Enjambre, quien actualmente produce un disco de corridos tumbados, el subgénero, en efecto, llega a todo tipo de personas, sin embargo, destaca dos patrones:  “ Está el público como hipsterón, que por eso escucha una rola que habla de Louis Vuitton y de Dom Pérignon;  me di cuenta que el público que consume este tipo de música es gente blanca, morrillos de dinero, ya que muchos de los corridos hablan de lujos y marcas […] y el otro público son niños, hay veces que ni siquiera saben qué dicen las letras, pero las canciones son melódicamente muy pegajosas por eso también le gusta a todo tipo de público”, explica en entrevista para Gatopardo.

Un funeral en Nuevo Laredo, en el Norte de México, en el que músicos interpretan corridos con acordeón y "bajosesto". Fotografía de purolipan/Flickr.

Las canciones que caracterizan a los corridos tumbados también se adentran en temas sentimentales que rozan el romanticismo, no todo es “bélico”, por lo que su público no necesariamente busca reafirmar su clase a través del gusto musical, sino disfrutar de nuevos sonidos. Esta capacidad camaleónica recuerda a lo que en su momento hicieron bandas como El Gran Silencio, quienes absorbieron la influencia de la cumbia rebajada y el vallenato. Contrario a lo que opinan los músicos y escuchas metaleros, la producción musical no es tan sencilla porque los instrumentos del corrido tumbado requieren modificaciones específicas para obtener sus sonidos característicos: trombones recortados y bajos alterados para soportar el toque; además, la implementación de tubas y el cambio en la forma de tocar el tololoche, nos ha dejado un subgénero musicalmente revolucionario en todos los aspectos.

Innegablemente existe un porcentaje de centennials, incluso millennials, que escuchan corridos tumbados únicamente para disfrutar la música, sin que la letras causen en ellos algún tipo de impacto, pero esta práctica no se replica de la misma forma en todo el país. No solo es la moda la causante del enclasamiento musical, el contexto político-social también juega un papel importante al influir en la conformación del público tumbado. Quienes escuchan este subgénero en el norte del país no lo hacen dentro del mismo contexto ni con el mismo bagaje sociocultural de aquellos que habitan en el centro de México o quienes radican en los Estados Unidos.

La periodista tijuanense Inés García, cofundadora del medio Punto Norte, explica que para las personas que habitan del otro lado de la frontera, el género ha servido para apelar al nacionalismo mexicano y enaltecer el orgullo de aquellos que están lejos de sus tierras. Aunque no es el mismo caso para todas las ciudades fronterizas, para los tijuanenses el género ha tardado más en ser aceptado debido a que la violencia referida en las letras de algunas canciones es parte de su día a día. El 14 de octubre Peso Pluma tenía una presentación en Tijuana, como parte de su Doble P Tour, pero en septiembre su equipo anunció que el show se cancelaría, al igual que en otras cinco ciudades, debido a que el cantante recibió una serie de amenazas supuestamente firmadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Aunque habitar espacios asediados por el crimen puede repercutir en el rechazo del género, en algunos grupos poblacionales, por el contrario, ha provocado su rápida aceptación, debido a lo asimilada y normalizada que se tiene esta realidad.

La juventud que disfruta del corrido tumbado creció en medio de un contexto sociopolítico muy específico, que les provocó ansiedad generacional: los ahora jóvenes, durante su infancia vivieron desapariciones, secuestros y feminicidios. Desapareció la libertad de poder salir a jugar a las calles. La llegada de una pandemia fue solo el punto de quiebre de una generación que no tuvo la oportunidad de formar una personalidad libre del miedo y la ansiedad. De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad, con datos de VoCes-19, en noviembre de 2020, “64% de adolescentes y 71% de jóvenes [encuestados] de entre 15 y 24 años presentaron síntomas de depresión” en México. No es casualidad que los niños o adolescentes que en su momento se vieron atravesados por este quiebre social, se identifiquen hoy en día con los artistas del tumbado.

Sin duda, el corrido evolucionó hasta convertirse, parcialmente, en una apología de las vidas “fresonas” de los juniors a quienes les gusta ser “bellacos [o bélicos] sin llegar a lo naco”; quienes a través de esta oración de moda, expresan desprecio hacía el sector precarizado que escucha el subgénero, en su búsqueda de seguir diferenciándose de él, a pesar de tener un gusto en común. Es importante destacar que, a la par, la capacidad camaleónica del corrido tumbado ha contribuido para alcanzar también a otro tipo de público, como el extranjero e inmigrante a quien busca darle un sentido de pertenencia y orgullo a través de la música. También a los jóvenes de clases medias y bajas, al abrirles la posibilidad de explorar nuevos géneros.

El lugar donde se nace complementa nuestro bagaje cultural, por lo que crecer en un determinado sitio puede influir de maneras impensables la forma en que se disfrutan los diversos tipos de entretenimiento, tales como la música. Es importante recalcar que cada escucha de corridos tumbados lo hace desde una cosmovisión diferente. Su gusto por el subgénero, tanto como su rechazo, está basado en la coyuntura a la que los jóvenes se enfrentan día con día: haber crecido en un contexto de violencia, además del encierro y comunicación limitada por una pandemia que desató una cadena de ansiedad y depresión, derivó en una generación desesperada por encontrar un poco éxtasis que palie la cadena de tragedias, éxtasis que el corrido tumbado proporciona en poco más de tres minutos.

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