Allí donde las infancias sufren el desamparo más profundo; allí donde la adicción a las drogas rompe vínculos maternofiliales; allí donde la autoridad, las instituciones y las políticas públicas no llegan, todo se deja a la buena fe de la comunidad… con un poco de ayuda de las ballenas (orcas, en realidad), el mar y el desierto. Desde La Paz, Baja California Sur, una historia ejemplar de cuidados colectivos.
Mientras Graciela Tiburcio, la mayor experta en tortugas de todo México, estudiaba su doctorado, también hacia las necropsias de estos animales. La causa de muerte se repetía: obstrucción del intestino por plásticos, por botellas y tapitas. Desde entonces se volcó a la conservación de estos animales. En el camino aprendió algo crucial: no hay que depender exclusivamente del gobierno —pues los políticos cambian cada tantos años y desechan las medidas de los que gobernaron antes, aunque hayan sido maravillosas—. Para contrarrestar este vaivén político y electoral, Tiburcio involucra a todos en la preservación de las tortugas: hoteleros, restauranteros, comunidades locales… a quien se deje. Los programas de conservación, concluye, necesitan ser integrales para resultar exitosos.