Un slasher en el que resulta fundamental la tensión entre lo que vemos y lo que no. El canadiense Chris Nash tuerce la norma del horror sanguinario con una inteligente delicadeza.
Incluso para robar o imitar se debe tener buen ojo y la nueva película de terror de Osgood Perkins carece de esa chispa. A Longlegs le sobró el ruido publicitario pero le hizo falta ingenio para evadir los clichés del cine de terror.
Sin rigor ni dedicación, los hermanos Cairnes arruinan los principios básicos del realismo estilo ‘grabación perdida’, y en el camino despliegan un imaginario trillado y hasta conservador. Son flojos como cineastas, y esperan que nosotros, espectadores, también lo seamos.