La belleza del canibalismo en Bones and all
Este fin de semana llega a las salas de cine en México la nueva película del director italiano Luca Guadagnino, conocido por Call me by your name y su estilo romántico. La trama sigue a un par de jóvenes en los Estados Unidos de Ronald Reagan, que hacen un viaje en carretera mientras lidian con un hambre incontrolable por la carne humana.
Luca Guadagnino es para mí uno de los grandes misterios del cine contemporáneo. Me pregunto, por un lado, si es un narrador radical que evita explorar a propósito los temas en sus películas o si, por el contrario, es un director anecdótico, disfrazado apenas por guiños temáticos y formales. Hay buenos argumentos para ambas posibilidades pero quisiera desarrollarlos antes de llegar a una conclusión respecto a Bones and all (2022), su más reciente película, porque, aunque me inclino inevitablemente por una posibilidad, a veces me cuesta trabajo ignorar la otra.
Tomemos su película más famosa, Call me by your name (2017), que a su estreno me pareció muy concentrada en narrar una historia sutilmente significativa, es decir, su trama sobre un adolescente en pleno descubrimiento de la sexualidad y el amor en Italia, buscaba sobre todo conmover al público pero parecía tener algo que decir sobre la belleza. Las torpezas, los descubrimientos y la experiencia masculina de la masturbación con un alimento —recurrente en este tipo de narrativas, ya sea en la forma de un pastel, en American pie (1999), o de un hígado en Portnoy’s Complaint— buscan que la audiencia se encuentre a sí misma en la pantalla y se entregue a ese reflejo.
El narcisismo ha sido usualmente una forma en que el arte encuentra el carácter humano, aunque también una trampa para satisfacer al público y vender así más boletos, más libros, más discos. El mayor cine contemporáneo deriva del pensamiento marxista en contra de esa enajenación causada por el reflejo: el estilo cinematográfico quiebra la imagen propia en la pantalla y nos advierte constantemente que los cuerpos y los árboles, como en una pintura, no son reales, sino simulaciones: figuras abstractas controladas por alguien más. Guadagnino es un clasicista rebelde, parecido un poco al guionista de Call me by your name, James Ivory, que en su propio cine prefirió también el romanticismo y cierta idea de elegancia por encima de un discurso cinematográfico sofisticado.
Sin embargo, si Ivory ha sido una especie de arquitecto-cineasta que parece hacer películas para explorar espacios aristocráticos, tanto materiales como abstractos —me fascina el contraste en Maurice (1987) o Howards End (1992) entre la suntuosidad y la opresión que oculta— la delicadeza de Guadagnino sugiere algo decorativo. Su interés en la belleza parece más una expresión personal de refinamiento que de sintaxis cinematográfica o, en palabras más simples, Guadagnino filma lo bonito porque es bonito. El esplendor en Call me by your name me parece más una coincidencia con la novela original de André Aciman, que una decisión cuidadosa para navegar ideas complejas. En vez de reflexionar sobre la percepción de lo bello, como lo hace el pensamiento contemporáneo, Guadagnino solamente celebra lo hermoso: los personajes se acomodan a la idea tradicional de hombres atractivos e Italia es una postal de colores cálidos y sensaciones veraniegas como el agua y las hojas de los árboles. El metraje en 35mm también está ahí para afectar los sentidos con su textura pero no para decir algo a partir de ella.
Esto no quiere decir que las películas nos deban siempre una significación o una crítica, pero sí que Guadagnino me parece filmar con un estilo táctil bajo la sola intención de idealizar, que además se reduce ante el montaje acelerado para mantener al público entretenido. Su técnica, entonces, parece consciente, pero su intención es complacer de la manera más directa y evitar la contemplación. A pesar de todo, la belleza de Call me by your name se corresponde con las emociones del protagonista y quizá sería injusto negar esa compenetración.
Desde entonces, Guadagnino ha dependido cada vez más de lo que representa que de su forma de hacerlo: Suspiria (2019) es interesante por grotesca pero menor a la versión original de Dario Argento; sus cortos han sido campañas publicitarias para casas de moda —de nuevo, la intención de la belleza por sí misma— y el romance ha sido el mayor éxito de su serie We are who we are (2020). Bones and all, su primer largometraje desde Suspiria, se propone encontrar esa ya típica hermosura en una trama de canibalismo que juega con nociones políticas y de identidad, pero al no concluir —ni siquiera construir propiamente— ninguna, podría demostrar que el director italiano es en realidad un narrador hábil pero sin ideas.
En Bones and all una adolescente estadounidense en los años ochenta comienza a hacer nuevas amigas en un pueblito adonde acaba de mudarse con su padre. A una de ellas le muerde el dedo una noche y descubrimos así que padece un hambre insólita que su padre le narra en un cassette cuando decide abandonarla: Maren (Taylor Russell) es una caníbal que ha respondido pocas veces antes al impulso de comerse a otros pero, cuando descubre a más personajes como ella, aprende que el hambre irá creciendo con el tiempo. Sola, rechazada, su único plan es buscar a su madre, para lo que emprende un viaje por la carretera donde conoce a Lee (Timothée Chalamet), otro caníbal con quien irá descubriendo el amor.
La sola sinopsis nos da ya dos géneros, dos metáforas importantes en la historia cinematográfica: el canibalismo y el camino. En la primera se inscriben desde películas de horror como The hills have eyes (1977), que condenó la guerra nuclear, hasta la misteriosa Trouble every day (2001), de Claire Denis, en la que el hambre de otros representa el deseo, contemplado en planos tan íntimos que las formas se confunden y no alcanzamos a distinguir un torso de una espalda, una pierna de un brazo. En cuanto al cine de carretera, la tradición es grande, de Monte Hellman y Dennis Hopper a Wim Wenders y Kelly Reichardt. El tema constante es la identidad y su búsqueda, pero Guadagnino aborda estas ideas de manera marginal. Su principal interés parecen ser los actores en cada escena, y por eso hay un mayor énfasis en mostrar a Lee bailando una canción de Kiss que en hilar los aparentes símbolos.
No quiero decir con esto que preferiría una película sin escenas afectivas, sino una que tomara en serio las metáforas que ella misma sugiere. Trouble every day decide ignorar por completo su trama para expresarse en escenas eróticas y violentas, mientras que Guadagnino pasa su mayor tiempo narrando, espolvoreando ideas como la que da título a la película: Bones and all se refiere a comerse por completo a una persona hasta los huesos, como lo dice el título en español. La idea se aparece en un encuentro de Maren y Lee con otros caníbales más dispuestos al homicidio que ellos, pero no tiene resonancia alguna sino hasta el desenlace, cuando en apariencia es ligada al amor aunque antes de eso es expresada solo como un éxtasis que puede suceder con quien sea.
Aparte de la ausencia de teléfonos celulares, el contexto temporal de la era Reagan no provee mucho. Y sin embargo parece intentarlo. Guadagnino constantemente añade el sonido de voces en la radio. Se distingue a menudo a Ronald Reagan hablando de la gran economía estadounidense pero Bones and all no tiene que ver con eso. Se me ocurre por eso comparar el mecanismo de Guadagnino con el de The Marriage of Maria Braun (1979), de Rainer Werner Fassbinder, que usa las voces de la radio no solo para indicar los tiempos de la trama sino para construir la alegoría de una mujer que representa a Alemania Occidental y sus vínculos irresueltos con el nazismo. Bones and all no tiene mucho que decirnos sobre las reaganomics y más bien tiende a tapar sus efectos con la ternura entre Maren y Lee.
Lo único que se sostiene a medias es la idea de una divergencia rechazada por los padres que podría corresponderse con alguna forma de adicción pero Guadagnino se concentra tanto en el refugio que se dan los protagonistas que su tema termina siendo, como siempre, el amor al amor mismo; la belleza de lo bello. Es este desequilibrio entre un estilo afectivo pero aparentemente hueco que me hace preguntar si Guadagnino parte de una revuelta en contra de las tradiciones narrativas —que implican contar no solo por contar sino por esbozar ideas— o si ignora las posibilidades simbólicas de las tramas que adapta al cine. Después de pensarlo y escribirlo, al fin tengo más claridad.
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