Porno y conferencias virtuales: el Apocalipsis según Radu Jude
Radu Jude pone en juego la desobediencia a toda norma de realización cinematográfica en Do Not Expect Too Much from the End of the World. Su alegato subversivo (y desencantadamente rumano) es una sátira hilarante sobre la vida en el capitalismo tardío.
El mundo ya se acabó, pero lo saben nada más los rumanos. La protagonista de Do Not Expect Too Much from the End of the World (2023), Angela (Ilinca Manolache), lo resume en una historia impudente: en una filmación pornográfica un actor no conseguía la erección requerida para terminar una escena, a pesar del cuerpo frondoso y cálido de la actriz que lo esperaba. Para resolverlo sacó su teléfono y vio un video en PornHub, que finalmente logró levantar más que su ánimo.
Con su típica indecencia rebelde, el director y guionista rumano Radu Jude expresa la desazón ante un mundo en el que la imagen no nos salva de nada, como lo habrían deseado Jean-Luc Godard o el dúo Huillet-Straub, fundadores de la (pos)modernidad cinematográfica. Godard pensaba incluso que el cine, de haber mostrado el Holocausto mientras ocurría, habría podido detenerlo, pero hoy vemos que la masacre en Gaza no para, quizá porque en Twitter a una imagen de sangre y soldados le sucede otra más afable de un gato con disfraz de tortuga. Para Jude, que además abarca en su película el abuso capitalista —no mucho peor que el fracaso del comunismo—, Rumania es el epicentro de la distracción y la pasividad; ante eso no queda mucho más que reír. Después de todo, dice Angela, los albaneses están peor.
La trama sigue a la protagonista mientras labora en la producción de un video de prevención de accidentes, ordenado por una compañía austriaca cuyos tentáculos llegan hasta Bucarest. Angela va y viene en el hostil tráfico de la ciudad, como si se tratara de una parodia de Abbas Kiarostami y de sus largas escenas situadas en coches, pero aquí no hay aprendizajes ni transformaciones, sino cansancio y colaboración con el mal. Los viajes de Angela tienen como fin audicionar a trabajadores lesionados para hallar a uno tan ingenuo que, a cambio de mil euros, acepte ante la cámara que fue su culpa haber perdido los dedos o la movilidad de sus piernas. Ella no ignora la crueldad de su trabajo y sus patrones, es solo que también necesita ganarse la vida. Como respiro, Angela interpreta a un personaje en Tiktok llamado Bobita, que dice ser amigo del famoso acusado de tráfico sexual Andrew Tate —el filtro virtual que usa Angela para interpretarlo se parece a él, calvo y barbudo—, y de otras figuras corruptas en Rumania. Su sentido del humor es tan misógino como irresistible por excesivamente soez, cosa que a Angela no le preocupa mucho porque Bobita, dice, es una caricatura que al menos parte de su público entiende como tal.
La sinopsis apenas si abarca la sátira de Jude, que mediante sus formas subversivas desobedece toda norma de realización. Los créditos de entrada y salida, escritos en cartulinas, nos dicen mucho de su idea del cine: no se trata del espectáculo que abruma y controla los sentidos del espectador para distraerlo de su propia vida; más bien es una descarga de imágenes que nos proponen un juego de significados sobre la opresión en el mundo contemporáneo. El montaje nos dice tanto como el guion cautelosamente didáctico de Jude —claro en sus principios, pero sin moralismo de por medio—, o incluso más, al contrastar repetidamente las imágenes de Do Not Expect Too Much from the End of the World con las de una película rumana protagonizada por otra Angela que trabajaba como chofer: Angela Goes On (1982), de Lucian Bratu. La cartulina del principio anuncia este contraste sin aclarar mucho, pero poco a poco nos vamos dando cuenta de su intención.
Jude parece resuelto a trastocar el significado del remake ante las interminables secuelas y propiedades intelectuales que dominan hoy el cine industrial. En vez de reescribir la película de Bratu, Jude la pone a convivir con su interpretación de ella, y por eso cada tanto vemos a nuestra Angela atorada en su camioneta, sometida por el formato en blanco y negro, para cortar de inmediato a una imagen de la Angela de Bratu, interpretada por Dorina Lazăr. Este otro personaje se ve alegre, a color, manejando su taxi en calles libres y encontrando un romance. Si una se detiene para almorzar pescado, Jude corta a una escena de la película original donde sucede lo mismo, pero el contraste entre cada par de secuencias nos dice algo sobre la nostalgia comunista que brota en redes sociales por medio de memes: la Rumania sobreexplotada y desigual de hoy es producto de la promesa rota que filmó Bratu bajo la censura de Nicolae Ceaușescu. Jude es suspicaz ante cualquier orden económico porque vio colapsar a uno, el comunista, y vive en resistencia contra su remplazo, el capitalismo. Su Angela es igual y llama al comunista Ceaușescu un imbécil que destruyó a Rumania, pero también se queja de sus patrones que le recomiendan tomarse un café para soportar jornadas de hasta 20 horas.
La interacción de ambas Angelas culmina cuando, durante una audición, las dos se encuentran: la taxista de Bratu es ahora la madre de Ovidiu (Ovidiu Pîrsan), un trabajador paralizado de la cintura para abajo a quien la compañía que emplea a Angela termina reclutando para el video que van a producir. Dos ficciones de Rumania se juntan en la versión más franca, la más reciente, aunque, dado que una fue mentira, Jude nos aconseja lo mismo que un título del cineasta y teórico alemán Harun Farocki: desconfiar de las imágenes. En Do Not Expect Too Much from the End of the World se atraviesan planos de cine, los videos de Angela como Bobita en Tiktok, conferencias por Zoom y finalmente el video educativo en el que colabora Angela. En estas transmisiones y filmaciones encontramos el engaño, desde los filtros o los ridículos fondos de pantalla por Zoom —Doris Goethe (Nina Hoss), la ejecutiva austriaca que contrató a la compañía de Angela, flota como una deidad neoliberal sobre un fondo urbano proverbialmente encuadrado—, hasta el contenido falso del video didáctico, que mientras exculpa a la empresa de Doris describe un ambiente peligroso con equipo viejo e iluminación inadecuada.
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De hecho, es durante la filmación del video, captada por el punto de vista de la cámara en una secuencia de 40 minutos, que cuajan todos los ataques de Jude y su revolución formal. Antes de filmarlo, durante una reunión con Doris, el director del video deja muy claro el mensaje al que apunta: “Si no sigues las reglas, te jodes”. La ejecutiva lo celebra. Ya durante la filmación él le insiste a la familia de Ovidiu, el trabajador sometido por la parálisis, que está de su lado, pero cuando los austriacos escuchan que el texto parece culparlos, se les ocurre hacer el video imitando el de “Subterranean Homesick Blues”, clásico por mostrar a Bob Dylan tirando hojas de papel con la letra de la canción. La familia termina descartando rectángulos de pantalla verde en la que alguien más colocará un texto sin su aprobación. Jude hace al director hablar sobre cine en varias ocasiones y comparar su trabajo con el de los hermanos Lumière o Charles Chaplin, queriendo decir que si las imágenes no sirven para mejorar el mundo, la cinefilia menos. El castigo más grande para los habitantes del capitalismo tardío es ser, quieran o no, sus colaboradores. Nada producido en este mundo posee el menor sentido de la ética y por ello Doris Goethe expresa una mentalidad como de libro de autoayuda: los rumanos, dice, son quienes se dejan de las compañías trasnacionales; ellos tienen la culpa de su desgracia.
A lo largo de la película Jude parece ambiguo ante esta actitud, porque si bien representa el discurso de una mujer adinerada que viene a colonizar un país más pobre que el suyo, la pasividad y el intenso conservadurismo de los rumanos —criticados con furia en películas previas de Jude como I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians (2018) y Bad Luck Banging or Loony Porn (2021)— también juegan su parte en la destrucción de las ruinas que dejó Ceaușescu. Las ideas de Jude podrían parecer inclinadas al pecado original cristiano y la culpa inherente de haber nacido, pero más bien apuntan a la responsabilidad de vivir en colectivo y de resistir frente a la tentación del dinero o la sabrosa inacción desde la que todo es culpa de alguien más. Como lo dice un haikú de Issa Kobayashi citado en los créditos finales: “Caminamos en el infierno, mirando las flores”. Distraídos por las pantallas, que a su vez nos desvían del cansancio y la rabia, nos quemamos solos pero juntos.
ALONSO DÍAZ DE LA VEGA. Crítico cinematográfico para Gatopardo. En 2015 fue el primer crítico mexicano convocado por Berlinale Talents, la cumbre de jóvenes talentos del Festival Internacional de Cine de Berlín. Ha escrito sobre cine en La Tempestad, Revista Ambulante, Tierra Adentro, Frente, Butaca Ancha y Cuadrivio. En televisión participó en el programa Mi cine, tu cine, de Canal Once. A lo largo de su carrera ha participado como miembro del jurado en el Festival Internacional de Cine de Róterdam, FICUNAM, Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango, Shorts México y Doqumenta.
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