Archivo Gatopardo

Ontario bajo cero

Ontario bajo cero

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Traducción de
27
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Esta crónica cuenta las aventuras que se encuentran en Ontario bajo cero. Muchos deportes de nieve y múltiples excusas para ir a comer cosas deliciosas.

Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional Toronto Pearson muy temprano —casi de madrugada—, justo a la hora en la que el frío no perdona ni al más experto ni al más abrigado. Tomamos maleta, enredamos bufandas y subimos a la camioneta que nos llevaría en un viaje de carretera de dos horas y media al norte, adornado por paisajes color blanco como consecuencia de la gran nevada de ese fin de semana. Nuestro destino final: Muskoka, una región formada por pintorescos pueblitos, comunidades agrícolas y casas de descanso donde los locales disfrutan de un par de días junto al lago y el bosque sin importar la época del año.

Ontario bajo cero, foto 4

Como no había ningún local que tuviera una tradicional cabaña en el lago, nos tocó hospedarnos en Deerhurst, uno de los resorts más populares y antiguos de la zona. Este lugar ofrece habitaciones individuales o cabañas grandes, en su mayoría para amantes de los deportes extremos y la naturaleza. Nuestra bienvenida incluyó una pequeña excursión hacia Arrowhead Provincial Park, que está a diez minutos del resort y es uno de los 330 parques protegidos de la provincia de Ontario. Durante el invierno, uno de sus senderos principales se convierte en una popular pista de hielo que atrae, principalmente, a una gran cantidad de niños que organizan partidos de hockey hasta que anochece. Si no eres fanático del patinaje o sientes que vas a caer en cada intento, puedes intentar otras opciones, como la caminata en raquetas de nieve o simplemente disfrutar de la fogata con botana en mano. Sin embargo, vale la pena ponerse los patines y disfrutar de la experiencia de recorrer el parque a toda velocidad. O al menos intentarlo. Eso sí, siempre hay que estar preparados para que un niño de no más de cinco años acabe con tus sueños profesionales al rebasarte una y otra vez por la izquierda. Y justo cuando el frío incrementó y la caída veloz de varios copos anunciaron una posible nevada, Rey, nuestro guía, apareció con la camioneta y una jarra de chocolate caliente, convirtiéndose en el héroe de la tarde.

Ontario bajo cero, foto 3

Una de las mayores ventajas de los viajes en la nieve es que puedes justificar cada una de las calorías que consumes desde el desayuno. Con esta teoría en mente, la mañana siguiente comenzó con una dosis exagerada de hot cakes, miel y tocino. Con tantita fruta y un par de tazas de café para disimular. Luego un poquito más de tocino por eso de los diez grados bajo cero.

Comenzamos con un paseo en motonieve. Una vez que tuvimos clara la dinámica de prender, acelerar, balancear el peso en cada vuelta y frenar, arrancó nuestro recorrido por las colinas que rodean al resort y el congelado lago Peninsula. La postal resulta tan invernal que es casi imposible imaginar que aquí suceda en algún momento el verano.

Después de un lunch veloz (en el que sustituimos las calorías del tocino por las del poutine), caminamos hacia los establos de Deerhurst para disfrutar de un paseo en trineo digno de película de Disney. Pasamos el resto de la tarde probando otros deportes de invierno con más esfuerzo que habilidad. Primero fue el turno de la fat bike, una bicicleta con grandes llantas diseñadas para este tipo de rutas extremas. Aunque puede parecer un poco intimidante, su mecánica es la misma que la de una bici de montaña, y la clave está en no dejar de pedalear o la densidad de la nieve le gana a las piernas en cuestión de segundos. También probamos el esquí a campo traviesa, y comprobamos que más allá de su reputación como una actividad “aburrida”, es realmente una prueba de coordinación y técnica. Mientras nos deslizábamos por una de las pistas, tuve uno de esos bonitos momentos de tranquilidad absoluta en medio de la naturaleza y me acordé de aquella canción de la chilena Javiera Mena: “Yo prefiero tonos sol de invierno, lejos me voy a olvidarte lentamente, campo adentro”.

Ontario bajo cero, foto 2

Esa noche, con apego absoluto a la teoría de las calorías, nos despedimos de Muskoka con una gran cena y una fogata donde preparamos s’mores con un proceso casi artesanal de galleta, malvavisco, chocolate y más galleta. Porque la clave para sobrevivir al frío son las capas.

La mañana siguiente inició con un desayuno tempranero (esta vez más medido), mucho café y nuestra mejor disposición de pasar cinco horas en carretera rumbo a Ottawa. La duración del viaje no se debe tanto a la distancia entre un lugar y otro, sino al hielo que se forma en la Highway 60 en esta época del año, razón suficiente para pedirle al conductor que se tome su tiempo. Como un roadtrip canadiense no está completo sin una parada en Tim Hortons, hicimos lo propio a medio camino y aprovechamos para abastecernos de (otra) buena dosis de café. Esta vez acompañado de las típicas donas de maple y los timbits, pequeñas bolitas de masa que misteriosamente desaparecen de su empaque en menos de diez minutos.

Ontario bajo cero, foto 1

Después de un par de días en medio de la naturaleza, uno llega a extrañar, aunque sea poquito, el caos de la ciudad. Ya sea disfrutando de un resort en medio de la naturaleza o en un paseo por la ciudad totalmente cubierta de nieve (o con un poquito de sol), en definitiva, esta provincia canadiense encuentra su mejor momento durante el invierno.

Este es un fragmento del reportaje “Ontario bajo cero”, publicado en la revista Travesías 181. Descubre más en travesiasdigital.com

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Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional Toronto Pearson muy temprano —casi de madrugada—, justo a la hora en la que el frío no perdona ni al más experto ni al más abrigado. Tomamos maleta, enredamos bufandas y subimos a la camioneta que nos llevaría en un viaje de carretera de dos horas y media al norte, adornado por paisajes color blanco como consecuencia de la gran nevada de ese fin de semana. Nuestro destino final: Muskoka, una región formada por pintorescos pueblitos, comunidades agrícolas y casas de descanso donde los locales disfrutan de un par de días junto al lago y el bosque sin importar la época del año.

Ontario bajo cero, foto 4

Como no había ningún local que tuviera una tradicional cabaña en el lago, nos tocó hospedarnos en Deerhurst, uno de los resorts más populares y antiguos de la zona. Este lugar ofrece habitaciones individuales o cabañas grandes, en su mayoría para amantes de los deportes extremos y la naturaleza. Nuestra bienvenida incluyó una pequeña excursión hacia Arrowhead Provincial Park, que está a diez minutos del resort y es uno de los 330 parques protegidos de la provincia de Ontario. Durante el invierno, uno de sus senderos principales se convierte en una popular pista de hielo que atrae, principalmente, a una gran cantidad de niños que organizan partidos de hockey hasta que anochece. Si no eres fanático del patinaje o sientes que vas a caer en cada intento, puedes intentar otras opciones, como la caminata en raquetas de nieve o simplemente disfrutar de la fogata con botana en mano. Sin embargo, vale la pena ponerse los patines y disfrutar de la experiencia de recorrer el parque a toda velocidad. O al menos intentarlo. Eso sí, siempre hay que estar preparados para que un niño de no más de cinco años acabe con tus sueños profesionales al rebasarte una y otra vez por la izquierda. Y justo cuando el frío incrementó y la caída veloz de varios copos anunciaron una posible nevada, Rey, nuestro guía, apareció con la camioneta y una jarra de chocolate caliente, convirtiéndose en el héroe de la tarde.

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Comenzamos con un paseo en motonieve. Una vez que tuvimos clara la dinámica de prender, acelerar, balancear el peso en cada vuelta y frenar, arrancó nuestro recorrido por las colinas que rodean al resort y el congelado lago Peninsula. La postal resulta tan invernal que es casi imposible imaginar que aquí suceda en algún momento el verano.

Después de un lunch veloz (en el que sustituimos las calorías del tocino por las del poutine), caminamos hacia los establos de Deerhurst para disfrutar de un paseo en trineo digno de película de Disney. Pasamos el resto de la tarde probando otros deportes de invierno con más esfuerzo que habilidad. Primero fue el turno de la fat bike, una bicicleta con grandes llantas diseñadas para este tipo de rutas extremas. Aunque puede parecer un poco intimidante, su mecánica es la misma que la de una bici de montaña, y la clave está en no dejar de pedalear o la densidad de la nieve le gana a las piernas en cuestión de segundos. También probamos el esquí a campo traviesa, y comprobamos que más allá de su reputación como una actividad “aburrida”, es realmente una prueba de coordinación y técnica. Mientras nos deslizábamos por una de las pistas, tuve uno de esos bonitos momentos de tranquilidad absoluta en medio de la naturaleza y me acordé de aquella canción de la chilena Javiera Mena: “Yo prefiero tonos sol de invierno, lejos me voy a olvidarte lentamente, campo adentro”.

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Después de un par de días en medio de la naturaleza, uno llega a extrañar, aunque sea poquito, el caos de la ciudad. Ya sea disfrutando de un resort en medio de la naturaleza o en un paseo por la ciudad totalmente cubierta de nieve (o con un poquito de sol), en definitiva, esta provincia canadiense encuentra su mejor momento durante el invierno.

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Como no había ningún local que tuviera una tradicional cabaña en el lago, nos tocó hospedarnos en Deerhurst, uno de los resorts más populares y antiguos de la zona. Este lugar ofrece habitaciones individuales o cabañas grandes, en su mayoría para amantes de los deportes extremos y la naturaleza. Nuestra bienvenida incluyó una pequeña excursión hacia Arrowhead Provincial Park, que está a diez minutos del resort y es uno de los 330 parques protegidos de la provincia de Ontario. Durante el invierno, uno de sus senderos principales se convierte en una popular pista de hielo que atrae, principalmente, a una gran cantidad de niños que organizan partidos de hockey hasta que anochece. Si no eres fanático del patinaje o sientes que vas a caer en cada intento, puedes intentar otras opciones, como la caminata en raquetas de nieve o simplemente disfrutar de la fogata con botana en mano. Sin embargo, vale la pena ponerse los patines y disfrutar de la experiencia de recorrer el parque a toda velocidad. O al menos intentarlo. Eso sí, siempre hay que estar preparados para que un niño de no más de cinco años acabe con tus sueños profesionales al rebasarte una y otra vez por la izquierda. Y justo cuando el frío incrementó y la caída veloz de varios copos anunciaron una posible nevada, Rey, nuestro guía, apareció con la camioneta y una jarra de chocolate caliente, convirtiéndose en el héroe de la tarde.

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Comenzamos con un paseo en motonieve. Una vez que tuvimos clara la dinámica de prender, acelerar, balancear el peso en cada vuelta y frenar, arrancó nuestro recorrido por las colinas que rodean al resort y el congelado lago Peninsula. La postal resulta tan invernal que es casi imposible imaginar que aquí suceda en algún momento el verano.

Después de un lunch veloz (en el que sustituimos las calorías del tocino por las del poutine), caminamos hacia los establos de Deerhurst para disfrutar de un paseo en trineo digno de película de Disney. Pasamos el resto de la tarde probando otros deportes de invierno con más esfuerzo que habilidad. Primero fue el turno de la fat bike, una bicicleta con grandes llantas diseñadas para este tipo de rutas extremas. Aunque puede parecer un poco intimidante, su mecánica es la misma que la de una bici de montaña, y la clave está en no dejar de pedalear o la densidad de la nieve le gana a las piernas en cuestión de segundos. También probamos el esquí a campo traviesa, y comprobamos que más allá de su reputación como una actividad “aburrida”, es realmente una prueba de coordinación y técnica. Mientras nos deslizábamos por una de las pistas, tuve uno de esos bonitos momentos de tranquilidad absoluta en medio de la naturaleza y me acordé de aquella canción de la chilena Javiera Mena: “Yo prefiero tonos sol de invierno, lejos me voy a olvidarte lentamente, campo adentro”.

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La mañana siguiente inició con un desayuno tempranero (esta vez más medido), mucho café y nuestra mejor disposición de pasar cinco horas en carretera rumbo a Ottawa. La duración del viaje no se debe tanto a la distancia entre un lugar y otro, sino al hielo que se forma en la Highway 60 en esta época del año, razón suficiente para pedirle al conductor que se tome su tiempo. Como un roadtrip canadiense no está completo sin una parada en Tim Hortons, hicimos lo propio a medio camino y aprovechamos para abastecernos de (otra) buena dosis de café. Esta vez acompañado de las típicas donas de maple y los timbits, pequeñas bolitas de masa que misteriosamente desaparecen de su empaque en menos de diez minutos.

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Después de un par de días en medio de la naturaleza, uno llega a extrañar, aunque sea poquito, el caos de la ciudad. Ya sea disfrutando de un resort en medio de la naturaleza o en un paseo por la ciudad totalmente cubierta de nieve (o con un poquito de sol), en definitiva, esta provincia canadiense encuentra su mejor momento durante el invierno.

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Una de las mayores ventajas de los viajes en la nieve es que puedes justificar cada una de las calorías que consumes desde el desayuno. Con esta teoría en mente, la mañana siguiente comenzó con una dosis exagerada de hot cakes, miel y tocino. Con tantita fruta y un par de tazas de café para disimular. Luego un poquito más de tocino por eso de los diez grados bajo cero.

Comenzamos con un paseo en motonieve. Una vez que tuvimos clara la dinámica de prender, acelerar, balancear el peso en cada vuelta y frenar, arrancó nuestro recorrido por las colinas que rodean al resort y el congelado lago Peninsula. La postal resulta tan invernal que es casi imposible imaginar que aquí suceda en algún momento el verano.

Después de un lunch veloz (en el que sustituimos las calorías del tocino por las del poutine), caminamos hacia los establos de Deerhurst para disfrutar de un paseo en trineo digno de película de Disney. Pasamos el resto de la tarde probando otros deportes de invierno con más esfuerzo que habilidad. Primero fue el turno de la fat bike, una bicicleta con grandes llantas diseñadas para este tipo de rutas extremas. Aunque puede parecer un poco intimidante, su mecánica es la misma que la de una bici de montaña, y la clave está en no dejar de pedalear o la densidad de la nieve le gana a las piernas en cuestión de segundos. También probamos el esquí a campo traviesa, y comprobamos que más allá de su reputación como una actividad “aburrida”, es realmente una prueba de coordinación y técnica. Mientras nos deslizábamos por una de las pistas, tuve uno de esos bonitos momentos de tranquilidad absoluta en medio de la naturaleza y me acordé de aquella canción de la chilena Javiera Mena: “Yo prefiero tonos sol de invierno, lejos me voy a olvidarte lentamente, campo adentro”.

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Esa noche, con apego absoluto a la teoría de las calorías, nos despedimos de Muskoka con una gran cena y una fogata donde preparamos s’mores con un proceso casi artesanal de galleta, malvavisco, chocolate y más galleta. Porque la clave para sobrevivir al frío son las capas.

La mañana siguiente inició con un desayuno tempranero (esta vez más medido), mucho café y nuestra mejor disposición de pasar cinco horas en carretera rumbo a Ottawa. La duración del viaje no se debe tanto a la distancia entre un lugar y otro, sino al hielo que se forma en la Highway 60 en esta época del año, razón suficiente para pedirle al conductor que se tome su tiempo. Como un roadtrip canadiense no está completo sin una parada en Tim Hortons, hicimos lo propio a medio camino y aprovechamos para abastecernos de (otra) buena dosis de café. Esta vez acompañado de las típicas donas de maple y los timbits, pequeñas bolitas de masa que misteriosamente desaparecen de su empaque en menos de diez minutos.

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Después de un par de días en medio de la naturaleza, uno llega a extrañar, aunque sea poquito, el caos de la ciudad. Ya sea disfrutando de un resort en medio de la naturaleza o en un paseo por la ciudad totalmente cubierta de nieve (o con un poquito de sol), en definitiva, esta provincia canadiense encuentra su mejor momento durante el invierno.

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Una de las mayores ventajas de los viajes en la nieve es que puedes justificar cada una de las calorías que consumes desde el desayuno. Con esta teoría en mente, la mañana siguiente comenzó con una dosis exagerada de hot cakes, miel y tocino. Con tantita fruta y un par de tazas de café para disimular. Luego un poquito más de tocino por eso de los diez grados bajo cero.

Comenzamos con un paseo en motonieve. Una vez que tuvimos clara la dinámica de prender, acelerar, balancear el peso en cada vuelta y frenar, arrancó nuestro recorrido por las colinas que rodean al resort y el congelado lago Peninsula. La postal resulta tan invernal que es casi imposible imaginar que aquí suceda en algún momento el verano.

Después de un lunch veloz (en el que sustituimos las calorías del tocino por las del poutine), caminamos hacia los establos de Deerhurst para disfrutar de un paseo en trineo digno de película de Disney. Pasamos el resto de la tarde probando otros deportes de invierno con más esfuerzo que habilidad. Primero fue el turno de la fat bike, una bicicleta con grandes llantas diseñadas para este tipo de rutas extremas. Aunque puede parecer un poco intimidante, su mecánica es la misma que la de una bici de montaña, y la clave está en no dejar de pedalear o la densidad de la nieve le gana a las piernas en cuestión de segundos. También probamos el esquí a campo traviesa, y comprobamos que más allá de su reputación como una actividad “aburrida”, es realmente una prueba de coordinación y técnica. Mientras nos deslizábamos por una de las pistas, tuve uno de esos bonitos momentos de tranquilidad absoluta en medio de la naturaleza y me acordé de aquella canción de la chilena Javiera Mena: “Yo prefiero tonos sol de invierno, lejos me voy a olvidarte lentamente, campo adentro”.

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