No items found.
No items found.
No items found.
No items found.

Desde las voces más disidentes y las vetas más independientes se está hablando, de manera frontal, sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay.
En una escena musical criada bajo una educación machista, la poética sentimental de miradas no hegemónicas, de lo <i>queer</i> a lo no binario, nace con artistas como Luisa Almaguer o La Bruja de Texcoco.
La canción mexicana, como la idiosincrasia nacional, descansa en ese cómodo verso que enuncia: somos un país de contrastes y extremos casi surrealistas. Ahí donde se instalan las narrativas totalitarias y las frases sentenciosas que buscan amarrar —casi siempre sin lograrlo— una identidad completa; habitan también la imprecisión, lo incompleto e incluso la caricatura falaz, aunque algo es cierto y suena a todo volumen: la historia del sentimiento mexicano le sienta bien al romanticismo heteronormado, infiel pero monógamo de ley, que raya en el dolor autoinfligido de macho. Sin embargo, los matices y las complejidades del mundo real siempre han latido para hablar de las subtramas y la amplitud de aquello que podríamos llamar “querer a la mexicana”.
En los últimos meses, a pregunta expresa sobre las brechas de género y la inclusión, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum zanjó que el país ya no es machista. Y si bien valen los ánimos y esfuerzos por trastocar los discursos imperantes una y otra vez hasta que se hagan realidad, es en la calle, las escuelas, las estadísticas y, sobre todo, en casa donde atestiguamos que el día a día es distinto: la educación sentimental mexicana ha caminado dominada por la mirada masculina que posee, roba, traiciona y sufre a su "prenda amada".
{{ linea }}
Porque para amarme,
te di mil razones.
Voy a darte el doble,
pero pa’ que me odies y con ganas
de no haberme conocido.
Voy a ser tu peor castigo.,
Voy a ser la piedra en tu camino.
“El Tóxico”, Grupo Firme
{{ linea }}
Una de las discusiones más recurrentes en torno al tema es la expresión de esta forma de ver al mundo vía la canción popular. Y si bien el querer como quiere el hombre heterosexual macho está presente en la música vernácula, principalmente en la diáspora ranchera, el rock local de mayor calado también ha tenido que aprender del folclor mexicano para generar arraigo e identificación.
De los corridos de rancho a los tropiezos expresivos del pop, las formas del afecto y el amor en la música nacional han pasado más por “Mátalas” de Alejandro Fernandez, el “par de balazos” en la ya revisada “Ingrata” de Café Tacvba o el “perra arrabalera” de Molotov que por la sutileza, la transversalidad expansiva del amor o los afectos mutuos. El anecdotario machirulo de Fher de Maná —uno de los bastiones musicales de “lo mexicano” y que está nominado para entrar al Salón de la Fama del Rock— sigue viéndose como una puntada de tío, más que una proyección del vicio amoroso que enraíza a hombres tequileros o víctimas del engaño de una mujer mala que no valora su corazón.
Te recomendamos leer: ¿Por qué los hombres no hablan de su salud mental?
"En la música ranchera, en los corridos y en los boleros, el hombre es el que sufre, el que canta su pena, pero también el que manda y el que dicta las reglas del amor y del desamor. La mujer, en cambio, es la musa, la traidora o la madre, rara vez un sujeto con voz propia", de acuerdo con Gabriela Cano, historiadora y experta en estudios de género en México.
La educación sentimental en la canción mexicana hoy puede escribirse desde un nuevo capítulo más diverso, complejo y habitable.
¿Y los homosexuales, lesbianas, transexuales, demisexuales, afectos no binarios y las otras formas de querer tienen canción?, ¿en qué momento se habla de una música completamente mexicana que entienda el amor desde las antípodas disidentes?
¿Te acuerdas, te acuerdas de Rafael?
Vivía en la otra calle, en el número tres.
Ayer me lo encontré
vestido de mujer.
La gente nos miraba
y fuimos a un café.
Él estaba bien.
Me hablaba de Carlos,
dos años junto a él.
Él estaba bien,
muy bien,
Un nublado día
Carlos se fue.
Se fue.
“Rafael”, Maldita Vecindad
Un viejo nuevo amor no se olvida ni se deja
Si bien los matices y las excepciones en el cancionero romántico mexicano han existido y empujado (asombra, por ejemplo, el revuelo que causó el “de hombre a hombre…”, en “El baile y el salón” del mismo Café Tacvba, ya bien entrados los noventa), la regla ha estado inclinada hacia las heterojerarquías.
Hasta hace muy poco, con temáticas románticas, las disidencias sentimentales solo habían tenido una posibilidad en forma de camuflajes del lenguaje, sugerencias interpretativas (lo que se ve no se juzga, Juan Gabriel dixit), o bien la burla maquillada de humor y de desenlace fatal. “Diva francesa” de Rodrigo González o “Rafael” de Maldita Vecindad nos recuerdan que las personas y los sentimientos marginados han respirado siempre un aire opresivo de hostilidad y desdén social.
Durante las dos últimas décadas en el mundo, más por fuerza de gravedad y participación de mercado que por sensibilidad y sintonía socialmente abierta frente a las transformaciones socioculturales, el paisaje musical popular de México se abrió paso hacia otros horizontes. Al menos desde las voces más disidentes y las vetas más independientes, se está hablando de manera frontal sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay o de otra índole que no sea la del eterno amor filial monógamo y heteronormado.
Un amor eterno que cuando decide aflojar la rienda apenas logra una licencia del tipo “Gavilán o paloma”, creada por Rafael Pérez Botija e interpretada por José José, o la “Macorina” de Alfonso Camín y versionada por Chavela Vargas, esta última considerada la canción más queer que haya podido tener Latinoamérica en su historia.
"Cada vez que Chavela Vargas cantaba la canción le ponía tanta sexualidad, deseo y una especie de sensualidad que sabías por qué la estaba cantando y a quién se la estaba cantando. Se la cantaba a una mujer", señala Marvette Pérez, curadora de cultura y música latinoamericana para el Museo Smithsonian de Historia Americana.
Hacia otros sonidos de la nueva canción mexicana
Para este primer cuarto de siglo en México, el trabajo de artistas como Maricuir, Valeria Wolf, Zemmoa, Arroba Nat, Luisa Almaguer, La Bruja de Texcoco, Joaquina Mertz, Rosas o Manitas Nerviosas (que falleció en julio de 2022) hablan en sus letras de otras formas de afectos posibles, especialmente en un país donde los feminicidios no cesan y la cultura del humor continúa siendo homofóbica y sexualmente humillante.
En un país donde el “me siento bien pero me siento mal” de Cecilia Toussaint era una anomalía que representaba y simpatizaba con una minoría notable; una además rodeada de mujeres roqueras y otras miradas no hegemónicas de su época (difícil no pensar también en iniciativas como MCC o las expresiones musicales venidas del Grupo Lambda de Liberación Homosexual de finales de los setenta).
Ahora, el panorama y la sensibilidad de la canción contemporánea fluye hacia horizontes múltiples, bellamente transversales y con miradas en transición, más allá de la eterna narrativa de “a quien quiero no me quiere y por eso le extermino”.
Incluso cuando el verso no es literal ni vela doble discurso, hay nuevas frecuencias de sentimientos que parece han llevado décadas amordazados. Cuando Luisa Almaguer dice: Nos dieron ganas de llorar, / pero nos interrumpió la tristeza. / La idea de no recuperar / la carcajada perdida (“Un día nos vamos a morir”), se siente más honesto, cercano, genuino y sí, distinto.
La canción mexicana moderna no ha renunciado del todo a su tradición formal, llena de ese romanticismo musical de la melodía local, donde los coros y los versos —tan boleros y baladas como himnos guitarreros— engalanan de extrañamiento, ilusiones y desencuentros sentimentales el corazón. El ecosistema sonoro del país está mutando de a poco por caminos mucho menos impositivos y sí más gozosos, desde la trova que puede ser trip hop, un feminismo que se baila o la búsqueda de libertad e identidad, o hasta el ruidismo cancionero, las exploraciones electrónicas y otras herramientas compositivas para plasmar aquello que algunos aún amarran como “otredades”.
Sé que tienes miedo, es un sentimiento que no puedes controlar.
Solo recuerda que hay que ser sinceras al andar.
“Chéni” (miedo), La Bruja de Texcoco
Habrá que ser justos con el presente y saber que la mayor parte del cancionero contemporáneo del amor, al estilo romancero del siglo XIX, aún late en el inconsciente popular, ahí donde el pasado no se borra de un plumazo y donde el ahora nos llama desde un deseo carnal masculino disfrazado de sentimentalismo.
Sin embargo, las otras voces cada día son más claras, coloridas y diáfanas, y encuentran oídos atentos que hacen suyas esas canciones, aprendiendo que hay otras dimensiones para los afectos.
Si históricamente las ideas son capaces de tomar muchas formas y transformar el mundo —de a poco, de a mucho—, el cancionero popular mexicano, al menos en su veta romántica, vive un momento único para construir un nuevo mundo. Uno mucho más en sintonía con el presente nacional, uno que está viviendo el futuro que desea. Un mundo que ya no se robaría a caballo a una mujer, que se dio cuenta de que el amor no posee y que la reciprocidad revela mundos, universos personales y dinámicas sociales distintas, posibles y, sobre todo, deseables.
{{ linea }}
En una escena musical criada bajo una educación machista, la poética sentimental de miradas no hegemónicas, de lo <i>queer</i> a lo no binario, nace con artistas como Luisa Almaguer o La Bruja de Texcoco.
La canción mexicana, como la idiosincrasia nacional, descansa en ese cómodo verso que enuncia: somos un país de contrastes y extremos casi surrealistas. Ahí donde se instalan las narrativas totalitarias y las frases sentenciosas que buscan amarrar —casi siempre sin lograrlo— una identidad completa; habitan también la imprecisión, lo incompleto e incluso la caricatura falaz, aunque algo es cierto y suena a todo volumen: la historia del sentimiento mexicano le sienta bien al romanticismo heteronormado, infiel pero monógamo de ley, que raya en el dolor autoinfligido de macho. Sin embargo, los matices y las complejidades del mundo real siempre han latido para hablar de las subtramas y la amplitud de aquello que podríamos llamar “querer a la mexicana”.
En los últimos meses, a pregunta expresa sobre las brechas de género y la inclusión, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum zanjó que el país ya no es machista. Y si bien valen los ánimos y esfuerzos por trastocar los discursos imperantes una y otra vez hasta que se hagan realidad, es en la calle, las escuelas, las estadísticas y, sobre todo, en casa donde atestiguamos que el día a día es distinto: la educación sentimental mexicana ha caminado dominada por la mirada masculina que posee, roba, traiciona y sufre a su "prenda amada".
{{ linea }}
Porque para amarme,
te di mil razones.
Voy a darte el doble,
pero pa’ que me odies y con ganas
de no haberme conocido.
Voy a ser tu peor castigo.,
Voy a ser la piedra en tu camino.
“El Tóxico”, Grupo Firme
{{ linea }}
Una de las discusiones más recurrentes en torno al tema es la expresión de esta forma de ver al mundo vía la canción popular. Y si bien el querer como quiere el hombre heterosexual macho está presente en la música vernácula, principalmente en la diáspora ranchera, el rock local de mayor calado también ha tenido que aprender del folclor mexicano para generar arraigo e identificación.
De los corridos de rancho a los tropiezos expresivos del pop, las formas del afecto y el amor en la música nacional han pasado más por “Mátalas” de Alejandro Fernandez, el “par de balazos” en la ya revisada “Ingrata” de Café Tacvba o el “perra arrabalera” de Molotov que por la sutileza, la transversalidad expansiva del amor o los afectos mutuos. El anecdotario machirulo de Fher de Maná —uno de los bastiones musicales de “lo mexicano” y que está nominado para entrar al Salón de la Fama del Rock— sigue viéndose como una puntada de tío, más que una proyección del vicio amoroso que enraíza a hombres tequileros o víctimas del engaño de una mujer mala que no valora su corazón.
Te recomendamos leer: ¿Por qué los hombres no hablan de su salud mental?
"En la música ranchera, en los corridos y en los boleros, el hombre es el que sufre, el que canta su pena, pero también el que manda y el que dicta las reglas del amor y del desamor. La mujer, en cambio, es la musa, la traidora o la madre, rara vez un sujeto con voz propia", de acuerdo con Gabriela Cano, historiadora y experta en estudios de género en México.
La educación sentimental en la canción mexicana hoy puede escribirse desde un nuevo capítulo más diverso, complejo y habitable.
¿Y los homosexuales, lesbianas, transexuales, demisexuales, afectos no binarios y las otras formas de querer tienen canción?, ¿en qué momento se habla de una música completamente mexicana que entienda el amor desde las antípodas disidentes?
¿Te acuerdas, te acuerdas de Rafael?
Vivía en la otra calle, en el número tres.
Ayer me lo encontré
vestido de mujer.
La gente nos miraba
y fuimos a un café.
Él estaba bien.
Me hablaba de Carlos,
dos años junto a él.
Él estaba bien,
muy bien,
Un nublado día
Carlos se fue.
Se fue.
“Rafael”, Maldita Vecindad
Un viejo nuevo amor no se olvida ni se deja
Si bien los matices y las excepciones en el cancionero romántico mexicano han existido y empujado (asombra, por ejemplo, el revuelo que causó el “de hombre a hombre…”, en “El baile y el salón” del mismo Café Tacvba, ya bien entrados los noventa), la regla ha estado inclinada hacia las heterojerarquías.
Hasta hace muy poco, con temáticas románticas, las disidencias sentimentales solo habían tenido una posibilidad en forma de camuflajes del lenguaje, sugerencias interpretativas (lo que se ve no se juzga, Juan Gabriel dixit), o bien la burla maquillada de humor y de desenlace fatal. “Diva francesa” de Rodrigo González o “Rafael” de Maldita Vecindad nos recuerdan que las personas y los sentimientos marginados han respirado siempre un aire opresivo de hostilidad y desdén social.
Durante las dos últimas décadas en el mundo, más por fuerza de gravedad y participación de mercado que por sensibilidad y sintonía socialmente abierta frente a las transformaciones socioculturales, el paisaje musical popular de México se abrió paso hacia otros horizontes. Al menos desde las voces más disidentes y las vetas más independientes, se está hablando de manera frontal sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay o de otra índole que no sea la del eterno amor filial monógamo y heteronormado.
Un amor eterno que cuando decide aflojar la rienda apenas logra una licencia del tipo “Gavilán o paloma”, creada por Rafael Pérez Botija e interpretada por José José, o la “Macorina” de Alfonso Camín y versionada por Chavela Vargas, esta última considerada la canción más queer que haya podido tener Latinoamérica en su historia.
"Cada vez que Chavela Vargas cantaba la canción le ponía tanta sexualidad, deseo y una especie de sensualidad que sabías por qué la estaba cantando y a quién se la estaba cantando. Se la cantaba a una mujer", señala Marvette Pérez, curadora de cultura y música latinoamericana para el Museo Smithsonian de Historia Americana.
Hacia otros sonidos de la nueva canción mexicana
Para este primer cuarto de siglo en México, el trabajo de artistas como Maricuir, Valeria Wolf, Zemmoa, Arroba Nat, Luisa Almaguer, La Bruja de Texcoco, Joaquina Mertz, Rosas o Manitas Nerviosas (que falleció en julio de 2022) hablan en sus letras de otras formas de afectos posibles, especialmente en un país donde los feminicidios no cesan y la cultura del humor continúa siendo homofóbica y sexualmente humillante.
En un país donde el “me siento bien pero me siento mal” de Cecilia Toussaint era una anomalía que representaba y simpatizaba con una minoría notable; una además rodeada de mujeres roqueras y otras miradas no hegemónicas de su época (difícil no pensar también en iniciativas como MCC o las expresiones musicales venidas del Grupo Lambda de Liberación Homosexual de finales de los setenta).
Ahora, el panorama y la sensibilidad de la canción contemporánea fluye hacia horizontes múltiples, bellamente transversales y con miradas en transición, más allá de la eterna narrativa de “a quien quiero no me quiere y por eso le extermino”.
Incluso cuando el verso no es literal ni vela doble discurso, hay nuevas frecuencias de sentimientos que parece han llevado décadas amordazados. Cuando Luisa Almaguer dice: Nos dieron ganas de llorar, / pero nos interrumpió la tristeza. / La idea de no recuperar / la carcajada perdida (“Un día nos vamos a morir”), se siente más honesto, cercano, genuino y sí, distinto.
La canción mexicana moderna no ha renunciado del todo a su tradición formal, llena de ese romanticismo musical de la melodía local, donde los coros y los versos —tan boleros y baladas como himnos guitarreros— engalanan de extrañamiento, ilusiones y desencuentros sentimentales el corazón. El ecosistema sonoro del país está mutando de a poco por caminos mucho menos impositivos y sí más gozosos, desde la trova que puede ser trip hop, un feminismo que se baila o la búsqueda de libertad e identidad, o hasta el ruidismo cancionero, las exploraciones electrónicas y otras herramientas compositivas para plasmar aquello que algunos aún amarran como “otredades”.
Sé que tienes miedo, es un sentimiento que no puedes controlar.
Solo recuerda que hay que ser sinceras al andar.
“Chéni” (miedo), La Bruja de Texcoco
Habrá que ser justos con el presente y saber que la mayor parte del cancionero contemporáneo del amor, al estilo romancero del siglo XIX, aún late en el inconsciente popular, ahí donde el pasado no se borra de un plumazo y donde el ahora nos llama desde un deseo carnal masculino disfrazado de sentimentalismo.
Sin embargo, las otras voces cada día son más claras, coloridas y diáfanas, y encuentran oídos atentos que hacen suyas esas canciones, aprendiendo que hay otras dimensiones para los afectos.
Si históricamente las ideas son capaces de tomar muchas formas y transformar el mundo —de a poco, de a mucho—, el cancionero popular mexicano, al menos en su veta romántica, vive un momento único para construir un nuevo mundo. Uno mucho más en sintonía con el presente nacional, uno que está viviendo el futuro que desea. Un mundo que ya no se robaría a caballo a una mujer, que se dio cuenta de que el amor no posee y que la reciprocidad revela mundos, universos personales y dinámicas sociales distintas, posibles y, sobre todo, deseables.
{{ linea }}

Desde las voces más disidentes y las vetas más independientes se está hablando, de manera frontal, sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay.
En una escena musical criada bajo una educación machista, la poética sentimental de miradas no hegemónicas, de lo <i>queer</i> a lo no binario, nace con artistas como Luisa Almaguer o La Bruja de Texcoco.
La canción mexicana, como la idiosincrasia nacional, descansa en ese cómodo verso que enuncia: somos un país de contrastes y extremos casi surrealistas. Ahí donde se instalan las narrativas totalitarias y las frases sentenciosas que buscan amarrar —casi siempre sin lograrlo— una identidad completa; habitan también la imprecisión, lo incompleto e incluso la caricatura falaz, aunque algo es cierto y suena a todo volumen: la historia del sentimiento mexicano le sienta bien al romanticismo heteronormado, infiel pero monógamo de ley, que raya en el dolor autoinfligido de macho. Sin embargo, los matices y las complejidades del mundo real siempre han latido para hablar de las subtramas y la amplitud de aquello que podríamos llamar “querer a la mexicana”.
En los últimos meses, a pregunta expresa sobre las brechas de género y la inclusión, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum zanjó que el país ya no es machista. Y si bien valen los ánimos y esfuerzos por trastocar los discursos imperantes una y otra vez hasta que se hagan realidad, es en la calle, las escuelas, las estadísticas y, sobre todo, en casa donde atestiguamos que el día a día es distinto: la educación sentimental mexicana ha caminado dominada por la mirada masculina que posee, roba, traiciona y sufre a su "prenda amada".
{{ linea }}
Porque para amarme,
te di mil razones.
Voy a darte el doble,
pero pa’ que me odies y con ganas
de no haberme conocido.
Voy a ser tu peor castigo.,
Voy a ser la piedra en tu camino.
“El Tóxico”, Grupo Firme
{{ linea }}
Una de las discusiones más recurrentes en torno al tema es la expresión de esta forma de ver al mundo vía la canción popular. Y si bien el querer como quiere el hombre heterosexual macho está presente en la música vernácula, principalmente en la diáspora ranchera, el rock local de mayor calado también ha tenido que aprender del folclor mexicano para generar arraigo e identificación.
De los corridos de rancho a los tropiezos expresivos del pop, las formas del afecto y el amor en la música nacional han pasado más por “Mátalas” de Alejandro Fernandez, el “par de balazos” en la ya revisada “Ingrata” de Café Tacvba o el “perra arrabalera” de Molotov que por la sutileza, la transversalidad expansiva del amor o los afectos mutuos. El anecdotario machirulo de Fher de Maná —uno de los bastiones musicales de “lo mexicano” y que está nominado para entrar al Salón de la Fama del Rock— sigue viéndose como una puntada de tío, más que una proyección del vicio amoroso que enraíza a hombres tequileros o víctimas del engaño de una mujer mala que no valora su corazón.
Te recomendamos leer: ¿Por qué los hombres no hablan de su salud mental?
"En la música ranchera, en los corridos y en los boleros, el hombre es el que sufre, el que canta su pena, pero también el que manda y el que dicta las reglas del amor y del desamor. La mujer, en cambio, es la musa, la traidora o la madre, rara vez un sujeto con voz propia", de acuerdo con Gabriela Cano, historiadora y experta en estudios de género en México.
La educación sentimental en la canción mexicana hoy puede escribirse desde un nuevo capítulo más diverso, complejo y habitable.
¿Y los homosexuales, lesbianas, transexuales, demisexuales, afectos no binarios y las otras formas de querer tienen canción?, ¿en qué momento se habla de una música completamente mexicana que entienda el amor desde las antípodas disidentes?
¿Te acuerdas, te acuerdas de Rafael?
Vivía en la otra calle, en el número tres.
Ayer me lo encontré
vestido de mujer.
La gente nos miraba
y fuimos a un café.
Él estaba bien.
Me hablaba de Carlos,
dos años junto a él.
Él estaba bien,
muy bien,
Un nublado día
Carlos se fue.
Se fue.
“Rafael”, Maldita Vecindad
Un viejo nuevo amor no se olvida ni se deja
Si bien los matices y las excepciones en el cancionero romántico mexicano han existido y empujado (asombra, por ejemplo, el revuelo que causó el “de hombre a hombre…”, en “El baile y el salón” del mismo Café Tacvba, ya bien entrados los noventa), la regla ha estado inclinada hacia las heterojerarquías.
Hasta hace muy poco, con temáticas románticas, las disidencias sentimentales solo habían tenido una posibilidad en forma de camuflajes del lenguaje, sugerencias interpretativas (lo que se ve no se juzga, Juan Gabriel dixit), o bien la burla maquillada de humor y de desenlace fatal. “Diva francesa” de Rodrigo González o “Rafael” de Maldita Vecindad nos recuerdan que las personas y los sentimientos marginados han respirado siempre un aire opresivo de hostilidad y desdén social.
Durante las dos últimas décadas en el mundo, más por fuerza de gravedad y participación de mercado que por sensibilidad y sintonía socialmente abierta frente a las transformaciones socioculturales, el paisaje musical popular de México se abrió paso hacia otros horizontes. Al menos desde las voces más disidentes y las vetas más independientes, se está hablando de manera frontal sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay o de otra índole que no sea la del eterno amor filial monógamo y heteronormado.
Un amor eterno que cuando decide aflojar la rienda apenas logra una licencia del tipo “Gavilán o paloma”, creada por Rafael Pérez Botija e interpretada por José José, o la “Macorina” de Alfonso Camín y versionada por Chavela Vargas, esta última considerada la canción más queer que haya podido tener Latinoamérica en su historia.
"Cada vez que Chavela Vargas cantaba la canción le ponía tanta sexualidad, deseo y una especie de sensualidad que sabías por qué la estaba cantando y a quién se la estaba cantando. Se la cantaba a una mujer", señala Marvette Pérez, curadora de cultura y música latinoamericana para el Museo Smithsonian de Historia Americana.
Hacia otros sonidos de la nueva canción mexicana
Para este primer cuarto de siglo en México, el trabajo de artistas como Maricuir, Valeria Wolf, Zemmoa, Arroba Nat, Luisa Almaguer, La Bruja de Texcoco, Joaquina Mertz, Rosas o Manitas Nerviosas (que falleció en julio de 2022) hablan en sus letras de otras formas de afectos posibles, especialmente en un país donde los feminicidios no cesan y la cultura del humor continúa siendo homofóbica y sexualmente humillante.
En un país donde el “me siento bien pero me siento mal” de Cecilia Toussaint era una anomalía que representaba y simpatizaba con una minoría notable; una además rodeada de mujeres roqueras y otras miradas no hegemónicas de su época (difícil no pensar también en iniciativas como MCC o las expresiones musicales venidas del Grupo Lambda de Liberación Homosexual de finales de los setenta).
Ahora, el panorama y la sensibilidad de la canción contemporánea fluye hacia horizontes múltiples, bellamente transversales y con miradas en transición, más allá de la eterna narrativa de “a quien quiero no me quiere y por eso le extermino”.
Incluso cuando el verso no es literal ni vela doble discurso, hay nuevas frecuencias de sentimientos que parece han llevado décadas amordazados. Cuando Luisa Almaguer dice: Nos dieron ganas de llorar, / pero nos interrumpió la tristeza. / La idea de no recuperar / la carcajada perdida (“Un día nos vamos a morir”), se siente más honesto, cercano, genuino y sí, distinto.
La canción mexicana moderna no ha renunciado del todo a su tradición formal, llena de ese romanticismo musical de la melodía local, donde los coros y los versos —tan boleros y baladas como himnos guitarreros— engalanan de extrañamiento, ilusiones y desencuentros sentimentales el corazón. El ecosistema sonoro del país está mutando de a poco por caminos mucho menos impositivos y sí más gozosos, desde la trova que puede ser trip hop, un feminismo que se baila o la búsqueda de libertad e identidad, o hasta el ruidismo cancionero, las exploraciones electrónicas y otras herramientas compositivas para plasmar aquello que algunos aún amarran como “otredades”.
Sé que tienes miedo, es un sentimiento que no puedes controlar.
Solo recuerda que hay que ser sinceras al andar.
“Chéni” (miedo), La Bruja de Texcoco
Habrá que ser justos con el presente y saber que la mayor parte del cancionero contemporáneo del amor, al estilo romancero del siglo XIX, aún late en el inconsciente popular, ahí donde el pasado no se borra de un plumazo y donde el ahora nos llama desde un deseo carnal masculino disfrazado de sentimentalismo.
Sin embargo, las otras voces cada día son más claras, coloridas y diáfanas, y encuentran oídos atentos que hacen suyas esas canciones, aprendiendo que hay otras dimensiones para los afectos.
Si históricamente las ideas son capaces de tomar muchas formas y transformar el mundo —de a poco, de a mucho—, el cancionero popular mexicano, al menos en su veta romántica, vive un momento único para construir un nuevo mundo. Uno mucho más en sintonía con el presente nacional, uno que está viviendo el futuro que desea. Un mundo que ya no se robaría a caballo a una mujer, que se dio cuenta de que el amor no posee y que la reciprocidad revela mundos, universos personales y dinámicas sociales distintas, posibles y, sobre todo, deseables.
{{ linea }}

En una escena musical criada bajo una educación machista, la poética sentimental de miradas no hegemónicas, de lo <i>queer</i> a lo no binario, nace con artistas como Luisa Almaguer o La Bruja de Texcoco.
La canción mexicana, como la idiosincrasia nacional, descansa en ese cómodo verso que enuncia: somos un país de contrastes y extremos casi surrealistas. Ahí donde se instalan las narrativas totalitarias y las frases sentenciosas que buscan amarrar —casi siempre sin lograrlo— una identidad completa; habitan también la imprecisión, lo incompleto e incluso la caricatura falaz, aunque algo es cierto y suena a todo volumen: la historia del sentimiento mexicano le sienta bien al romanticismo heteronormado, infiel pero monógamo de ley, que raya en el dolor autoinfligido de macho. Sin embargo, los matices y las complejidades del mundo real siempre han latido para hablar de las subtramas y la amplitud de aquello que podríamos llamar “querer a la mexicana”.
En los últimos meses, a pregunta expresa sobre las brechas de género y la inclusión, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum zanjó que el país ya no es machista. Y si bien valen los ánimos y esfuerzos por trastocar los discursos imperantes una y otra vez hasta que se hagan realidad, es en la calle, las escuelas, las estadísticas y, sobre todo, en casa donde atestiguamos que el día a día es distinto: la educación sentimental mexicana ha caminado dominada por la mirada masculina que posee, roba, traiciona y sufre a su "prenda amada".
{{ linea }}
Porque para amarme,
te di mil razones.
Voy a darte el doble,
pero pa’ que me odies y con ganas
de no haberme conocido.
Voy a ser tu peor castigo.,
Voy a ser la piedra en tu camino.
“El Tóxico”, Grupo Firme
{{ linea }}
Una de las discusiones más recurrentes en torno al tema es la expresión de esta forma de ver al mundo vía la canción popular. Y si bien el querer como quiere el hombre heterosexual macho está presente en la música vernácula, principalmente en la diáspora ranchera, el rock local de mayor calado también ha tenido que aprender del folclor mexicano para generar arraigo e identificación.
De los corridos de rancho a los tropiezos expresivos del pop, las formas del afecto y el amor en la música nacional han pasado más por “Mátalas” de Alejandro Fernandez, el “par de balazos” en la ya revisada “Ingrata” de Café Tacvba o el “perra arrabalera” de Molotov que por la sutileza, la transversalidad expansiva del amor o los afectos mutuos. El anecdotario machirulo de Fher de Maná —uno de los bastiones musicales de “lo mexicano” y que está nominado para entrar al Salón de la Fama del Rock— sigue viéndose como una puntada de tío, más que una proyección del vicio amoroso que enraíza a hombres tequileros o víctimas del engaño de una mujer mala que no valora su corazón.
Te recomendamos leer: ¿Por qué los hombres no hablan de su salud mental?
"En la música ranchera, en los corridos y en los boleros, el hombre es el que sufre, el que canta su pena, pero también el que manda y el que dicta las reglas del amor y del desamor. La mujer, en cambio, es la musa, la traidora o la madre, rara vez un sujeto con voz propia", de acuerdo con Gabriela Cano, historiadora y experta en estudios de género en México.
La educación sentimental en la canción mexicana hoy puede escribirse desde un nuevo capítulo más diverso, complejo y habitable.
¿Y los homosexuales, lesbianas, transexuales, demisexuales, afectos no binarios y las otras formas de querer tienen canción?, ¿en qué momento se habla de una música completamente mexicana que entienda el amor desde las antípodas disidentes?
¿Te acuerdas, te acuerdas de Rafael?
Vivía en la otra calle, en el número tres.
Ayer me lo encontré
vestido de mujer.
La gente nos miraba
y fuimos a un café.
Él estaba bien.
Me hablaba de Carlos,
dos años junto a él.
Él estaba bien,
muy bien,
Un nublado día
Carlos se fue.
Se fue.
“Rafael”, Maldita Vecindad
Un viejo nuevo amor no se olvida ni se deja
Si bien los matices y las excepciones en el cancionero romántico mexicano han existido y empujado (asombra, por ejemplo, el revuelo que causó el “de hombre a hombre…”, en “El baile y el salón” del mismo Café Tacvba, ya bien entrados los noventa), la regla ha estado inclinada hacia las heterojerarquías.
Hasta hace muy poco, con temáticas románticas, las disidencias sentimentales solo habían tenido una posibilidad en forma de camuflajes del lenguaje, sugerencias interpretativas (lo que se ve no se juzga, Juan Gabriel dixit), o bien la burla maquillada de humor y de desenlace fatal. “Diva francesa” de Rodrigo González o “Rafael” de Maldita Vecindad nos recuerdan que las personas y los sentimientos marginados han respirado siempre un aire opresivo de hostilidad y desdén social.
Durante las dos últimas décadas en el mundo, más por fuerza de gravedad y participación de mercado que por sensibilidad y sintonía socialmente abierta frente a las transformaciones socioculturales, el paisaje musical popular de México se abrió paso hacia otros horizontes. Al menos desde las voces más disidentes y las vetas más independientes, se está hablando de manera frontal sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay o de otra índole que no sea la del eterno amor filial monógamo y heteronormado.
Un amor eterno que cuando decide aflojar la rienda apenas logra una licencia del tipo “Gavilán o paloma”, creada por Rafael Pérez Botija e interpretada por José José, o la “Macorina” de Alfonso Camín y versionada por Chavela Vargas, esta última considerada la canción más queer que haya podido tener Latinoamérica en su historia.
"Cada vez que Chavela Vargas cantaba la canción le ponía tanta sexualidad, deseo y una especie de sensualidad que sabías por qué la estaba cantando y a quién se la estaba cantando. Se la cantaba a una mujer", señala Marvette Pérez, curadora de cultura y música latinoamericana para el Museo Smithsonian de Historia Americana.
Hacia otros sonidos de la nueva canción mexicana
Para este primer cuarto de siglo en México, el trabajo de artistas como Maricuir, Valeria Wolf, Zemmoa, Arroba Nat, Luisa Almaguer, La Bruja de Texcoco, Joaquina Mertz, Rosas o Manitas Nerviosas (que falleció en julio de 2022) hablan en sus letras de otras formas de afectos posibles, especialmente en un país donde los feminicidios no cesan y la cultura del humor continúa siendo homofóbica y sexualmente humillante.
En un país donde el “me siento bien pero me siento mal” de Cecilia Toussaint era una anomalía que representaba y simpatizaba con una minoría notable; una además rodeada de mujeres roqueras y otras miradas no hegemónicas de su época (difícil no pensar también en iniciativas como MCC o las expresiones musicales venidas del Grupo Lambda de Liberación Homosexual de finales de los setenta).
Ahora, el panorama y la sensibilidad de la canción contemporánea fluye hacia horizontes múltiples, bellamente transversales y con miradas en transición, más allá de la eterna narrativa de “a quien quiero no me quiere y por eso le extermino”.
Incluso cuando el verso no es literal ni vela doble discurso, hay nuevas frecuencias de sentimientos que parece han llevado décadas amordazados. Cuando Luisa Almaguer dice: Nos dieron ganas de llorar, / pero nos interrumpió la tristeza. / La idea de no recuperar / la carcajada perdida (“Un día nos vamos a morir”), se siente más honesto, cercano, genuino y sí, distinto.
La canción mexicana moderna no ha renunciado del todo a su tradición formal, llena de ese romanticismo musical de la melodía local, donde los coros y los versos —tan boleros y baladas como himnos guitarreros— engalanan de extrañamiento, ilusiones y desencuentros sentimentales el corazón. El ecosistema sonoro del país está mutando de a poco por caminos mucho menos impositivos y sí más gozosos, desde la trova que puede ser trip hop, un feminismo que se baila o la búsqueda de libertad e identidad, o hasta el ruidismo cancionero, las exploraciones electrónicas y otras herramientas compositivas para plasmar aquello que algunos aún amarran como “otredades”.
Sé que tienes miedo, es un sentimiento que no puedes controlar.
Solo recuerda que hay que ser sinceras al andar.
“Chéni” (miedo), La Bruja de Texcoco
Habrá que ser justos con el presente y saber que la mayor parte del cancionero contemporáneo del amor, al estilo romancero del siglo XIX, aún late en el inconsciente popular, ahí donde el pasado no se borra de un plumazo y donde el ahora nos llama desde un deseo carnal masculino disfrazado de sentimentalismo.
Sin embargo, las otras voces cada día son más claras, coloridas y diáfanas, y encuentran oídos atentos que hacen suyas esas canciones, aprendiendo que hay otras dimensiones para los afectos.
Si históricamente las ideas son capaces de tomar muchas formas y transformar el mundo —de a poco, de a mucho—, el cancionero popular mexicano, al menos en su veta romántica, vive un momento único para construir un nuevo mundo. Uno mucho más en sintonía con el presente nacional, uno que está viviendo el futuro que desea. Un mundo que ya no se robaría a caballo a una mujer, que se dio cuenta de que el amor no posee y que la reciprocidad revela mundos, universos personales y dinámicas sociales distintas, posibles y, sobre todo, deseables.
{{ linea }}

Desde las voces más disidentes y las vetas más independientes se está hablando, de manera frontal, sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay.
En una escena musical criada bajo una educación machista, la poética sentimental de miradas no hegemónicas, de lo <i>queer</i> a lo no binario, nace con artistas como Luisa Almaguer o La Bruja de Texcoco.
La canción mexicana, como la idiosincrasia nacional, descansa en ese cómodo verso que enuncia: somos un país de contrastes y extremos casi surrealistas. Ahí donde se instalan las narrativas totalitarias y las frases sentenciosas que buscan amarrar —casi siempre sin lograrlo— una identidad completa; habitan también la imprecisión, lo incompleto e incluso la caricatura falaz, aunque algo es cierto y suena a todo volumen: la historia del sentimiento mexicano le sienta bien al romanticismo heteronormado, infiel pero monógamo de ley, que raya en el dolor autoinfligido de macho. Sin embargo, los matices y las complejidades del mundo real siempre han latido para hablar de las subtramas y la amplitud de aquello que podríamos llamar “querer a la mexicana”.
En los últimos meses, a pregunta expresa sobre las brechas de género y la inclusión, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum zanjó que el país ya no es machista. Y si bien valen los ánimos y esfuerzos por trastocar los discursos imperantes una y otra vez hasta que se hagan realidad, es en la calle, las escuelas, las estadísticas y, sobre todo, en casa donde atestiguamos que el día a día es distinto: la educación sentimental mexicana ha caminado dominada por la mirada masculina que posee, roba, traiciona y sufre a su "prenda amada".
{{ linea }}
Porque para amarme,
te di mil razones.
Voy a darte el doble,
pero pa’ que me odies y con ganas
de no haberme conocido.
Voy a ser tu peor castigo.,
Voy a ser la piedra en tu camino.
“El Tóxico”, Grupo Firme
{{ linea }}
Una de las discusiones más recurrentes en torno al tema es la expresión de esta forma de ver al mundo vía la canción popular. Y si bien el querer como quiere el hombre heterosexual macho está presente en la música vernácula, principalmente en la diáspora ranchera, el rock local de mayor calado también ha tenido que aprender del folclor mexicano para generar arraigo e identificación.
De los corridos de rancho a los tropiezos expresivos del pop, las formas del afecto y el amor en la música nacional han pasado más por “Mátalas” de Alejandro Fernandez, el “par de balazos” en la ya revisada “Ingrata” de Café Tacvba o el “perra arrabalera” de Molotov que por la sutileza, la transversalidad expansiva del amor o los afectos mutuos. El anecdotario machirulo de Fher de Maná —uno de los bastiones musicales de “lo mexicano” y que está nominado para entrar al Salón de la Fama del Rock— sigue viéndose como una puntada de tío, más que una proyección del vicio amoroso que enraíza a hombres tequileros o víctimas del engaño de una mujer mala que no valora su corazón.
Te recomendamos leer: ¿Por qué los hombres no hablan de su salud mental?
"En la música ranchera, en los corridos y en los boleros, el hombre es el que sufre, el que canta su pena, pero también el que manda y el que dicta las reglas del amor y del desamor. La mujer, en cambio, es la musa, la traidora o la madre, rara vez un sujeto con voz propia", de acuerdo con Gabriela Cano, historiadora y experta en estudios de género en México.
La educación sentimental en la canción mexicana hoy puede escribirse desde un nuevo capítulo más diverso, complejo y habitable.
¿Y los homosexuales, lesbianas, transexuales, demisexuales, afectos no binarios y las otras formas de querer tienen canción?, ¿en qué momento se habla de una música completamente mexicana que entienda el amor desde las antípodas disidentes?
¿Te acuerdas, te acuerdas de Rafael?
Vivía en la otra calle, en el número tres.
Ayer me lo encontré
vestido de mujer.
La gente nos miraba
y fuimos a un café.
Él estaba bien.
Me hablaba de Carlos,
dos años junto a él.
Él estaba bien,
muy bien,
Un nublado día
Carlos se fue.
Se fue.
“Rafael”, Maldita Vecindad
Un viejo nuevo amor no se olvida ni se deja
Si bien los matices y las excepciones en el cancionero romántico mexicano han existido y empujado (asombra, por ejemplo, el revuelo que causó el “de hombre a hombre…”, en “El baile y el salón” del mismo Café Tacvba, ya bien entrados los noventa), la regla ha estado inclinada hacia las heterojerarquías.
Hasta hace muy poco, con temáticas románticas, las disidencias sentimentales solo habían tenido una posibilidad en forma de camuflajes del lenguaje, sugerencias interpretativas (lo que se ve no se juzga, Juan Gabriel dixit), o bien la burla maquillada de humor y de desenlace fatal. “Diva francesa” de Rodrigo González o “Rafael” de Maldita Vecindad nos recuerdan que las personas y los sentimientos marginados han respirado siempre un aire opresivo de hostilidad y desdén social.
Durante las dos últimas décadas en el mundo, más por fuerza de gravedad y participación de mercado que por sensibilidad y sintonía socialmente abierta frente a las transformaciones socioculturales, el paisaje musical popular de México se abrió paso hacia otros horizontes. Al menos desde las voces más disidentes y las vetas más independientes, se está hablando de manera frontal sobre cómo es amar y querer de forma oblicua, con una mirada demisexual, no binaria, queer, gay o de otra índole que no sea la del eterno amor filial monógamo y heteronormado.
Un amor eterno que cuando decide aflojar la rienda apenas logra una licencia del tipo “Gavilán o paloma”, creada por Rafael Pérez Botija e interpretada por José José, o la “Macorina” de Alfonso Camín y versionada por Chavela Vargas, esta última considerada la canción más queer que haya podido tener Latinoamérica en su historia.
"Cada vez que Chavela Vargas cantaba la canción le ponía tanta sexualidad, deseo y una especie de sensualidad que sabías por qué la estaba cantando y a quién se la estaba cantando. Se la cantaba a una mujer", señala Marvette Pérez, curadora de cultura y música latinoamericana para el Museo Smithsonian de Historia Americana.
Hacia otros sonidos de la nueva canción mexicana
Para este primer cuarto de siglo en México, el trabajo de artistas como Maricuir, Valeria Wolf, Zemmoa, Arroba Nat, Luisa Almaguer, La Bruja de Texcoco, Joaquina Mertz, Rosas o Manitas Nerviosas (que falleció en julio de 2022) hablan en sus letras de otras formas de afectos posibles, especialmente en un país donde los feminicidios no cesan y la cultura del humor continúa siendo homofóbica y sexualmente humillante.
En un país donde el “me siento bien pero me siento mal” de Cecilia Toussaint era una anomalía que representaba y simpatizaba con una minoría notable; una además rodeada de mujeres roqueras y otras miradas no hegemónicas de su época (difícil no pensar también en iniciativas como MCC o las expresiones musicales venidas del Grupo Lambda de Liberación Homosexual de finales de los setenta).
Ahora, el panorama y la sensibilidad de la canción contemporánea fluye hacia horizontes múltiples, bellamente transversales y con miradas en transición, más allá de la eterna narrativa de “a quien quiero no me quiere y por eso le extermino”.
Incluso cuando el verso no es literal ni vela doble discurso, hay nuevas frecuencias de sentimientos que parece han llevado décadas amordazados. Cuando Luisa Almaguer dice: Nos dieron ganas de llorar, / pero nos interrumpió la tristeza. / La idea de no recuperar / la carcajada perdida (“Un día nos vamos a morir”), se siente más honesto, cercano, genuino y sí, distinto.
La canción mexicana moderna no ha renunciado del todo a su tradición formal, llena de ese romanticismo musical de la melodía local, donde los coros y los versos —tan boleros y baladas como himnos guitarreros— engalanan de extrañamiento, ilusiones y desencuentros sentimentales el corazón. El ecosistema sonoro del país está mutando de a poco por caminos mucho menos impositivos y sí más gozosos, desde la trova que puede ser trip hop, un feminismo que se baila o la búsqueda de libertad e identidad, o hasta el ruidismo cancionero, las exploraciones electrónicas y otras herramientas compositivas para plasmar aquello que algunos aún amarran como “otredades”.
Sé que tienes miedo, es un sentimiento que no puedes controlar.
Solo recuerda que hay que ser sinceras al andar.
“Chéni” (miedo), La Bruja de Texcoco
Habrá que ser justos con el presente y saber que la mayor parte del cancionero contemporáneo del amor, al estilo romancero del siglo XIX, aún late en el inconsciente popular, ahí donde el pasado no se borra de un plumazo y donde el ahora nos llama desde un deseo carnal masculino disfrazado de sentimentalismo.
Sin embargo, las otras voces cada día son más claras, coloridas y diáfanas, y encuentran oídos atentos que hacen suyas esas canciones, aprendiendo que hay otras dimensiones para los afectos.
Si históricamente las ideas son capaces de tomar muchas formas y transformar el mundo —de a poco, de a mucho—, el cancionero popular mexicano, al menos en su veta romántica, vive un momento único para construir un nuevo mundo. Uno mucho más en sintonía con el presente nacional, uno que está viviendo el futuro que desea. Un mundo que ya no se robaría a caballo a una mujer, que se dio cuenta de que el amor no posee y que la reciprocidad revela mundos, universos personales y dinámicas sociales distintas, posibles y, sobre todo, deseables.
{{ linea }}
No items found.