Los Hoteles B de Cozumel: entre el mar, la selva y un gran arrecife
En una isla gema del Caribe, donde el mar y el cielo se ven igual de azules, el Hotel B y Hotel B Unique reúnen la herencia cultural de éste municipio en Quintana Roo con una propuesta turística única.
A 33 kilómetros de la península de Yucatán yace una isla de herencia maya: Cozumel. También se le conoce como la Isla de las Golondrinas por el significado de su nombre en ese idioma (kuzamil). Hoy, en la punta norte de este lugar en Quintana Roo, se levantan ante el mar dos hoteles estelares: el Hotel B Cozumel y Hotel B Unique. Son “los B”, como les llaman afectuosamente los locales.
Los días en el Hotel B Unique comienzan con un salto al agua salada. Para entrar al mar, hay que dejar todo atrás, atreverse y dar un clavado, porque este pico de la isla no tiene playa y el mar bate directamente con las rocas de la orilla. El sol de verano atenuado por la brisa hace que el clima sea caliente, pero también agradable.
También se puede empezar el día practicando snorkeling. Sobre la superficie turquesa del agua se asoma un gran arrecife: se trata de Palancar, uno de los más bellos del mundo. Lo saben los viajeros de todos los continentes que visitan el Hotel B Unique para bucear en él, para finalmente conocerlo. Los huéspedes disfrutan del mar a través de ésta y otras experiencias: a bordo de canoas individuales o pueden tomar el sol en un velero.
De regreso a tierra firme, el restaurante del hotel crea para sus comensales una dieta plant-based personalizada. Se trata de un menú elaborado a partir de alimentos de origen vegetal que, provenientes de la tierra, promete alcalinizar la sangre, haciendo que los órganos sean más resistentes a las enfermedades. El día continúa con un paréntesis en el spa, donde hay hidroterapias, masajes en pareja y también terapias de biomagnetismo, un enfoque de medicina alternativa de origen mexicano, que cura el cuerpo a través de cargas magnéticas.
El B Unique es la segunda construcción de los Hoteles BF en Quintana Roo. Está situado exactamente en la línea donde colinda el mar con la selva y su arquitectura fue diseñada para contemplar el contraste entre esos paisajes tan distintos. La recepción que da la bienvenida a los huéspedes funciona como un túnel que conecta la selva con la cara del hotel que da hacia el mar Caribe. Después de atravesarlo, se abre la luz de un cielo brillante y abultado por nubes gigantes, en las que se reflejan los inagotables tonos azules del océano. Desde el lobby al aire libre se distingue una piscina rectangular; uno de sus costados colinda con el mar y, debajo, uno se reencuentra con el gran arrecife de Palancar.
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