Tiempo de lectura: 4 minutosHablemos de salud mental. Llevemos este tema, que no suele tocarse, porque da miedo o vergüenza, a la conversación diaria. Hablemos de las relaciones personales, junglas de malentendidos; de lo que duele hablar, lo que callamos. Es crucial hacerlo, porque de esto dependen las relaciones sociales, las fuerzas productivas, la salud física y la capacidad para amar y crear. Encontremos una nueva hoja de ruta para hablar de nosotros y desmantelar los estigmas que se han perpetuado históricamente porque se ha supuesto que lo invisible, lo intangible, es irrelevante; hoy darle continuidad a estos silencios resulta un sinsentido: después de un tsunami como la pandemia por covid-19 aún no terminamos de dimensionar los costos reales en materia de salud mental. El aislamiento, las pérdidas humanas, la imposibilidad de transitar un duelo, todo ello ha influido en los padecimientos afectivos.
Hace un par de meses iniciamos esta aventura. Luego de una temporada larga de confinamientos, meses de afectos desorganizados, buscamos historias que pudieran abordar la salud mental. En el camino la realidad nos fue llevando por lugares insospechados. A inicios de 2022, por ejemplo, Cheslie Kryst, una modelo estadounidense, ex Miss Universo, con una carrera aparentemente perfecta, se arrojó de la ventana de su departamento en Manhattan. Un mes antes, Verónica Forqué, la “chica Almódovar”, también conocida como “la sonrisa de España”, apareció muerta en su casa de Madrid y los dictámenes periciales apuntaron también a un suicidio. Parecían ser personas que lo tenían absolutamente todo. El escritor argentino Manuel Soriano siguió este hilo. Indagando en el caso de tres futbolistas uruguayos que también se quitaron la vida en 2021, encontró que Uruguay, el país sudamericano que tiene los mejores índices de calidad de vida, el país de Onetti, Darnauchans y el expresidente Mujica, lidera también las tazas de suicidio. Soriano hace un recuento, una bitácora de lo que implicó escribir sobre esto entre aquellas fronteras. Si las familias suelen esconder a sus suicidas, es probable que un país también lo haga.
CONTINUAR LEYENDO
Invitamos a dos escritores y periodistas a retratar su experiencia en un texto testimonial. María Fernanda Ampuero, de Ecuador, y Guillermo Osorno, de México, que confiesan haber padecido problemas de salud mental en dos testimonios valiosos en primera persona; escriben desde el umbral del paciente, siguiendo el camino que han emprendido autores como Joan Didion o Emmanuel Carrère, para hablar de la salud mental en narrativas no ficticias. En esta búsqueda les dimos voz también a los cuidadores y familiares que permanecen tras bambalinas; así se unió Regina Pieck con un relato entrañable acerca de su hermana menor con autismo (junto con la poesía de Karen Villeda) y el fotoensayo de Ana Hop sobre su tía Arminda, diagnosticada con esquizofrenia paranoide. Ambas entregas coinciden en la búsqueda de un lenguaje de empatía y respeto para entender sus enfermedades. Pero, más importante aún: Ampuero, Osorno, Pieck y Hop hablan desde una América Latina donde hay vergüenza cuando se habla —si es que se habla— de lo que sale de lo normativo; donde los problemas se solucionan casa adentro y el acceso a la información y atención es casi nulo o exclusivo de las clases medias. Según datos de la Organización Panamericana de la Salud, en América Latina y el Caribe, entre 60% y 65% de las personas que necesitan atención médica por salud mental no la recibe. De acuerdo con la Secretaría de Salud, en México, esta brecha de tratamiento alcanza 81.4% de las personas con problemas de salud mental. La pandemia sólo ha puesto al descubierto nuestra vulnerabilidad.
Para desentrañar el tabú también buscamos algunas luces. Lo que se ha escrito sobre la locura en la literatura escrita por mujeres (en un ensayo de María José Navia); lo que se ha plasmado en el arte contemporáneo (Gustavo Cruz Cerna); lo que sabemos sobre la serotonina, el neurotransmisor relacionado con la felicidad (Maia F. Miret); y el impacto de la salud mental en el mundo laboral (Luis Mendoza Ovando).
En los países que han logrado bajar las tasas de suicidio vemos que, en lugar de prevención, ahora se habla de protección y contención. Algo muy distante a lo que ocurre con el modelo de salud pública mexicano, estancado en el modelo asilar, en el que los hospitales psiquiátricos —35 instituciones en un país de más de 128 millones de habitantes— centralizan la atención a la salud mental, además de operar con presupuestos acotados y personal reducido e incluso, todavía hoy, restringen y encadenan a los pacientes, como explora la periodista Alejandra Crail en su reportaje incluido en estas páginas. El neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez también revisita este problema en su texto de opinión. Habría que pensar, concluyen, en un modelo que considere los vínculos sociales y la inclusión comunitaria, un enfoque más social que sanitario. Pero, volviendo a las luces, encontramos áreas fértiles para las neurociencias.
Primero, en el mundo deportivo. Julián Herbert, el autor de la multipremiada novela Canción de tumba, quien ha escrito abiertamente de su proceso de rehabilitación, lleva tiempo sumergido en el boxeo, un entrenamiento que lo ha llevado a salir de aquellos momentos en los que pierde control de la realidad y el mundo parece venirse encima. Notó que la disciplina deportiva tenía un papel fundamental en la manera en que el cerebro se reprograma y produce dopamina, el neurotransmisor responsable de las sensaciones placenteras y de relajación. Para esta crónica, entrevistó a distintas voces dentro y fuera del cuadrilátero, conformando una crónica que ocurre en un gimnasio municipal de Saltillo, Coahuila.
Finalmente, tenemos el mundo de los psicodélicos. La periodista Eugenia Coppel recorrió Guadalajara y la Ciudad de México en busca de testimonios para entender el auge de los hongos psicoactivos en tratamientos con fines terapéuticos, pero fuera del campo de la psiquiatría convencional. La misión la llevó hasta Huautla de Jiménez, Oaxaca, el pueblo que le reveló al mundo occidental el poder de los hongos psicoactivos. Coppel asistió a rituales indígenas y también a sesiones terapéuticas diseñadas para darle un seguimiento profundo a la experiencia psicodélica. A pesar de la prohibición, el entusiasmo científico continúa explorando la afinidad especial entre las sustancias activas de los hongos y los receptores de serotonina, y su alcance para aliviar una variedad de trastornos. ¿Qué hay detrás de estas vivencias, de los testimonios de quienes lograron entender, gracias a los enteógenos, aquello que habita dentro de nosotros, convirtiéndose en antropólogos de las emociones humanas?