Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
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Chimalhuacán, Estado de México. 09/06/2022. Bomberos y Protección Civil se encuentran trabajando para apagar el incendio en el basurero de Escalerillas, que inició la noche del sábado 28 de mayo. A la fecha de esta fotografía habían pasado trece días, en los que las autoridades han intentado controlar el incendio. Al mes lo habían logrado al 90%, es decir, aún no se ha apagado en su totalidad. Foto: Jacky Muniello/ Gatopardo.
Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
Chimalhuacán, Estado de México. 09/06/2022. Bomberos y Protección Civil se encuentran trabajando para apagar el incendio en el basurero de Escalerillas, que inició la noche del sábado 28 de mayo. A la fecha de esta fotografía habían pasado trece días, en los que las autoridades han intentado controlar el incendio. Al mes lo habían logrado al 90%, es decir, aún no se ha apagado en su totalidad. Foto: Jacky Muniello/ Gatopardo.
Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
Chimalhuacán, Estado de México. 09/06/2022. Bomberos y Protección Civil se encuentran trabajando para apagar el incendio en el basurero de Escalerillas, que inició la noche del sábado 28 de mayo. A la fecha de esta fotografía habían pasado trece días, en los que las autoridades han intentado controlar el incendio. Al mes lo habían logrado al 90%, es decir, aún no se ha apagado en su totalidad. Foto: Jacky Muniello/ Gatopardo.
Nadie sabe cómo empezó el fuego en el tiradero de Escalerillas, en el Estado de México. Apagarlo no ha sido tarea fácil para los bomberos: con poca protección y en turnos de 24 horas, llevan un mes intentado controlarlo. Justo al lado del basurero viven adultos, ancianos y niños; los riesgos para su salud son considerables. La noticia se supo hace un mes, sin embargo, es poca la atención que se le ha puesto. Gatopardo publica una crónica extensa sobre este desastre.
Escalerillas, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán, es un olor. No es exactamente el olor a las seiscientas toneladas de residuos diarios que recibe el basurero a cielo abierto ubicado en esa colonia. Todos conocemos el aroma dulzón y fermentado de la basura acumulada. No es ese olor.
Humo, tierra, fuego y peste son los cuatro elementos que conforman el basurero. Los perros callejeros, sus habitantes endémicos. Hay perros por todas partes, hasta en lo más alto del cerro de desperdicios que es Escalerillas; nadie los rescata porque no son fotogénicos y muchos son bravos. Los dejaron atrás los pepenadores del basural y sin ellos, no comen, no tienen agua. Por eso siguen a todas las personas, buscando un poco de alimento. Cuando no lo encuentran, corren al montículo de basura que siempre ha sido su hogar, pues no conocen otra forma de sobrevivir.
El incendio en el basurero de Escalerillas empezó a arder el 28 de mayo. Para el 9 de junio –el día en que llegamos–, los bomberos de Chimalhuacán han logrado controlarlo a medias. El humo nubla todo el horizonte y una mezcla de plástico y caucho quemado mantiene prendido este breve infierno, a pesar de los trabajos de emergencia. El fuego, dice el personal de Protección Civil de la alcaldía, viene del centro del cerro de basura que es hoy el tiradero y despide humo químico.
Ese es el olor: un gas denso y pestilente que recuerda al de las fábricas ubicadas en la zona oriente de la Ciudad de México, pero como si hubieran arrojado sus desechos a las calles, enfrente de las casas, las oficinas, las escuelas, y les hubieran prendido fuego: así es vivir en la colonia de Escalerillas, con el basurero como panorama familiar desde la ventana. Saben dios y los bomberos lo que ahí arde.
—Es un perímetro de seis hectáreas que desde las dos de la tarde del sábado 28 lleva quemándose —explica Julieta Valentino Vázquez, directora de medio ambiente y ecología del gobierno local. —Nos provocaron este incendio, no sabemos quién. Tenemos levantada una investigación.
Como el incendio no es en pastizales ni en árboles, sino en la basura miscelánea que producen Chimalhuacán y sus municipios colindantes, el fuego es más difícil de apagar.
Hay riesgos claros de salud por vivir cerca de un basurero, las plagas —las ratas que cualquier viandante puede ver fácilmente no solo en el perímetro del basurero, sino en las calles de la colonia— y la contaminación del agua potable, pero con el incendio, crecen varios riesgos para la salud de los habitantes de la inmediaciones.
El humo se compone de sustancias químicas dañinas como los furanos (provienen de la basura orgánica que se quema, son muy volátiles y cuando se respiran pueden causar afecciones pulmonares). El cuerpo las identifica como hormonas y las acumula. Otras emanaciones: el dióxido de carbono y el gas metano que, combinados y a largo plazo, pueden ocasionar enfermedades cardiovasculares y un envenenamiento lento pero constante que acorta la esperanza de vida. Los peligros son mayores para los niños, esas sustancias tienen el potencial de provocar daños en el desarrollo cerebral, además de esterilidad.
No hubo un manejo adecuado de este basurero, explica la funcionaria Valentino Vázquez. Lo abrieron las autoridades de 2013 con la idea de que durara quince años. Me explica que está registrado ante la Comisión de Medio Ambiente, en un estudio de impacto ambiental, como relleno sanitario. En realidad, es un tiradero a cielo abierto. Desde que esta administración tomó el cargo, hace menos de un semestre, la idea fue convertirlo, ahora sí, en un relleno sanitario sobre el que podría construirse un parque —“sanearlo”, declaran las autoridades con palabras resueltas—. Pero la obra está en tan malas condiciones que su plan cambió y ya solo querían cerrarlo. Y luego la mala suerte: vino el incendio.
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La hora de inicio del fuego va y viene según se pregunte. Los funcionarios del municipio afirman que comenzó pasado el mediodía, los bomberos dicen que a las siete de la noche. Los vecinos, quizá la fuente más confiable, aseguran que la primera humareda se vio desde las cinco de la tarde y que los bomberos llegaron pasadas las diez de la noche. Primero llamaron a las patrullas. Solo después vieron llegar a las pipas de agua.
—Yo me tomo una medicina a las 6:30 y ya estaba el apeste del humo —dice la señora Griselda, vecina de Escalerillas desde hace una década. —Caían chispas en la azotea. La verdad sí tuvimos miedo, mis hijos estaban bien asustados, mi hijito lloraba.
—Se oía cómo tronaba el cerro porque se quemaba, pues —secunda otro vecino, cuyo nombre decide guardarse. —Tuve que poner cobijas mojadas en las ventanas para que mi esposa [asmática] pudiera respirar; anda tose y tose desde el sábado… Nos dijeron que podíamos ir a buscar la medicina para ella ahí en la carpa que pusieron los de salud junto al incendio, pero de ahí nos mandaron al municipio y ni cómo llegar hasta allá.
La cabecera municipal está al menos a media hora de distancia en auto, un lujo que solo algunos de los vecinos pueden permitirse. Por las calles de la colonia, casi todas sin pavimentar, casi todas de subidas y bajadas peligrosas, circulan microbuses que llegan a cobrar hasta 35 pesos por viaje hasta el centro del municipio. Un gasto que, dicen quienes viven en Escalerillas, no es fácil de solventar.
Se cree (y es esta la versión oficial que todos los funcionarios de Chimalhuacán repiten, pero que también tercian varios vecinos), que se trata de un incendio provocado.
—Quizá fue una bomba molotov —explica Valentino Vázquez, abogada con especialidad en Derecho Ambiental.
¿Quién la arrojó?, ¿quién es el responsable de este desastre con consecuencias graves en la salud y el bienestar de toda la zona metropolitana de la Ciudad de México, pero en especial de los vecinos de Escalerillas? Es una colonia con altos niveles de marginación, de acuerdo con el DIF de la alcaldía. En Escalerillas hay luz eléctrica y agua corriente, pero algunas comodidades que en otras colonias de la zona urbana de México se dan por sentadas, como cristales en las ventanas, están prácticamente ausentes.
Nadie a quién culpar del incendio en el basurero hasta ahora, menos, dice el gobierno de Chimalhuacán, a la actual administración de la morenista Xóchitl Flores Jiménez, quien lleva apenas cinco meses en el cargo, aunque tiene trayectoria política en el municipio: fue regidora de Chimalhuacán entre 2009 y 2012 y también diputada por el Estado de México entre 2018 y 2021.
—Se nos avisó a las 7:40 de la noche del 28 de mayo que había una emergencia de incendio en Escalerillas —dice la munícipe. La humareda, añade, delataba la necesidad de acciones inmediatas. —Al primero que se llamó fue al gobierno del estado —continúa—, nos dimos cuenta de que no lo podíamos controlar solos.
Un fuego que no arde como otros
¿Alguien vio a un sospechoso de encender el fuego?, les pregunto a los vecinos. No dicen o no se atreven o quizá no saben a quién culpar. Aquí la gente es desconfiada a fuerza de décadas de abandono y abusos. Cuando las brigadas de salud del municipio llegan a ofrecerles atención médica y despensas, no todos abren la puerta. Dice Irma Vargas, directora del DIF local, que hacen este tipo de brigadas con frecuencia diaria en Escalerillas.
—Vamos casa por casa, no de ‘júntense y aquí les damos’, no queremos que acaparen dos o más despensas por familia.
De Escalerillas “muchas familias han migrado, buscando otras alternativas de vida, no tenemos un censo como tal del número de familias que viven junto al basurero”. Pero, asegura, han ayudado a más de ochocientas.
El DIF dispuso dos albergues para los damnificados del incendio. “Los abrimos desde las 12 am del sábado 28”, afirma Irma Vargas, “pero la gente no quiso ir, temen por sus cosas”. Incluso nos invitan a visitar el albergue que tienen instalado en el edificio del DIF, en el centro de Chimalhuacán, pero luego nos informan que ya cerró porque nadie se “meneó para allá”, explica la presidenta municipal: fue un servicio del que los vecinos de Escalerillas decidieron prescindir . “Al de La Joya [una comunidad cercana] solo acudió una familia”, afirma la funcionaria.
El fuego ha avanzado en forma de espiral que parte de varios puntos hasta llegar al centro del tiradero. El 9 de junio, el primer día de nuestra visita, el incendio estaba por cumplir dos semanas sin ser sofocado. Martín Cortés López, el encargado de Protección Civil, no se aventura a proponer un punto final al misterio de cómo y quién lo inició. He aquí otro dato: hay incendios constantes “por las labores propias de los pepenadores”, dice Cortés, un hombre franco, expuesto sin protección al sol y al humo constante del desastre, y son rápidamente controlados. Este caso es diferente. Entonces, a su decir, apenas se había logrado apagar el 55% del incendio. Advierte que el fuego inició simultáneamente en varios puntos.
“Ya estaba colapsado [el basurero], ya no existía como tal”. Se usa el tiradero alterno de La Joya para sustituir las labores de recepción de basura que cumplía Escalerillas. “El basurero ya está cerrado”, repite Cortés. Como prueba señala la ausencia de los pepenadores. Es verdad: en los lares del basural solo se ven tendejos que seguramente cumplían funciones de habitaciones, pero que hoy están desiertos, con un aire de misión abortada.
—No, la humareda era mucho más densa la semana pasada —dice Anely Pacheco, bombera de Chimalhuacán, que trabaja desde hace dos semanas en el incendio.
Los principales retos del cuerpo de bomberos: la dificultad del terreno, sumamente inestable, unas arenas movedizas en las que los pies se hunden hasta el fondo, y dunas que apestan a basura, son los montículos de tierra nueva que los trabajadores de los servicios de emergencia han arrimado al incendio con la intención de controlar la temperatura de la zona. El calor, la falta de agua y el clima seco favorecen a su adversario. Quince bomberos por turno se dedican a las faenas, con un equipo mínimo: botas contra altas temperaturas, algunos llevan también guantes con los que manipulan las mangueras, apenas una máscara (no todos la llevan) parecida a un pasamontañas. Nada más. Están acostumbradas a este humo, el equipo solo les estorba, dicen las bomberas. Chocolate, leche y sueros hidratantes les permiten sobrevivir la jornada. La leche es para purificar el cuerpo, hacerlo, dice Martín Cortés, más resistente al calor y el humo. El chocolate, un consuelo lleno de calorías. Energía, pues, y métodos precarios de protección.
Este es un incendio sin cortafuegos, esos espacios de gracia en lugares susceptibles a encenderse que permiten controlarlo rápidamente. Llevan los bomberos las toneladas de tierra suelta para ir creando veredas por las que puedan circular maquinaria pesada. Un trascabo trabaja todo el día llevando tierra al monte de basura. Pipas suben para llevar agua a los bomberos, pero su llegada no está garantizada. Algunas se descomponen en el camino o no pueden subir por los caminos de tierra. Juan León, pipero del municipio colindante de Nezahualcóyotl, sufre uno de esos desperfectos: su pipa no puede llegar, se quedó trabada en el camino. Amén decirlo: ellos tampoco llevan equipo. “Como que uno se acostumbra”, dicen.
Los bomberos de la alcaldía trabajan en turnos de veinticuatro horas en un calor que, nos advirtieron antes de acercarnos a la zona donde todavía hay brasa quemándose, puede derretir los zapatos. El humo espeso irrita los ojos, cierra la garganta, da náuseas. Y eso, nos repiten, no es nada comparado con el de la primera semana.
El humo es una presencia, una bienvenida a Chimalhuacán, al barrio de Escalerillas, donde viven algunas familias relacionadas con las labores de pepena que se hacen en el tiradero. Cien pepenadores que habitaban en casas improvisadas en la periferia del basurero han sido reubicados a otros basureros de la zona.
—Qué le va a hacer uno para vivir. Yo recojo botellitas [de PET] aquí y por allá, pero sale, no sale —dice un pepenador, don Vicente Lozada, que vive con su hija en Escalerillas (su gran orgullo: ya tener su casa “de material”). —¿De qué trabajamos? Comemos de ahí. Uno hace, pero luego pasa esto y yo creo que fue ‘aldrede’, porque luego uno no hace lo que ellos quieren.
—¿Quiénes ellos?
—Pues ellos, los que dirigen.
Esas entidades oscuras que, quién niega, manejan los destinos de todos nosotros, empezando por los más vulnerables. Vicente, que accede a la entrevista a cambio de “una monedita”, se va porque dice que no quiere problemas. Don Vicente no solo recoge PET, también, cuando hay suerte, puede juntar cobre de los cables que la gente tira. Si los pela con navaja, lo que hace al producto de primera, le dan hasta 75 pesos por kilo. Si lo hace quemando el plástico que los recubre, un método más usado por su rapidez, le dan 55. ¿Será que así se habrá iniciado el fuego?
—Pues no sé, señorita, no quiero así como decir [que fue] así.
En Escalerillas el negocio de la pepena de basura es controlado por cinco “sindicatos”, grupos relacionados con intereses públicos (a decir de Xóchitl Flores, la alcalde de Chimalhuacán) creados durante el gobierno del PRI, sobre todo por la influencia de veintiún años de Antorcha Campesina, grupo de choque relacionado con el partido que gobernó el país durante 71 años. Sindicatos como Alianza Unificada 1ro de agosto; Movimiento Colines; Grupo de vehículos recolectores Edomex, A.C.; Defensores de la ecología (no soslayemos la ironía del nombre) y Alianza ecológica se disputan el derecho de recoger, desalojar y pepenar basura aquí. Controlan a la buena o la mala, como se atreven apenas a decir funcionarios y vecinos.
—Nomás así, el humo, señorita —dice don Vicente, y señala con el muñón de su mano izquierda, pues es manco. —Así nomás, señorita. Con esto vivimos, de aquí comemos.
“Es que aquí los vecinos son bien difíciles”
En la miscelánea Doña Tere varios habitantes de Escalerillas, sobre todo señoras con sus hijos, se acercan para recibir la atención médica que el DIF municipal les hace llegar. En la tiendita el corro de vecinas aprovecha para llevar su mandado, esperan que los médicos no tarden.
—Ahorita ya me voy a hacer la comida, voy a ir con Jocelyn por el pollo —escucho de pasada que dice una. Es mediodía, la reunión en la tienda tiene más aire de chismorreo alegre que de centro de salud improvisado.
Una niña pequeña de la fila tose y algunas señoras reportan dolores de cabeza y ojos irritados. Los médicos revisan, recetan. Clamoxin, keraflex, paracetamol, fludexol: medicinas para tratar enfermedades respiratorias y síntomas como la jaqueca o los dolores musculares; apenas son suficientes para aliviar los malestares más inmediatos. Para los pacientes graves, se ofrecen traslados a los hospitales de Chimalhuacán e incluso de municipios cercanos como Nezahualcóyotl, Ixtapaluca, Chicoloapan y Los Reyes La Paz. ¿Y para efectos a largo y mediano plazo? Se hacen exámenes de sangre como biometrías hemáticas, exámenes de orina y exámenes médicos generales, que buscan signos de hipertensión o glucosa elevada. Todo el servicio que ofrece el municipio es gratuito.
Por las calles van los médicos y enfermeros del DIF con altavoz ofreciendo el servicio. “Es consulta gratuita”, avisan con su bocina. La gente, dice un médico que solo quiere ser identificado como Sergio, es difícil, pero acepta la atención médica si no tienen que abrir la puerta de su casa. Por eso han preferido reunir a los potenciales pacientes en lugares como las tienditas y los negocios barriales (casi todos, tiendas de abarrotes y puestos de fruta y verdura). “Es que aquí los vecinos son bien difíciles, desconfían, temen, nos dicen que si les vamos a quitar su credencial”.
En la miscelánea las señoras platican con más libertad que delante de los funcionarios.
—Uy, hasta hace unos quince años esto era muy bonito, todo verde, la gente sembraba.
—Yo tenía mis maicitos, mis hortalizas. Todavía los tengo pero ya no igual.
Escalerillas es un barrio de supervivencia, una colonia que existe hace menos de dos décadas y que ha sido habitada por personas que, como dice un vecino, viven ahí porque los terrenos son baratos y hubo una época en la que todavía eran de tierra cultivable. Hoy las casas se mantienen en obra negra, son bloques grises que, vistas con ojos fuereños, parecen provisionales, pero en Escalerillas hay esperanza, la delatan las varillas salientes que anuncian la intención de echar otro piso. Sin lugar a dudas, es un lugar triste para vivir. Sobre las paredes de ladrillo pelado ni siquiera se ven grafitis; al barrio solo le dan color los anuncios de Sabritas y Coca-Cola de las tiendas, tan típicas que podrían estar en cualquier lugar del país.
—Los niños... que según no les hace daño, pero yo digo que sí, adónde juegan, adónde los lleva una.
Algunas de las señoras dicen que nunca les avisaron de los albergues, pero luego son corregidas por otras: que sí les dijeron, pero que les quedaban muy lejos.
—Si no me fui con mi hermana que vive aquí luego, imagínese hasta allá. —Tienen, hablando en plata, miedo a la rapiña.
—A mí una vez que no estuve me robaron todo, todo. Y luego supe que a unos vecinos que sí se fueron les robaron.
–Sí tuvimos miedo, ¿cómo no? A mí de por sí me da miedo la lumbre —dice Griselda, vecina. —Luego en la tarde es cuando mejor se junta el humo y no llueve, y si llueve nomás se revuelve el calor. Yo ahora que llevo a mi hijo a la escuela…
—¿La escuela está abierta?
—Sí, la primaria, pero la telesecundaria la cerraron luego. Dicen que allá a la primaria no le llega el humo.
Vamos a buscar las escuelas que los funcionarios municipales nos habían asegurado estaban cerradas. La secundaria México Prehispánico está, sin duda, cerrada. Anayeli Galán, otra vecina que acude a la tiendita a hacer su compra, explica que su hijo de secundaria está tomando clases a distancia como durante la pandemia.
—Pero pues aquí no hay ni internet. ¿Entonces cómo le hacen con la escuela? A los niños les mandan las tareas por Whatsapp [con su servicio de datos de telefonía celular] y luego dicen que se las revisan —pero no se ve contenta, solo encoge los hombros. —Convivir aquí con la gente y el basural es feo, antes de este incendio venía gente en la noche y, como quemaban, siempre había humo y los niños se enferman.
La primaria, nos dice un peatón, está “más arriba”. Nos enteramos de que hay dos escuelas, una más grande que ya no se da abasto con el número de estudiantes, y una más pequeña que es la que atiende a los alumnos más nuevos, los que acaban de llegar al barrio. Visitamos la segunda escuela: el Centro Escolar Josefa Ortiz de Domínguez.
El profesor Daniel Rojas Marín, chamarra vieja, robusto, barba hasta el cuello, es directo:
—No tenemos recursos. La primera semana cerramos para que los niños no estuvieran expuestos, pero en esa semana nos vinieron a robar: rompieron ventanas, robaron las bancas, se llevaron la instalación eléctrica. No tenemos luz.
Los niños, de primaria y secundaria, toman clases en tres salones mínimos, en claroscuro. En total son 85 alumnos: sesenta de primaria y veinticinco de secundaria. Antes de la pandemia la pequeña escuela atendía todavía a más, pero durante la contingencia sanitaria calculan que desertaron al menos treinta.
—Los padres de familia ayudan, limpian el baño, bueno, la letrina que tenemos. Vienen, pintan, limpian. Atendemos a veinticinco familias, pero se nos han dado casos de secuestros de niños. Vean, fíjense —nos señala la calle de tierra sobre la que está la escuela—, por aquí apenas pasan carros, si acaso los micros. ¿Se imaginan una patrulla? No pasan nunca los policías. Y no tenemos drenaje ni luz, aunque las hemos pedido en dos pliegos petitorios desde hace dos años.
—¿Por qué la escuela sigue abierta?
—Nos han dicho que los alumnos no están en riesgo, aunque sí cerraron la secundaria, —están a lo que ordena la Secretaría de Educación del estado. —Hemos tenido alumnos con tos, con dolor de cabeza, pero nos dice la gente de Protección Civil que es poco probable que el aire llegue hasta acá —dice el profesor con un gesto que acentúa su incredulidad.
De acuerdo con Andrea Bizberg, asesora técnica para Latinoamérica en calidad del aire de C40, el humo del incendio daña a toda la población y no solo a la de Escalerillas y Chimalhuacán. Los más afectados son, sin duda, los niños escolares, pero también lo padecen los miembros de la familia. Y no solo los de los municipios cercanos: todos los habitantes de la Ciudad de México y su zona conurbada están en la lista de los daños. “Depende de qué tipo de basura se esté quemando. Si son plásticos o artículos como llantas, motores, pilas, los daños a mediano y largo plazo son varios: problemas respiratorios, cáncer, diabetes mellitus tipo II, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (conocida como EPOC). En el caso de los niños puede causar bajo coeficiente intelectual. Puede también aumentar el riesgo de accidentes cardiovasculares.
La característica de este fuego de actuar como un volcán puede delatar que se trata de un importante tiradero con un núcleo de basura orgánica, que arde entre los cincuenta y los cien grados Celsius y no se apaga fácilmente.
A decir de Bizberg, los riesgos se dan sobre todo por las partículas finas, esas que causan la mayor parte de las contingencias ambientales en la urbe. “La OMS recomienda un máximo de cinco microgramos por metro cúbico de partículas finas: en la Ciudad de México hay cuatrocientos microgramos por metro cúbico”. Las partículas finas de sustancias nocivas por la quema de basureros a cielo abierto, como el de Escalerillas, pueden viajar hasta cuatrocientos kilómetros de distancia. Cuatrocientos kilómetros es un número de respeto, pero para ponernos en perspectiva: entre el municipio y el centro de la Ciudad de México hay 33 kilómetros; a Puebla hay ciento sesenta y a Chilpancingo, capital de Guerrero, hay 398. Se calcula que solo en la capital del país entre ocho mil y catorce mil personas morirán de manera prematura por la exposición a contaminantes aéreos como las partículas finas, la novena causa de muerte en ese lugar. “Son como tormentas de arena que alcanzan hasta ciudades alejadas del epicentro del fuego”, dice la experta.
El incendio en Escalerillas continúa. La alcaldesa afirma que en diez días más lograrán sofocarlo por completo. ¿Cuál es el plan si este plazo se cumple y los planes se frustran? “Pediremos ayuda al poder federal”.
El fuego arde ya por un mes. Para el 30 de junio, dice Martín Cortés, el incendio está controlado “a un noventa por ciento”. Después del trajín constante de pipas de agua (entre cincuenta y setenta al día, cada una cargada con diez mil litros), la maquinaria sigue trabajando, creando caminos para facilitar el paso de las cuadrillas de bomberos hacia el centro, aún caliente, del cerro de basura. Llegaron las lluvias. Gracias a la naturaleza se ha logrado enfriar el tiradero. Pero de que arde, arde todavía.
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