La lucha de Cabo Pulmo. En busca de un equilibrio ambiental.
El caso de recuperación de Cabo Pulmo es uno histórico a nivel mundial. Esta reserva del Pacífico Norte es rica en ecosistemas, y lleva tiempo luchando contra los proyectos inmobiliarios que la amenazan día con día.
Dos horas al noreste de Cabo San Lucas, manejando por una de las zonas más áridas de México, se encuentra Cabo Pulmo, una bahía cuya extensión mayor a 7,000 hectáreas alberga uno de los ecosistemas marinos biológicamente más diversos —e importantes— del país y el Pacífico Norte. Al arrecife llegan y habitan alrededor de 210 especies monitoreadas, las cuales incluyen pescados, tiburones, ballenas y tortugas en peligro de extinción, éstas últimas hacen de la región un sitio clave de su reproducción.
Parte del Cabo del Este —en la península de Baja California, y también certificada como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO—, la historia de Cabo Pulmo en realidad era muy diferente hace 25 años. Judith Castro, habitante y trabajadora en la Comunidad de Cabo Pulmo, recuerda aquella época donde la pesca era desmedida —mucha proveniente de personas ajenas a la región— y casi termina con el ecosistema natural. “La Universidad Autónoma de Baja California vino a hacer estudios en el arrecife durante una década a platicar y compartir experiencias y conocimientos científicos. Aquí se compartía la experiencia empírica. Así se formó la idea de proteger el arrecife”, recuerda. A partir de este intercambio, la comunidad poco a poco entendió la necesidad de resguardar ese espacio natural, y en conjunto se solicitó al gobierno decretar a Cabo Pulmo un área natural protegida. En 1995, el presidente Ernesto Zedillo declaró a Cabo Pulmo como un parque nacional.
Fueron alrededor de 7,000 hectáreas de reserva marina que lograron recuperarse. «Tras más de 25 años de decretarse, se ha recuperado la biodiversidad en el lugar de manera muy grande e importante, y es el esfuerzo y éxito de muchos actores”, recalca Camilo Thompson, abogado de la Asociación Interamericana de Defensa del Ambiente (AIDA), también miembro de Cabo Pulmo Vivo, coalición de organizaciones no gubernamentales, la sociedad civil, académicos y habitantes cuyo objetivo es promover la protección del patrimonio natural y cultural de la zona, ubicada en la región sur de la península.
En 2011, la revista National Geographic llamó a Cabo Pulmo la reserva marina más robusta en el mundo, mientras que Sarahi Gomez, especialista del área de investigación en el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA) declara que “es una de las reservas más exitosas a nivel mundial, gracias a los esfuerzos colectivos de conservación. La biomasa de especies depredadoras, como tiburones y peces ha aumentado en 400% gracias a los esfuerzos, y esto significa también una derrama hacia zonas aledañas donde se realizan actividades de pesca”.
En Cabo Pulmo la actividad extractiva de pesca es restringida. Es decir, la pesca a menor escala, utilizada para consumo de los habitantes y el abastecimiento de las pequeñas industrias a su alrededor, que también incluyen actividades englobadas en el ecoturismo o turismo sustentable: buceo, snorkel, canotaje, entre otros. Algunos servicios que ofrece son restaurantes y hospedajes de tamaño reducido. “No son hoteles como tal, son hospedajes que [los habitantes] dan en sus propias casas, cabañas hechas con materiales ecofuncionales de la región. No hay luz eléctrica, sólo a base de celdas solares”, explica Thompson. El éxito de Cabo Pulmo tanto en biodiversidad como en su microindustria turística está directamente relacionado a la escala de las actividades: todo es pequeño y , sucede lentamente y debe estar en acuerdo con las necesidades de la comunidad y el arrecife. Esto rinde una variedad de resultados que efectivamente oscilan entre lo positivo y lo negativo.
Entre 2009 y 2018, Cabo Pulmo atravesó años de prueba. Fue a finales de la primera década del siglo XXI que el proyecto Cabo Cortés pretendía construir un proyecto turístico de dimensiones enormes: más de 30,000 habitaciones, 3 campos de golf, un aeropuerto, entre otros servicios. “En ese entonces representaba casi toda la demanda turística de Los Cabos”, recuerda Gómez, mientras también explica un fenómeno importante: la cuestión multiplicadora. Ésta es una proporción útil y precisa cuando se trata de medir el impacto poblacional —y, en consecuencia, ecológico— de un megaproyecto: cada habitación de hotel representa un crecimiento poblacional de entre 12 y 17 personas, quienes conforman el mantenimiento y la fuerza laboral. La estimación sólo habla de las habitaciones de hotel, no sobre el resto de proyectos como aeropuertos, una marina, entre otros. Un lugar como Cabo Pulmo, con recursos fácilmente agotables, los cuales sirven principalmente para abastecer a la comunidad local, no puede aguantar un influjo poblacional mayor a las 100,000 personas como se aspiraba para operar un desarrollo turístico de tales dimensiones.
Finalmente el megaproyecto fue cancelado por un decreto presidencial y Cabo Cortés ya no representa una amenaza. A partir de esta victoria fue que surgió la coalición Cabo Pulmo Vivo, que obtuvo otros triunfos para la región contra desarrollos enormes en 2014 y 2016. La comprensión fue clara: los grandes desarrollos turísticos e inmobiliarios son imposibles de llevarse a cabo en la región. No porque no sean redituables, sino porque las condiciones ambientales no lo permiten, se pierde el equilibrio y la zona entra en riesgo para la biodiversidad y para los habitantes.
No obstante la influencia de la zona continúa como un atractivo turístico explotable, y la ambición inmobiliaria se manifiesta de diferentes formas. “Los promotores ya aprendieron de estos errores, pero no para proponer cosas acordes con la región, sino para hacerlos más fraccionados. Ya no es uno grande, sino que se construye un proyecto más pequeño, individualmente no representa el mismo impacto que un megaproyecto, pero al verlo de cerca es evidente que no. Más bien, a lo largo de la costa hay varios proyectos planteados, y al analizar sus impactos acumulativos y sinérgicos pueden representar una amenaza incluso mayor”, explica Gómez.
Cabo Pulmo, por el momento, no se encuentra amenazado por un mega proyecto ni por alguna infraestructura específica que peligre el balance, sino por un lento crecimiento de operaciones no seguras ni sancionadas, las cuales lentamente remueven el frágil balance del lugar. “Hemos detectado que las formas de los desarrolladores de presentar proyectos es seccionada, para ‘no asustar’ o dar la idea de que es un proyecto viable, pero eso está un poco peor, porque debemos librar batallas uno por uno, entonces la amenaza aún está ahí”, recalca Castro.
Un ejemplo es Costa Palmas, un proyecto autorizado a finales de la década pasada, que atraviesa una serie de complicaciones. Se encuentra a 20 km de Cabo Pulmo e incluye 3,000 cuartos de hotel, campos de golf y marina entre otros servicios. “Sólo que lo desarrollaron justo en la desembocadura de uno de los arroyos principales de la región, el arroyo Santiago. Al pasar una tormenta fuerte, ni siquiera un huracán, la marina se les azolva, se caen los diques y muros de contención y todo se viene abajo. No sólo tienen que reinvertir de manera constante, sino que también hay un daño ecológico irreversible”, recalca Sarahí Gómez.
Thompson también recalca otros ejemplos de proyectos que, aunque pequeños, tienen profundos daños a largo plazo, tales como construir sobre las dunas o más allá de la zona federal marítimo-terrestre, ya que un incremento en la marea —y el nivel del mar en cuestión ambiental en el futuro— provoca problemas de erosión y contaminación a las aguas marítimas. Incluso en lo más esencial estos proyectos generan una serie de problemas, sobre todo en cuanto a agua dulce disponible en la región. “Los acuíferos [que surten a] los principales municipios como los Cabos y La Paz están sobreexplotados, tienen déficits. Cada año llueve y el acuífero se recarga pero no con el mismo nivel, y este impacto puede ser invisible pero al final es el agua que se extrae para abastecer estos lugares”, recalca.
Thompson también enfatiza lo siguiente: “Lo que se debe hacer es evaluar el impacto ambiental de todos. Éstos en realidad son poquitos, y significativamente un lugar no afecta por sí solo, más bien son todos juntos los que a través del tiempo repercuten a mediano plazo. Esto afectará en unos 20 o 30 años”. En vista de que estas consecuencias ya se resientan, con ejemplos como el déficit de los mantos acuíferos, y la contaminación generada por construcciones en lugares poco óptimos, esta evaluación estratégica integral es urgente.
Cuando un proyecto no se observa desde una perspectiva integral, absolutamente todos pierden: el medio ambiente sufre daños lentamente reversibles, las empresas constructoras pierden dinero en constantes reparaciones a estos edificios, y la comunidad de un lugar como Cabo Pulmo lentamente ve cómo su modo de vida se pierde.
“La idea no es que no lleguen estos desarrollos, queremos que sí. Todos sabemos que un proyecto bien planeado es bueno para todos, siempre y cuando se siga con la reglamentación y se busque el equilibrio entre aprovechamiento de los recursos, beneficio económico y el bienestar de los habitantes y comunidades”, concluye Gómez.
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