Colombianas piden un día de licencia menstrual
De acuerdo con el Unicef, en Colombia una de cada cuatro mujeres ha faltado a clases debido a la menstruación, ya sea por cólicos, incomodidad o temor a mancharse. Cerca de 691 mil mujeres de las principales ciudades reportan que les faltan recursos para comprar productos para la gestión menstrual.
Las niñas, adolescentes, mujeres y personas menstruantes que asisten como estudiantes a las instituciones educativas públicas y privadas en Colombia tendrán derecho a una licencia menstrual de un día en un lapso de 26, si se aprueba el proyecto de ley 153, presentado ante el Congreso el pasado 17 de agosto.
Como ocurre en Japón desde 1947, en Indonesia desde 1948, en Corea del Sur desde 2001, en algunas provincias chinas desde 2016 y como ocurrirá, posiblemente, en Argentina, donde la medida se está estudiando, las y lxs estudiantes podrían tomar la decisión de ausentarse un día al mes, sin que la institución imponga represalias ni sanciones y, por el contrario, les ofrezca la posibilidad de presentar un examen o entregar un trabajo atrasado a su regreso. La institución se comprometería, además, a evitar la exposición innecesaria y proteger la intimidad de quienes usen la licencia, a activar una ruta de atención y realizar campañas, con el Ministerio de Salud, para promover la salud menstrual.
CONTINUAR LEYENDOTodo lo anterior se lee en los cuatro primeros artículos del proyecto de ley, radicado por la senadora Victoria Sandino, integrante del partido Comunes, que nació del Acuerdo de Paz entre el gobierno y la antigua guerrilla de las FARC, pero desde la semana pasada es vocera de un nuevo movimiento social y político, al parecer una escisión de Comunes, llamado Avanzar.
“No se trata de enfrentar la menstruación como una enfermedad que necesita de un receso, como la incapacidad médica”, señala el proyecto de ley, “es decir, no se trata de patologizar la menstruación, sino de entender que los trastornos, el malestar, la incomodidad, el estigma y la pobreza menstrual son asuntos que entran en un conjunto de determinantes que deterioran el bienestar y la calidad de vida”.
En entrevista con Gatopardo, la senadora Sandino dice: “No hay que entender la salud como la ausencia o el tratamiento de la enfermedad, lo que desde siempre han hecho las Entidades Prestadoras de Salud (EPS), sino como una condición de bienestar y buen vivir. La menstruación es una condición natural que trae cambios en el organismo, especialmente, en el cuerpo de las jóvenes que empiezan a menstruar. En este caso se busca una licencia para que ellas mantengan su rendimiento académico y cumplan con sus responsabilidades en condiciones dignas”.
En la exposición de motivos, el proyecto de ley menciona la dismenorrea, conocida como cólicos menstruales: el dolor pélvico punzante o sordo que algunas niñas, mujeres y personas menstruantes sienten cuando el endometrio, la mucosa que recubre el útero, se desprende mediante movimientos musculares que producen calambres o cuando existe una anomalía pélvica. También se incluyen los cambios hormonales previos y durante la menstruación que “derivan en situaciones físicas y emocionales complejas”, así como el síndrome premenstrual, ese conjunto de síntomas que engloba “cambios en el apetito, distensión abdominal, dolor de cabeza, tristeza, irritabilidad, sudoración, sensibilidad en las glándulas mamarias, soltura digestiva o estreñimiento, dificultad para concentrarse, insomnio y cansancio”.
Otro de los motivos para que en Colombia haya una licencia menstrual, citando al Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), apunta a una serie de requerimientos para conseguir una gestión menstrual digna, que las instituciones educativas del país no siempre garantizan, por ejemplo, el acceso a materiales limpios para la recolección del sangrado, un entorno seguro y privado para cambiarlos, el acceso a agua y jabón y la educación básica sobre el ciclo menstrual y los posibles trastornos relacionados con la menstruación.
Sin embargo, en Colombia hay poca información sobre la manera en que las niñas, adolescentes, mujeres y personas menstruantes gestionan su menstruación. Un estudio de referencia es el que Unicef realizó en 2015, titulado “Higiene menstrual en las niñas de las escuelas del área rural en el Pacífico colombiano”, para el cual se encuestó a 204 mujeres entre los 11 y 18 años; todas, estudiantes de siete escuelas rurales en tres municipios.
Allí se leen las opiniones de las encuestadas: que a la menstruación se le considera un tabú; que no se debe hablar de ella y que hacerlo les causa pena; que se le percibe como una “cosa” que les sucede a las mujeres y las hace cambiar de ánimo, que es un castigo o una enfermedad o el paso de niña a mujer; que la sangre menstrual es algo sucio, impuro y peligroso que debe permanecer escondido; que los hombres no se vinculan al tema; que, aun cuando Colombia cuenta con legislación y programas que promueven los derechos, la educación y la salud de las mujeres, la gestión menstrual no hace parte de la política pública más allá de una eventual charla sobre prevención de embarazo y enfermedades de transmisión sexual.
“El inicio de la menstruación presenta múltiples retos para las niñas escolarizadas. Muchas carecen de conocimientos, apoyo y recursos para manejar la menstruación en la escuela. [Hay un] insuficiente acceso al material de higiene menstrual y [una] falta de instalaciones de agua y saneamiento para el aseo personal y la eliminación discreta de materiales”, dice el estudio de Unicef y agrega: “Es posible que la menstruación cause que las niñas falten a la escuela o que su atención en las clases disminuya”.
Los datos del estudio indican que una de cada cuatro encuestadas ha faltado a la escuela a causa de la menstruación. El 86% lo ha hecho debido a los cólicos, aunque también por incomodidad o temor a mancharse, por sangrado fuerte, hemorragia o carencia de toallas higiénicas. El 64% se ha ausentado un día y el 26% restante, dos. Cuando tiene la menstruación, el 38% prefiere no pasar al tablero y el 40% reportó que le cuesta concentrarse. El 63% prefiere quedarse en su casa y el 32% evita el trato con otras personas.
“Muchas chicas se ausentan porque no tienen con qué pagar las toallas higiénicas, los tampones o las copas, o por el bullying y la pena ante un manchado. Todas esas cosas que quienes pasamos por un colegio sabemos: los ‘accidentes’ que hoy siguen ocurriendo. Eso también cohíbe, tiene que ver con un tema cultural y, por eso, el proyecto plantea un componente pedagógico”, dice la senadora Sandino y enseguida habla del artículo quinto que establecería una comisión que elabore un informe técnico sobre la licencia menstrual, con miras a ampliarla a todas las mujeres trabajadoras.
“Lo ideal es que este derecho se garantice a todas las mujeres. ¿Cuántas mujeres tienen que asistir al trabajo en condiciones complejas? Lo que buscamos es que sea progresivo pero, por ahora, necesitamos que sea ley”.
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En un episodio de Postal Sonora, una especie de minipódcast, que transmitió el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) el pasado 18 de julio a propósito de los resultados de la Encuesta Pulso Social (cuya fecha de corte fue mayo), se escucha: “Al indagar en las dificultades enfrentadas para atender el periodo menstrual, el DANE encontró que aproximadamente 691 mil mujeres jefas de hogar o cónyuges del jefe de hogar, en las 23 ciudades principales del país, no tuvieron los recursos económicos necesarios para adquirir los elementos de higiene menstrual. De ellas, 531,269 pertenecen a hogares que en 2020 eran pobres monetarios”.
“En cuanto a los elementos utilizados, el 91.9% dijo que utiliza toallas higiénicas, lo que corresponde a unos 3.8 millones de mujeres. El tampón y la copa menstrual ocuparon el segundo y el tercer lugar con 12.7% y 2.6%, respectivamente. En las zonas urbanas aún hay cerca de 62 mil mujeres en hogares pobres y 11,500 mujeres de hogares que no están en situación de pobreza que usan telas o trapos, ropa vieja, calcetines, papel higiénico, papel o servilletas para atender su menstruación. Alrededor de 280 mil encuestadas declararon que, durante el mes anterior a la encuesta, [enfrentaron] impedimentos para acceder a un baño cercano, privado y limpio para cambiar sus implementos de higiene menstrual”. Casi el 9% de las mujeres y personas menstruantes consultadas respondió afirmativamente a la pregunta: ‘¿El mes pasado tuvo que suspender o interrumpir sus actividades usuales laborales, de estudio o tareas del hogar a causa de su periodo menstrual?’”.
“Aproximadamente la mitad de los seres humanos que habitamos el planeta Tierra menstruamos. Aún así, culturalmente, la sangre menstrual es un estigma […] Imagina una vida consagrada a hacer todo lo posible para invisibilizar algo que ocurre naturalmente en tu cuerpo y aceptar sin reparo que éste sea percibido como defectuoso, sucio o inadecuado”, escribe la antropóloga e investigadora Isis Tíjaro en su libro Nuestra reglas, de un proceso tedioso a un ciclo menstrual poderoso (2021).
Isis es fundadora del colectivo Derechos Menstruales Colombia y directora de la Organización Tyet –un término que se refiere al nudo de Isis, el símbolo que las mujeres del antiguo Egipto usaban cuando tenían la menstruación y que representa la energía femenina–; desde 2011 Tyet trabaja por la educación menstrual, los derechos menstruales y la autonomía femenina.
Al inicio de la entrevista con Gatopardo, Isis explica que concibe la menstruación como “una experiencia humana y vital que se relaciona de manera directa con el desarrollo de la salud física, emocional, mental y espiritual de las niñas, mujeres y personas menstruantes”, y que los derechos menstruales son aquellos que garantizan una “vivencia informada, libre de violencia, prejuicios, tabúes y temores” y permiten que quienes menstrúan tomen decisiones autónomas sobre sus cuerpos.
A la pregunta sobre de qué manera se restringen esos derechos en las instituciones educativas del país, Isis responde: “Primero, desde la infraestructura. Hay colegios y escuelas sin baños adecuados para que una niña o una mujer –porque también hay profesoras– pueda hacer su gestión menstrual. Los baños no tienen agua ni papel higiénico. Se restringe practicando esto de que la menstruación es un tema sólo de niñas y mujeres. La clase de educación física es uno de los espacios donde más se estigmatiza el cuerpo menstruante porque allí se replican narrativas como ‘otra vez con cólicos’ o ‘se manchó’. Se restringe cuando las niñas tienen sus primeros sangrados y las mandan a la enfermería o al psicólogo porque no hay herramientas ni educadores menstruales. Y se restringe desde la nutrición: sin una buena nutrición, a muchas niñas sus ciclos les llegan tarde, sus menarquias se retrasan o tienen sangrados abundantes”.
Porque, afirma Isis, la menstruación debería considerarse un signo vital, igual que la presión arterial o la frecuencia cardiaca, para monitorear la salud. Y, sin embargo, ahí está, persistente, la noción que la define únicamente como una dolencia. ¿De dónde surge esa noción? Isis enumera una lista extensa: de las cuidadoras –madres y abuelas, en un amplio porcentaje– que continúan enseñando a invisibilizar la menstruación, a desecharla, a no hablar de ella; pero también de los y las educadoras que recién en noveno grado y en clase de biología hablan del tema; pero también de las marcas que venden productos de gestión menstrual con promesas de “higiene” y “liberación”; pero también de las narrativas binarias como “¿estás bien o estás menstruando?”; pero también del insuficiente acompañamiento médico.
“Muchas hemos ido al ginecólogo, pero pocas recibimos la herramienta del autoconocimiento, y con esto queda por fuera la autonomía porque si yo conozco cómo funciona mi ciclo menstrual, voy a entender que mi estilo de vida también puede construirse desde la ciclicidad. Las dolencias de algunas mujeres provienen de no reconocerse a sí mismas como personas cíclicas. Obviamente, pueden tener que que ver con un desbalance del sistema endocrino y conocer cuáles son tus hormonas predominantes es un muy buen punto de partida porque te permite entender: tengo un desbalance de progesterona, cómo lo puedo trabajar. Cuando aprendes a nombrar tu cuerpo, a reconocer tus hormonas, tienes la capacidad de ir al ginecólogo y hacer preguntas, no solamente escuchar”.
Para Isis, aunque hay fallas, como la ausencia de articulación y de más investigaciones rigurosas que sustenten las políticas y programas sobre el tema, los derechos menstruales se están posicionando en América Latina. En el caso colombiano, ella recuerda la sentencia C117 de 2018 de la Corte Constitucional que exoneró del IVA a las toallas higiénicas y los tampones; la C102 de 2021 que aplica la misma medida a las copas; y la T398 de 2019 sobre gestión menstrual para mujeres habitantes de la calle.
“¿Por qué creo que la licencia menstrual puede ser un avance en derechos?”, añade. “Uno, porque sigue posicionando la agenda por ellos y, dos, porque va a crear conciencia sobre desnaturalizar el dolor, [es decir, pensar que] lo normal que es que te duela menstruar. Creo que se abre un espacio interesante para hablar sobre salud y educación menstruales. Si tú hablas de la licencia en un contexto de escolaridad, debes abrir un espacio para educar acerca de la menstruación no sólo en la clase de biología, sino teniendo en cuenta el proceso histórico, cultural, político, económico y social que tiene y por qué se han creado esos códigos culturales que estigmatizan su vivencia. Es un avance en los derechos para que las niñas, mujeres y personas menstruantes reconozcan que se trata de una vivencia íntima que requiere de información y autoconocimiento y que lleva a la autonomía”.
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