¿Cuánto nos cuesta la maternidad?
La penalización por ser madre empieza nueve meses antes de parir: las mujeres se salen del mercado de trabajo, muchas no regresan a él, jamás recuperan su nivel de ingreso y el que reciben es, en algunos casos, 40% menor al ingreso de los padres.
Soy padre de dos niñas y, por ser hombre, nadie se asombra de que siga trabajando; cuando ellas nacieron, nadie me preguntó si iba a dejar el trabajo. Para las mujeres, es completamente distinto: si estás casada, es muy probable que te pregunten si aún trabajas; si estás embarazada o tienes hijos pequeños, casi con certeza te han interrogado sobre ello –así le sucedió, con frecuencia, a mi esposa–. Sin lugar a dudas, son preguntas prejuiciosas y fastidiosas, aun cuando tienen sustento en la realidad. Las estadísticas indican que menos de la mitad de las mujeres trabaja a cambio de una remuneración, mientras que ocho de cada diez hombres sí reciben un ingreso por su trabajo. Esa brecha también existe en la calidad de los trabajos: una mujer obtenía 6,000 pesos al mes en promedio (antes de la pandemia), y un hombre, alrededor de 7,800.
¿Por qué las mujeres consiguen peores resultados en el mercado laboral? Aunque se debe a múltiples causas, cada vez tenemos más evidencia de que el factor más importante para explicar esas diferencias es la maternidad. Para demostrarlo, debemos analizar la trayectoria laboral de las madres durante varios años, antes y después del nacimiento del primer hijo, y tomar otro grupo para evaluar qué tan distintos son sus resultados en comparación, por ejemplo, con los padres o las mujeres que no son madres. En el primer caso podemos saber cuándo nacieron los primogénitos, de modo que la comparación con los padres es automática. En el segundo caso hay que “asignar” la fecha de nacimiento de un hijo ficticio a las mujeres que no son madres; para hacerlo, en general, se usan criterios sociodemográficos como la edad, la entidad de residencia y la experiencia laboral. Ambas comparaciones tienen pros y contras, pero nos dan una aproximación del costo de ser madre.
El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) no solo lleva un registro de quiénes son sus trabajadores, dónde trabajan, cuánto obtienen de ingresos; también, por razones de cobertura médica, recolecta información de los asegurados que dio de alta el trabajador, como la fecha de nacimiento de sus hijos o su cónyuge. En un estudio recién publicado, en colaboración con investigadores del IMSS y El Colegio de México, analizamos estos datos para estudiar cómo les va a las madres cuando tienen a su primer hijo. Los resultados se encuentran en la siguiente gráfica, que incluye los trimestres antes (hasta cinco años) y después (hasta seis años) del nacimiento del primogénito (en el eje horizontal) y el porcentaje de mujeres con un empleo registrado ante el IMSS (en el eje vertical) durante cada trimestre.
Antes del embarazo, la tendencia del porcentaje de madres y padres que trabajan es semejante; hay una brecha entre los hombres y las mujeres que trabajan, pero es pequeña a nivel nacional. Sin embargo, apenas empieza el embarazo, las mujeres se salen del mercado laboral. Se puede ver, entonces, que la penalización por ser madre empieza nueve meses antes de parir y que los padres no sufren esa penalización.
Además, después de tener a su primer hijo, pocas madres se reincorporan al mercado laboral. Aun seis años después, hay menos mujeres trabajando en comparación con el periodo previo al embarazo. La penalización también ocurre en los ingresos laborales entre padres y madres, e incluso si usamos como grupo de comparación a las mujeres que no han sido madres.
Sin embargo, la penalización no afecta a todas las madres por igual: es mucho más grave para las mujeres con ingresos bajos o casadas. Para ser más específico, las madres de ingresos altos enfrentan una penalización salarial del 10% en contraste con los padres; para aquellas de bajos ingresos, la penalización salarial es del 40%, también en comparación con los padres. Finalmente, la penalización es cercana al 40% para las mujeres que son madres y tienen cónyuge.
Con todo, una limitación de estos datos es que no toman en cuenta al total de la población, sino solamente a la que está registrada en el IMSS. Un estudio reciente analizó las trayectorias laborales un año antes y después del nacimiento del primer hijo en toda la población trabajadora de México y encontró penalizaciones mayores. Esa investigación también coincide en el resultado de que las mujeres de menores ingresos, por ejemplo, aquellas que trabajan en la informalidad, sufren una penalización mayor.
¿A qué se debe esa penalización?, ¿podemos llamarla de esa manera si las propias mujeres deciden salirse del mercado laboral? Las respuestas son complicadas porque no sabemos todo lo que ocurre en la vida de cada persona y dentro de cada empresa. Sin embargo, los resultados y la evidencia de otras fuentes sugieren que la penalización, en promedio, no se debe a decisiones personales sino a razones externas.
La discriminación es la primera de ellas. Gracias a las encuestas que realiza el INEGI, sabemos que el 13% de las mujeres que tiene empleo o ha solicitado uno en los últimos cinco años ha sufrido algún tipo de discriminación a causa del embarazo (les piden certificados médicos o las despiden). Tanto el Conapred como el Copred de la Ciudad de México advierten que el embarazo es la fuente principal de las quejas por discriminación que reciben; y muchos hemos oído casos de ese tipo; yo sé de dos: cuando las empresas se enteraron del embarazo de una amiga, cancelaron su contratación; a otra la cambiaron de oficina para que su trayecto hacia y desde el trabajo fuera una hora más largo, lo que la orilló a renunciar.
El segundo motivo de la penalización por ser madre es cultural. Las labores de cuidado –lo sabemos– recaen principalmente en las mujeres porque la sociedad todavía espera que se encarguen de ellas, sobre todo si tienen a un hombre como pareja y aun cuando eso implique renunciar a sus empleos. Esas normas sociales son tan fuertes que muchas mujeres tienden a obedecerlas e incluso rechazan la posibilidad de enviar a sus hijos a una guardería; de ahí que les pregunten si siguen trabajando cuando están embarazadas o tienen hijos pequeños. Otras necesitan trabajar, pero no pueden costear el cuidado de sus hijos, de modo que las mujeres de la familia se hacen responsables, como las abuelas. Las mismas normas sociales imponen a los hombres la carga de proveer las necesidades materiales del hogar. No sorprende, por lo tanto, que la penalización por ser madre sea mayor para las mujeres de bajos ingresos que tienen cónyuge.
Para la sociedad, son enormes los costos de que las mujeres salgan de la fuerza laboral. Menciono el más obvio: el potencial económico del país se reduce; desperdiciamos el talento de las mujeres, al tiempo que producimos y consumimos menos. Al respecto, la contabilidad del PIB excluye el cuidado –el trabajo– no remunerado de las mujeres, pero se ha calculado que equivale al 23% del PIB. Aunque no todos los costos son tan fáciles de medir. Uno de ellos es la baja representación de las mujeres en lo público –en los mercados laborales, la política, y el activismo–; esto provoca que las niñas de hoy no tengan suficientes ejemplos de lo que las mujeres pueden hacer fuera del hogar, lo que afecta sus aspiraciones futuras y el desarrollo de sus talentos.
En México debemos poner un alto a la penalización por ser madre, no solo porque no debería existir, sino también porque el costo es demasiado grande. Podemos empezar pensando seriamente cómo eliminarla. Ya hay ideas e incluso políticas para conseguirlo: igualar la licencia de paternidad con la de maternidad, el combate frontal a la discriminación por ser madre, el transporte público seguro, el acceso universal a las guarderías, entre otras. También debemos cambiar nuestras actitudes al interior del hogar y balancear el tiempo de trabajo doméstico con el de recreación y descanso. Un futuro en el que las mujeres estén presentes en todos los espacios, con maternidades y paternidades libres, responsables y valoradas por la sociedad, nos beneficiará a todos.
Raymundo M. Campos Vázquez es profesor e investigador del Centro de Estudios Económico, El Colegio de México. Doctor en Economía por la Universidad de California en Berkeley. Twitter: @rmcamposvazquez; sitio web: http://cee.colmex.mx/raymundo-campos.
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