El año escolar 2020-2021 comenzó el 24 de agosto coronado por la pandemia y con una matrícula escasa: dos millones 830 mil 419 alumnos menos que el año pasado, según la Secretaría de Educación Pública (SEP). La crisis sanitaria está dejando huella en las cifras de la deserción escolar.
En marzo, cuando el coronavirus llegó al país, las autoridades dijeron que sería cosa de uno o dos meses. No especificaron más. Adelantaron las vacaciones de Semana Santa para evitar contagios, pero los estudiantes no regresaron a las aulas después de ese momento. En abril, Esteban Moctezuma Barragán, el secretario de la SEP, le presentó al presidente López Obrador un plan que incluía el retorno presencial en septiembre; se darían unas semanas para sanitizar las instalaciones y, en algún momento, se dijo algo sobre hacer grupos de asistencia, dependiendo de la letra inicial del apellido. En la conferencia de prensa, Moctezuma dijo: “Aunque falte tiempo, pero para que los padres de familia se preparen y se vuelvan a cargar de paciencia”. Las proyecciones eran considerando que el semáforo llegaría a verde. Pero el semáforo sigue en naranja y los padres siguen “llenándose de paciencia”.
Ocho meses después, la única estrategia que le permite a los jóvenes seguir tomando clases es la televisión y los libros de texto. Para la impartición de los cursos televisados, el gobierno contrató a diversas empresas privadas para ayudarles a distribuir los contenidos. Según aseguró Moctezuma, tomaron estos programas de otros que ya existían en este medio, como las telesecundarias, y de las estrategias adoptadas de diversos países. Al poco tiempo de que empezó Aprende en Casa II, el programa de educación a distancia que se diseñó para este ciclo escolar y que durará hasta que termine la pandemia, las redes sociales se llenaron de comentarios negativos. Una transmisión muy criticada fue en la que enseñaban a los estudiantes que la primavera empezaba el 21 de septiembre: el programa era argentino.
“Hubiera sido la oportunidad perfecta para explicarle a los chicos de ese grado que del Meridiano [sic.] para abajo es un tiempo y un clima distintos. Pero no, les pusieron eso y los dejan a la buena de Dios”, dice Pamela Salinas, mexicana, madre de dos niñas y un niño. “El problema no es el contenido, el problema es que no lo adaptaron y que nadie se está poniendo a la tarea de explicarles a los chicos”.
Fotografía de Carlos Jasso / Reuters.
Sus hijos estaban en una escuela privada y decidió sacarlos antes de terminar el curso anterior, 2019-2020. A ellos les habían ofrecido la versión digital: sus hijas, en primaria, tomaban entre cuatro y seis horas de clase diarias, y el grande, en secundaria, tenía seis todos los días, a través de Zoom, donde juntaban a todos los salones: 40 alumnos y cuatro maestras en la misma sesión. Los resultados que estaban teniendo sus hijos tenían a Salinas más que decepcionada. “No estaban aprendiendo absolutamente nada”, declaró en la entrevista con Gatopardo. Decidió sacarlos de la escuela e implementar el homeschooling para este año escolar, un concepto cada vez más popular que se enfoca en cumplir competencias según la edad y promover un ambiente sano de aprendizaje desde casa.
Pamela Salinas no es una mujer convencional. Fue periodista hace algunos años, pero ahora se dedica al trabajo posparto: es consultora de lactancia y también de crianza respetuosa. Los sistemas educativos tradicionales, basados en premios y castigos, no le parecen adecuados ni fructíferos. “Yo prefiero esto porque, además, la verdad es que pienso que no van a aprender nada y no estoy de acuerdo con los métodos pedagógicos que está aplicando la escuela”, dijo Salinas. Encontró una plataforma que acompaña a niñas y niños en el homeschooling y que además se revalida en la SEP. Para Matías, el mayor, encontró un proyecto en el que desarrollan trabajos de investigación que presentan mensualmente, con diferentes temáticas. Ella calcula que, al ritmo que va, acabará segundo de secundaria en un semestre.
“A mí, sí, la verdad es que me costaba mucho trabajo ya el sistema escolarizado. Soy muy crítica de esto y pues la pandemia vino a abrir la ventana para desescolarizar a los chicos”, dijo. Entre risas añade: “Suena fatal, pero a mí, sí, en términos de la escuela de mis hijos, la pandemia me ha caído como anillo al dedo”.
Salinas reconoce la importancia de la obtención de papeles para cumplir con ciertos requisitos, sobre todo laborales, pero no cree, en lo más mínimo, que todo el aprendizaje, ni el más significativo, provenga de sistemas educativos. También sabe que ellos son muy afortunados y que lo que se está implementando en su casa está muy lejos de ser una posibilidad para la mayoría de los niños del país.
Fotografía de Carlos Jasso / Reuters.
***
La deserción escolar en instituciones privadas ha puesto a este sector en reales aprietos. A muchos maestros les redujeron a la mitad el sueldo y a varios otros los han despedido, pues los padres dejaron de pagar colegiaturas y los ingresos no alcanzan para mantener todos los gastos de las escuelas. Según la Asociación Nacional de Escuelas Particulares-Asociación Nacional para el Fomento Educativo (ANFE-ANEP), cerca de dos millones de estudiantes dejaron las escuelas de paga, lo que provocaría el cierre de 15750 escuelas.
Julia Martínez (que pidió no revelar su nombre real por razones de seguridad) y su socia tienen un kínder desde hace cuatro años. Cuando comenzó la pandemia, muchos de los padres dejaron de pagar la colegiatura. Antes tenían inscritos a 42 alumnos; ahora sólo hay 14 y sólo tres familias no pidieron el descuento del 40% en la matrícula.
“Redujimos costos y sueldos al 50% y aun así no salía lo que estábamos recibiendo de colegiatura, entonces empezamos a hacer un bazar con trabajo manual de los maestros: muñecos tejidos, acuarelas, lo que fuera que pudieran hacer y que pudiéramos vender. Luego hicimos unas canastas de verano con material y actividades para trabajo en casa y con eso logramos sacar un poquitito más pero, a pesar de eso, en julio no recibimos ni un solo peso de sueldo”, contó Martínez en entrevista.
La deserción escolar en instituciones privadas ha puesto a este sector en reales aprietos. A muchos maestros les redujeron a la mitad el sueldo y a varios otros los han despedido.
Para las clases hacían sesiones de no más de 30 minutos en videollamada, dos veces al día y además mandaban material de trabajo a las casas. En el kínder se manejan bajo el sistema pedagógico Waldorf, que no aprueba el uso de pantallas en niños menores a los 10 años, así que los medios digitales no brindaban la solución que necesitaban. Sabían, también, que esto no era a lo que los padres y madres de familia habían accedido al inscribir a sus hijos, así que idearon un plan.
“Empezamos unas burbujas sociales—así les llamamos—el lunes 17 de agosto. Son unos grupos súper pequeñitos (6 personas), nos vemos por tiempo reducido y con protección. Algunos van dos o tres veces a la semana”, explicó la directora. La decisión de hacer estas burbujas fue tomada junto con los padres de familia, bajo el acuerdo de que todas y todos los involucrados tenían que ser completamente honestos respecto a su posible exposición al virus.
Después de tres semanas de trabajar en este esquema, los padres pidieron que se extendieran el tiempo y los días de las burbujas. “Los que estamos yendo tenemos la conciencia de que es lo mejor para los niños”, aseguró la directora. Agregó que le parece muy absurdo que el gobierno acceda a abrir bares, cines, centros comerciales, gimnasios y restaurantes, pero que no puedan implementar formatos de educación presencial. “No se consideran las necesidades reales de los estudiantes y las familias. Se quiere pretender que con clases en línea y programas de TV van a poder salir adelante”, termina Martínez.
Fotografía de Henry Romero / Reuters.
***
Países como Francia, Israel y Dinamarca han abierto las escuelas para, poco tiempo después, regresar a los niños a sus casas porque los contagios se propagan. Se ha comprobado que las escuelas son lugares de alto contagio, pero muchos consideran que los sistemas únicamente virtuales, televisados o por radio, son insuficientes. Sobre el recurso de Aprende en Casa II del gobierno mexicano, “fue un remedio emergente dadas las circunstancias”, dijo Mariana Magaldi, profesora del CIDE y creadora del Sastre Académico, un proyecto que promueve una educación que se ajuste a las necesidades de cada individuo. “Ya teníamos pruebas de estos materiales en otros casos, como en África durante el ébola, donde también fueron utilizados estos recursos, pero sin duda vamos en contra del patrón que hemos tenido en la educación desde la personalización”. Con el programa de la SEP se masifican los contenidos y, asegura Magaldi, se trata a todos los estudiantes por igual, como si tuvieran las mismas capacidades, contextos y formas de aprendizaje, cosa que no es, de ninguna manera, el caso. “No nos podemos quedar ahí, tenemos que buscar alternativas en este contexto: buscar maneras de, ahora sí, asegurarnos que los niños van a aprender y no sólo a recibir información”, termina la profesora.
Magaldi diseñó un programa de tutorías personalizadas a muy bajo costo y considera que ésa podría ser una de las alternativas. También cree que hay muchas otras personas con otras buenas ideas, como la de las burbujas. Parte del trabajo que ella ha hecho es diseñar un sistema en el que se considere la voz y voto de los estudiantes en su proceso de aprendizaje; es decir, revertir la idea de la cátedra. Con la llegada de la pandemia, no le cabe duda de que el sistema clásico cambiará radicalmente: ahora es mucho más fácil acceder a educación específica y de calidad a través de internet.
Sin embargo, la educación básica no funciona igual en el mundo digital que la universitaria o las especializaciones. Muchos estudios han comprobado que el uso de pantallas digitales por niños pequeños puede generar múltiples afecciones. Principalmente, se asocian a estas tecnologías problemas de desarrollo cerebral, de visión por daños a la retina, cambios en los ciclos del sueño––que provocan estrés—,y dificultad para mantener la atención y tener interacción social física. Diversas fuentes recomiendan que ningún niño o niña menor de 10 años pase más de 40 minutos, en sesiones de no más de 20 minutos seguidos frente a una pantalla, y que los menores de cuatro años tengan la menor cantidad de tiempo en pantalla posible.
Con la llegada de la pandemia, no le cabe duda de que el sistema clásico cambiará radicalmente: ahora es mucho más fácil acceder a educación específica y de calidad a través de internet.
“Pero también hay estudios que dicen que el uso de estas tecnologías ayuda a promover las habilidades cognitivas y de lectoescritura de los niños”, debate Magaldi. “Tenemos que encontrar el balance para la exposición y usarlas de forma inteligente. Se debe de estar consciente de que esas herramientas digitales también pueden ayudar mucho a los niños a desarrollarse”.
A la profesora del CIDE, economista y politóloga, con especial interés en la educación, le parece extremadamente preocupante la posibilidad de que el gobierno mexicano no implemente más actividades educativas además de las actuales. “Generaría, en primer lugar, un agravamiento de la desigualdad social entre los que sí tengan acceso a alternativas (como las tutorías y las burbujas, e incluso, al uso de internet) y los que no, que van a estar cada vez más rezagados. Y con eso aumentará también el rezago de capital humano y, después, del crecimiento económico”, alertó. si la gente se queda sin educación, el impacto no se verá sólo en el ámbito social, sino en uno económico y de justicia. Sin personas preparadas, cae la inversión, como se ha visto en el área de tecnología, por ejemplo, con las grandes empresas que prefieren irse a China o a India porque ahí hay gente con más conocimientos de ingeniería, matemáticas, informática, entre otras. La iniciativa emprendedora nacional, por supuesto, también será escasa.
“Va a ser un círculo vicioso en donde vamos cada vez más rezagados comparados con otros países, porque no tenemos la educación necesaria para ser productivos y la productividad es al final lo que realmente hace el crecimiento de un país. No se ve bonito el futuro de México en este sentido”, dijo Magaldi y después agregó que es responsabilidad del país, además de buscar alternativas a las actuales, dar mucha más certidumbre de lo que va a pasar, pues ni las familias ni los estudiantes ni las instituciones pueden tomar decisiones certeras si la información es opaca y se basa en un semáforo que nadie sabe cómo ni cuándo va a cambiar.
Fotografía de Eyepix / Reuters.
***
Zahiré Magrié está considerando sumarse a las estadísticas de deserción escolar porque la alternativa es no tener con qué vivir. Acaba de cumplir 18 años, pero desde que tiene 15 es económicamente independiente: “Trabajaba con permiso de mi mamá”, dijo al teléfono. Llevaba un año trabajando en Burger King de medio tiempo y estudiando en el CCH Oriente, pero cuando llegó la pandemia la liquidaron y el único trabajo que ha podido encontrar es en un restaurante, como cocinera de tiempo completo, a cambio del salario mínimo. El lugar le queda a más de dos horas en transporte público y eso de “tiempo completo” es un eufemismo: trabaja 12 horas diarias.
Empezó el último semestre de preparatoria a distancia con un teléfono que pronto le dejó de servir. Ahorita usa uno prestado, en el que no puede tomar clases por videollamada, sólo usar redes sociales. Tampoco, por supuesto, tiene computadora. Para ella no hay más opciones porque no existe el nivel preparatoria en las clases por televisión. Lleva meses persiguiendo la convocatoria para entrar a la Escuela Superior de Música en el Instituto Nacional de Bellas Artes y aprobó el examen de admisión, pero ya no sabe si podrá pagar la colegiatura que le piden, de un poco más de 1 000 pesos al mes.
“Yo pago todo lo que tenga que ver conmigo. En mi casa sólo es cosa de llegar a dormir. Pero todo lo que tenga que ver con comida, el celular, las cosas de la escuela, la ropa, todo eso corre por mi cuenta; entonces, si yo me quedo estudiando en la escuela y luego también quiero entrar al INBA… bueno, tendría que escoger alguna o acomodar algo, porque no podría trabajar y estudiar”, dijo Magri mientras hacía su trayecto de regreso a casa en metro, pasadas las ocho de la noche. “La verdad, la pandemia sí ha sido terrible. Lo del INBA…: llevo buscando la convocatoria y persiguiéndola desde hace como año y medio, y ahorita, por ejemplo, tengo exámenes y te digo que trabajo 12 horas, entonces he estado muy cansada y no rindo”, dijo. Está considerando también ser un número más en los reportes de deserción escolar.
Uno de los grandes dilemas de la educación durante la crisis sanitaria ha sido el traslado del sistema educativo catedrático a la versión digital. Tanto maestros como alumnos han expresado su cansancio ante la nueva normalidad educativa en múltiples medios digitales incluso éste se ha convertido en un género de memes, muy populares en internet, donde se satiriza el caos de la educación en línea desde el punto de vista de los alumnos tanto como del profesorado.
En general, la carga es demasiada para ambos lados. Los alumnos reclaman las horas conectados a las videollamadas, a las que se les suman los trabajos o tareas que deben de entregar. Por otro lado, las y los profesores se están adaptando a un sistema completamente nuevo que requiere una preparación y habilidades tecnológicas que no todos han recibido. A esto se añaden el desgaste y el estrés, ya estudiado en diversas universidades, de la videollamada en sí misma.
Fotografía de Eyepix / Reuters.
***
Dafne García Peralta comenzó a sufrir tanta ansiedad que también quiere dejar la escuela. Estudia Diseño y Comunicación Visual en la UNAM, terminó segundo semestre y no quiere volverse a inscribir. Sus padres le insisten en que lo haga, pero su experiencia el curso pasado la desalentó.
“La pandemia ha causado que mi autoestima, mi relación amorosa y mi salud mental (además de mi libertad y la de casi todos) se vea afectada”, escribió García en un mensaje de texto. “Al comenzar las clases, muchos profesores nos cargaban la mano demasiado con trabajos y tareas, pedían las entregas en horarios que ni eran suyos o incluso en fin de semana mandaban mensajes para actividades nuevas”. El estrés hizo que se le empezara a caer el pelo; subió de peso e incluso le dio una infección vaginal.
El problema no era sólo que los maestros fueran exigentes, contó la estudiante, sino que la mayoría de sus profesores no se adaptó al cambio. Les mandaban documentos que no entendían ni ella ni sus compañeros; otros maestros no hicieron acto de presencia en ningún momento más que en las últimas semanas de evaluación para pedirles que entregaran una serie de piezas para tener con qué calificarles. “Por supuesto, esos trabajos de nada nos sirvieron porque no nos dio clase jamás”, reclamó García.
Al inicio de la pandemia, García no tenía fácil acceso a internet. Por un tiempo logró que un vecino se lo prestara, pero eso no duró mucho; cuando estaba con su mamá, se iba a la estética donde trabaja para ahí poder tomar clases o terminar las entregas. Le explicó a sus profesores que no siempre podía conectarse a las aulas virtuales, pero no hubo receptividad alguna.
“Va a ser un círculo vicioso en donde vamos cada vez más rezagados comparados con otros países, porque no tenemos la educación necesaria para ser productivos y la productividad es al final lo que realmente hace el crecimiento de un país».
“Yo entiendo que de alguna forma se tiene que cubrir todo lo que venga en el plan de estudios y todo eso, pero se me hacía como que no administran muy bien su tiempo los profesores”. Antes de que empezara la pandemia en México, muchas facultades de la UNAM se fueron a paro en protesta contra la violencia de género que se vive en la Universidad. García cree que los profesores intentaron compensar en unos meses ese tiempo y lo que resultó fue un bombardeo de información del que poco aprendieron.
“Me sentía hasta insuficiente, porque no comprendía todo y ni siquiera me daban las bases completas para saber hacia dónde dirigirme, qué buscar. Me sentía muy, muy perdida”, dijo después en una entrevista por teléfono. “Yo estaba en varias materias, pero me di de baja porque no estaba funcionando; podía seguir haciendo los trabajos, cumplir y, en varias materias, podría haber sacado 10, pero no estaba aprendiendo nada”.
Agrega que sabe que ella es de las afortunadas, porque tiene acceso a una computadora y el apoyo de sus padres quienes, aunque la impulsan a no dejar la escuela, respetan sus decisiones. Conoce a mucha gente de su Facultad que está pasando por situaciones mucho más difíciles; que no tiene acceso a medios digitales y que, además, debe trabajar o cuidar a sus familiares.
Gabriela Sánchez Santana, otra estudiante de la Facultad de Arte y Diseño de la UNAM, cree que “si antes no estaban organizados, ahora menos. Todos los problemas que había, ahora nada más se incrementaron”. La UNAM es la universidad pública más reconocida en el país y cumple con altos estándares educativos en el mundo, pero se sabe que en esta institución la calidad educativa a veces es un volado: depende de los maestros, los horarios que se abran y la cantidad de alumnos que entren en el semestre; también, de tus posibilidades económicas, pues no todos tienen acceso a los mismos talleres o planteles. Dos agravantes que suman a la deserción escolar son el acoso de los profesores hacia las estudiantes, que se ha convertido en un problema insoslayable, y la falta de mantenimiento de las instalaciones.
Una vez más, la pandemia ha movido la tapa de una cloaca que ya estaba por reventar. El sistema educativo tiene problemas enraizados desde hace años que, con la imposibilidad de salir de casa, se han recrudecido y tendrán consecuencias profundas para el futuro del país. La falta de proactividad de las autoridades para inventar y promover esquemas que aseguren el aprendizaje de los estudiantes del país ha dejado a la deriva a millones de personas. El creciente problema de deserción escolar es grave y el futuro, oscuro, si no se activan planes que verdaderamente consideren el aprendizaje y la salud de los estudiantes como lo más importante.