Despojo y violencia al acecho de los pueblos indígenas
Pie de Página exhibe al Estado mexicano y su creciente desinterés por proteger a los indígenas.
El orgullo por la multiculturalidad étnica es, sin duda, una imagen que por años el Estado mexicano ha utilizado como parte de su narrativa oficial. Sin embargo, ha demostrado que ésta es a conveniencia, pues basta tomar en cuenta que a pesar de ser este un país que encuentra sus bases en los pueblos originarios, de los cuales a la fecha solo prevalecen 68 y de estos, 23 están en riesgo de desaparecer, el estado carece de políticas que aseguren la libre determinación de los pueblos indígenas.
En contraste, México ha sostenido durante décadas una campaña de exterminio a través del despojo y abandono de muchas de estas comunidades, que tras haber representado la mitad de la población, hoy se han reducido al 13 por ciento. El deslinde se ha dado a pesar de que a nivel constitucional, el artículo 2º establece un marco general para el desarrollo de órganos de representación de las comunidades indígenas, reconociendo sus derechos a la autonomía, la aplicación de su derecho consuetudinario y el acceso a la tenencia de la tierra y al uso y disfrute de los recursos naturales.
¿A qué se debe el actuar del Estado y de la sociedad en general ante los pueblos indígenas? En su reciente serie de reportajes “El color de la pobreza”, el colectivo Pie de Página resalta el factor étnico, que en 2017 fue incluido por primera vez en la encuesta Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), y la “pigmentocracia” como un determinante de las oportunidades y derechos a los que los mexicanos pueden acceder.
«Descubrí que la pobreza quizá tiene un color que no me había dimensionado: el de la ignorancia», reprochó la periodista Daniela Pastrana, editora general de la serie “El color de la pobreza”, durante la presentación de los ocho reportajes en el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, conversación en la que estuvo acompañada por Norma Meza, líder del clan Mischuih Kuijas Kumiai; José Koyoc, historiador maya; Miguel Manuel Parra, vocero de la comunidad rarámuri de Mogotavo; Magdalena Gómez, catedrática de la Universidad Pedagógica Nacional; Verónica Fernández, Fundación W.K. Kellogg; y Juan Carlos, en representación del director del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas.
En lucha por el reconocimiento del Estado
«En el caso de mi comunidad, los títulos en papel los tienen otras personas. Ellos venden y el territorio pasa al dominio de gente que busca poner centros turísticos. A nosotros nos dejan de lado. Nosotros somos los verdaderos propietarios de los territorios, los recorremos día a día, sabemos cuáles son los nombres de los parajes que visitamos, sabemos el tipo de flora y fauna, para qué nos sirven, todo sabemos y cada lugar de la Sierra tiene su nombre original…»
Miguel Manuel Parra, vocero de la comunidad rarámuri de Mogotavo
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En el estado de Chihuahua al norte del país se encuentra la Sierra Tarahumara, hogar de diversas comunidades indígenas como la Huetosachi, Bakeachi y Mogotavo, a la que pertenece Miguel Parra, una de las voces del reportaje Criminalización de la montaña de Pie de Página y Periodistas de a Pie.
Sin embargo, aquellos territorios se han visto transformados a causa del desarrollo de proyectos modernizadores, enfocados principalmente en el turismo y la extracción. Para Parra, la Sierra bien podría ser considerada un estado distinto a Chihuahua, debido a la diversidad que hay en el territorio, sin embargo la pobreza extrema es uno de los principales factores que ha limitado la estabilidad de las comunidades. Por otro lado, hay zonas en las que sí existe inversión gubernamental, pero ésta no es para los rarámuris sino para los empresarios.
«A lo único que pueden dedicarse los rarámuris es a la venta de artesanías, que son un atractivo para el turismo, pero de ellas obtienen un beneficio muy marginal», dice Parra, quien trabaja en una organización que se llama Awé Tibúame, que significa «águila real». Ésta se dedica a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y desde hace años está en pie de lucha para lograr que el Estado deje de negarles a los rarámuris el derecho de existir en esos lugares.
La situación ha empeorado desde 1961 cuando El Chepe comenzó a andar por la Sierra Tarahumara, desde entonces aquellos que se han apropiado de los territorios han violentado a quienes históricamente habitaron y defendieron la zona.
«Seguimos en la lucha porque nos reivindiquen esos lugares, que el Estado nos reconozca. Algunos han logrado que los reconozcan como Huetosachi, que es un pueblo vecino. Nosotros como rarámuris nos reconocemos, sabemos a dónde vamos, pero hace falta que en el exterior sepan quiénes somos», reclama Parra.
¡Sí existimos!
«Los Yumanos tenemos nuestro territorio pero no tenemos cómo sobrevivir. Necesitamos darle estudios a nuestros hijos y quizás nunca llegue el apoyo para ganadería que estamos solicitando. Pero seguimos resistiendo y ahí moriremos, resistiendo…».
Norma Meza, líder del clan Mischuih Kuijas Kumiai
Doce mil años avalan su existencia. Los indios Yumanos aún existen y pese a lo que el Estado quiere imponer, continúan habitando la península de Baja California. Sí, al norte de México, esa zona que recientemente se ha ido diluyendo del colectivo imaginario de los pueblos indígenas en México. En aquel territorio, que en algún momento estuvo habitado por aproximadamente 40 mil yumanos, actualmente solo quedan 2 mil nativos de cinco pueblos que conforman la comunidad.
Yumanos, los indios más olvidados de México es el nombre con el que Pie de Página llamó al reportaje en el que dan prueba, de primera mano, de la existencia de los Cucapá, los Kumiai, los Kiliwa, los ku’ahl y los Cochimí, que son, en conjunto, habitantes de 11 mil 500 hectáreas al norte del país y que según las previsiones oficiales, en menos de 20 años habrán dejado de existir.
«Nos quieren quitar el territorio cuando nosotros tenemos sitios sagrados aquí y nunca salimos de la comunidad, ahí morimos de generación en generación. Salimos a trabajar a la ciudad pero regresamos, vivimos de la cría de animales, de comer frutos y semillas silvestres», dice Meza, líder de los Kumiai, comunidad que ha aprendido a vivir bajo las reglas de un país del que no se sienten parte, y que se ha encargado de dejarles clara su falta de interés. Posición que se ha traducido en nulos apoyos a la comunidad, ni económicos, ni de salud y mucho menos de educación. Una de las quejas que tienen estas comunidades es que todo el apoyo se quedó en el sur. Ellos, a la fecha, solo piden que no los dejen desamparados, solicitan proyectos productivos que les permitan continuar con sus actividades, como la ganadería y la pesca.
Lo Maya se ha convertido en una marca
«Después de cinco siglos de convivencia cotidiana, entre pueblos parecemos desconocidos, pero cómo le vamos hacer para abrir el diálogo…».
José Koyoc, historiador maya
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Ubicados en la Península de Yucatán, al sur de México, se encuentran los Mayas, el segundo pueblo indígena con mayor presencia en el país, tan solo detrás de los Nahuas. Sin embargo, lejos de traerles grandes beneficios, ser uno de los pueblos con mayor representación los ha llevado a ser la imagen más explotada, tanto por el Estado mexicano como por la industria turística, para promocionar y capitalizar proyectos de desarrollo, como el “El Tren Maya”, uno de los principales proyectos de la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En el reportaje Un viaje al futuro con los mayas peninsulares de Pie de Página, exponen la hipocresía a la que los mayas se enfrentan por parte del gobierno de México, quien presume de la riqueza de su cultura, pero al mismo tiempo les niega la posibilidad de existir en el presente bajo sus propias condiciones. De alguna manera, ellos han quedado relegados a formar parte del inmobiliario de los museos, aún cuando muchos de ellos, los jóvenes, están listos para vivir la realidad actual del país.
Muchos han dejado sus comunidades para abrirse paso en diferentes ramas como la academia, la medicina y la comunicación. Todo por elección propia. Con esto se demuestra uno de los graves errores que comete tanto el gobierno como la sociedad mexicana, al creer que por pertenecer al entorno urbano, están en posición de «aconsejar» a los pueblos originarios sobre la mejor forma de alcanzar su propio desarrollo.
Esta forma de pensar es un vicio en donde el racismo tiene especial protagonismo. Los indígenas son completamente capaces de decidir el tipo de desarrollo que quieren para sí mismos y sus comunidades.
«Es importante que el Estado mexicano se reconcilie con los pueblos originarios, pero también es necesario que entre las diferentes naciones que habitamos en México, eso incluye a la nación mexicana y a las naciones indígenas, nos reconciliemos. Un verdadero proceso de reconciliación no puede venir solamente de los pueblos originarios. Como lo ha dicho Fernando Pairican, el historiador mapuche, refiriéndose a Chile, esto tiene que salir de un consenso amplio entre la nación mexicana».
Fotografía de portada: Duilio Rodríguez (@duiliorodriguez) / Pie de Página
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