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Las fotos de dos sacerdotes, Javier Campos y Joaquín Mora, que fueron asesinados, se muestran durante una misa. Fotografía de Edgard Garrido / REUTERS.
Los jesuitas que fueron asesinados este lunes, Javier Campos y Joaquín César Mora, eran reconocidos y apreciados por la comunidad de Cerocahui debido a sus labores en defensa de la cultura rarámuri. Los habitantes resienten estos homicidios y están atemorizados.
Los sacerdotes jesuitas Javier Campos, el Gallo, y Joaquín César Mora, el Morita, fueron asesinados en Cerocahui, una localidad que se ubica en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, lo que cimbró a la orden religiosa y a los habitantes de la comunidad. El hecho evidenció, no sólo que la violencia azota a México, sino que alcanza hasta a quienes pertenecen a la Iglesia católica y se encargan de predicar la paz.
Los jesuitas son una de las órdenes más importantes de esa iglesia. Pertenecen a la Compañía de Jesús y son conocidos por llevar sus labores sociales hasta los lugares más recónditos, como la Sierra Tarahumara, a donde llegaron hace más de cuatrocientos años con la misión de acompañar a la comunidad rarámuri, aunque también tienen presencia en Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y otros estados.
Javier Campos y Joaquín César Mora eran queridos y reconocidos en Cerocahui —un pueblo con alrededor de mil habitantes en el municipio de Urique— por su gran labor de defensa de la cultura rarámuri. Tenían el respeto de los indígenas, la población general, las autoridades civiles e incluso de los grupos criminales de la región, dice en entrevista Jorge Atilano, encargado de las obras sociales de los jesuitas.
Esa confianza se fracturó este lunes 20 de junio, cuando ambos sacerdotes fueron asesinados dentro de la parroquia San Francisco Javier, mientras le daban refugio a Pedro Palma, un guía de turistas que acudió a ellos para salvar su vida. Pero los tres fueron asesinados a balazos por un hombre que presuntamente estaba drogado, de otra forma no se explican por qué atentó contra los jesuitas.
De sus cuerpos nada se sabía porque los criminales se los robaron y, con ellos, la paz de la comunidad, pues el golpe de los asesinatos dejó una fuerte impresión en los pobladores de Cerocahui. Los habitantes no han salido de sus casas. Están alerta, esperando a que el templo se abra nuevamente para poder hacer sus rezos y ritos. Tienen miedo y mucha incertidumbre, describe Atilano. Hoy, miércoles 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua Maru Campos anunció públicamente que ya localizaron y recuperaron los cadáveres.
La prensa local ha señalado a José Noriel Portillo, alias el Chueco, como uno de los presuntos autores de estos asesinatos. Este personaje forma parte del cártel de Sinaloa y se le atribuye el control de actividades ilícitas como el narcotráfico y la tala clandestina en la Sierra Tarahumara.
Antes de que los sacerdotes fueran asesinados, “había códigos de convivencia [con los grupos criminales], pero se rompieron”, reconoce Atilano. Los códigos están rotos pero no los jesuitas. Atilano asegura que no tienen miedo y la curia decidió quedarse en la zona para seguir con su misión, como han venido haciendo desde hace más de cuatro siglos.
Defensores de los rarámuris
Javier Campos, el Gallo, no solo aprendió a hablar la lengua rarámuri, también conocía esta comunidad como a la palma de su mano. Acababa de cumplir cincuenta años como sacerdote en Cerocahui. La primera vez que el Gallo llegó a la Sierra Tarahumara tenía treinta, es decir: dedicó prácticamente toda su vida a ella, hasta el día que lo asesinaron. “Era el referente moral de la cultura rarámuri”, afirma Jorge Atilano. No había otra persona externa a los rarámuris que conociera más de esta cultura, sus celebraciones religiosas, sus danzas y rituales. Incluso en las celebraciones y ritos rarámuris él daba la pauta para organizarlos, algo que hizo que se ganara el cariño de la gente y fuera un referente para ellos.
Joaquín Mora y él eran dos de los cuatro misioneros jesuitas en Cerocahui. Mora tenía veintitrés años como sacerdote en ese lugar. Atilano dice que era “el padre de cabecera” de los habitantes, pues la gente lo buscaba mucho por la confianza que veían en él, por su carisma y su compromiso con la comunidad.
Los jesuitas tienen tres misiones principales en la Sierra Tarahumara. La primera está en Creel, una población enclavada en lo alto de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. Ahí tienen el complejo Santa Teresita, una clínica donde se brindan servicios de salud y nutrición. En este mismo poblado encabezan un proyecto para la excavación de pozos de agua y un programa para atender la sequía en la región a través del intercambio de productos como el maíz y el frijol por trabajo comunitario.
Otro de sus proyectos está en la parroquia Samachike, donde enseñan a grupos de niños a recuperar los ritos de la cultura rarámuri, su historia, la cosmovisión indígena de sus pueblos y sus tradiciones. En Cerocahui, donde fueron asesinados los sacerdotes jesuitas, tienen obras pastorales propias de la misión en compañía de las familias y los rarámuris que encabezan las celebraciones de la zona.
La violencia en la Sierra Tarahumara
La Sierra Tarahumara está cerca del llamado triángulo dorado de la droga, ubicado entre Chihuahua, Durango y Sinaloa, llamado así por ser un territorio donde se cultiva principalmente la amapola y la marihuana. También ha sido escenario de la tala ilegal de árboles por parte del crimen organizado que busca apoderarse de la región y lavar dinero, como documentó Proceso hace un año. Esta situación ha obligado a que al menos cuatrocientas personas abandonen sus hogares.
En meses recientes la huida se ha repetido. En total 87 personas de los municipios Guadalupe y Calvo, Uruachi y Urique han salido de ahí en la última semana.
La situación que viven las comunidades de la Sierra Tarahumara ya había sido documentada en 2015 por los mismos jesuitas en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz, una investigación que hizo Jorge Atilano. La publicación da cuenta del incremento de la violencia, propiciada por el abandono de las autoridades a esta comunidad.
“Somos conscientes de la violencia en la región y por eso hemos venido trabajando en proyectos de reconstrucción de paz en los últimos años, para ayudar a mejorar la situación de la Tarahumara”, dice Atilano.
“La Sierra Tarahumara es reflejo de ese profundo dolor. Como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no cambian. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos, quienes dedicaron sus vidas, hasta sus últimos minutos, a proteger y cobijar a otros”, dijo Luis Gerardo Moro, el padre provincial de la Compañía de Jesús en México, en la misa que celebró ayer.
Atilano dice que la comunidad de los jesuitas se está organizando para ver quiénes serán los próximos sacerdotes que llegarán a la sierra, pero de algo están seguros: “Esta sangre que se ha derramado queremos que sea semilla de paz para el país”.
Los jesuitas que fueron asesinados este lunes, Javier Campos y Joaquín César Mora, eran reconocidos y apreciados por la comunidad de Cerocahui debido a sus labores en defensa de la cultura rarámuri. Los habitantes resienten estos homicidios y están atemorizados.
Los sacerdotes jesuitas Javier Campos, el Gallo, y Joaquín César Mora, el Morita, fueron asesinados en Cerocahui, una localidad que se ubica en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, lo que cimbró a la orden religiosa y a los habitantes de la comunidad. El hecho evidenció, no sólo que la violencia azota a México, sino que alcanza hasta a quienes pertenecen a la Iglesia católica y se encargan de predicar la paz.
Los jesuitas son una de las órdenes más importantes de esa iglesia. Pertenecen a la Compañía de Jesús y son conocidos por llevar sus labores sociales hasta los lugares más recónditos, como la Sierra Tarahumara, a donde llegaron hace más de cuatrocientos años con la misión de acompañar a la comunidad rarámuri, aunque también tienen presencia en Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y otros estados.
Javier Campos y Joaquín César Mora eran queridos y reconocidos en Cerocahui —un pueblo con alrededor de mil habitantes en el municipio de Urique— por su gran labor de defensa de la cultura rarámuri. Tenían el respeto de los indígenas, la población general, las autoridades civiles e incluso de los grupos criminales de la región, dice en entrevista Jorge Atilano, encargado de las obras sociales de los jesuitas.
Esa confianza se fracturó este lunes 20 de junio, cuando ambos sacerdotes fueron asesinados dentro de la parroquia San Francisco Javier, mientras le daban refugio a Pedro Palma, un guía de turistas que acudió a ellos para salvar su vida. Pero los tres fueron asesinados a balazos por un hombre que presuntamente estaba drogado, de otra forma no se explican por qué atentó contra los jesuitas.
De sus cuerpos nada se sabía porque los criminales se los robaron y, con ellos, la paz de la comunidad, pues el golpe de los asesinatos dejó una fuerte impresión en los pobladores de Cerocahui. Los habitantes no han salido de sus casas. Están alerta, esperando a que el templo se abra nuevamente para poder hacer sus rezos y ritos. Tienen miedo y mucha incertidumbre, describe Atilano. Hoy, miércoles 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua Maru Campos anunció públicamente que ya localizaron y recuperaron los cadáveres.
La prensa local ha señalado a José Noriel Portillo, alias el Chueco, como uno de los presuntos autores de estos asesinatos. Este personaje forma parte del cártel de Sinaloa y se le atribuye el control de actividades ilícitas como el narcotráfico y la tala clandestina en la Sierra Tarahumara.
Antes de que los sacerdotes fueran asesinados, “había códigos de convivencia [con los grupos criminales], pero se rompieron”, reconoce Atilano. Los códigos están rotos pero no los jesuitas. Atilano asegura que no tienen miedo y la curia decidió quedarse en la zona para seguir con su misión, como han venido haciendo desde hace más de cuatro siglos.
Defensores de los rarámuris
Javier Campos, el Gallo, no solo aprendió a hablar la lengua rarámuri, también conocía esta comunidad como a la palma de su mano. Acababa de cumplir cincuenta años como sacerdote en Cerocahui. La primera vez que el Gallo llegó a la Sierra Tarahumara tenía treinta, es decir: dedicó prácticamente toda su vida a ella, hasta el día que lo asesinaron. “Era el referente moral de la cultura rarámuri”, afirma Jorge Atilano. No había otra persona externa a los rarámuris que conociera más de esta cultura, sus celebraciones religiosas, sus danzas y rituales. Incluso en las celebraciones y ritos rarámuris él daba la pauta para organizarlos, algo que hizo que se ganara el cariño de la gente y fuera un referente para ellos.
Joaquín Mora y él eran dos de los cuatro misioneros jesuitas en Cerocahui. Mora tenía veintitrés años como sacerdote en ese lugar. Atilano dice que era “el padre de cabecera” de los habitantes, pues la gente lo buscaba mucho por la confianza que veían en él, por su carisma y su compromiso con la comunidad.
Los jesuitas tienen tres misiones principales en la Sierra Tarahumara. La primera está en Creel, una población enclavada en lo alto de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. Ahí tienen el complejo Santa Teresita, una clínica donde se brindan servicios de salud y nutrición. En este mismo poblado encabezan un proyecto para la excavación de pozos de agua y un programa para atender la sequía en la región a través del intercambio de productos como el maíz y el frijol por trabajo comunitario.
Otro de sus proyectos está en la parroquia Samachike, donde enseñan a grupos de niños a recuperar los ritos de la cultura rarámuri, su historia, la cosmovisión indígena de sus pueblos y sus tradiciones. En Cerocahui, donde fueron asesinados los sacerdotes jesuitas, tienen obras pastorales propias de la misión en compañía de las familias y los rarámuris que encabezan las celebraciones de la zona.
La violencia en la Sierra Tarahumara
La Sierra Tarahumara está cerca del llamado triángulo dorado de la droga, ubicado entre Chihuahua, Durango y Sinaloa, llamado así por ser un territorio donde se cultiva principalmente la amapola y la marihuana. También ha sido escenario de la tala ilegal de árboles por parte del crimen organizado que busca apoderarse de la región y lavar dinero, como documentó Proceso hace un año. Esta situación ha obligado a que al menos cuatrocientas personas abandonen sus hogares.
En meses recientes la huida se ha repetido. En total 87 personas de los municipios Guadalupe y Calvo, Uruachi y Urique han salido de ahí en la última semana.
La situación que viven las comunidades de la Sierra Tarahumara ya había sido documentada en 2015 por los mismos jesuitas en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz, una investigación que hizo Jorge Atilano. La publicación da cuenta del incremento de la violencia, propiciada por el abandono de las autoridades a esta comunidad.
“Somos conscientes de la violencia en la región y por eso hemos venido trabajando en proyectos de reconstrucción de paz en los últimos años, para ayudar a mejorar la situación de la Tarahumara”, dice Atilano.
“La Sierra Tarahumara es reflejo de ese profundo dolor. Como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no cambian. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos, quienes dedicaron sus vidas, hasta sus últimos minutos, a proteger y cobijar a otros”, dijo Luis Gerardo Moro, el padre provincial de la Compañía de Jesús en México, en la misa que celebró ayer.
Atilano dice que la comunidad de los jesuitas se está organizando para ver quiénes serán los próximos sacerdotes que llegarán a la sierra, pero de algo están seguros: “Esta sangre que se ha derramado queremos que sea semilla de paz para el país”.
Las fotos de dos sacerdotes, Javier Campos y Joaquín Mora, que fueron asesinados, se muestran durante una misa. Fotografía de Edgard Garrido / REUTERS.
Los jesuitas que fueron asesinados este lunes, Javier Campos y Joaquín César Mora, eran reconocidos y apreciados por la comunidad de Cerocahui debido a sus labores en defensa de la cultura rarámuri. Los habitantes resienten estos homicidios y están atemorizados.
Los sacerdotes jesuitas Javier Campos, el Gallo, y Joaquín César Mora, el Morita, fueron asesinados en Cerocahui, una localidad que se ubica en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, lo que cimbró a la orden religiosa y a los habitantes de la comunidad. El hecho evidenció, no sólo que la violencia azota a México, sino que alcanza hasta a quienes pertenecen a la Iglesia católica y se encargan de predicar la paz.
Los jesuitas son una de las órdenes más importantes de esa iglesia. Pertenecen a la Compañía de Jesús y son conocidos por llevar sus labores sociales hasta los lugares más recónditos, como la Sierra Tarahumara, a donde llegaron hace más de cuatrocientos años con la misión de acompañar a la comunidad rarámuri, aunque también tienen presencia en Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y otros estados.
Javier Campos y Joaquín César Mora eran queridos y reconocidos en Cerocahui —un pueblo con alrededor de mil habitantes en el municipio de Urique— por su gran labor de defensa de la cultura rarámuri. Tenían el respeto de los indígenas, la población general, las autoridades civiles e incluso de los grupos criminales de la región, dice en entrevista Jorge Atilano, encargado de las obras sociales de los jesuitas.
Esa confianza se fracturó este lunes 20 de junio, cuando ambos sacerdotes fueron asesinados dentro de la parroquia San Francisco Javier, mientras le daban refugio a Pedro Palma, un guía de turistas que acudió a ellos para salvar su vida. Pero los tres fueron asesinados a balazos por un hombre que presuntamente estaba drogado, de otra forma no se explican por qué atentó contra los jesuitas.
De sus cuerpos nada se sabía porque los criminales se los robaron y, con ellos, la paz de la comunidad, pues el golpe de los asesinatos dejó una fuerte impresión en los pobladores de Cerocahui. Los habitantes no han salido de sus casas. Están alerta, esperando a que el templo se abra nuevamente para poder hacer sus rezos y ritos. Tienen miedo y mucha incertidumbre, describe Atilano. Hoy, miércoles 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua Maru Campos anunció públicamente que ya localizaron y recuperaron los cadáveres.
La prensa local ha señalado a José Noriel Portillo, alias el Chueco, como uno de los presuntos autores de estos asesinatos. Este personaje forma parte del cártel de Sinaloa y se le atribuye el control de actividades ilícitas como el narcotráfico y la tala clandestina en la Sierra Tarahumara.
Antes de que los sacerdotes fueran asesinados, “había códigos de convivencia [con los grupos criminales], pero se rompieron”, reconoce Atilano. Los códigos están rotos pero no los jesuitas. Atilano asegura que no tienen miedo y la curia decidió quedarse en la zona para seguir con su misión, como han venido haciendo desde hace más de cuatro siglos.
Defensores de los rarámuris
Javier Campos, el Gallo, no solo aprendió a hablar la lengua rarámuri, también conocía esta comunidad como a la palma de su mano. Acababa de cumplir cincuenta años como sacerdote en Cerocahui. La primera vez que el Gallo llegó a la Sierra Tarahumara tenía treinta, es decir: dedicó prácticamente toda su vida a ella, hasta el día que lo asesinaron. “Era el referente moral de la cultura rarámuri”, afirma Jorge Atilano. No había otra persona externa a los rarámuris que conociera más de esta cultura, sus celebraciones religiosas, sus danzas y rituales. Incluso en las celebraciones y ritos rarámuris él daba la pauta para organizarlos, algo que hizo que se ganara el cariño de la gente y fuera un referente para ellos.
Joaquín Mora y él eran dos de los cuatro misioneros jesuitas en Cerocahui. Mora tenía veintitrés años como sacerdote en ese lugar. Atilano dice que era “el padre de cabecera” de los habitantes, pues la gente lo buscaba mucho por la confianza que veían en él, por su carisma y su compromiso con la comunidad.
Los jesuitas tienen tres misiones principales en la Sierra Tarahumara. La primera está en Creel, una población enclavada en lo alto de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. Ahí tienen el complejo Santa Teresita, una clínica donde se brindan servicios de salud y nutrición. En este mismo poblado encabezan un proyecto para la excavación de pozos de agua y un programa para atender la sequía en la región a través del intercambio de productos como el maíz y el frijol por trabajo comunitario.
Otro de sus proyectos está en la parroquia Samachike, donde enseñan a grupos de niños a recuperar los ritos de la cultura rarámuri, su historia, la cosmovisión indígena de sus pueblos y sus tradiciones. En Cerocahui, donde fueron asesinados los sacerdotes jesuitas, tienen obras pastorales propias de la misión en compañía de las familias y los rarámuris que encabezan las celebraciones de la zona.
La violencia en la Sierra Tarahumara
La Sierra Tarahumara está cerca del llamado triángulo dorado de la droga, ubicado entre Chihuahua, Durango y Sinaloa, llamado así por ser un territorio donde se cultiva principalmente la amapola y la marihuana. También ha sido escenario de la tala ilegal de árboles por parte del crimen organizado que busca apoderarse de la región y lavar dinero, como documentó Proceso hace un año. Esta situación ha obligado a que al menos cuatrocientas personas abandonen sus hogares.
En meses recientes la huida se ha repetido. En total 87 personas de los municipios Guadalupe y Calvo, Uruachi y Urique han salido de ahí en la última semana.
La situación que viven las comunidades de la Sierra Tarahumara ya había sido documentada en 2015 por los mismos jesuitas en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz, una investigación que hizo Jorge Atilano. La publicación da cuenta del incremento de la violencia, propiciada por el abandono de las autoridades a esta comunidad.
“Somos conscientes de la violencia en la región y por eso hemos venido trabajando en proyectos de reconstrucción de paz en los últimos años, para ayudar a mejorar la situación de la Tarahumara”, dice Atilano.
“La Sierra Tarahumara es reflejo de ese profundo dolor. Como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no cambian. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos, quienes dedicaron sus vidas, hasta sus últimos minutos, a proteger y cobijar a otros”, dijo Luis Gerardo Moro, el padre provincial de la Compañía de Jesús en México, en la misa que celebró ayer.
Atilano dice que la comunidad de los jesuitas se está organizando para ver quiénes serán los próximos sacerdotes que llegarán a la sierra, pero de algo están seguros: “Esta sangre que se ha derramado queremos que sea semilla de paz para el país”.
Los jesuitas que fueron asesinados este lunes, Javier Campos y Joaquín César Mora, eran reconocidos y apreciados por la comunidad de Cerocahui debido a sus labores en defensa de la cultura rarámuri. Los habitantes resienten estos homicidios y están atemorizados.
Los sacerdotes jesuitas Javier Campos, el Gallo, y Joaquín César Mora, el Morita, fueron asesinados en Cerocahui, una localidad que se ubica en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, lo que cimbró a la orden religiosa y a los habitantes de la comunidad. El hecho evidenció, no sólo que la violencia azota a México, sino que alcanza hasta a quienes pertenecen a la Iglesia católica y se encargan de predicar la paz.
Los jesuitas son una de las órdenes más importantes de esa iglesia. Pertenecen a la Compañía de Jesús y son conocidos por llevar sus labores sociales hasta los lugares más recónditos, como la Sierra Tarahumara, a donde llegaron hace más de cuatrocientos años con la misión de acompañar a la comunidad rarámuri, aunque también tienen presencia en Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y otros estados.
Javier Campos y Joaquín César Mora eran queridos y reconocidos en Cerocahui —un pueblo con alrededor de mil habitantes en el municipio de Urique— por su gran labor de defensa de la cultura rarámuri. Tenían el respeto de los indígenas, la población general, las autoridades civiles e incluso de los grupos criminales de la región, dice en entrevista Jorge Atilano, encargado de las obras sociales de los jesuitas.
Esa confianza se fracturó este lunes 20 de junio, cuando ambos sacerdotes fueron asesinados dentro de la parroquia San Francisco Javier, mientras le daban refugio a Pedro Palma, un guía de turistas que acudió a ellos para salvar su vida. Pero los tres fueron asesinados a balazos por un hombre que presuntamente estaba drogado, de otra forma no se explican por qué atentó contra los jesuitas.
De sus cuerpos nada se sabía porque los criminales se los robaron y, con ellos, la paz de la comunidad, pues el golpe de los asesinatos dejó una fuerte impresión en los pobladores de Cerocahui. Los habitantes no han salido de sus casas. Están alerta, esperando a que el templo se abra nuevamente para poder hacer sus rezos y ritos. Tienen miedo y mucha incertidumbre, describe Atilano. Hoy, miércoles 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua Maru Campos anunció públicamente que ya localizaron y recuperaron los cadáveres.
La prensa local ha señalado a José Noriel Portillo, alias el Chueco, como uno de los presuntos autores de estos asesinatos. Este personaje forma parte del cártel de Sinaloa y se le atribuye el control de actividades ilícitas como el narcotráfico y la tala clandestina en la Sierra Tarahumara.
Antes de que los sacerdotes fueran asesinados, “había códigos de convivencia [con los grupos criminales], pero se rompieron”, reconoce Atilano. Los códigos están rotos pero no los jesuitas. Atilano asegura que no tienen miedo y la curia decidió quedarse en la zona para seguir con su misión, como han venido haciendo desde hace más de cuatro siglos.
Defensores de los rarámuris
Javier Campos, el Gallo, no solo aprendió a hablar la lengua rarámuri, también conocía esta comunidad como a la palma de su mano. Acababa de cumplir cincuenta años como sacerdote en Cerocahui. La primera vez que el Gallo llegó a la Sierra Tarahumara tenía treinta, es decir: dedicó prácticamente toda su vida a ella, hasta el día que lo asesinaron. “Era el referente moral de la cultura rarámuri”, afirma Jorge Atilano. No había otra persona externa a los rarámuris que conociera más de esta cultura, sus celebraciones religiosas, sus danzas y rituales. Incluso en las celebraciones y ritos rarámuris él daba la pauta para organizarlos, algo que hizo que se ganara el cariño de la gente y fuera un referente para ellos.
Joaquín Mora y él eran dos de los cuatro misioneros jesuitas en Cerocahui. Mora tenía veintitrés años como sacerdote en ese lugar. Atilano dice que era “el padre de cabecera” de los habitantes, pues la gente lo buscaba mucho por la confianza que veían en él, por su carisma y su compromiso con la comunidad.
Los jesuitas tienen tres misiones principales en la Sierra Tarahumara. La primera está en Creel, una población enclavada en lo alto de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. Ahí tienen el complejo Santa Teresita, una clínica donde se brindan servicios de salud y nutrición. En este mismo poblado encabezan un proyecto para la excavación de pozos de agua y un programa para atender la sequía en la región a través del intercambio de productos como el maíz y el frijol por trabajo comunitario.
Otro de sus proyectos está en la parroquia Samachike, donde enseñan a grupos de niños a recuperar los ritos de la cultura rarámuri, su historia, la cosmovisión indígena de sus pueblos y sus tradiciones. En Cerocahui, donde fueron asesinados los sacerdotes jesuitas, tienen obras pastorales propias de la misión en compañía de las familias y los rarámuris que encabezan las celebraciones de la zona.
La violencia en la Sierra Tarahumara
La Sierra Tarahumara está cerca del llamado triángulo dorado de la droga, ubicado entre Chihuahua, Durango y Sinaloa, llamado así por ser un territorio donde se cultiva principalmente la amapola y la marihuana. También ha sido escenario de la tala ilegal de árboles por parte del crimen organizado que busca apoderarse de la región y lavar dinero, como documentó Proceso hace un año. Esta situación ha obligado a que al menos cuatrocientas personas abandonen sus hogares.
En meses recientes la huida se ha repetido. En total 87 personas de los municipios Guadalupe y Calvo, Uruachi y Urique han salido de ahí en la última semana.
La situación que viven las comunidades de la Sierra Tarahumara ya había sido documentada en 2015 por los mismos jesuitas en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz, una investigación que hizo Jorge Atilano. La publicación da cuenta del incremento de la violencia, propiciada por el abandono de las autoridades a esta comunidad.
“Somos conscientes de la violencia en la región y por eso hemos venido trabajando en proyectos de reconstrucción de paz en los últimos años, para ayudar a mejorar la situación de la Tarahumara”, dice Atilano.
“La Sierra Tarahumara es reflejo de ese profundo dolor. Como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no cambian. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos, quienes dedicaron sus vidas, hasta sus últimos minutos, a proteger y cobijar a otros”, dijo Luis Gerardo Moro, el padre provincial de la Compañía de Jesús en México, en la misa que celebró ayer.
Atilano dice que la comunidad de los jesuitas se está organizando para ver quiénes serán los próximos sacerdotes que llegarán a la sierra, pero de algo están seguros: “Esta sangre que se ha derramado queremos que sea semilla de paz para el país”.
Las fotos de dos sacerdotes, Javier Campos y Joaquín Mora, que fueron asesinados, se muestran durante una misa. Fotografía de Edgard Garrido / REUTERS.
Los jesuitas que fueron asesinados este lunes, Javier Campos y Joaquín César Mora, eran reconocidos y apreciados por la comunidad de Cerocahui debido a sus labores en defensa de la cultura rarámuri. Los habitantes resienten estos homicidios y están atemorizados.
Los sacerdotes jesuitas Javier Campos, el Gallo, y Joaquín César Mora, el Morita, fueron asesinados en Cerocahui, una localidad que se ubica en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, lo que cimbró a la orden religiosa y a los habitantes de la comunidad. El hecho evidenció, no sólo que la violencia azota a México, sino que alcanza hasta a quienes pertenecen a la Iglesia católica y se encargan de predicar la paz.
Los jesuitas son una de las órdenes más importantes de esa iglesia. Pertenecen a la Compañía de Jesús y son conocidos por llevar sus labores sociales hasta los lugares más recónditos, como la Sierra Tarahumara, a donde llegaron hace más de cuatrocientos años con la misión de acompañar a la comunidad rarámuri, aunque también tienen presencia en Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí y otros estados.
Javier Campos y Joaquín César Mora eran queridos y reconocidos en Cerocahui —un pueblo con alrededor de mil habitantes en el municipio de Urique— por su gran labor de defensa de la cultura rarámuri. Tenían el respeto de los indígenas, la población general, las autoridades civiles e incluso de los grupos criminales de la región, dice en entrevista Jorge Atilano, encargado de las obras sociales de los jesuitas.
Esa confianza se fracturó este lunes 20 de junio, cuando ambos sacerdotes fueron asesinados dentro de la parroquia San Francisco Javier, mientras le daban refugio a Pedro Palma, un guía de turistas que acudió a ellos para salvar su vida. Pero los tres fueron asesinados a balazos por un hombre que presuntamente estaba drogado, de otra forma no se explican por qué atentó contra los jesuitas.
De sus cuerpos nada se sabía porque los criminales se los robaron y, con ellos, la paz de la comunidad, pues el golpe de los asesinatos dejó una fuerte impresión en los pobladores de Cerocahui. Los habitantes no han salido de sus casas. Están alerta, esperando a que el templo se abra nuevamente para poder hacer sus rezos y ritos. Tienen miedo y mucha incertidumbre, describe Atilano. Hoy, miércoles 22 de junio, la gobernadora de Chihuahua Maru Campos anunció públicamente que ya localizaron y recuperaron los cadáveres.
La prensa local ha señalado a José Noriel Portillo, alias el Chueco, como uno de los presuntos autores de estos asesinatos. Este personaje forma parte del cártel de Sinaloa y se le atribuye el control de actividades ilícitas como el narcotráfico y la tala clandestina en la Sierra Tarahumara.
Antes de que los sacerdotes fueran asesinados, “había códigos de convivencia [con los grupos criminales], pero se rompieron”, reconoce Atilano. Los códigos están rotos pero no los jesuitas. Atilano asegura que no tienen miedo y la curia decidió quedarse en la zona para seguir con su misión, como han venido haciendo desde hace más de cuatro siglos.
Defensores de los rarámuris
Javier Campos, el Gallo, no solo aprendió a hablar la lengua rarámuri, también conocía esta comunidad como a la palma de su mano. Acababa de cumplir cincuenta años como sacerdote en Cerocahui. La primera vez que el Gallo llegó a la Sierra Tarahumara tenía treinta, es decir: dedicó prácticamente toda su vida a ella, hasta el día que lo asesinaron. “Era el referente moral de la cultura rarámuri”, afirma Jorge Atilano. No había otra persona externa a los rarámuris que conociera más de esta cultura, sus celebraciones religiosas, sus danzas y rituales. Incluso en las celebraciones y ritos rarámuris él daba la pauta para organizarlos, algo que hizo que se ganara el cariño de la gente y fuera un referente para ellos.
Joaquín Mora y él eran dos de los cuatro misioneros jesuitas en Cerocahui. Mora tenía veintitrés años como sacerdote en ese lugar. Atilano dice que era “el padre de cabecera” de los habitantes, pues la gente lo buscaba mucho por la confianza que veían en él, por su carisma y su compromiso con la comunidad.
Los jesuitas tienen tres misiones principales en la Sierra Tarahumara. La primera está en Creel, una población enclavada en lo alto de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. Ahí tienen el complejo Santa Teresita, una clínica donde se brindan servicios de salud y nutrición. En este mismo poblado encabezan un proyecto para la excavación de pozos de agua y un programa para atender la sequía en la región a través del intercambio de productos como el maíz y el frijol por trabajo comunitario.
Otro de sus proyectos está en la parroquia Samachike, donde enseñan a grupos de niños a recuperar los ritos de la cultura rarámuri, su historia, la cosmovisión indígena de sus pueblos y sus tradiciones. En Cerocahui, donde fueron asesinados los sacerdotes jesuitas, tienen obras pastorales propias de la misión en compañía de las familias y los rarámuris que encabezan las celebraciones de la zona.
La violencia en la Sierra Tarahumara
La Sierra Tarahumara está cerca del llamado triángulo dorado de la droga, ubicado entre Chihuahua, Durango y Sinaloa, llamado así por ser un territorio donde se cultiva principalmente la amapola y la marihuana. También ha sido escenario de la tala ilegal de árboles por parte del crimen organizado que busca apoderarse de la región y lavar dinero, como documentó Proceso hace un año. Esta situación ha obligado a que al menos cuatrocientas personas abandonen sus hogares.
En meses recientes la huida se ha repetido. En total 87 personas de los municipios Guadalupe y Calvo, Uruachi y Urique han salido de ahí en la última semana.
La situación que viven las comunidades de la Sierra Tarahumara ya había sido documentada en 2015 por los mismos jesuitas en el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz, una investigación que hizo Jorge Atilano. La publicación da cuenta del incremento de la violencia, propiciada por el abandono de las autoridades a esta comunidad.
“Somos conscientes de la violencia en la región y por eso hemos venido trabajando en proyectos de reconstrucción de paz en los últimos años, para ayudar a mejorar la situación de la Tarahumara”, dice Atilano.
“La Sierra Tarahumara es reflejo de ese profundo dolor. Como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no cambian. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos, quienes dedicaron sus vidas, hasta sus últimos minutos, a proteger y cobijar a otros”, dijo Luis Gerardo Moro, el padre provincial de la Compañía de Jesús en México, en la misa que celebró ayer.
Atilano dice que la comunidad de los jesuitas se está organizando para ver quiénes serán los próximos sacerdotes que llegarán a la sierra, pero de algo están seguros: “Esta sangre que se ha derramado queremos que sea semilla de paz para el país”.
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