Juan Gabriel sigue vivo... o algo así

Juan Gabriel sigue vivo… o algo así

Entre el recuerdo de sus fanáticos –que siguen coreando sus canciones–, entre quienes aseguran que jamás murió y entre sus imitadores, Juan Gabriel mantiene algo que se parece un poco a la vida.

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Lleva un traje negro con chaquiras azules y negras bordadas que resplandecen a la menor provocación de la luz. Su maquillaje es delicado, apenas perceptible; si acaso, lo delata un labial rojizo. Camina como bailando y cuando se detiene, elige no quedarse derecho: empuja la cadera hacia un lado y se acomoda la mano en la cintura. Tiene el aire de “lo que se ve no se pregunta”.

Pude ver su transformación: no entrevisté al verdadero Juan Gabriel, sino a Iaán Gabriel, uno de sus imitadores más famosos; es lo más cercano que se puede hacer hoy en día. Iaán me recibe en casa de una de sus hijas. Estamos cerca del aeropuerto, en un cuarto que definitivamente no es un camerino glamuroso, sino una habitación ordinaria salvo por una pared pintada de color lila. En una estructura de metal y plástico cuelgan sus vestuarios, un modesto mueble con espejo sirve de tocador. Él, con muy poco, logra la resurrección del Divo de Juárez; también ayuda que todos quisiéramos que Juanga siguiera vivo…

Tanto que algunos sostienen que no murió. Su exrepresentante, Joaquín Muñoz, ha insistido más de una vez ante la prensa en que Juan Gabriel está vivo, retirado en una de sus casas, y dice que pronto volverá a los escenarios. En enero dio una entrevista por el cumpleaños del cantante; le llevó mariachi y rosas amarillas “porque son las que más le gustan”. Siento algo incómodo cuando escucho al manager Muñoz: una mezcla de ternura y delirio, imposibles de ignorar. Porque todos vimos el funeral, setecientas mil personas fueron a Bellas Artes a cantarle, a todo pulmón, “Amor eterno” a una caja llena de cenizas.

Iaán Gabriel, imitador de Juan Gabriel. Fotografías de Juan Pablo Ampudia.

“Hoy te puedo decir que no creo que haya muerto”, coincide Iaán Gabriel, sin asomo de duda, cuando le pregunto sobre el 28 de agosto de 2016, fecha en que murió el artista que él continúa personificando. Iaán no es tímido; después de su polémica respuesta, empieza a contarme que ese día recibió muchísimos mensajes por Whatsapp que le daban el pésame. Después de veinticinco años imitando a Juan Gabriel, quizás sea mejor aferrarse a la idea de que el cantante está vivo.

Algo pasa en la mente de quien se dedica a la imitación. “Me la creí”, confiesa Iaán y atribuye su alcoholismo a los excesos de la fama, aunque hoy cuenta trece años sin beber. Mientras va dando detalles de su vida, se forma un paralelismo sospechoso con el Divo de Juárez. Los escépticos dirán que es un acto deliberado, él prefiere creer que fue su destino.

“Yo nunca quise ser imitador de Juan Gabriel”, me confiesa. Iaán Gabriel escribió su primera canción a los dieciséis –hoy tiene 47–; se la dedicó a una muchacha y sigue diciendo que es “el amor de su vida”, pero ella terminó andando con su mejor amigo. Entonces vivía en Saltillo, con su padre y su madrastra; recuerda que tuvo que dejar esa casa porque su madrastra no lo quería ahí y su padre lo golpeaba mucho: “Duré seis meses viviendo en la calle. Yo comía lo que me regalaba la gente y dormía afuera de un templo cristiano”.

Iaán Gabriel, imitador de Juan Gabriel. Fotografías de Juan Pablo Ampudia.

Juan Gabriel, el original, también tuvo una infancia difícil. A los tres años, su madre lo internó en la Casa del Refugio, un albergue para los niños huérfanos de Ciudad Juárez, de donde Juan Gabriel se escapaba constantemente para vivir en la calle –sí, como le pasó a Iaán–. El Divo conseguía dinero lavando carros, cargando bolsas del supermercado o haciendo mandados hasta que alguien lo encontraba y lo devolvía al albergue. A los trece años se escapó definitivamente y regresó con su familia. “Tuve que perdonar a mi mamá”, respondió, muchos años después, en el programa “La historia detrás del mito”.

Iaán también volvió con su madre y sus hermanos, después de vivir en las calles de Saltillo. Se mudaron a San Agustín, Ecatepec. En ese barrio aprendió a tocar la guitarra y formó una rondalla con sus vecinos. De chico todos le decían que cantaba muy mal. “En las presentaciones una tía me gritaba: ‘cantas como Narciso: feo pero macizo’, y se reía la gente, me humillaba”, cuenta Iaán y se le escapa una carcajada dolorosa.

Pese a todo, logró recuperar el tiempo perdido: terminó la preparatoria, entró a estudiar enfermería y se graduó. Ahí conoció a su primera esposa; se casaron cuando Iaán tenía veinte y tuvieron a su primera hija. Nunca dejó la música: cantaba en los camiones a cambio de monedas. Seguía viviendo en el mismo barrio que su madre. Le rentaba la parte de arriba de una casa a una señora mayor, doña Rosa, una cantante de música ranchera que, según él, tenía problemas con la bebida.

Juan Gabriel, Divo de Juárez, murió hace 5 años. Se le recuerda por canciones como "Querida", su concierto en Bellas Artes y su personalidad.

Fotografías de Juan Pablo Ampudia.

En una ocasión doña Rosa le pidió que la cubriera en una gira de tres días en Ixhuatán, Oaxaca, porque ella estaba enferma. Iaán aceptó. Acordaron que doña Rosa pagaría el pasaje y se dividirían las ganancias de las presentaciones: mitad y mitad.

 

Iaán, al llegar a Ixhuatán, se presentó con el promotor de la feria, “un hombre bajito, moreno, de bigote poblado y voz aguardientosa”, de nombre Pepe Toledo. No necesitaba cantantes, él no había pedido eso. Iaán le rogó y le rogó hasta que, finalmente, el promotor lo dejó cantar tres canciones… con una condición: si no funcionaba, lo bajaría del escenario y sin paga. Fue el único acuerdo posible.

No había escenario. Iaán debía cantar al mismo nivel que su primer público, de la gente que se iba acomodando en hileras de medias lunas y colocando cartones de cerveza al pie de sus sillas. Iáan hizo lo suyo: se paró ante el micrófono, guitarra en mano, y empezó a cantar una canción de su autoría. El resultado fue fatídico: bostezos y algunos aplausos de compromiso.

Así llegó a su segunda canción, también escrita por él. La composición exigía unas notas muy altas, son las que le otorgan a su voz el parecido con la de Juan Gabriel. Cuando la gente notó la similitud, se emocionó y empezó a aglomerarse, y el promotor de la feria se acercó para decirle: “Cantas igualito a Juan Gabriel, cabrón”. Le ordenó que abandonara su repertorio y, mejor, se siguiera con las del Divo de Juárez. Iaán traía en la mochila un cassette con las pistas del cantante y el promotor le puso el saco azul con barbachas celestes de uno de los bailarines. El parecido, aunque no absoluto, era convincente y la voz completaba el espejismo. Esa noche de 1993 nació su carrera como imitador.

Juan Gabriel, Divo de Juárez, murió hace 5 años. Se le recuerda por canciones como "Querida", su concierto en Bellas Artes y su personalidad.

Iaán Gabriel, imitador de Juan Gabriel. Fotografías de Juan Pablo Ampudia.

Juan Gabriel se hizo famoso muy rápido, pero se consagró en la década de los noventa, cuando dio un concierto en Bellas Artes que se volvió un parteaguas en su carrera y en la vida cultural de México. El concierto en vivo quedó inmortalizado en un álbum y sus efectos fueron descritos por Carlos Monsiváis en el texto “El otro protagonista de la noche”, que se incluyó impreso dentro de las fundas de los vinilos del concierto: el repertorio de Juan Gabriel, escribió Monsiváis, logró la unidad nacional en esos tiempos de globalización incipiente. Iaán también se volvió famoso en esa década, pero eso no es coincidencia, sino el motivo por el cual causó furor en un pueblo de Oaxaca alejado de la capital.

Para ambos siguió la fama y siguió, también, la decadencia. La celebridad de Juan Gabriel se mide en mil ochocientas canciones y 150 millones de álbumes vendidos; su caída provino de una acusación de evasión fiscal en su contra, que se resolvió con el embargo de varias propiedades y, más penosamente, con el jingle “Ni Temo, ni Chente, Francisco va a ser presidente”. Lo cantó para el candidato del PRI Francisco Labastida, en la campaña de 2000. Por primera vez, perdió el PRI, y quizá también Juan Gabriel: se echó esa porra con la esperanza de que el gobierno le ayudara a terminar sus pleitos con el SAT.

No fueron los impuestos, sino el alcoholismo lo que truncó la carrera de Iaán Gabriel; ocurrió, como le pasó a su ídolo, en la década del 2000. Hasta que un día de 2007 lo invitaron al programa “La parodia”, en Televisa, para que imitara la caída de Juan Gabriel de un escenario. Iaán llevaba dieciséis días tomando de corrido y así llegó al set. El resto de los actores se quejó porque “olía muy mal”. Al día siguiente, un doctor diagnosticó que el treinta por ciento de su hígado estaba dañado; si no dejaba de beber, el efecto sería irreversible. Tuvo que suspender su carrera por dos años. Tuvo que volver a empezar.

Hoy, catorce años después, mientras Juan Pablo Ampudia le hace una sesión de fotos, Iaán Gabriel cuenta que viene llegando de una gira en Estados Unidos porque él, prácticamente, ya no vive en México. Busca en su celular un video de su hija; quiere llevársela allá, a debutar juntos. También dice que recientemente hizo una película; él la escribió, la dirigió y la publicó en redes sociales: él mismo, y no Juan Gabriel, es el protagonista.

Detecto su desesperación por demostrarme que vive una nueva vida y por convencerme de que Juan Gabriel nunca perdió la suya. No murió, dice Iaán, el gobierno mexicano le dio una isla para que pudiera desaparecer. Para terminar de persuadirme, canta a la cámara un fragmento de “Abrázame muy fuerte”. La semejanza en la voz me enchina la piel. Juan Gabriel está muerto, pero aún no ha sido olvidado: en Iaán mantiene algo que se parece un poco a la vida, «aunque el tiempo pasa y nunca perdona».

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