Los jóvenes que participan en el Paro Nacional de Colombia recibieron el apoyo y el resguardo de la agrupación no armada, compuesta de autoridades, cabildos y pueblos indígenas. Incluso lograron detener el ataque de tres personas, vestidas de civil, aunque uno de ellos pertenece al ejército, que disparaban en contra de la población.
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Suenan las bocinas de una larga fila en movimiento de buses escalera; se trata de los coloridos camiones del medio rural colombiano que transportan a la gente tanto en su interior como en el toldo, adonde se accede por una escalera. En ellos, entra a Cali la minga [reunión o marcha] indígena, proveniente del departamento vecino del Cauca, el 4 de mayo de 2021. Siete mil indígenas se asoman por las ventanas de los buses o están sentados en los toldos; agitan sus banderas –con una franja verde y otra roja– mientras saludan a una multitud efusiva y bulliciosa el 4 de mayo de 2021; son los caleños, que los reciben de pie y sostenidos de las barandas. El Paro Nacional cumplía entonces una semana y Cali, la tercera ciudad más importante de Colombia, con dos millones y medio de habitantes, ha sido el centro de las protestas.
El 28 de abril, cuando el paro empezó, el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) –creado hace cincuenta años y conformado por 127 autoridades indígenas, diez pueblos y 11 asociaciones de cabildos– se movilizó en su territorio, suponiendo que sería una jornada corta. Pero al día siguiente, al ver que miles de chicos y chicas continuaban en las calles y que muchos eran reprimidos por la fuerza pública en distintas ciudades, las comunidades indígenas del Cauca –en especial, las de la zona norte– decidieron apoyar a los jóvenes y viajar hasta Cali, donde la represión ha sido más severa. La minga es una palabra cotidiana en Colombia; nombra la reunión de comunidades indígenas y, en los últimos años, empezó a aludir a las marchas masivas que varias de ellas –sobre todo, las caucanas– han emprendido por la exigencia de sus derechos. En esta ocasión, la minga permaneció en Cali hasta el 12 de mayo.
Personas al costado de la carretera saludan a los indígenas colombianos. Reuters / Luisa González.
—La juventud explotó, pidiendo un país justo, digno e incluyente, con un mensaje: “Nos cansamos de la imposición de políticas neoliberales durante doscientos años, es hora de rechazarlas”. El gobierno, ante la manifestación masiva, respondió con represión. Ha habido atropellos, jóvenes que perdieron sus extremidades, sus ojos. En Cali, básicamente, hay una masacre. La minga decidió respaldar esa justa lucha de los jóvenes y el paro social. Teníamos que unirnos —dice Ferley Quintero, consejero mayor del CRIC, en representación del pueblo yanacona, el 22 de mayo.
El consejero Ferley Quintero hace parte de una comisión del CRIC ahora asentada en Bogotá. El 19 de mayo marchó rumbo a la Plaza de Bolívar, en un Paro Nacional que suma un mes ininterrumpido, y el domingo 23 irá a una asamblea popular con la participación de jóvenes manifestantes en el Colegio Claretiano, al sur de la ciudad. Hoy, sábado, tiene la mañana libre para la entrevista de Gatopardo que inicia con un recuento de los problemas que durante siglos ha enfrentado su territorio: el Cauca, una región del suroccidente, verde y rica en agua, donde nacen las tres cordilleras en las que se dividen los Andes colombianos y los dos principales ríos del país, el Magdalena y el Cauca.
—Aunque hay comunidades indígenas en toda Colombia, el corazón de la resistencia siempre ha sido el Cauca. La lucha es por la tierra porque, históricamente, los terratenientes utilizaron a nuestros indígenas como terrajeros y se fueron adueñando de las tierras en las partes planas, las más productivas, y a nosotros nos arrinconaron en las partes altas. Una vez que nuestros ancestros se dieron cuenta de que era injusto, empezó la organización por la defensa de la tierra. Otra situación que nos afecta es el narcotráfico. El Cauca tiene pisos térmicos con tierras aptas para diferentes cultivos, incluyendo los de coca y marihuana, y quienes dependen del narcotráfico han puesto su mirada en el departamento. Fomentan esa política de cultivos con un uso inadecuado porque, para los pueblos indígenas, la coca y la marihuana son plantas medicinales; lo malo es el uso que les dan los grandes narcotraficantes y los laboratorios que desarrollan los insumos para su transformación. El problema no son los cultivadores, sino el consumo, los laboratorios y los intereses del gobierno, que también tiene un capital en el narcotráfico. El cultivador siembra sus mil, dos mil matas, y vende la materia prima; quien recibe la mayor ganancia es el que las procesa y el que las saca fuera, que tiene como aliados a los grupos armados.
Aunque su lucha es antigua, la necesidad de defenderse ante la amenaza más reciente de terratenientes, narcotraficantes y grupos armados legales e ilegales llevó a que en 2001 las comunidades indígenas del Cauca crearan una estructura de protección colectiva, un grupo no armado de mujeres, hombres, niños, niñas y mayores llamado Guardia Indígena que el CRIC define así: “Un organismo ancestral propio, un instrumento de unidad y autonomía en defensa del territorio y del plan de vida de las comunidades indígenas. No es una estructura policial, sino un mecanismo humanitario y de resistencia civil”. Cuando el 4 de mayo la minga caucana llegó a Cali, las banderas que ondeaban los mingueros desde los buses escalera eran las de la Guardia Indígena cuyos colores, verde y rojo, representan la esperanza y el territorio, la lucha y la determinación.
El consejero Ferley Quintero recuerda:
—Nosotros viajamos a Cali con un propósito: que la Guardia Indígena, como símbolo de protección de la vida y el territorio, mediara entre los manifestantes y la fuerza pública para que se respetara el derecho a la protesta social y para frenar el trato militar que se le estaba dando.
Un reporte publicado el 23 de mayo por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), con información de Temblores ONG y de la Red de Derechos Humanos del Suroccidente de Colombia Francisco Isaías Cifuentes, contabiliza 59 víctimas de violencia homicida en el marco del Paro Nacional, en su mayoría, cometidos por la fuerza pública. De esos asesinatos, 39 ocurrieron en Cali y municipios cercanos. La Red de Verificación del Paro Nacional en Cali, que agrupa a varias organizaciones, informó el 6 de mayo que había 125 personas desaparecidas sólo en esa ciudad.
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El himno de la Guardia Indígena, compuesto por Luis Manuel Sánchez Benachí, integrante del pueblo caucano totoroez, e interpretado por el grupo Parranderos del Cauca 4+3, es una canción de fiesta, casi de baile, de la que se hizo una versión en 2020 con un grupo de músicos colombianos –Andrea Echeverri de Aterciopelados, entre ellos–, con acordeón, arpa, percusión, cuerdas y coros. El video en YouTube que tiene 900 mil reproducciones. Su estribillo se grita en cualquier movilización social:
¡Guardia! ¡Guardia! ¡Fuerza! ¡Fuerza!
Por mi raza, por mi tierra.
Durante el Paro Nacional cientos de usuarios de redes sociales cambiaron su foto de perfil por un círculo verde y rojo que dice: “La Guardia Indígena me protege”.
El sábado 22 de mayo, desde la vereda El Pital, Eduin Mauricio Capaz Lectamo, comunero indígena del norte del Cauca y excoordinador del área de derechos humanos de la minga en ese departamento, habla a Gatopardo sobre la Guardia Indígena:
—Precisamente, hace veinte años se consolidó como una estructura del movimiento indígena, encargada de la protección. Nació por acá, en la vereda El Tierrero del municipio de Caloto, en el contexto de los años 1999 a 2005. En esos tiempos estaba el auge paramilitar que vino de la costa atlántica al Valle por Jamundí y Cali, en lo que se conoció como el bloque Calima [de las Autodefensas Unidas de Colombia], que llegó al Cauca en el año 2000, produjo una serie de masacres y buscó ampliarse a zonas donde las comunidades indígenas y el pueblo nasa, en particular, tenían sus asentamientos.
Personas al costado de la carretera saludan a los indígenas colombianos en Cali. Reuters / Luisa González.
A la Guardia Indígena se ingresa desde los tres años. A los niños y niñas se les enseña el respeto por la familia, la comunidad, las autoridades, a reconocer el territorio y la cultura. Los adultos, jóvenes y mayores continúan la capacitación en trabajo comunitario, derechos humanos, derecho internacional humanitario, jurisdicción especial indígena y protección territorial. Aprenden a realizar desminado humanitario civil –es decir, a quitar las minas enterradas por los grupos armados–, asegurar las entradas y salidas de los resguardos, acompañar a las comunidades cuando van a un sitio de alto riesgo. Hacen análisis de riesgo, leen la realidad política y social, se forman físicamente, todo en esquemas coordinados que van de veredas a resguardos y de resguardos a zonas en las que se divide el territorio indígena del Cauca.
—Un guardia indígena está en la obligación de interiorizar esos temas, lo que hace que tenga las capacidades para orientar y dejarse orientar, y que la Guardia no se convierta en una estructura que sólo obedece y hace, como las estructuras militares —dice el comunero Eduin Mauricio y luego recuerda algunos de los hitos obtenidos: la liberación de Arquímedes Vitonás, alcalde indígena de Toribío, un municipio caucano que ha sido blanco de, por lo menos, 14 tomas de la guerrilla de las FARC; el rescate también en Toribío de policías retenidos por las FARC; la captura de guerrilleros en el cerro Berlín, sagrado para las comunidades; y la expulsión del cerro de miembros del ejército al grito de: “Váyanse con su guerra a otra parte”.
Además, la Guardia Indígena del Cauca, cuyos integrantes usan chaleco, una pañoleta verde y roja y un bastón de madera, es eficaz en momentos de movilización:
—Son los que protegen a las personas que marchan y a las que hacen campamentos, los que vigilan a la comunidad cuando duerme, los que madrugan para hacer ejercicios, los que evalúan qué va a pasar durante el día y cuáles van a ser los mayores riesgos —dice el comunero Eduin Mauricio.
Son un escudo en caso de confrontación pero, a pesar de los asesinatos de integrantes de la Guardia Indígena –nueve en 2019–, de los ataques de grupos armados legales e ilegales, de los intentos de judicialización y estigmatización por su obrar, tienen claro que el camino no es armarse.
—Ha habido momentos difíciles en los que uno dice: ¿Hasta dónde vamos a permitir que nos sigan asesinando? Pero la Guardia Indígena no puede estar armada; si lo hiciéramos, estaríamos equiparándonos a esos fenómenos de desarmonización que hay en el territorio. […] Nuestra fuerza está en el número de guardias, en el apoyo de nuestras comunidades y autoridades, en el conocimiento del terreno. Eso nos permite movernos, correr, retroceder. Lo que un hombre armado hace, nosotros lo hacemos con 150 o 200. Por eso la dificultad para proteger a la gente en Cali, porque no conocíamos el terreno.
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—Fuimos muy bien recibidos en Cali —continúa el consejero Ferley Quintero—. Especialmente, por la gente que estaba en Puerto Resistencia. Nos recibió con mensajes verbales y escritos y con lágrimas porque veían en nosotros esa fuerza, no para confrontar, sino para mediar ante el atropello de la fuerza pública contra quienes se mantenían en las calles. Tenemos buena acogida y esa confianza de la juventud en la Guardia Indígena en ningún momento la vamos a traicionar.
Lo que la Guardia Indígena del Cauca hizo en Cali es lo mismo que hace a diario en el campo, quizás sin mucha visibilidad: el trabajo de proteger.
Cuando la minga llegó, en la ciudad había cerca de veinte puntos de resistencia en donde se congregaban los manifestantes y ocurría la doble actuación de la fuerza pública: relativa tranquilidad durante el día y, por la noche, la arremetida armada de la policía y sus grupos especiales ESMAD y GOES y del ejército, autorizado por el presidente Iván Duque para intervenir bajo la figura de asistencia militar. Además, la presencia de grupos de civiles armados que, desde los primeros días de mayo y aún hoy, pasan por los barrios en camionetas blancas disparando contra la población.
—La movilización en Cali refleja las condiciones desgarradoras de la ciudad y la desconexión de sus autoridades. Cali es la principal ciudad del suroccidente, con niveles altos de desplazamiento, pobreza y clasismo. En Cali llevamos comida a los barrios. Llegamos con alimentos y pedagogía. Vimos a ciudadanos organizados y a personas que simplemente salían por su descontento, porque no tenían nada que perder. Evidenciamos asesinatos por parte de la institucionalidad, sicarios en camionetas, la acción casi paramilitar de civiles y policías. Para nosotros, ese modo de accionar no es raro, pero no sabíamos cómo movernos en un contexto de ciudad. Sin embargo, en los ejercicios de protección frente a las personas de civil que disparaban junto a la policía, se logró capturar a tres, una de ellas del Ejército Nacional —dice Eduin Mauricio.
En un video de esa persecución, publicado por el CRIC, la Guardia Indígena bloquea a una camioneta que está disparando en el sector de La Luna, en el centro de Cali, y los guardias corren entre las balas para dar alcance a quienes están adentro. En otro video, de la agencia France 24, se ve a un hombre, al parecer, un policía infiltrado en las marchas, sentado en una silla solitaria en medio de una plaza circular de la Universidad del Valle, rodeado de mingueros y estudiantes.
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Indígenas colombianos viajan a sus reservas indígenas. Reuters / Luisa González
Para cuando la minga salió de Cali, el 12 de mayo, a continuar el paro desde el Cauca y a hacer comisiones en Bogotá y otras ciudades, ya el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, había declarado: “En Cali no deben mandar quienes no forman parte de Cali. En Cali no debe haber pretextos para que personas ajenas a nuestra ciudad cumplan la función que debe cumplir nuestra ciudad. […] No me parece que la Guardia Indígena esté parando carros, adelantando pesquisaje de los mismos porque molesta a los ciudadanos”. Ya la directora del zoológico de Cali, María Clara Domínguez, había tuiteado: “Los indios no son la autoridad. Lárguense de nuestro territorio”. Ya, la tarde del 9 de mayo, un grupo de civiles armados, movilizados en camionetas blancas, había disparado contra integrantes de la minga en la vía que conduce al municipio de Jamundí. Así lo recuerda el consejero Ferley Quintero:
—La minga se estaba relevando. Mientras unos salían a descansar y a visitar a sus familias, otros entraban, y en ese proceso un buen número de civiles armados no permitieron el paso de los buses que iban a Cali con los relevos. Ahí una de las autoridades del CRIC fue retenida de manera ilegal por parte de esos civiles. Obviamente, él informó a las autoridades que estábamos en la Universidad del Valle y, para proteger su vida, la Guardia salió de inmediato en buses escalera. Cuando llegó al lugar, hubo un cruce de palabras y una reacción por parte de los civiles, que dispararon contra la Guardia. El resultado fueron 12 heridos. La compañera guardia Daniela Soto [de 23 años, lideresa del CRIC y estudiante de Filosofía] fue la más afectada porque recibió dos impactos de bala, pero, gracias a Dios y a los espíritus, está en recuperación, y gran parte de los perjudicados se ha podido recuperar.
Desde Bogotá, donde ha apoyado y escuchado la agenda de los jóvenes manifestantes y desde donde cree que el paro seguirá mientras no haya un cambio estructural en el país, el consejero Ferley Quintero agrega esto sobre los hechos del 9 de mayo:
—Interpusimos una serie de demandas, pero nosotros siempre lo hemos dicho: en Colombia no tenemos garantías de la Fiscalía General de la Nación ni de la Defensoría del Pueblo, excepto en algunas regionales. El defensor del pueblo ha mantenido silencio frente a la situación.
La Comisión reportó el uso desproporcionado de la fuerza, la violencia contra periodistas y misiones médicas, y la basada en género, etnia y raza; además de irregularidades en los traslados por protección y denuncias de desaparición.
Una nueva generación rechaza el relato del uribismo. Para ellos, no hay trabajos suficientes y la policía reprime su protesta, los tortura e incluso los asesina. Mediante la colectividad y el arte pelean por hacerse un sitio en Bogotá: el Poste de la Resistencia.
El Paro Nacional de Colombia lleva 15 días y Cali se ha convertido en el epicentro de las manifestaciones. La ciudad ha visto bloqueos, enfrentamientos entre la fuerza pública y los civiles, escasea la comida y el combustible. Cali es una bomba de tiempo.