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Xenofobia latinoamericana

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Traducción de
22
.
08
.
18
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El mito de la hermandad latinoamericana pende de un hilo ante las crisis humanitarias que viven Venezuela y Nicaragua.

La xenofobia no es un fenómeno distante vinculado a barcos repletos de ciudadanos africanos esperando entrar a Europa, o a barreras infranqueables rumbo a Estados Unidos. La realidad revela un número cada vez mayor de países donde una catástrofe humanitaria o crisis económica forma grandes flujos de migración que esperan, una vez cruzando mares o desiertos, encontrar una vida mejor en otro lado. Este fenómeno ha marcado la situación política de América Latina recientemente tras la diáspora venezolana y éxpdo nicaragüense hacia Costa Rica. En suma, vemos ponerse en riesgo ese recurso literario que muchos presidentes de la región mencionan constantemente: la hermandad latinoamericana.

Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

[caption id="attachment_217647" align="aligncenter" width="715"] Fotografía obtenida de Facebook.[/caption]

Los brasileños quemaron todo, casas de campaña y las pocas pertenencias que ahí se encontraban, obligando a más de 1200 venezolanos a cruzar la frontera de nuevo. Tras el ataque, el gobierno venezolano lanzó un comunicado solicitando a su contraparte brasileña proteger las garantías de sus ciudadanos (conscientes de que su propia economía que se cae a pedazos).

En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

[caption id="attachment_217648" align="aligncenter" width="715"] Fotografía obtenida vía Facebook.[/caption]

En una realidad menos tangible o en un escenario sin nacionalidad como es el internet, el odio marcado las redes sociales y en los comentarios de noticias que hablan del tema se pueden encontrar o leer cosas así:

“No hay cama pa' tanta gente y punto y a los k piensan y apoyan a esa plaga k se larguen con ellos punto, yo si defiendo a mi país”.

Pero estos dos países no han sido los únicos en presentar denuncias por xenofobia. En Panama, donde hay más de 20 mil migrantes venezolanos, se han presentado ataques contra algunos habitantes, bajo una consigna que tiene el sello de la era Trump: “Panama es para los Panameños”. Este escenario se ha repetido igualmente en Chile, Perú y México, países a los que ha alcanzado la diáspora.

Ante las fuertes cifras del flujo migratorio, países como Ecuador –que dijeron recibir hasta 4200 venezolanos diarios– anunciaron medidas para tener más control sobre la cantidad de gente que entra a su país. También en Perú, donde se han visto letreros con la oración, “No más arepas”, se han anunciado nuevas medidas, como contar con un pasaporte que no tenga fecha de vencimiento menor a 18 meses.

Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

[caption id="attachment_217649" align="aligncenter" width="715"] Fotografía obtenida de Facebook.[/caption]También en Gatopardo.Nicaragua, entre la crisis y la incertidumbre

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El mito de la hermandad latinoamericana pende de un hilo ante las crisis humanitarias que viven Venezuela y Nicaragua.

La xenofobia no es un fenómeno distante vinculado a barcos repletos de ciudadanos africanos esperando entrar a Europa, o a barreras infranqueables rumbo a Estados Unidos. La realidad revela un número cada vez mayor de países donde una catástrofe humanitaria o crisis económica forma grandes flujos de migración que esperan, una vez cruzando mares o desiertos, encontrar una vida mejor en otro lado. Este fenómeno ha marcado la situación política de América Latina recientemente tras la diáspora venezolana y éxpdo nicaragüense hacia Costa Rica. En suma, vemos ponerse en riesgo ese recurso literario que muchos presidentes de la región mencionan constantemente: la hermandad latinoamericana.

Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

[caption id="attachment_217647" align="aligncenter" width="715"] Fotografía obtenida de Facebook.[/caption]

Los brasileños quemaron todo, casas de campaña y las pocas pertenencias que ahí se encontraban, obligando a más de 1200 venezolanos a cruzar la frontera de nuevo. Tras el ataque, el gobierno venezolano lanzó un comunicado solicitando a su contraparte brasileña proteger las garantías de sus ciudadanos (conscientes de que su propia economía que se cae a pedazos).

En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

[caption id="attachment_217648" align="aligncenter" width="715"] Fotografía obtenida vía Facebook.[/caption]

En una realidad menos tangible o en un escenario sin nacionalidad como es el internet, el odio marcado las redes sociales y en los comentarios de noticias que hablan del tema se pueden encontrar o leer cosas así:

“No hay cama pa' tanta gente y punto y a los k piensan y apoyan a esa plaga k se larguen con ellos punto, yo si defiendo a mi país”.

Pero estos dos países no han sido los únicos en presentar denuncias por xenofobia. En Panama, donde hay más de 20 mil migrantes venezolanos, se han presentado ataques contra algunos habitantes, bajo una consigna que tiene el sello de la era Trump: “Panama es para los Panameños”. Este escenario se ha repetido igualmente en Chile, Perú y México, países a los que ha alcanzado la diáspora.

Ante las fuertes cifras del flujo migratorio, países como Ecuador –que dijeron recibir hasta 4200 venezolanos diarios– anunciaron medidas para tener más control sobre la cantidad de gente que entra a su país. También en Perú, donde se han visto letreros con la oración, “No más arepas”, se han anunciado nuevas medidas, como contar con un pasaporte que no tenga fecha de vencimiento menor a 18 meses.

Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

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La xenofobia no es un fenómeno distante vinculado a barcos repletos de ciudadanos africanos esperando entrar a Europa, o a barreras infranqueables rumbo a Estados Unidos. La realidad revela un número cada vez mayor de países donde una catástrofe humanitaria o crisis económica forma grandes flujos de migración que esperan, una vez cruzando mares o desiertos, encontrar una vida mejor en otro lado. Este fenómeno ha marcado la situación política de América Latina recientemente tras la diáspora venezolana y éxpdo nicaragüense hacia Costa Rica. En suma, vemos ponerse en riesgo ese recurso literario que muchos presidentes de la región mencionan constantemente: la hermandad latinoamericana.

Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

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Los brasileños quemaron todo, casas de campaña y las pocas pertenencias que ahí se encontraban, obligando a más de 1200 venezolanos a cruzar la frontera de nuevo. Tras el ataque, el gobierno venezolano lanzó un comunicado solicitando a su contraparte brasileña proteger las garantías de sus ciudadanos (conscientes de que su propia economía que se cae a pedazos).

En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

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En una realidad menos tangible o en un escenario sin nacionalidad como es el internet, el odio marcado las redes sociales y en los comentarios de noticias que hablan del tema se pueden encontrar o leer cosas así:

“No hay cama pa' tanta gente y punto y a los k piensan y apoyan a esa plaga k se larguen con ellos punto, yo si defiendo a mi país”.

Pero estos dos países no han sido los únicos en presentar denuncias por xenofobia. En Panama, donde hay más de 20 mil migrantes venezolanos, se han presentado ataques contra algunos habitantes, bajo una consigna que tiene el sello de la era Trump: “Panama es para los Panameños”. Este escenario se ha repetido igualmente en Chile, Perú y México, países a los que ha alcanzado la diáspora.

Ante las fuertes cifras del flujo migratorio, países como Ecuador –que dijeron recibir hasta 4200 venezolanos diarios– anunciaron medidas para tener más control sobre la cantidad de gente que entra a su país. También en Perú, donde se han visto letreros con la oración, “No más arepas”, se han anunciado nuevas medidas, como contar con un pasaporte que no tenga fecha de vencimiento menor a 18 meses.

Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

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La xenofobia no es un fenómeno distante vinculado a barcos repletos de ciudadanos africanos esperando entrar a Europa, o a barreras infranqueables rumbo a Estados Unidos. La realidad revela un número cada vez mayor de países donde una catástrofe humanitaria o crisis económica forma grandes flujos de migración que esperan, una vez cruzando mares o desiertos, encontrar una vida mejor en otro lado. Este fenómeno ha marcado la situación política de América Latina recientemente tras la diáspora venezolana y éxpdo nicaragüense hacia Costa Rica. En suma, vemos ponerse en riesgo ese recurso literario que muchos presidentes de la región mencionan constantemente: la hermandad latinoamericana.

Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

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Los brasileños quemaron todo, casas de campaña y las pocas pertenencias que ahí se encontraban, obligando a más de 1200 venezolanos a cruzar la frontera de nuevo. Tras el ataque, el gobierno venezolano lanzó un comunicado solicitando a su contraparte brasileña proteger las garantías de sus ciudadanos (conscientes de que su propia economía que se cae a pedazos).

En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

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“No hay cama pa' tanta gente y punto y a los k piensan y apoyan a esa plaga k se larguen con ellos punto, yo si defiendo a mi país”.

Pero estos dos países no han sido los únicos en presentar denuncias por xenofobia. En Panama, donde hay más de 20 mil migrantes venezolanos, se han presentado ataques contra algunos habitantes, bajo una consigna que tiene el sello de la era Trump: “Panama es para los Panameños”. Este escenario se ha repetido igualmente en Chile, Perú y México, países a los que ha alcanzado la diáspora.

Ante las fuertes cifras del flujo migratorio, países como Ecuador –que dijeron recibir hasta 4200 venezolanos diarios– anunciaron medidas para tener más control sobre la cantidad de gente que entra a su país. También en Perú, donde se han visto letreros con la oración, “No más arepas”, se han anunciado nuevas medidas, como contar con un pasaporte que no tenga fecha de vencimiento menor a 18 meses.

Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

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La xenofobia no es un fenómeno distante vinculado a barcos repletos de ciudadanos africanos esperando entrar a Europa, o a barreras infranqueables rumbo a Estados Unidos. La realidad revela un número cada vez mayor de países donde una catástrofe humanitaria o crisis económica forma grandes flujos de migración que esperan, una vez cruzando mares o desiertos, encontrar una vida mejor en otro lado. Este fenómeno ha marcado la situación política de América Latina recientemente tras la diáspora venezolana y éxpdo nicaragüense hacia Costa Rica. En suma, vemos ponerse en riesgo ese recurso literario que muchos presidentes de la región mencionan constantemente: la hermandad latinoamericana.

Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

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Los brasileños quemaron todo, casas de campaña y las pocas pertenencias que ahí se encontraban, obligando a más de 1200 venezolanos a cruzar la frontera de nuevo. Tras el ataque, el gobierno venezolano lanzó un comunicado solicitando a su contraparte brasileña proteger las garantías de sus ciudadanos (conscientes de que su propia economía que se cae a pedazos).

En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

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En una realidad menos tangible o en un escenario sin nacionalidad como es el internet, el odio marcado las redes sociales y en los comentarios de noticias que hablan del tema se pueden encontrar o leer cosas así:

“No hay cama pa' tanta gente y punto y a los k piensan y apoyan a esa plaga k se larguen con ellos punto, yo si defiendo a mi país”.

Pero estos dos países no han sido los únicos en presentar denuncias por xenofobia. En Panama, donde hay más de 20 mil migrantes venezolanos, se han presentado ataques contra algunos habitantes, bajo una consigna que tiene el sello de la era Trump: “Panama es para los Panameños”. Este escenario se ha repetido igualmente en Chile, Perú y México, países a los que ha alcanzado la diáspora.

Ante las fuertes cifras del flujo migratorio, países como Ecuador –que dijeron recibir hasta 4200 venezolanos diarios– anunciaron medidas para tener más control sobre la cantidad de gente que entra a su país. También en Perú, donde se han visto letreros con la oración, “No más arepas”, se han anunciado nuevas medidas, como contar con un pasaporte que no tenga fecha de vencimiento menor a 18 meses.

Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

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Fue este fin de semana que grandes ejemplos de esta realidad se suscitaron al norte de Brasil y en uno de los parques más emblemáticos de la capital costarricense, donde grupos locales pidieron la expulsión y hasta la muerte de los recién llegados a su país.

El sábado un grupo de habitantes de la zona de Pacaraima, al norte de Brasil, atacó un campamento de inmigrantes venezolanos que vivían en casas de campaña. Los locales actuaron así –al menos eso dice el informe policial– porque un grupo de venezolanos atacó al dueño de un restaurante de la ciudad.

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En la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en Brasil, se han instalado cerca de 40 mil venezolanos durante los últimos meses y es donde más han aumentado los casos de xenofobia. Recientemente el presidente brasileño Michel Temer asistió para intentar calmar los ánimos prometiendo buscar soluciones para esta población, pues el 5 de febrero un habitante de esta ciudad incendió una casa donde habitaban 31 refugiados venezolanos. No hubo muertos, pero sí varios heridos.

En Costa Rica, en un parque ubicado al centro de la ciudad y regularmente frecuentado por migrantes nicaragüenses, una manifestación con banderas rojas, blancas y azules, como es la bandera de ese país, pidieron la expulsión de los inmigrantes. Algunos llevaban incluso esvásticas y cantaban el himno tico a todo volumen. La policía decomisó entre los presentes, armas blancas y bombas molotov. Esta pelea es vieja. La migración nicaragüense siempre ha sido mal vista en el país y desde hace años se ha ganado el mote de “nicas”, que usan de manera despectiva en Costa Rica, donde solo el 8% de la población proviene de otro país.

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Para la crisis migratoria no habrá soluciones sencillas, pues tras el anunció de que la economía venezolana sufrirá una inflación de un millón por ciento este año y que el presidente de Nicaragua no ha pensado en la renuncia, solo quedará esperar que la “hermandad latinoamericana” surja de nuevo.

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