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«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

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Fotografía de Antonio Nava. Marcela Turati en el Foro José Revueltas durante el marco de la XIV Feria Internacional del Libro del Zócalo, 16 de Octubre 2014.
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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de Antonio Nava. Marcela Turati en el Foro José Revueltas durante el marco de la XIV Feria Internacional del Libro del Zócalo, 16 de Octubre 2014.
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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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Fotografía de Antonio Nava. Marcela Turati en el Foro José Revueltas durante el marco de la XIV Feria Internacional del Libro del Zócalo, 16 de Octubre 2014.

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

«La mitad de los desaparecidos está bajo la tutela del Estado»: Marcela Turati

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¿Por qué tenemos tantos desaparecidos en México?, ¿quiénes desaparecen?, ¿cómo y por qué ocurren estos horrores? La periodista Marcela Turati habla en entrevista sobre su nuevo libro: San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Marzo, 2011. Un autobús sale de Uruapan, Michoacán, a las siete de la tarde; hace paradas en Morelia, Moroleón, Yuriria, Salvatierra, Celaya, Ciudad Victoria, y con casi todos los asientos ocupados, se detiene en su última escala: el municipio de San Fernando, Tamaulipas. A las diez de la mañana del día siguiente, el autobús llega a su destino en Reynosa; lo hace con solo tres pasajeros. En la central camionera, el equipajero advierte que hay mochilas, chamarras y una maleta que nadie reclama. Así comienza el nuevo libro de Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, una obra que da cuenta del horror de las desapariciones forzadas que sufre México a través de un relato coral de más de cuatrocientas páginas.

En este libro leemos las historias de víctimas, familiares de víctimas, testigos, funcionarios, personas que fueron captadas por grupos criminales, todo finamente hilvanado por Marcela Turati, quien durante años buscó y recopiló cientos de testimonios, visitó el municipio de San Fernando y leyó miles de páginas de expedientes judiciales para narrar y explicar la crisis forense y de desapariciones que vivimos en el país desde la última década.

Y a pesar del horror que encontramos en estas páginas, Marcela Turati también le da un espacio a la esperanza: la de las madres y familias que encuentran al ser querido que buscan.

Marcela Turati nació en la Ciudad de México y comenzó su carrera periodística en el diario Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos. En 2004 fue finalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano con el trabajo “Muerte en el desierto”, sobre migrantes desaparecidos en el desierto de Arizona. En 2007 publicó en Gatopardo su reportaje “Acteal, la injusticia que no termina”, en el que reconstruye los hechos de aquella masacre y encuentra nuevos testimonios clave para entender qué sucedió.

También es autora del libro Fuego cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, y algunos de sus textos han sido compilados en obras como 72 migrantes, Los buscadores, La ira de México: Siete voces contra la impunidad, Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte, libro que coordinó junto a la periodista Daniela Rea. Marcela Turati también ha fundado y coordinado varios proyectos, pues fue parte del grupo fundador de la red Periodistas de a Pie, un espacio de capacitación para periodistas; cofundó Quinto Elemento Lab, un proyecto que apoya el periodismo de investigación; de igual forma, cofundó y coordina el sitio web de investigación adondevanlosdesaparecidos.org.

En el prólogo de San Fernando: última parada comentas que tardaste doce años en escribir el libro, pero ¿en qué momento decidiste comenzarlo?, ¿qué te llevó a dedicar tantos años a esta historia?

Marcela Turati: Desde un inicio San Fernando me pareció un hecho de horror, y de inmediato fue silenciado. Para mí, y creo que para todos, era increíble que hubieran masacrado a pasajeros de autobuses bastantes días seguidos y que las autoridades lo hubieran permitido. ¿Cómo ocurre? Porque no era la primera vez, ocurrió varios días. Faltaba mucha gente de ser encontrada; en las fosas había al menos doscientos cadáveres, se sabía que había muchos más, pero había una intención de ocultarlos, de dispersarlos para que ya no hubiera periodistas y espantar a las familias buscadoras que llegaban de todo el país. Además, se sabía que la policía municipal había ayudado en las capturas [de las víctimas] y había prestado camionetas donde las transportaba. Me parecía uno de los hechos más terribles.

Ya habíamos tenido en San Fernando la masacre de los setenta y dos, y en el mismo lugar, ocho meses después, encuentras doscientos cuerpos en fosas, porque hasta ahí pararon de contar. Lo que decía la gente era muy terrible: estos asesinatos eran muy comunes. Ahí fue cuando me propuse investigar quiénes eran estas personas asesinadas, qué les pasó, porque los cuerpos venían supermaltratados, exhumados, horribles, se nota que sufrieron, que fue muy cruel, cómo fue posible. Esas son las preguntas que me guiaron. ¿Cómo fue posible que esto ocurriera?

Cuando se menciona a San Fernando se piensa en los setenta y dos migrantes, en las desapariciones que suceden en la carretera, pero ahí también vive gente que todo el tiempo debe enfrentarse al horror de la violencia. ¿Qué encontraste en San Fernando?

Marcela Turati: Nos quedamos con la noticia de los setenta y dos migrantes, luego las masacres de las carreteras, pero no fueron ahí, se los llevaban a unas brechas. [En San Fernando] lo que sí me sorprendió, y eso que entré años después [de las masacres], fue las historias. Los recuerdos de la guerra, como les llamaban ellos. Tiendas quemadas, casas saqueadas, casas abandonadas, muchas pesadillas, experiencias, que todavía no procesaban, de cómo se habían llevado gente y no habían vuelto, mucha gente desaparecida, eso por un lado.

Por otro lado, también estaba lo que contaban de esta dictadura del terror bajo la cual vivieron. No se podía mencionar en la misa a los desaparecidos, tenían que pedir “por la salud de tal persona”, “por la salud de los que no han llegado”. Todos los chavitos de la escuela secundaria veían diario cuando bajaban a los migrantes; en la escuela sabían, los papás sabían, era un miedo terrible. Muchos intentaron hacer algo, decirles a los gobernantes, decirlo en medios de comunicación, a la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos] y nadie les hizo caso.

No podían salir de sus casas, unos decían que a las cinco y otros que a las seis de la tarde; tenían que quedarse como en toque de queda. Y si se te enfermaba alguien tenías que pedir permiso, viajar a veinte kilómetros por hora, prender la luz [interior] del auto para que te vieran, para que vieran quién eras. Debías llevar el uniforme de tu trabajo para que no te confundieran. Había muchas reglas bajo las cuales tenían que vivir, tenían que acatar. Eso me encontré. Generalmente nos quedamos con la noticia de “hay una fosa en tal lado”, “desaparecen jóvenes en tal”, pero para que eso ocurra la gente tiene que vivir sometida. [En San Fernando] no podían decir nada, son estas zonas de silencio de las que nos enteramos hasta mucho después.

En el libro mencionas que pensabas que en San Fernando no había periodistas, porque no encontrabas notas locales.

Marcela Turati: Todavía cinco años después de la masacre de los setenta y dos, [los periodistas locales] no podían ir a la bodega de los setenta y dos: era un territorio prohibido, no los dejaron. Sabían que corrían peligro si publicaban cualquier cosa, entonces ni fueron. Ellos dicen “nosotros tuvimos que enterarnos por medios internacionales o nacionales de lo que pasó aquí”. Porque tenían prohibido ir a cubrir crímenes de los Zetas, a menos de que ellos [mismos] o la policía municipal dijeran “necesitamos que publiques. Mira, aquí mataron al ministerio público y al secretario de Seguridad Pública, eso sí quiero que lo publiques”. Pues, para causar terror.

Los periodistas están a merced... Había uno que me decía que cada vez que la policía tenía gente, tenía detenidos, iba a la cárcel porque su trabajo era tomar fotografías de los detenidos, “y el policía me decía ‘a ver, ¿cuáles tomaste? Este, este y este bórralos, porque son para nosotros’”. Entonces tenía que borrar las fotos de esas personas, que eran las que desaparecían. No podía haber evidencia de que ahí estaban. No se podía hablar. No se podía decir nada. Había un miedo tremendo y ese miedo quedaba todavía cuando yo entré.

Marcela Turati y su libro sobre la masacre en San Fernando.
Marcela Turati, San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, Aguilar, 2023.

Ahorita las cosas no parecen muy diferentes en San Fernando…

Marcela Turati: Pues ahorita las noticias son muy malas en San Fernando, ha habido balaceras. San Fernando es muy largo, tiene una carretera que es muy importante, entonces ahorita están peleándose [por el territorio]. Es la frontera invisible, esta frontera que todo mundo quiere tener: porque desde ahí controlas el mar, controlas la salida hacia el golfo de México, hay petróleo, hay gas, y estas brechas con carreteras troncales muy importantes, tienes una población ahí. Entonces, sí, las noticias recientes son de balaceras en las carreteras, de desapariciones, muchas menos, pero sí, yo tengo una alerta diaria.

Y aunque la gente de San Fernando es gente que quiere vivir en paz, por su posición [geográfica], por políticas de gobierno, sigue sometida. Muchas veces como que tienen periodos de paz y luego vuelven otra vez las peleas entre grupos y San Fernando queda en medio.

Durante estos años que estuviste investigando lo que sucedía en San Fernando, ¿pensaste en algún momento “hasta aquí”, “hasta aquí tengo ya que parar la investigación”?

Marcela Turati: Es que San Fernando es como una obsesión. Sí, hubo momentos en que decía “ya no puedo”, “ya no quiero”, pero luego también decía “¿qué voy hacer con toda la información que recolecté?”, porque la gente me confió sus testimonios y tengo que hacer algo. Hubo muchos periodos de si escribo o no escribo, de si es momento de escribir, de si todavía hay riesgo para la gente, de cómo escribir algo y que no cause riesgo, en qué momento sería bueno también, pues, buscar editorial, pero gracias al Premio Javier Valdez Cárdenas pude escribir este libro.

Hubo esos periodos de miedo, periodos de hacer otras cosas, pero el peso de la imagen… la imagen de estos jóvenes que vi desde 2013, estos archivos que me pasaron con las fotografías de ellos, con el cráneo… todos maltratados. Y sus caras… se notaba su angustia. Y yo ya había conocido a papás y mamás de algunos de ellos, yo tenía que seguir…

Hubo momentos en que no le dedicaba mucho porque tenía que trabajar como reportera, pero sí sabía que era algo que tenía que cumplir en algún momento; y ya los últimos dos años dije “ya tengo que cerrar, ya es mucho”. Pero la justicia no llegaba, y como que uno quiere cerrar un libro diciendo “bueno y aquí están estos”, pero no hay nadie todavía pagando por esas masacres, específicamente por esos asesinatos. No hay ningún sentenciado. Son doce años.

Otro tema del que quisiera hablar es la estructura del libro, ese coro de testimonios, ¿cómo fue el proceso de armado, de hilar testimonios para construir, a partir de historias personales, la historia general?

Marcela Turati: Muchos años estuve haciendo reportajes que tuvieron su efecto. Los publiqué en la revista Proceso, en nuestro sitio +de72. Fueron muchos de las víctimas, de los errores de la PGR, los maltratos. La PGR me odia mucho, se enojaban mucho y se enojan mucho… Pero, pues, yo tenía todos estos otros testimonios de San Fernando, de Tamaulipas y de sobrevivientes, que no podía poner en las entrevistas porque iba a ser fácil ubicar quién con quién o quién lo dijo, entonces tardé mucho tiempo pensando y pensando cómo hacerlo diferente. Porque dije “bueno, podría haber pegado a reportajes”, pero no. Y se me ocurre un relato coral donde hablen por personajes, una mezcla, parece una ópera a ratos, todo el mundo dando su testimonio, de repente el cocinero, el del panteón, toman la palabra y cuentan. Yo sí dije “escuchemos a cada uno” y ya de ahí dije “necesito llenar estos tramos” y buscar gente muy específica para hablar de cómo se vivía en San Fernando. Hubo algunos [personajes] que sí eran como protagónicos, pero mejor dije “no”, y los hago chiquitos, que su testimonio sea pequeño, me interesan más estos. Fui tratando de tener las voces más variadas, un coro que te cuente lo que pasó haciendo collage con documentos a los que tuve acceso, que me parecían claves.

Algunos [documentos] los había visto porque son dictámenes que les dan a algunas familias. De repente me llegaban cosas. En unas entrevistas a familias en Guatemala, en un pueblito, tenían ahí su expediente y les decía que si podía verlo, por ejemplo, ahí vi la foto del marro con el que los mataban, que para mí fue increíble… Cada vez que sabía de alguien que hubiera estado [en San Fernando], de cualquier cargo, de cualquier país, si en el periódico mencionaron que vino el embajador tal, el canciller tal de otro país, pues iba a buscarlo, o sea, esperaba que vinieran a México o si tenía yo un viaje a Centroamérica era seguir jalando el hilo… hasta que ya.

Bueno, me habría gustado todavía seguir, ¿sabes? O sea, todavía siento que me faltan muchas voces, pero bueno… de hecho tuve que cortar cien páginas del libro… y aun así todavía… porque es una historia inacabada. Faltan muchas voces todavía, pasaron muchas cosas. Pero sentía que ya podía mostrar esta historia. Para mí eran bien importantes estas preguntas: ¿qué les pasó?, ¿a quiénes?, ¿cómo fue posible?

Un aspecto central de San Fernando: última parada es que no solo narra estos horrores, sino que también denuncia a los implicados en esas desapariciones, a toda la maquinaria que permite que personas desaparezcan.

Marcela Turati: Había una parte de San Fernando, lo que se vivía ahí, que me parecía muy nuevo. Yo, junto con otras periodistas, había estado publicando mucho las historias de los errores forenses de la PGR. Eso era muy evidente, había familias centroamericanas denunciándolo, desde los setenta y dos migrantes pasó. Lo que sabíamos era cómo vivían sometidos en la ciudad, pero la siguiente parte, que también me pareció importante, es que uno cree que cuando ya encuentran una fosa, los cuerpos de las personas van a volver a sus hogares, que la Fiscalía va a hacer algo para identificarlos, que ya tuvieron la suerte de ser encontrados, porque hay muchos que siguen enterrados.

Pero lo que pasó, lo que pasa muchas veces y así es el sistema y por eso tenemos esta crisis forense, es que hay esta intención federal y estatal de desaparecer los cuerpos, de sacarlos de la vía pública, de que nadie los vea, de bajar la violencia, de que no se sepa que hay violencia, que no se sepa que hay asesinatos, entonces mejor entierro, vuelvo a enterrar. Eso fue lo que hicieron: volverlos a enterrar o incinerar a algunos. Solo veían rápidamente si alguno que otro familiar los identificaba; algunos con tatuajes supervistosos y la familia ya había visto las fotos. Aquí el problema era que muchas de las personas desaparecidas eran centroamericanas; muchos otros eran de ahí, de San Fernando; pero muchos otros del Bajío, de todos estos autobuses que salían de Guanajuato, de Michoacán, que pasaban por Querétaro, por San Luis Potosí, gente del Estado de México. Es una ruta para llegar a Estados Unidos, entonces tienes gente de todo el país: es difícil saber quién está en esas fosas. Lo que hace la PGR es volverlos a enterrar, no hacer cosas básicas forenses, es cerrar ya ahí. Esa es la otra tragedia.

Lo que intento en el libro es dar claves de por qué tenemos tantas personas desaparecidas. Tenemos más de 112 000. Y por qué tenemos más de 55 000 cuerpos en las morgues o en funerarias. La mitad, por lo menos, de las personas desaparecidas le corresponde al Estado, están bajo su poder, están bajo su tutela. Podrían, si quisieran, abatir ese rezago y regresar y tratar de identificar.

Había un muchacho de Michoacán con su CURP en el pantalón, con sus datos, desde 2011 lo exhumaron y no se le avisó a la familia y se le enterró [en una fosa común]. Un soldado que se sabía que era un soldado, se supo desde 2011 y hasta 2015 [se informó]… había muchos que podían ser identificados por la ropa, por los tatuajes y, bueno, con la prueba de ADN se podía saber: sus familias dieron las pruebas genéticas desde el principio. Es hasta que entra el equipo argentino de Antropología Forense y se crea esta comisión forense y logran que la SEIDO [Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada] dé algunos papeles de la investigación, que empiezan a ver que no hicieron cosas básicas como hacer los contrastes genéticos que les llegan de otros países. [Los desaparecidos] tenían objetos en sus pantalones, algunos tenían de dónde salieron, de qué terminal de autobuses, tenían papelitos de los lugares a donde iban a llegar, teléfonos de quienes los esperaban, tenían fotografías de familiares en sus maletas; las maletas no las habían entregado, las dejaron ahí en la terminal.

Lo que intento reflejar [en el libro] es este tema, me parece una historia que tiene muchas cosas. La de San Fernando es esta historia de que cuando interviene el equipo argentino [de Antropología Forense], marca lo que está mal, lo que tenía que haberse hecho. No solo es una historia de horror, sino que tiene claves de cosas que tenemos que cambiar. Y también vemos cómo opera la justicia. Por un lado, vemos que no previnieron, nadie avisó que en esas carreteras mataron gente, no les importó: eran jóvenes pobres, migrantes. Es un desprecio general. Tenemos un sitio en el desamparo, donde nadie protege. Las autoridades deberían proteger a sus habitantes, para eso está el Estado: es lo primero que tienen que hacer, proteger la vida de la gente. [El Estado] falló, fallaron todos. Luego tenemos este intento de ocultar y desaparecer a los desaparecidos como respuesta. Y luego la justicia, la justicia que no llega.

Tenemos otro típico caso, son como de manual. Siempre hacen lo mismo, siempre: si es muy vistoso luego, luego a ocultar, ensuciar la escena del crimen, hacer mal el procesamiento. Y de ahí a inventar, que ya agarraron y agarran a quien sea. [En San Fernando] agarraron a gente… todavía este año había un campesino de Oaxaca que iba en uno de los autobuses, fue secuestrado y está ahí [en prisión] como si fuera uno de los Zetas; lleva doce años, lo torturaron, ¿quién le va a reponer esa vida? ¿Por qué inventar testigos?, ¿por qué inventar culpables?, ¿por qué crear una verdad histórica rápido, para cerrar el caso? Y al final lo de siempre, no tenemos a los asesinos sentenciados, no se hizo bien el trabajo. Los policías municipales que están acusados salieron al año porque no se les armó bien la averiguación.

Y los castigos a quien investiga, el asesinato de Miriam Rodríguez, la persecución a madres buscadoras, este silenciamiento de la gente, también la abogada que llevaba el caso de las víctimas, la directora del equipo argentino.

Y a ti también, por tus investigaciones periodísticas, el Estado te espiaba con Pegasus y se te acusó de delincuencia organizada. ¿Cómo fue afrontar esta violencia y acoso?

Marcela Turati: Sí, todos estos años también pasan cosas bien raras en mi vida. Por ejemplo, íbamos a lanzar el sitio web + de 72 con la información forense de los ciento veinte cadáveres y nos hackearon dos veces antes de anunciarlo. Nos lo tiraron. Nosotros decíamos: “Bueno, ya sabemos que ya saben”. Pasaban cosas rarísimas. Eran los años de la cobertura de Ayotzinapa y San Fernando, cuando empecé a viajar más ahí. Me buscaba gente rarísima que quería llevarme a fosas, recibía unas llamadas extrañísimas diciéndome cosas superraras, recibí una amenaza. Y siempre sintiendo que las comunicaciones no estaban bien. Trabajaba con muchos equipos de alumnos, colegas, en mi casa, y el internet se caía cuando buscábamos algo del Ejército. Los aparatos siempre tenían problemas y problemas.

Hasta el 2020, creo, fue cuando ya nos dimos cuenta, porque es cuando la PGR libera ese tomo [de investigación], creo que lo tenía escondido y lo ven en la Fundación para la Justicia, y entonces ya se dan cuenta, porque empieza conmigo, con un relato rarísimo de que me metí a la fuerza a la casa de una señora y la obligué a que me diera una entrevista y casi, casi la sometí, y la obligué a que me enseñara los álbumes de fotos de su hijo. A esta señora la PGR no le dijo que [su hijo] estaba en una fosa, aunque está identificado desde 2011. Y de ahí se abre lo del secuestro, la delincuencia organizada, y que “con quién me había reunido” y ver mi letra. Me pidió la Cancillería mi pasaporte para ver mi letra y mandarla a análisis pericial. Una cosa sacada de los pelos, superrara.

Ahí las autoridades empiezan a pedir mi teléfono, pusieron a la Policía Federal, de la División Científica, a investigar todas las antenas en un periodo como de ocho meses antes de mi reportaje, y al año siguiente, como otros cuatro meses, para ver todos los lugares donde estuve y con quién hablé. No está el tomo [de la investigación] completo, solo sé que ahí vienen víctimas, que marcan con quién hablé, que cuántas veces pude haber visto al equipo argentino y a la abogada Delgadillo. Como son doscientos noventa tomos, no sé qué más. Lo que sí sabemos es que la Fiscalía General de la República no quiere cerrar el caso. Lo que les hemos pedido es “sácanos del expediente de las fosas”. Estamos con los Zetas, delincuencia organizada y secuestro. “Abre otro, si nos vas a investigar”. Pero pues se le hizo fácil [a la Fiscalía], lo abrió ahí para que los jueces no le pidan... ni las compañías telefónicas. Porque tienes que presentar, ver qué fundamenta eso, pero pues te meten en el caso de fosas y entonces ahí estamos y nuestros datos están ahí, públicos, para la gente que está metida en el caso. La CNDH dice que no hay violación a los derechos humanos y que no hubo ningún delito. La CNDH, la actual, avalando: que estuvo bien, que necesitaban saber quién me dio información. Y eso es bien peligroso, te pueden rastrear hacia atrás, todo lo que hiciste, a toda la gente a la que llamaste, dónde estuviste, para saber quién te da información… Eso es supergrave. Y luego, en esa misma fecha, me enteré de que me habían puesto Pegasus también.

Por Ayotzinapa o por este [caso], pero pues son las mismas personas involucradas. Muchas de las personas que están involucradas en la investigación de Ayotzinapa son las que están en San Fernando. Está un área de la PGR, que se llamaba SEIDO y que ahora se llama FEMDO [Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada]. Yo sostengo que ahí desaparecen muchas de las personas desaparecidas; ahí llevan los casos de personas desaparecidas en territorios donde operan los grupos criminales. Lo que les interesa no es investigar para regresarles su identidad [a los desaparecidos] sino interceptar llamadas, compilando información de los grupos [criminales]… Ese es el problema de tener fiscalías que trabajan bajo órdenes de políticos, no científicas.

Algunos lectores, quizá producto de la normalización o del hartazgo, verán tu libro en las librerías y pensarán “otro libro más sobre narcotráfico, sobre violencia”, ¿qué les dirías a estos lectores?, ¿por qué leer San Fernando: última parada?

Marcela Turati: Les diría que yo soy de las primeras que apaga las series y cierro los libros porque son el horror por el horror, que machacar y que los narcos y que los muy machos y su poder. Yo también ya le huyo y ya siento “¿qué más?” Este libro sí tiene una parte del horror que se vivió porque me parece importante conocerlo, pero [también] tiene claves, es como una cebolla que tiene muchas capas, y que te va mostrando claves para entender estos tiempos que vivimos, tan violentos, para entender por qué esto se repite todo el tiempo, por qué tenemos tantas personas desaparecidas y la crisis forense. También, y eso es bien importante, pueden meterse a acompañar a las familias buscadoras y conocer los laberintos y el sufrimiento y los obstáculos que tienen que vivir porque las autoridades no quieren que encuentren o parecería que no quieren que encuentren [a sus seres queridos]. Hay claves de lo que puede, de lo que debe ser cambiado en este sistema, cuáles son los mecanismos de la impunidad y cómo se pueden intervenir. Siento que, de alguna manera, aunque es un libro triste también tiene cosas esperanzadoras.

Y leer de viva voz a diferentes personas que te van contando cómo vivieron estos horrores. Sé que es doloroso, pero siento que hay que escucharlas para entender por qué es importante hacer bien el trabajo, prevenir, proteger a la gente, y hacer un muy buen trabajo pericial, por qué es importante que tengan la ropa, guardar sus objetos, cuidar ese cuerpo, porque es una persona, por qué es importante rehumanizar, porque ya perdimos esta dimensión de que son humanos. Leer cómo [las madres buscadoras] les hablan a los cadáveres de sus hijos, de cómo los regresan a casa. Y lo sanador que puede ser. Dar claves de estos tiempos que no entendemos, pero que vivimos con mucho horror. Hay forma de intervenir y hay forma de cambiarlo. Esto no tiene que ser nuestro futuro.

Marcela Turati escribió San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, publicado este año por editorial Aguilar.

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