La otra cara del coronavirus: la depresión

La otra cara del coronavirus: la depresión

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Tiempo de Lectura: 00 min

Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

***

En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

***

Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Archivo Gatopardo

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La otra cara del coronavirus: la depresión

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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La otra cara del coronavirus: la depresión

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.
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.
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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

***

En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

***

Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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La otra cara del coronavirus: la depresión

La otra cara del coronavirus: la depresión

23
.
08
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20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

***

En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

***

Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

***

En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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La otra cara del coronavirus: la depresión

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23
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08
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20
2020
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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos ha sido afectada emocionalmente por el coronavirus. La pérdida de amigos y parientes, el aislamiento, la preocupación constante por el trabajo y los ingresos, así como el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) son factores que van minando a las personas.

Texto de
Fotografía de
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Un amigo me contó esto hace unas semanas: un lunes en la mañana estaba trabajando en casa, en medio del confinamiento, en la planta baja de un edificio, cuando vio que se movieron los cables de luz y escuchó que algo se había caído afuera, en la banqueta. Algo grande. Lo primero en lo que pensó fue una maceta. ¿Qué podría haber sido? Salió a la calle para revisar y se encontró con una mujer tirada en el suelo. Cuando la vio allí, sangrando, le costó trabajo entender lo que acababa de suceder. La realidad le cayó como un rayo: su vecina había saltado por la ventana. Mi amigo la conocía bien, una actuaria que trabajaba en una compañía de seguros. La consideraba una persona sólida, que había ascendido en la vida de manera exitosa. Pero el confinamiento, la hipertensión (una comorbilidad que la aislaba aun más) y las presiones del trabajo (más de doce horas pegada a la computadora en reuniones por Zoom) terminaron por quebrarla. Y ese lunes decidió que ya no quería seguir viviendo. (Algunos detalles de este relato se han alterado para guardar la confidencialidad.)Afortunadamente, sobrevivió al intento de suicidio y tanto la compañía de seguros como su familia y su red cercana de amigos la han arropado. La internaron unos días en un hospital psiquiátrico y, después de salir, ha recibido terapia y tomado el control de sus emociones. Cuida su salud mental. Regresó al trabajo.Su historia es la de miles de otros mexicanos. La pandemia ha afectado a muchos por el lado afectivo: la pérdida de amigos y parientes de quienes no se pueden despedir; la ansiedad por el aislamiento; la preocupación constante por el trabajo y el ingreso; la presión de tener a los niños en casa; el bombardeo de malas noticias (muchas, falsas) todos esos factores van minando la columna vertebral anímica que sostiene a las personas.En mayo, cuando el aislamiento tenía apenas unas semanas, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad, de la Universidad Iberoamericana, hizo un estudio donde señalaba que tres de cada diez mexicanos presentaron síntomas de ansiedad o depresión. De las 800 personas encuestadas de 18 años o más, 29% se identificó con síntomas depresivos y 32.4% dijo tener síntomas severos de ansiedad. Hace unos días, la directora de la oficina regional de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, señaló que la crisis de la pandemia de Covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en la región a una escala sin precedentes. Más de la mitad de los adultos de México, Brasil y Estados Unidos (los tres países más afectados), está estresada y en todos ellos ha aumentado el consumo del alcohol y drogas, que sólo exacerban los problemas. “Es urgente que el apoyo a la salud mental se considere un componente fundamental de la respuesta a la pandemia”, dijo Etienne en la presentación de un informe sobre el tema.[read more]

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En junio pasado, me tocó entrevistar a Jesús Ramírez Bermúdez, escritor y jefe de la unidad de neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Publicó este año el libro Depresión, la noche más oscura. Lo primero que hay que decir es que no se trata de un libro de autoayuda, sino de divulgación científica; un recuento histórico de cómo se ha visto la depresión y una extensa reflexión sobre lo que hoy sabemos del fenómeno. Allí, dice que los factores que desencadenan la depresión pueden venir de distintas fuentes y que entre los propios médicos hay un debate sobre cómo tratar el problema. “Cada persona tiene que recorrer su camino para salir de allí”, dijo.—En estos momentos tan difíciles, ¿qué le dice tu libro a la gente?—Creo que la pandemia ha acercado a más personas a los disparadores que experimentan las personas con depresión. Por un lado están las pérdidas: pérdidas de libertad, de independencia económica; pérdidas de seres queridos o de la salud. Y por otra parte, las amenazas: miedo a infectarnos, desconfianza de adónde ir, si voy a perder el trabajo. Estos dos factores se parecen al escenario que padece mucha gente en torno al problema.—Estamos en medio de la pandemia. Desde tu trinchera, desde el Instituto de Neurología, ¿qué es lo que está pasando en los hospitales?—Por desgracia estos padecimientos no descansan; por el contrario, tienden a aumentar en estos periodos críticos de la pandemia y se espera una nueva ola de pacientes cuya enfermedad tendrá que ver con los problemas de salud mental, depresión, ansiedad, estrés postraumático, también, o recrudecimiento de adicciones. En los servicios hospitalarios comenzamos a ver ya intentos de suicidio: muchas personas que tienen crisis de pánico, depresión e incluso otros padecimientos, como estados de psicosis.

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Le pedí a un amigo médico si podía invitarme a un hospital psiquiátrico para tener un mejor pulso del problema. Arreglamos una cita un viernes por la mañana y pude asistir a la junta semanal donde los doctores y los residentes hacen una entrega de guardia, con una revisión del estado de todos los hospitalizados y de las decisiones tomadas el día anterior. El asunto que más preocupaba era el de un hombre que había estado muy agresivo y gritaba que su papá, allí presente, le quería hacer daño. Las enfermeras intervinieron para inyectarle un calmante. Pero en el intento, el paciente había roto una bomba de infusión, un instrumento que inyecta fluidos, medicación o nutrientes a los pacientes. Era el único aparato en todo el hospital. ¿Tiene ese paciente Covid? A todos se les aplica un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre, y los resultados fueron normales. El paciente se opone a los tratamientos, no quiere bañarse y se agita fácilmente.Entre los hospitalizados de ese día había de todo: desde personas con evidentes alteraciones del cerebro, como la mujer que había padecido cáncer en la tiroides y ahora enfrentaba una encefalitis, que le provocaba estados catatónicos, hasta los que en realidad eran candidatos a terapia psicoanalítica.Terminando la entrega de guardia, se revisó un caso en especial para el entrenamiento de los residentes, la mayoría de ellos, conectados en línea. Los demás médicos presentes guardaron sana distancia en el cuarto donde estaban la cámara y la pantalla.Los residentes presentaron distintos estudios que le habían hecho a una paciente. Se examinaron audios y videos de entrevistas anteriores, sus antecedentes familiares, sus ingresos y relaciones anteriores. Ella vivía sola en una casa grande que había heredado de la madre. Rentaba un pequeño local adosado a la vivienda de donde recibía un pequeño ingreso. Desde 2009, se había acercado a distintas sectas religiosas, en particular a los Hare Krishna. A los 36 años había dado por terminada una relación amorosa y comenzó a aislarse, pero también empezó a meter gente extraña a la casa, permitiéndole que vivieran con ella. A partir del confinamiento, su psicosis empeoró y su prima tuvo que internarla. La pasaron al cuarto, donde la sometieron a un interrogatorio. Ella es una mujer de mediana edad, delgada y de un aspecto agradable, soltera y abogada, con el pelo lacio y largo, que estaba vestida en pijama. Un médico le extendió un cubrebocas. La paciente y una joven médica se sentaron frente a frente en medio de la sala.—¿Sabes por qué estas aquí?—Por la depresión—contestó—. Ingresé el 4 de agosto y llevo aquí once días. Tuve depresión porque no podía salir de mi casa por el Covid. Las iglesias estaban cerradas y alguien se había metido en mi celular, en mis redes, y eso me puso ansiosa, porque no podía tener acceso a mis amistades.Contó que comenzó a recibir mensajes hostiles en el WhatsApp y que sus contactos contestaban cosas sin sentido. En la televisión, vio que se repetían cosas, noticias en son de burla que iban dirigidas a ella. También veía películas y éstas trataban sobre los asuntos que ella iba a hacer en el día.—¿Qué tipo de mensajes recibías?—Una amiga me decía que a su hermano le había dado Covid, cuando yo sé que ella no tiene hermanos.Dijo que todo eso fue empeorando con el tiempo y que no dormía bien porque estaba participando en un programa de enseñanza de lectura y oración. Pasaba las noches orando. Habló de la diosa Kali, una deidad hindú, que representa a la madre universal. Representa también el aspecto destructor de la divinidad. Una imagen suya, que había visto superpuesta a la de la Virgen María, la atormentaba. También mencionó un exorcismo a distancia. Y, sin embargo, el consenso médico fue que estaba mucho mejor que cuando había llegado.Le preguntaron cómo se sentía ahora y ella dijo que, en efecto, estaba más tranquila. El medicamento había funcionado y se le iban borrando las ideas obsesivas de antes. Sólo tenía miedo de regresar a su casa, porque no era segura.Le preguntaron sobre su prima, la que la llevó al hospital. ¿Confiaba en ella? Dijo que, como con los parientes en general, sí, confiaba en ella, pero con reservas. Los médicos le preguntaron si consideraría salir ya, tomar el medicamento y quedarse al cuidado de su prima. Ella dijo que sí. El interrogatorio terminó y ella salió del cuarto. Los médicos se quedaron evaluando el caso.Yo salí del hospital con el corazón encogido, pensando en lo frágil que es nuestra mente, en la titánica labor de los médicos y en la ola de personas que no iban a resistir e iban a caer en la noche más oscura.[/read]

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