Fotografía de Veronica G. Cardenas / Reuters.
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Silvia no es la única que piensa así. A pesar de que los hispanos son la minoría más grande de Texas, casi un tercio de los votantes registrados, su influencia se ve mermada por los bajos niveles de participación electoral. En 2016, votó apenas 40.5% de los hispanos, mientras que la población blanca lo hizo en una proporción por encima del 60%. “En elecciones pasadas había la presunción de que el candidato republicano iniciaría la competencia con una ventaja de 10 puntos en Texas. Cuando puedes asumir esa ventaja, no necesitas buscar a las minorías o aquellos que no votan porque vas a ganar el estado de cualquier forma”, explica Joshua Blank, director de investigación del Proyecto de Política de Texas, en la Universidad de Texas en Austin.
En efecto, la brecha entre los partidos se ha ido cerrando en este estado. En 2012, el margen del triunfo de los republicanos fue de 17%, y en 2016 de 9%. En 2018, en la competencia por el senado, el candidato demócrata perdió por menos de 3%. “Ahora que el estado se está volviendo más competitivo, ambos partidos están tratando de acercarse a quienes antes no votaban y a los que tienen inclinaciones partidistas menos afianzadas. Los hispanos cumplen ambos criterios”, agrega Bank.
Esos esfuerzos se notan: “Hemos visto una participación histórica”, me confirma Cherri, una funcionaria de casilla del condado de Harris, mientras termina de guardar los materiales electorales y cerrar el centro de votación temprana hasta el día siguiente. “Hemos tenido días con más de 400 votantes, la gente espera horas en la fila para poder emitir su voto y eso es muy inspirador”, concluye. En Texas, como en la mayoría de los estados, los ciudadanos pueden elegir entre tres opciones: votar por correo, hacerlo en centros de votación temprana que están abiertos durante las semanas previas a la elección, o ir a votar el día de la jornada electoral, el 3 de noviembre. La trascendencia de esta elección, aunada a la fuerte movilización por parte de los partidos, llevó a que, cinco días antes de la jornada, Texas ya hubiera superado el número de votos emitidos en 2016.
Si Texas fuera un país, su economía sería la onceava más grande del mundo, más grande que México y Colombia juntos. Sólo en este estado, hay 387 aeropuertos públicos y su tamaño es mayor que el de 162 países.
Pero la euforia alrededor de la elección también tiene efectos negativos y uno de ellos es la polarización. La pólvora de la contienda presidencial ha encendido al estado y sus efectos están llegando hasta los lugares más alejados, incluso aquellos que antes parecían escapar de la lógica militante de los partidos.
El ambiente es ríspido afuera del centro de votación temprana en Grapevine, al norte del estado. Decenas de voluntarios caminan deprisa de un lado a otro del estacionamiento para acercarse a los votantes recién llegados, antes de que sus contrincantes los aborden. Cuando finalmente consiguen entablar una conversación, bajan la voz para que el bando opositor no escuche sus argumentos. Las gorras de Trump permiten identificar a uno de los grupos, el otro se distingue por descarte.
En esta elección, en la que las casillas de votación temprana de Texas llevan abiertas desde el 13 de octubre, los electores no únicamente estarán votando por el candidato presidencial sino por decenas de cargos federales y locales, así como por la aprobación de iniciativas de regulación y políticas públicas.
—¿A qué candidato apoyan?—pregunto a Karen, una de las mujeres que reparte folletos.
—Nosotros no estamos aquí por la elección presidencial—responde rápidamente—. Es la competencia para el Consejo Escolar de Grapevine y Colleyville.
—¿Cómo? ¿Todos estos voluntarios están por una elección del Consejo Escolar?
Fotografía de Callaghan O’Hare / Reuters.
—Sí, las cosas se están poniendo muy feas.
Del otro lado, los que llevan las gorras me enseñan un folleto en el que acusan a los actuales miembros del Consejo de estar solapando la penetración de ideas comunistas en la escuela. Además, critican que se haya usado un estacionamiento escolar para una protesta contra la violencia racial y aseguran que sus contrincantes quieren quitarle fondos a las policías que cuidan las escuelas.
“Esta contienda ya está fuera de proporción”, me cuenta Jorge Rodríguez, uno de los actuales miembros del Consejo que busca la reelección. “Las redes sociales están llenas de noticias falsas sobre el School Board y además se las están enviando por mensaje a los votantes. Mira”, me dice al mostrarme el más reciente reporte de finanzas de las campañas. “La planilla contraria ha recaudado más de 33 mil dólares para esta contienda. Casi la mitad, 15 mil dólares, provienen de Aaron Harris, un hombre que ni siquiera vive en el área y que está identificado con los grupos conservadores más radicales en el estado.”
Ser miembro del consejo es un trabajo sin sueldo, pero con mucha influencia local. Sus siete miembros nombran a los directivos de las escuelas del distrito y aprueban los presupuestos educativos. Además, tienen el control sobre programas extracurriculares y medidas de apoyo para niños migrantes o con discapacidad. En esta elección, dichos núcleos comunitarios se han convertido en uno de los terrenos de batalla donde se disputa la definición ideológica del país que se ve reflejada en la elección presidencial.
En esta elección presidencial, con 38 votos en el Colegio Electoral, Texas es el principal estado en disputa después de haber votado disciplinadamente por el partido republicano desde 1980.
“Hay muchos niños que vienen de México y que no hablan inglés, debemos tener programas bilingües para ellos, pero los de la otra planilla no quieren gastar sus impuestos en eso”, asegura Jorge. Y agrega: “En nuestra ciudad, el 53% son blancos, el 47% no lo son. Es importante que haya representación en los órganos que están dirigiendo la educación. Yo sé lo que necesita un niño pobre porque yo viví la pobreza de niño. Si yo quedo fuera del consejo, no habrá ni un miembro que no sea blanco”.
En Texas, como en muchos estados del país, las zonas urbanas son cada vez más demócratas mientras que las zonas rurales concentran mayoritariamente el voto republicano. Tarrant County, donde se encuentra este distrito escolar en disputa, es el último bastión urbano del partido republicano en el estado y el más grande que todavía conserva el partido a nivel nacional. La formación que se da a los niños y jóvenes que se convertirán en electores en los próximos años es, por tanto, una prioridad para ambos partidos.
“Esta es una comunidad conservadora. Ellos lo que quieren es usar la política identitaria para dividirnos y las ideas socialistas para acabar con el modelo de familia occidental”, señala Casey Ford, uno de los candidatos del equipo que porta gorras de Trump.
Pensar la política en términos de tradiciones, familia y religión es común entre los votantes republicanos y ha sido a través de estas conexiones que el partido ha logrado construir una base sólida entre votantes hispanos.
Fotografía de Veronica G. Cardenas / Reuters.
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Los abuelos de Orlando Salazar llegaron al país en 1900 y él se siente absolutamente americano. De hecho, su única nacionalidad es la estadounidense. Me pide vernos en un restaurante de Highland Park, una de las zonas más exclusivas de Dallas donde los bares, los restaurantes y las tiendas derrochan lujo. Lo veo en cuanto entro a la recepción del Honor Bar: un hombre moreno, alto y esbelto que refleja seguridad en sus ademanes. Orlando es un empresario dedicado a la crianza de reses Angus que se mueve en esta área con naturalidad.
—¿Por qué vas a votar por Trump?—le pregunto
—Mi fe—responde sin titubear.
El valor de la vida, que él entiende principalmente como la legislación contra el aborto, el matrimonio entre hombre y mujer y el reconocimiento de Dios como eje fundacional del país, son los tres elementos más importantes en su decisión.
—Estamos en una batalla de luz contra oscuridad—señala mientras le da un sorbo a su Coca Cola.
Durante la conversación, saca su Biblia y un ejemplar de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, ambos con marcas, notas y subrayados que muestran el tiempo que Orlando ha dedicado a su estudio. Estos son los dos documentos más importantes del mundo, me asegura.
“Esta contienda ya está fuera de proporción”, me cuenta Jorge Rodríguez, uno de los actuales miembros del Consejo que busca la reelección. “Las redes sociales están llenas de noticias falsas sobre el School Board y además se las están enviando por mensaje a los votantes».
—¿Del mundo?— replico.
—Sí—responde seguro—. Estados Unidos ha hecho mucho por el mundo, es incalculable. Y estos son los principios en los que está fundado nuestro país.
Orlando se siente orgulloso de ser estadounidense, de su cultura y su forma de vida, y le molesta que los demócratas quieran cambiarla. Los demócratas son la gente más infeliz, asevera, porque nunca están satisfechos con nada.
Las convicciones religiosas de Orlando contrastan con la personalidad del presidente al que apoya. Los dichos racistas de Trump y la forma en la que se expresa de las mujeres no le importan mucho a Orlando. “Trump ha cumplido lo que ha dicho y ha apoyado todas las iniciativas conservadoras. En la corte ha nombrado a tres jueces conservadores y siempre que hay un evento que es importante para los cristianos en Washington, ahí está él.” Como Trump, Orlando no cree que el cambio climático sea resultado de las acciones de los seres humanos, tampoco cree en la efectividad de las mascarillas para contener el coronavirus ni cree en la evolución. “La evolución es sólo una teoría”, me dice. “Y en las escuelas la enseñan como si fuera una verdad.”
Orlando es vicepresidente de la Asamblea Nacional de Hispanos Republicanos, cuyo objetivo es formar liderazgos y generar bases de apoyo para el partido. “Los hispanos son republicanos, sólo no lo saben”, me dice entre risas. “Son muy conservadores.”
Esto es cierto para un grupo de hispanos, pero deja ver una presunción general que no toma en cuenta los cambios profundos que está experimentando esa población ni la complejidad de sus preocupaciones, que van más allá de lo religioso. Una encuesta reciente de la Universidad de Houston revela que limitar el aborto es una prioridad para únicamente el 3% de los hispanos en Texas, mientras que la respuesta al coronavirus y bajar los costos de los servicios de salud se encuentran en las primeras posiciones con 44% y 31% respectivamente. El empleo, la discriminación y la migración son los siguientes temas en la lista.
Fotografía de Courtney Sacco / Reuters.
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Nikole Zúñiga fue criada en el seno de un hogar católico y asiste con su madre de vez en cuando a la iglesia. Ella ya votó. Tiene 19 años y esta fue su primera vez frente a una boleta. “No aguantaba las ganas, fui a votar por Biden y Kamala el día que abrieron las casillas de votación temprana,” narra con emoción sentada en una banca afuera de su casa en una de las zonas más marginadas del condado de Tarrant. Mientras hablamos, sus tres hermanos menores están en la cocina tomando clases en línea. El menor está en primaria y las dos mujeres en secundaria y prepa.
Sus padres son migrantes mexicanos. Su madre siempre ha trabajado como cocinera en restaurantes y su padre se dedica a la jardinería. Nikole nació en Estados Unidos y pertenece a la primera generación de ciudadanos en su casa. “Nadie me enseñó por quien votar. Yo tuve que formar mi propia identidad en todos los sentidos”, dice reflexiva. Fue a los 14 años que Nikole se empezó a interesar en la política y también a esa edad que le contó a su familia, en un restaurante de comida china, que era bisexual. Ser mujer y formar parte de la comunidad LGBT+ la ha acercado al partido demócrata, pero hoy se siente también identificada con las políticas de salud y de educación universal gratuitas que defiende la izquierda.
Los rizos de su abultado pelo negro enmarcan un rostro alegre. Tras el cristal de sus lentes, cierra los ojos cuando le pregunto a qué se quiere dedicar en el futuro, como para concentrarse en una respuesta que no le es sencilla:
“Estoy estudiando psicología porque me gusta escuchar y ayudar a la gente,” me dice con un suspiro. “Pero quisiera algún día entrar a la política,” confiesa finalmente. “No sé si sería candidata o sólo ayudaría en campaña, pero sé que quiero hacer algo para mejorar las cosas”.
Como muchos jóvenes demócratas, Nikole es progresista y es una de las miles de personas que apoyaba a Bernie Sanders, quien perdió por 4% en la elección primaria de Texas contra Joe Biden. También es parte del 66% de latinos que prefiere a Biden sobre Trump.
Orlando y Nikole están catalogados en los estudios y encuestas como parte del mismo bloque bajo la etiqueta de “hispanos”, aunque se encuentran en polos opuestos del espectro ideológico y difícilmente podría decirse que comparten alguna experiencia de vida. Esa insistencia en agruparlos bajo una sola categoría no tiene mucho sentido.
Hablar hoy de hispanos en Texas es aludir a la complejidad y diversidad que conforma a los Estados Unidos como país. Los hay conservadores religiosos como él, pero también los hay socialistas liberales como ella. Pueden ser migrantes, o ciudadanos que ya no se reconocen en el espejo de quienes vienen cruzando la frontera. Hay, también, hispanos como Silvia, que se sienten invisibles. Y otros como Jorge que, en una pequeña contienda por el Consejo Escolar, pelea las mismas batallas de racismo, fe y desigualdad, que están definiendo el rumbo de una nación entera.