Luego de la dura caída en la economía por la pandemia, México necesitaba recuperar el terreno perdido. Pero los pronósticos del Banco Mundial advierten que el crecimiento económico se recortará en más de una cuarta parte. Esto, sumado a la alta inflación, provocará más pobreza y desigualdad.
El Banco Mundial publicó hace unos días la actualización de sus perspectivas económicas globales. En ese documento presenta el recorte del pronóstico del crecimiento de la economía mundial para el 2022, que pasó de 4.1% a 2.9%, es decir, una reducción de más de la cuarta parte, algo que ocurre en un año en el que muchas economías emergentes necesitan crecer para recuperar algo del terreno perdido en la pandemia. Además advierte sobre los peligros de que se suscite un escenario de estancamiento y alta inflación para los próximos años. La profunda conexión de la economía de México con el resto del mundo y su frágil e incompleta recuperación hacen de una posible estanflación global —un entorno de poco crecimiento de la economía y aumento en los niveles de precios de bienes y servicios— un riesgo aún mayor para sus habitantes.
La inflación es probablemente el tema de coyuntura que más estamos atendiendo los economistas este año pero, como pocas veces, creo que coincidimos en esta preocupación con especialistas de otras disciplinas y con las conversaciones que se escuchan hasta entre desconocidos en la sección de verduras y en las filas de las cajas de los supermercados. Lo que escucho y leo entre mis colegas representa un escenario oscuro y difícil para el corto y mediano plazo, primero porque los aumentos en los precios causan mayor pobreza, desigualdad e inestabilidad, pero también porque conforme avanzan los meses, crece la preocupación de que la economía en los países y a nivel global se estanque, lo que afecta las oportunidades de la inmensa mayoría.
Entre enero de 2021 y abril de 2022 creció significativamente la inflación en todas las regiones del mundo (ver gráfica 1). Las causas han sido variadas y se han acumulado conforme los meses pasan: una disrupción en las cadenas de suministro globales, el incremento de la demanda por las políticas de recuperación económica en muchas economías avanzadas, el aumento en los precios de los energéticos y la invasión rusa en Ucrania.
Por las causas diversas y traslapadas de la inflación que el mundo enfrenta en estos meses, uno de los componentes más preocupantes ha sido el incremento en los precios de los alimentos. En la gráfica 2 se puede ver que en la mayoría del planeta la población gasta en promedio más del 20% de su ingreso en alimentos. En Europa y Asia Central la población utiliza la tercera parte de sus ingresos en comida y los incrementos de precios en este rubro llegaron casi al 18% en abril de 2022. Para una muestra de 53 países, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura estimó que la cantidad de personas que padecen de inseguridad alimentaria aguda, es decir, cuyo sustento y vidas están en peligro por no tener una alimentación suficiente, se incrementó de 154.2 a 192.5 millones entre 2020 y 2021.
La inflación se ha convertido en un problema en buena parte de los países. Como hemos podido atestiguar, para que los precios se mantengan lo más bajos posible se requiere de energía asequible y cadenas de abastecimiento robustas que eviten cuellos de botella y faciliten la disponibilidad de bienes y servicios, de lo contrario, hay escasez y los precios de lo que consumimos aumenta. Además, las políticas fiscales y monetarias expansivas que se necesitaron durante los meses más duros de la pandemia sirvieron para evitar que muchas personas y empresas perdieran sus ingresos, pero no es fácil detectar el momento ni la intensidad del freno que se debía aplicar para evitar que los precios resintieran el exceso de liquidez en las economías.
Ahora bien, ante la inflación elevada, los bancos centrales de los países, que son las instituciones encargadas de estabilizar el poder adquisitivo del dinero, están aumentando las tasas de interés de referencia para limitar los incrementos de precios y evitar que los agentes económicos pierdan la confianza de que en el largo plazo estos bancos mantendrán la inflación en el objetivo. De ahí la importancia de la independencia y la credibilidad de los encargados de la política monetaria.
El “encarecimiento” del dinero que se da por las alzas en las tasas de interés tiene, al reverso, el potencial de limitar también el crecimiento de la economía, entre otras razones, porque los activos financieros se vuelven relativamente más atractivos que los proyectos de inversión física, por lo que esta se reduce. En el documento del Banco Mundial que referí arriba, su presidente, David Malpass, alerta que el bajo crecimiento podría “persistir a lo largo de la década por la débil inversión en la mayor parte del mundo”. Un bajo crecimiento económico implica que hay menos oportunidades laborales para la población en condiciones de trabajar, que difícilmente deje de incrementarse en la misma proporción.
Así, el alza en la inflación y las bajas expectativas de crecimiento económico han provocado que los especialistas y comentaristas hablen de un escenario parecido al de los años setenta. En esa década el crecimiento en la economía global bajó a 4.1% anual, a partir de un 5.5% que se observó en los años sesenta. Por su parte, entre 1974 y 1980 la inflación global anual promedió 11.7%.
Lo más interesante del análisis que publicó el Banco Mundial radica en la comparación que hace entre lo que sucedió hace casi cincuenta años y lo que vemos ahora. Por una parte, se observan tres similitudes clave: hay un choque del lado de la oferta, luego de un período prolongado de política monetaria relajada, en concreto: hay incrementos en los precios de los energéticos en ambos períodos y en nuestros días las cadenas de suministro representan otro choque (logístico) a la oferta global de bienes, todo luego de un período largo de bajas tasas de interés; en segundo lugar, el crecimiento económico se proyecta débil, “entre 2021 y 2024 el crecimiento global se proyecta para alentarse en 2.7 puntos porcentuales, más del doble que entre 1976 y 1979”;* finalmente, las economías emergentes se encuentran vulnerables ante el alza en las tasas de interés global que se viene, porque tienen más deuda, padecen también una inflación elevada y una posición fiscal débil.
Los analistas del Banco Mundial hallan, por otra parte, cinco diferencias clave entre el período de los setenta y el que atraviesa el mundo de hoy: primero, que al menos hasta el momento, los choques inflacionarios en la oferta, y en particular en los mercados petroleros, han sido más pequeños; segundo, hay marcos de política monetaria más creíbles, con muchas economías emergentes y en desarrollo que cuentan con bancos centrales independientes y en general un conocimiento más sofisticado de las implicaciones de la política monetaria; en tercer lugar, las expectativas de inflación de largo plazo están mejor ancladas, esto implica que hay más confianza en las autoridades monetarias, algo que no ocurrió en los años setenta y que tiene mucho que ver con el elemento anterior; en penúltimo lugar, las economías de hoy son más flexibles, tienen menos centralización y control en términos de precios y salarios, lo cual, no sin riesgos, puede evitar que se genere una situación en la que los incrementos en salarios provoquen una subida en precios, luego de vuelta a subidas en salarios y se ocasione así una espiral inflacionaria; finalmente, la política fiscal es más restrictiva hoy que en los años setenta, es decir, se espera que haya menos expansión en el gasto de los gobiernos —al contrario, se espera que continúe la reducción de los apoyos fiscales luego de los esfuerzos contra la pandemia—, lo cual, si se junta con los problemas del lado de la oferta, podría ayudar poco y causar una mayor inflación, porque si un gobierno genera más demanda pero la oferta no puede responder, lo único que aumentaría es el nivel de precios.
Cada autoridad monetaria y cada gobierno tendrá que ver por la economía de su país y actuar conforme a sus circunstancias. El escenario actual será complicado de cualquier forma y la protección a los trabajadores y a la población en general tendrá que contar con una mezcla entre incentivos de mercados y acción directa de los Estados. Nadie sabe qué tanto ni por cuánto tiempo permanecerá la tribulación en los mercados energéticos ni si China volverá a los confinamientos masivos por su política de cero covid, afectando las cadenas de suministro. Sabemos que la política monetaria en Estados Unidos y otras economías muy avanzadas limitará los escenarios de inversión y tiene el potencial de deteriorar la deuda y las posibilidades de exportación de las economías emergentes que, como México, tienen en el norte un motor importante de su crecimiento económico.
La inflación en México fue de 7.65% en mayo (7.68% en abril), pero se siente distinto dependiendo del ingreso de las familias. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) realizó un estudio con la inflación del mes de abril y halló, con supuestos simples y razonables, que las familias del decil de ingresos más bajo (que tenían ingresos corrientes por alrededor de 3,300 pesos al mes en 2020) observaron un incremento en el precio de su canasta de consumo de alrededor del 8.7%, mientras que en el decil de ingreso más alto (con ingresos mensuales en 2020 de más de 54 mil pesos), este aumento fue de 7.5%. Igual que entre los países, la población de México que dedica una mayor proporción de su ingreso a alimentarse va a padecer más la inflación actual.
Y si las advertencias de que acontezca una reducción de la inversión en todo el planeta son razonables, en México esto resulta muy preocupante, porque su inversión física, es decir, productiva, ya se encuentra muy débil, puesto que la observamos en los mismos niveles que en 2013, de acuerdo con el índice de inversión fija bruta publicado por el Inegi. La cosa es todavía más grave si consideramos la inversión en construcción, donde los niveles son similares a los de 2004, como se puede observar en la gráfica 3.
En conjunto, el nivel de producción de la economía de México sigue por debajo del que tenía antes de que iniciara la pandemia. Los pronósticos de crecimiento para este año siguen siendo revisados a la baja; el del Banco Mundial bajó a 1.7%, mientras que para 2023 y 2024 se espera por ahora un crecimiento de 1.9% y 2.0%, respectivamente. El país no tenía suficiente dinamismo económico antes del inicio de la pandemia y ahora es peor. La frágil e incompleta recuperación de la economía parece que será afectada por las condiciones globales y también parece que el gobierno de México no tiene pensado un cambio. No queda sino esperar, pero todo apunta a que veremos un deterioro más grande de la situación del país, lo cual tarde o temprano golpeará más duro a quienes menos tienen.
* La traducción es del autor.