Tiempo de lectura: 6 minutos“La poesía es indispensable, pero me gustaría saber para qué”, dijo Jean Cocteau en un discurso que ofreció en la Academia Francesa en 1955. Habrá que aceptar que el “para qué” se renueva en cada contexto: la función del arte cobra sentido no sólo en el momento en que se crea, sino en el se interpreta. Casi 150 años han pasado desde que, en la década de 1870, José María Velasco arrancó su labor artística con los paisajes mexicanos. En las cuatro décadas venideras, pintó cerca de 300 óleos que lograron el reconocimiento de la pintura mexicana. Cuadros como Patio de una casa vieja (1861) y Catedral de Oaxaca (1887) equipararon a México con Europa en el ámbito cultural, y el pintor fue laureado en España, Francia y Estados Unidos, erigiéndose como un orgullo nacional. Tener esto en mente a la hora de apreciar un Velasco por supuesto que entusiasma, sin embargo, si se intenta situar su obra en el siglo XXI, el entusiasmo se desvanece.
Impulsado por su admiración de la obra de Velasco, el arquitecto documentalista Emiliano Bautista Neumann se dio a la tarea de localizar mediante Google Earth los puntos desde los que el pintor creó sus más icónicas representaciones de la cuenca de México. Es importante aclarar que Velasco interpretó esos paisajes, es decir, que no podemos entender su obra como un registro fiel; sin embargo, el contraste del escenario que Velasco pintó con las vistas actuales son una declaración: el valle de México fue consumido por la urbanización y por la crisis climática.
Cerro de Santa Isabel, 1877 / Foto montaje Emiliano Bautista.
Vista del valle de México desde el cerro de Santa Isabel (1877) es el cuadro más reconocido del pintor. Lo es por su uso del color, con el que representó la atmósfera fría de las montañas y los volcanes y el reflejo azul grisáceo del lago de Texcoco, y porque el cuadro es un registro meticuloso de la flora y la fauna del lugar, pues Velasco, además de pintor, era un científico y, con su conocimiento de botánica, geología, zoología y paleontología, era capaz de recrear la hierba, los arbustos, el tipo de tierra y las rocas características del cerro de Santa Isabel. El sitio que inspiró aquel óleo –impregnado de símbolos nacionalistas, como el águila que lleva en el pico una serpiente y el nopal que crece de la tierra– ha sido exterminado.
“Se puede ver cómo la ciudad ha avanzado y se ha comido todo ese terreno para construir sobre lo que en algún punto fue un lago; luego, terrenos de cultivo; y ahora, en términos muy fuertes, sólo se podría decir que es una mancha gris”, explica Emiliano Bautista sobre el montaje que hizo entre la pintura de Velasco y una fotografía actual del Valle de México, vista desde el mismo punto, y en la que no se aprecia más que la vasta extensión del concreto.
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La metamorfosis del valle de México no ha sido lenta ni mucho menos silenciosa; es una marcha que avanza a pasos agigantados y destructivos. A principios del siglo XX, el entorno de la cuenca, que hasta entonces había sido primordialmente rural, comenzó a transformarse en un escenario urbano. Aunado al despojo de los indígenas de sus tierras, la urbanización ha significado el extermino de cuerpos de agua, terrenos fértiles, vegetación, animales.
Por ejemplo, El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl desde el lago de Chalco, que Velasco pintó en 1882, representa los picos nevados de los volcanes, vistos desde el cristalino lago de Chalco. Este sitio tuvo gran actividad económica en el siglo XIX, pues era un punto de encuentro para los vendedores de distintos lugares que comercializaban en sus canoas, hasta que en el Porfiriato el lago fue desecado para convertirlo en tierras de labor para los hacendados, según la investigación de Trinidad Beltrán. En el futuro, se convertiría en el lugar donde vivirían los más de 300 mil habitantes de Chalco. Hoy sus viviendas se enfrentan al hundimiento acelerado de la planicie porque el lago lucha por resurgir, lo que provoca que Chalco sea la zona de mayor hundimiento en México. Según el Centro de Geociencias de la UNAM, el valle seguirá sumiéndose 40 centímetros al año –o sea, dos metros cada cinco años–, lo que afectará la vida de 80 mil personas.
El problema de la urbanización en la Ciudad de México depende de muchos factores, pero la falta de planeación en la construcción es uno de los más evidentes, pues potenció la construcción nociva y desmedida en la zona metropolitana. En entrevista con Gatopardo, Emiliano Bautista explica: “Hay colonias que, desde principios del siglo XX, fueron delimitadas y diseñadas, como la Roma, la Condesa, la del Valle y la zona céntrica. Con la llegada del ‘milagro mexicano’, muchísima gente emigró a la ciudad y los intentos del gobierno por hacer vivienda digna fueron los multifamiliares, a la mitad del siglo XX. A finales del siglo pasado y a principios del siglo XXI, la vivienda se dejó de planificar y se empezaron hacer viviendas tipo Casas Geo y de construcción libre”.
Esta falta de planeación se observa en una de las ubicaciones predilectas de Velasco: Tacubaya, desde donde él miraba hacia el Valle de México; es otro punto nodal para entender la transformación de la ciudad. La caída de una pequeña cascada blanca en el terreno del que brotan árboles y magueyes –de nuevo, una interpretación del paisaje, y no un registro fidedigno– aparecen en la obra El río de Tacubaya de 1868. El agua permitió el establecimiento de molinos de trigo y olivo, además de la producción de pulque. Las llanuras rurales del óleo Vista de los volcanes desde Tacubaya y valle de México desde las lomas de Tacubaya (1876) son el lugar donde los ricos construyeron sus casas de placer en el campo. Mientras Tacubaya era poblada por la élite beneficiada por el régimen de Porfirio Díaz, los territorios del poniente, como Santa Fe y Cuajimalpa, comenzaron a ocuparse con los trabajadores y empleados domésticos que servían en las casas ricas de Tacubaya. La transición de pueblo a barrio citadino de Tacubaya y los terrenos aledaños se aceleró con la llegada del siglo XX. Cuando las personas pobres y migrantes continuaron extendiéndose por el poniente, los ricos se desplazaron hacia los terrenos recién fraccionados de las lomas de Chapultepec y lo que después se convirtió en la colonia Condesa y la Roma, según la investigación de Celia Maldonado.
Valle de México desde el Molino del Rey, 1898 / Foto montaje Emiliano Bautista.
Una vez que Tacubaya perdió su auge habitacional, sus tierras comenzaron a ser deforestadas y explotadas con el fin de extraer arena para construcción, lo que provocó que en el territorio quedaran profundas perforaciones; se conocen como las Cuevas de Tacubaya. A pesar de la explotación del subsuelo, la población empobrecida se asentó en el lugar. Actualmente, las viviendas y vialidades presentan problemas de estabilidad e incluso ha llegado a haber hundimientos en el pavimento. En 2014 el gobierno del entonces Distrito Federal se vio obligado a cerrar temporalmente la avenida Observatorio, luego de descubrir una cueva en el subsuelo de aproximadamente 14 metros de profundidad que representaba un riesgo para los transeúntes y pobladores.
Al igual que muchos otros ríos de la cuenca de México, el río de Tacubaya fue entubado para la construcción de vialidades. Debido al uso sanitario y de desecho que le dieron los citadinos, se convirtió en un foco de infección sumamente peligroso, y además había inundaciones constantes. En la actualidad, aquel río blanco idealizado por Velasco en 1868, lleva aguas negras y corre por debajo del concreto hacia el viaducto Miguel Alemán. Sin embargo, en época de lluvias, continúan las inundaciones en Tacubaya. En 2018 más de un veintena de familias que habitaban en las orillas de la presa Tacubaya, construida en 1960, fueron desalojadas ante el inminente riesgo de desbordamiento. Por si fuera poco, la población se ha enfrentado por décadas a la fetidez y los cúmulos de basura que rebosan en las aguas negras.
Con el desplazamiento de la clase trabajadora, la ola expansiva de la urbanización se extendió hasta zonas periféricas como las faldas de la Sierra de Guadalupe, donde el gobierno se deslindó de la planeación de vivienda y se limitó a ofrecer los servicios básicos. “En la mayoría de estos lugares donde están los cerros de la Sierra de Guadalupe hubo autoconstrucción, prácticamente, la gente llega y construye; el gobierno únicamente pone drenaje, luz, pavimento en las calles y da escrituras”, dice Emiliano Bautista. El olvido al que han sido sometidas estas colonias se traduce en problemas de movilidad y en un acceso más difícil a mejores servicios públicos en salud, educación, trabajo y actividades de recreación.
La Sierra de Guadalupe, desde la que Velasco pintó sus óleos más conocidos del Valle de México, hoy es un zona paradigmática de la crisis ambiental. A pesar de ser una de las pocas reservas de flora y fauna que sobreviven en la zona conurbada –por si fuera poco, cumple con las funciones de regular la temperatura, favorecer la recarga acuífera y procesar grandes cantidades de dióxido de carbono–, a principios de este año se encontraba ahogada en llamas. Gracias a las demandas de los pobladores, el incendio fue controlado por la Secretaría de la Defensa Nacional, después de días en los que solicitaron auxilio. Desde hace más de dos décadas, la sierra sufre un constante saqueo de flora, fauna y tierra, así como la expansión de basureros clandestinos y zonas de quema de desperdicios plásticos que intoxican la tierra y las plantas.
La obra de Velasco sirvió para construir una identidad nacional de México, en buena medida, gracias a su representación de los elementos que conforman el paisaje: los lagos, las llanuras, las rocas, los animales, las personas, las nubes, el clima; aunque –no sobra insistir en ello– alteraba la escena para hacer una interpretación personal, pues es un exponente del romanticismo. Sin embargo, ahora, con el paso de las décadas, y tras priorizar la urbanización por encima del bienestar de los ecosistemas, si se mira donde Velasco miró, se llegará a la conclusión de que el paisaje se convirtió por completo en una masa gris y homogénea.
Vista del Valle de México, 1883 / Foto montaje Emiliano Bautista.
Esta nota fue actualizada el 6 de julio a las 19:00 para incluir una interpretación más precisa de la obra de Velasco.