Desde hace tiempo, la violencia en México se ha convertido en un signo de nuestra época y un gran número de productos culturales y manifestaciones estéticas están marcados por su impronta, desde las publicaciones periodísticas, las series de televisión y las instalaciones hasta los narcocorridos. La literatura, desde luego, no se ha mantenido al margen. Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968), autor de la novela Partes de guerra, lo explica así: “La violencia en México es un tema que a los escritores de mi generación y de generaciones anteriores y posteriores se nos volvió ineludible. Probablemente nosotros hubiéramos querido dedicarnos a otras cosas, hablar de otros asuntos, pero en un país que tiene más de 250 mil muertos desde 2006, miles de desaparecidos, tal vez millones de desplazados, es muy difícil para un escritor que está frente a la realidad no tocar el tema. Los escritores lo hemos hecho de muchas maneras distintas, desde lo que se llamó narcoliteratura hasta exploraciones más recientes”.
Y es que Partes de guerra, el libro más reciente de Jorge Volpi, que en 2018 obtuvo el Premio Alfaguara por Una novela criminal, parece hacer eco de la pregunta y el título de la obra que presentó Teresa Margolles en la Bienal de Venecia en 2009, ¿De qué otra cosa podríamos hablar? En la narración hay varios temas álgidos de hoy: un grupo de neurocientíficos de la UNAM, comandado por el encantador y brillante cincuentón, Luis Roth, acude a un pueblo paupérrimo a orillas del Usumacinta a estudiar qué ocurre con las mentes de unos menores de edad que mataron brutalmente a una adolescente. Una de las alumnas de Roth, la incansable Lucía Spinosi, es la narradora. Ella termina involucrándose con los asesinos y sus familias, descubre circunstancialmente los secretos de su maestro y las tensiones y disputas entre sus colegas del Centro de Estudios de Neurociencias Aplicadas. Al final, la línea divisoria entre ambos universos, el de los adolescentes en condiciones vulnerables en la frontera sur de México y el de los académicos y científicos privilegiados, se trastoca. Dice Volpi, “cuando se unen ambos mundos observamos que uno es espejo del otro, un grupo se vuelve espejo del otro. Lo que nos parecía pura sensatez y razón en el campo de los neurocientíficos no lo es tanto, de la misma manera que los niños no son sólo objeto de estudio, sino que son participantes activos de la historia”.
Volpi se vale de esta premisa para reivindicar a las mujeres y la sororidad, deslizar críticas a la masculinidad tóxica, hablar de un tema en boga como es la neurociencia y, de paso, censurar las condiciones desfavorables en las poblaciones al sur del país. La pregunta sobre las causas de la violencia se filtra en cada una de las páginas del libro. El autor de En busca de Klingsor (1999) señala: “El objetivo de la novela es responder esta pregunta [¿Cuál es el origen de la violencia?] y es la que se hacen los neurocientíficos, la que se hace Luis Roth, la que se hace Lucía Spinosi. Durante toda la novela van a ir intentando articular respuestas distintas, tratando de examinar distintos ámbitos de lo que podrían ser motivos de una violencia tan extrema, motivos intrínsecos de los propios niños que tienen que ver con la parte genética, con la parte neurológica, con la parte psicológica, y luego todas las partes externas. ¿Dónde crecieron?, ¿a qué violencias fueron sometidos?, ¿a qué violencia se enfrentan cotidianamente ellos mismos en redes sociales, en los videojuegos, en la televisión, en los medios?, ¿cómo viven esa situación en un lugar como Frontera Corozal [Chiapas], que es un sitio de tránsito de migrantes donde hay presencia del crimen organizado y de la Guardia Nacional? En fin, analizan todo lo que va a ocurriendo para explicarse por qué ocurrió lo que ocurrió”.
La novela intenta ser un recuento ficcional de las víctimas y los victimarios, un testimonio de la devastación social e íntima en México; su vocación no es la de ser el parte de un conflicto bélico armado, sino la metonimia de una sociedad rota. No obstante, la exploración de los personajes y el argumento, en lugar de amplificar los conflictos, tiene su estuario en soluciones acaso predecibles, tal vez porque algunos tópicos y cierto costumbrismo impiden un desarrollo menos convencional. Así, Volpi acepta que mientras el mundo de los neurocientíficos es un ámbito que conoce bien, el de los adolescentes en Corozal fue un gran desafío y lo que más le costó recrear, aunque sólo requirió “una documentación mínima”. Esta aproximación tiene como consecuencia que las voces de adolescentes y niños en ocasiones resultan fragmentarias y artificiosas, mientras que las de los académicos, folclóricas y pintorescas.
Desde muy temprano, los discursos de la ciencia han sido fundamentales en la obra de Volpi y aquí no juegan un papel menor. El autor afirma que durante quince años ha estudiado la neurociencia, que ésta se ha convertido en una obsesión y que continúa explorando ese tema. Ha impartido cursos y talleres sobre neurociencia y literatura, publicó el libro Leer la mente (2007), además de que desde hace tiempo había querido escribir un relato cuyos personajes fueran neurocientíficos. Pero ¿por qué resultaba importante en Partes de guerra este campo? “La neurociencia se ha convertido en una de las grandes herramientas que tenemos para tratar de interpretar la conducta humana en todos los sentidos. Yo lo que había hecho hasta ahora era utilizarla para entender cómo funciona la ficción, para entender cómo funciona el acto de creación, la creatividad en general. Pero la neurociencia puede servir como base para entender cualquier conducta humana. La violencia o el mal, si lo quisiéramos ver de una forma más drástica, también es un objeto de estudio de la neurociencia”, describe.
La voluntad por integrar los discursos de la ciencia en la literatura resulta uno de los rasgos más loables de Partes de guerra. Los menores en condición vulnerable no sólo están determinados por su entorno familiar y social enrarecido, sino por ciertas condiciones neurológicas, cognitivas y psiquiátricas, que los llevan a cometer un crimen. No obstante, en ocasiones la jerga científica en la novela lejos de ser una perspectiva o un mecanismo discursivo para contar la fábula, se torna en un inventario de vagas referencias académicas que salpican aquí y allá las páginas de la ficción.
En la novela las mujeres juegan un papel fundamental. Es una adolescente la asesinada. Es una adolescente una de las asesinas. Es Lucía Spinosi, quien lleva a cabo un recuento de los daños en medio de circunstancias adversas, quien descifra las vidas ocultas de su maestro y quien muestra empatía y solidaridad con víctimas y victimarios. Desde su propia condición de vulnerabilidad y duelo, muestra entereza para llevar a cabo su trabajo hasta las últimas condiciones. ¿Por qué tienen este papel las mujeres en Partes de guerra? ¿Qué rol desempeñan en la literatura y en el mundo actual? “Lo paradójico es que en la novela moderna, el papel de la mujer en la literatura ha sido diseñado por hombres. Durante mucho tiempo fueron muy pocas y con muchas dificultades las mujeres que escribían sobre mujeres y sobre el papel de las mujeres en la sociedad siempre patriarcal. Y ahora, desde el siglo XX, desde las grandes luchas feministas particularmente, tenemos un equilibrio mucho mayor sobre cuál es la representación de la mujer en la ficción”.
Partes de guerra es una novela sobre las identidades en llamas bajo máscaras de urbanidad, acerca un país colmado de contrastes y secretos, de apariencias civilizadas y gestos iracundos. Muestra cómo lo no revelado, lo que se sepulta, lo que germina cuerpo adentro, deviene en una inminente caja de pandora.
Jorge Volpi, Partes de guerra,
Ciudad de México, Alfaguara,
2021, 240 pp.