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El fin de año en Cuba estuvo caliente. Un mes antes que acabara el 2020, el gobierno mismo se propinó un disparo en el pie e hizo explotar toda la molestia que la ciudadanía tenía reprimida en la garganta por lo sucedido a lo largo del año. Desde la llegada de internet, la represión en Cuba y el acoso del régimen a la sociedad civil aumentó, puesto que el acceso a la red le ha dado voz a un pueblo que en casi seis décadas no había podido expresarse, pues la realidad de la isla estaba secuestrada por el Estado. La manera que encontró el gobierno cubano para callar esas voces disconformes, que cada vez son más, fue a golpe de imposición, de autoritarismo, de violaciones flagrantes de los derechos humanos, como bien sabe hacer el castrismo.
Durante el 2020 el régimen realizó 1202 detenciones arbitrarias —aún falta contabilizar los últimos tres meses —según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos. Varias de esas violaciones las sufrí yo. Hubo días en los que la policía me impidió salir de casa y me mantuvo arrestado en mi propio domicilio; hubo días en que me llevaron a interrogatorio sin haber cometido ningún delito; hubo días en los que hasta me desnudaron, me pusieron esposas y me transportaron en un carro con la cabeza gacha sin saber a dónde me llevaban; hubo días en los que amenazaron a mi familia y amigos, y hubo días en que también a ellos los llevaron a interrogatorio. El 2020 tuvo esa marca para los cubanos: el país se volvió una cárcel más estrecha que antes.
El punto climático de esas continuas violaciones llegó cuando el régimen encarceló al rapero Denis Solís, miembro del Movimiento San Isidro, un grupo de artistas y activistas que se formó en 2018, cuando el régimen intentó instaurar el Decreto Ley 349, una disposición que regularía la creación artística en el país. La unión en ese entonces tuvo como fin gestar una campaña pública para detener su entrada en vigor. La campaña, a la que se sumaron otros cientos de artistas, tuvo su efecto: el decreto no ha sido aprobado aún.
Pero en noviembre de 2020, en su afán de dinamitar lo que San Isidro hace, que es en definitiva un pedido de libertad, Denis Solís, vio a un policía entrar sin permiso en su domicilio para notificarle que tenía una cita con la policía para un interrogatorio. Solís reaccionó descompuesto, grabó la escena y publicó el video en su su perfil de Facebook. Por ello hoy cumple ocho meses de prisión bajo un supuesto cargo de desacato a la autoridad.
El encarcelamiento del rapero movilizó al Movimiento San Isidro en otra campaña libertaria. Sus miembros pasaron tres días consecutivos afuera de la estación policial de La Habana Vieja para exigir su liberación. Pero cada vez que el régimen vio aparecer en las inmediaciones de la estación a un miembro del movimiento, lo depositó en un calabozo de la ciudad. Esa fue la dinámica durante 72 horas: los de San Isidro se presentaban en la estación de la policía para reclamar pacíficamente por Denis Solís y la Seguridad del Estado se los llevaba a pasar horas en detención.
Ante el acoso, los artistas decidieron cambiar la estrategia y se dispusieron a leer poesía en la vía pública como un reclamo, ya no solo por el encarcelamiento de Solís, sino por la persecución que estaban sufriendo. Pero el acto performático también fue interrumpido, la Seguridad del Estado persistió en sus detenciones. Contra las cuerdas, el Movimiento San Isidro, junto a otros activistas de la sociedad civil que se le sumaron, se acuarteló en su sede: una casucha a punto de derruirse en La Habana Vieja. Allí, rodeados por agentes de la Seguridad del Estado, 14 personas comenzaron un performance pacífico. Un día después, una señora que intentó llevarles comida y dinero fue interceptada por los agentes y las provisiones que llevaba fueron confiscadas. La acción provocó que los acuartelados tomaran la drástica decisión de entrar, unos en huelga de hambre y otros en huelga de hambre y sed. Decidieron exponer así sus vidas a cambio de la liberación de Denis Solís y la entrega de los bienes confiscados.
Durante la primera semana de huelga pacífica, un hombre irrumpió en la sede del movimiento con un martillo y le lanzó botellas de cristal al artista Luis Manuel Otero, provocándole heridas en el cuerpo. En otra ocasión, la Seguridad del Estado le lanzó una sustancia tóxica a la cisterna de la casa, y más adelante, con la justificación de una supuesta violación del protocolo de salud del país por parte del escritor y periodista Carlos Manuel Álvarez, quien viajó desde Estados Unidos a La Habana para cubrir el acontecimiento, decenas de agentes de la Seguridad del Estado, disfrazados de médicos, asaltaron el lugar violentamente y desalojaron a los huelguistas.
La indignación tras el allanamiento a la sede de San Isidro, provocó que varios artistas convocaran a otra protesta pacífica frente al Ministerio de Cultura para exigir el cese de la represión en Cuba contra la sociedad civil. Desde el mediodía del 27 de noviembre comenzaron a llegar personas a las inmediaciones de la institución. Las imágenes de los manifestantes corrieron como pólvora en las redes sociales y horas más tarde, cientos de protestantes llegaron hasta allí. Las imágenes de esta protesta son algo inédito en Cuba, pues por ley no está permitido manifestarse en la vía pública. Para hacerlo, los manifestantes tienen que pedirle permiso al gobierno y este, obviamente, no dará un permiso para que le exijan absolutamente nada. Los dedos de una mano sobran para contar las protestas que se han producido de 1959 a la fecha en el país. De ahí lo histórico de lo ocurrido, de ahí lo sorprendente y la seña de que algo cambió en la Cuba con internet, con una generación que no aguanta más la ignominia de un gobierno opresor.
En la madrugada de ese día, a las autoridades del Ministerio de Cultura no les quedó más remedio que abrirle las puertas a un grupo de 32 personas que fungirían como voceros de los protestantes. El encuentro entre gobierno y sociedad civil duró horas y cerró con un acuerdo para retomar el diálogo en los días siguientes. Sin embargo, horas más tarde el gobierno se retractó, al alegar que no aceptaría sentarse a negociar exigencias de “mercenarios pagados por gobiernos extranjeros”.
Desde ese entonces, la radio, la televisión y los periódicos comenzaron una campaña de difamación para destruir la reputación del Movimiento San Isidro y el resto de los huelguistas, de los protestantes del 27N —27 de noviembre —y de la prensa independiente.
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Todos los días a las 7:30 pm, Claudia y yo bañamos a nuestro hijo de cuatro meses. Tenemos esa rutina. Después del baño apagamos las luces de la habitación, Claudia le da el pecho e intentamos dormirlo con canciones que hemos inventado. La mayoría de las veces, pasadas las 8 pm es el momento clave: ya el bebé comió y está a medio dormir encima de Claudia. En ese momento enciendo el televisor a volumen bajo para ver el país que todos los días se inventan los canales oficiales. El noticiero de las 8:00 pm en Cuba es el verdadero vocero del régimen. Toda la información que ellos consideran importante se emite ahí. La semana pasada, durante casi 20 minutos, emitieron un obsceno reportaje para aniquilar a la prensa independiente en Cuba. Fue nuestro turno. Ya habían pasado días antes uno sobre el Movimiento San Isidro.
Es la segunda vez que salgo en televisión nacional. La primera fue de niño. Jugaba beisbol en un equipo infantil y topamos con un equipo de norteamericanitos que viajó a Cuba como parte de la “Caravana de pastores por la paz”. Recuerdo jugar ese día en la primera base, no sé por qué razón, pues yo siempre fui jardinero. En el juego me ponché la primera vez al bate y luego pegué hit al jardín derecho. Recuerdo la secuencia exacta de cuando salí esa primera vez en la televisión: un norteamericanito rubio pega un ruletazo por la tercera base, la cámara sigue la pelota y graba cómo entra en el guante de Ernesto, luego el plano sigue la pelota que viaja de la mano de Ernesto hasta mi guante en la primera base. Ahí se acaba el juego y la cámara se queda conmigo, que voy corriendo al box a abrazarme con Eloy, un pitcher zurdo, y con el resto del equipo. El plano finaliza con todos nosotros, niños, abrazados a una bandera cubana que trajo corriendo nuestro profesor, Máximo.
La diferencia de esa primera vez y la segunda, no radica solo en la edad. En aquella era un niño y ahora soy un adulto, pero la primera vez sabía que me estaban filmando, que era un evento público y por ello me senté luego en la noche a los pies de mi abuelo a esperar verme en la pantalla. Para esta segunda me filmaron a escondidas y sin mi consentimiento, y no solo ello, el motivo por el cual yo estaba sentado en la silla en la que me grabaron es totalmente ilegal y anticonstitucional. Me habían citado a un interrogatorio sin cometer delito alguno y sin que existiera ninguna sospecha de ello. Además me llevaron por la fuerza, después de desnudarme, esposarme y transportarme de la unidad policial, que declaraba oficialmente la citación, a la sede de la Seguridad del Estado, obligándome a tener la cabeza gacha para que no supiera a donde me dirigían.
Es increíble el grado de impunidad con el que actúa la Seguridad del Estado, que es capaz de cometer semejante atropello y luego publicarlo sin pudor en la televisión, aún sabiendo que todo el proceso es ilegal. Pero esa es Cuba, un Estado sin derechos, donde los ciudadanos no tenemos de dónde agarrarnos para escapar de los tentáculos del castrismo. Sin dudas, la intención principal de ese burdo material en video, era cercenar la reputación de cada uno de los periodistas que aparecieron en él. Vendernos como agentes CIA, como mercenarios y como trabajadores asalariados de gobiernos extranjeros para desestabilizar el país. Es la vieja patraña de siempre para apagar el fuego de los que le mueven el piso al gobierno con la palabra. Me pregunto: Si todos nosotros somos agentes CIA o cualquiera de esas otras entelequias, ¿por qué no lo prueban y nos meten tras las rejas de una vez? Ah, claro, es que esas pruebas no existen y lo que realmente les incomoda es ver narrada la verdadera Cuba, que está secuestrada desde 1959.
Fue bien raro ver mi cuerpo en la televisión. Era mi cuerpo, no era yo. Mi gestualidad, mi pose, mi voz, delata que estoy siendo interrogado y en los interrogatorios todos dejamos de ser la persona que somos. Más aún si estamos ahí sin haber cometido delito alguno y si sabemos que cada palabra que digamos será usada en nuestra contra. No obstante, bajo coacción, bajo amenazas, todo puede suceder, los nervios y la mente traicionan y la boca puede articular cualquier oración para escapar del instante. La Seguridad del Estado hace eso, nos incrimina, nos agrede, nos pega contra la pared, nos verja, porque no tienen prueba de nada y necesitan que nuestra propia palabra termine enjuiciándonos. Ellos saben que somos inocentes, pero también que el método funciona, de tanto apretarnos la garganta, algo saldrá. Eso hicieron conmigo. Y los parlamentos que mostraron, no solo tenían el objetivo de incriminarme, sino de plantarme la aureola de delator, de débil, para dividir al gremio de la prensa independiente. Ya lo dije una vez: eso no me mueve el piso. Solo los que han estado en esa situación saben lo que es vivirlo.
Hay otro momento del material que es el que verdaderamente deja al desnudo la manipulación del reportaje. En él aparezco unos segundos en la sala de mi casa, impartiendo otra charla online diciendo que Mike Pompeo, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, me retuiteó. La frase la dije, sí, y es un hecho lo que cuento, pero el sentido con el que emitieron ese fragmento en la televisión en nada tiene que ver con el que yo expresé en esa charla. Justamente en ese instante que se robaron, explicaba que en Cuba estamos tan a la deriva, que vivimos en el fuego cruzado de la política entre La Habana y Washington, y que somos utilizados por ambos bandos para ese juego: yo fui llevado a interrogatorio, atropellado, amenazado, por el delito de contar mi país; y ese hecho lo toman los Estados Unidos para justificar sus sanciones contra Cuba, lo que lleva a pensar al régimen cubano que soy un asalariado de los norteamericanos.
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Ahora camino por la calle y la gente me mira fijo a los ojos. No sé si me reconocen o no, solo sé que me miran. Me miran más que antes. Camino pensando todo el tiempo qué pensará la gente de mí. Me da curiosidad saber si a la altura de 2020, la gente sigue comiéndose las mentiras del noticiero, del gobierno, su circo, su show. Por eso he comenzado a fijarme en esos ojos que me observan. Se ha vuelto mi obsesión. He notado que la mayoría de los que me han sostenido la vista, me miran con clemencia. Siento que me quieren decir algo, pero que no pueden, no se atreven. Siento que quieren balbucear algo que no logra salir. Y entonces son los ojos los que hablan. Cuba es un país que el castrismo dejó mudo.