¿Existe la crisis de la mediana edad?: lo que dicen los datos
Cada tres meses, el Inegi pregunta a los mexicanos qué tan satisfechos se sienten con la vida. Estos datos se pueden usar para averiguar si en nuestro país también existe la “crisis de la mediana edad”.
Todos hemos oído que en sus años de madurez muchos hombres y mujeres entran a la crisis de los cuarenta (en inglés, midlife crisis, traducido también como “crisis de la mediana edad”). Se dice que los adultos en este rango de edad cambian algunos de sus comportamientos de forma muy marcada, en específico, que los hombres buscan parejas más jóvenes o que hay quienes suelen vestirse con ropa más juvenil. No es mi propósito reafirmar estos u otros estereotipos. Por el contrario, la verdadera pregunta es si estas conductas nos dicen algo acerca de qué tan satisfechas están las personas con sus vidas, algo que se puede saber en términos estadísticos.
Al respecto, llamó mi atención un estudio publicado hace poco, titulado “The Midlife Crisis” (“La crisis de la mediana edad”). En él, los investigadores usaron mediciones muy precisas de la ansiedad, el estrés, la depresión, el suicidio y las horas de sueño, entre otros aspectos, para estudiar a las poblaciones de países como Australia, Estados Unidos e Inglaterra. Su primera conclusión es que, en general, todos estos problemas empiezan a agravarse entre la juventud y la adultez y el pico (o el piso, en el caso de las horas de sueño) se alcanza alrededor de los cincuenta años.
La existencia de la llamada “crisis de la mediana edad” es, por demás, polémica, aunque hay estudios científicos recientes que complementan el anterior y respaldan la veracidad de algunos de sus aspectos. Por ejemplo, una investigación que abarca 145 países y considera diferentes mediciones de satisfacción con la vida tuvo estos resultados: el peor nivel de satisfacción aparece alrededor de los cincuenta años. La evidencia, por lo tanto, sí sugiere que algo hay de cierto en la crisis de la mediana edad.
Pero ¿esto se cumple también en nuestro país? En México podemos llegar a una medida similar. El Inegi, como parte de la Encuesta Nacional sobre Confianza del Consumidor, pregunta cada tres meses qué tan satisfechos estamos con la vida, y podemos contestar con valores del cero al diez: el cero significa que uno está totalmente insatisfecho y el diez que está completamente satisfecho. A partir de estos datos, podemos construir una gráfica que muestre la satisfacción con la vida en promedio para cada edad. Es importante recalcar que el promedio no le sucede a todas las personas; es, en cambio, una estadística útil para distinguir tendencias en los datos. Esta gráfica se muestra a continuación tanto para hombres como para mujeres. Si la crisis de la mediana edad también ocurre en México, deberíamos observar que las personas que tienen alrededor de cincuenta años se sienten menos satisfechas con sus vidas.
En el caso de las mujeres es muy claro que existe esa relación. La satisfacción con la vida es alta al inicio de la adultez, luego va disminuyendo constantemente hasta los 54 años y al final se recupera un poco. En el caso de los hombres la satisfacción también disminuye, pero el piso aparece hasta mediados de los sesenta, muy lejos de lo que indica el término “crisis de la mediana edad”. Así, parece que los hombres de nuestro país no son tan similares a los de otros, al menos en este tema.
Ahora bien, ¿por qué la satisfacción con la vida encuentra su nivel más bajo a cierta edad? Para empezar, sorprende que este piso aparezca en los cincuenta, para las mujeres, y en los sesenta, para los hombres. Pensémoslo: en general, los ingresos que obtenemos van creciendo con nuestra edad y su máximo posiblemente está alrededor de los cincuenta años. Si el dinero compra cierta felicidad, entonces este resultado es contraintuitivo, pues deberíamos observar que la satisfacción va aumentando conforme a nuestra edad.
Al parecer, hay tres razones por las que la satisfacción con la vida tiene un piso a esa edad. La primera es que nos hacemos conscientes de nuestra propia mortalidad. Hace poco cumplí años, y a diferencia de celebraciones pasadas, sentí de forma muy clara que he llegado a la mitad de mi vida (esperada) y que verdaderamente estoy más cerca de la muerte. La segunda razón está muy relacionada con la primera: me refiero a la hipótesis de que en la juventud somos demasiado optimistas en cuanto a nuestro futuro. Creemos que nos va ir muy bien, que vamos a cambiar al mundo, pero conforme pasan los años nuestras expectativas no se van cumpliendo, lo que genera frustración, ansiedad y desesperación. Sin embargo, llega un momento en que dejamos de arrepentirnos por lo que no hemos logrado y aceptamos nuestra vida y los resultados que sí conseguimos. Quizá una vez que asumimos nuestra propia mortalidad nos volvemos menos exigentes con nosotros mismos y se hacen más realistas nuestras expectativas; en ese momento posiblemente empiece a crecer de nuevo nuestra satisfacción con la vida.
La tercera razón es que si bien los ingresos generalmente van creciendo con la edad, también lo hace la desigualdad dentro de cada grupo de edad. En la juventud los ingresos no son sustancialmente diferentes (porque la experiencia laboral es nula para todos), mientras que veinte o treinta años después los ingresos se vuelven más dispares. La desigualdad provoca que las personas se comparen con sus semejantes, lo que también causa ansiedad, estrés, insatisfacción. Al respecto, este efecto es más pronunciado entre la gente que tiene menores ingresos, aunque los científicos sociales todavía no saben qué razones pesan más o si hay otras que puedan explicar ese comportamiento, por ejemplo, ¿los cambios en la estructura familiar también motivan la “crisis de la mediana edad”?.
Otro de los aspectos llamativos de la gráfica anterior es la diferencia tan marcada entre hombres y mujeres, algo que se ha encontrado en otros países. Varias posibilidades pueden explicar esa diferencia, como la cultura, el Estado de derecho, los estereotipos que afectan a las mujeres (por ejemplo, la importancia que se le otorga a la apariencia física), los problemas de inseguridad en la vía pública y la discriminación en el trabajo, entre otras.
Por lo tanto, de la gráfica anterior podemos llevarnos dos mensajes. Primero, hay un aspecto estructural que no podemos controlar: la desigualdad nos afecta emocionalmente, hace que nos sintamos menos satisfechos con la vida. Así que la estereotipada “crisis de la mediana edad” puede ser resultado, al menos en parte, de la desigualdad, y para resolverla necesitamos presionar a quienes diseñan políticas públicas de modo que disminuyan las desigualdades a las que nos enfrentamos. Segundo, también hay un aspecto individual que nos permite evitar la crisis de la mediana edad. El patrón no está escrito en piedra. Al contrario, podemos apoyarnos en los resultados científicos para vivir con mayor satisfacción: intentemos que nuestras expectativas sean acordes con las posibilidades, aceptemos la brevedad de la vida y reconozcamos cuánto nos dan los amigos, la familia y la naturaleza. No es mi intención pasar como psicólogo, pero quizá estos resultados estadísticos nos hagan reflexionar sobre cómo podríamos mejorar nuestro nivel de satisfacción, sobre todo, a nivel estructural.
Raymundo M. Campos Vázquez es profesor e investigador del Centro de Estudios Económicos en El Colegio de México y doctor en Economía por la Universidad de California en Berkeley. Twitter: @rmcamposvazquez; sitio web: http://cee.colmex.mx/raymundo-campos.
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