Me resulta nebulosa la primera vez que marché en las calles. No es porque no lo recuerde, sino porque mis imágenes vienen de la infancia: me veo apretando la mano izquierda de mi madre, mirando hacia arriba, en alguna concentración de lucha trabajadora a la mitad de una masa humana que grita al unísono: “¡No-nos-mires / Ú-ne-te!”, “¡se ve/ se siente/ la gente está presente!”. En mi recuerdo, mi mano libre porta un diente de león, esa flor que, si la soplas, vuela. La memoria, a veces, subraya también unas cosas y difumina otras.
En mi natal Madrid –soy del barrio rojo de Vallecas–, mis padres me llevaron muchas veces a acompañarlos en sus protestas por un salario, una vivienda y una educación dignos. No recuerdo haber marchado de niño por una vida sexual plena, eso sería años después en México –mi primera Marcha del Orgullo fue en 2003– pero, desde mi experiencia infantil de los primeros años noventa, ir a una marcha significaba encarnar un acto político: marchar como acuerpamiento.
Hoy es sábado 26 de junio de 2021, el día de la Marcha del Orgullo en la Ciudad de México, en el segundo verano de pandemia. Es la movilización “oficial” que se anuncia en los medios y que organiza el Comité IncluyeT. Faltan unos minutos para el mediodía y, desde casa, traduzco mentalmente el número romano del cartel ganador de la XLIII Marcha del Orgullo LGBT+, que diseñó la artista digital Lobo Panzaverde. El 43 es una cifra que nunca será la misma en este país después de Ayotzinapa: remite a injusticia, a violencia de Estado, a lucha, a iconoclastia, a apropiación del espacio público.
Esta marcha será, sin embargo, virtual. En el cartel resaltan cuerpos de colores, caricaturizados, de niños y adultos. Se leen varias consignas: “Infancias Trans Ya” o “Vivas nos queremos”, esta última colocada en la columna de un Ángel de la Independencia con el ceño fruncido y, al pie, una alusión a los crímenes de odio: una mujer trans sostiene una veladora y un hombre trans abraza su vientre gestante. Un bigotón a lo Emiliano Zapata, en lugar de carrillera, porta un rebozo con el que carga un bebé; la mano libre —la izquierda— sirve para apuntar el aerosol contra los escudos de los granaderos y escribir en ellos “Justicia”. La imagen me remite, desde luego, a esas primeras marchas de mi vida, que no fueron por el orgullo LGBT+, pero donde siempre fui incluido porque crecí en una familia donde la educación política no se entiende sin la participación activa de todos.
El Comité decidió la modalidad virtual porque consideran que no hay condiciones de salud para tomar las calles: México se balancea entre una “tercera ola” de contagios, un repunte de casos de covid-19. Por ejemplo, en Campeche –el primer estado mexicano en oficializar que los niños regresaran a las escuelas en abril pasado–, se han cancelado nuevamente las clases presenciales. Varios tenemos muy fresca la vacuna del coronavirus –en la capital acaban de abrir las inscripciones para los que tienen más de treinta años– pero muchos, muchísimos otros, aún no se inoculan.
La disidencia en mercancía
Pongo el dedo en la liga de YouTube que Canal Once y los medios públicos replican. No se escucha mucho. La marcha virtual no se escucha. Pinchan los DJ’s mexicanos “Tom & Collins”. Parece un video musical. ¿Pondrán pop o electrónica? ¿Inglés o español?, me pregunto. En tres minutos ya hay sonido. Es electrónica. Las vistas llegan a los mil cuatrocientos. Y vemos una pasarela de cuerpos al ritmo de un beat de trance. Suena Clap your hands for love, y, en el último acorde, aparece un mensaje, fondo negro, letras blancas. “Con amor e inmensa gratitud para todxs los que marcharon antes…”.
La transmisión me lleva al mirador del piso 46 del Wall Trade Center. Se presenta el politólogo Genaro Lozano. El futuro, dice, es no binario. Se suman medios como La Octava, Canal 21, Canal Catorce y Canal Once. Nos dicen cuáles serán los temas de hoy: las infancias trans y los crímenes de odio. Pero no veo niños. No veo personas trans conduciendo. La conductora de televisión Mónica Garza y la activista lesbiana Sheila Ferrera también conducen. Garza, de vestido verde claro, muestra las piernas que rematan en tacones rojos con brillantina, aclara que es heterosexual y se define “aliada” de la causa. Se quita la mascarilla arcoíris, sonríe, habla de empatía, inclusión y entendimiento, y pronuncia la palabra de hoy: diversidad. Ser diverso implica ser el otro de alguien que vive dentro de la norma. ¿No es esto una relación binaria?
Todos los discursos emancipadores a un régimen de verdad acaban por ser normalizados. La “diversidad sexual” lo hizo hace mucho tiempo. Ya lo vaticinaba el escritor y periodista José Joaquín Blanco en 1979 en la que se considera la primera crónica publicada en México donde un hombre narra explícitamente su orientación homosexual: Blanco escribe que sería una tragedia perder la potencia política de vivir plenamente la sexualidad a cambio de “la tolerancia del consumo que previsiblemente –por el proceso económico y social que experimenta nuestra clase media, tan subsidiaria de las ‘democracias’ capitalistas– pronto se impondrá en México también en los terrenos del sexo”. Estas palabras se escribieron hace 42 años. Imagino que anunciaba el capitalismo arcoíris, ése cuyo símbolo aparece en las bolsas con doritos multicolores. El problema no es visibilizar la disidencia, sino convertirla en mercancía.
La marcha virtual 43 se parece a los festivales del Día de la Madre que hacen las televisoras o a los shows de fin de año, sólo que al fondo brillan luces de neón: tres conductores en un panel, clips grabados de activistas, o del gobierno (mucha presencia de funcionarios y políticos como Celeste Ascencio, presidenta de la Comisión de Juventud y Diversidad Sexual; la senadora Patricia Mercado, de Movimiento Ciudadano; Carlos Brito, director general de Canal Once). Varios influencers me explican cuándo se inventó el condón, cuándo se aprobó tal ley, qué es la intersexualidad. La cantante Ximena Sariñana llora al leer testimonios de personas sometidas a terapias de reconversión. Todo ello es el telón del verdadero contenido: más y más comerciales de diferentes empresas creados para la ocasión, alternados con números musicales.
Pasa media hora. A las 12:30 se detiene el video, falla por segunda vez. La audiencia baja, ahora hay mil doscientas personas conectadas. Un adolescente –aro en el labio, corbata de moño con los colores de la bandera queer– habla de maternidades diversas, infancias trans y acceso a trámites burocráticos. También pide que los museos incluyan en sus curadurías trabajos de artistas LGBT+. No sé si sabe que esto ya ocurre. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, apoyó en la marcha pasada a la Ley de Infancias Trans que, por cierto, está congelada, recuerda Lozano. Hablan de serofobia. Lozano dice que se debe derogar el código que criminaliza a las personas por “riesgo de infección”. “¡Que empiece la fiesta!”, sigue Garza. Me pregunto si los conductores se escuchan entre ellos.
En algunos clips hay un intento por retomar conceptos y teorías y llevar al público a la reflexión: suenan palabras que, en este contexto son significantes vacíos: “nuevas masculinidades”, “colonialismo”, “capitalismo”.
Alguien pregunta en el chat: “¿a qué hora aparece La más draga?”, sobre la serie web.
Acuerpamiento
Quizá por haber naturalizado las manifestaciones políticas como parte de mi infancia, sigo siendo un hombre muy apegado a lo físico en todos los ámbitos, y, sobre todo, al acto material de estar presente. El acuerpamiento lo entiendo como una forma de defensa colectiva, de abrazo entre cuerpos con la finalidad de resistir, cuidar y proteger. En lo festivo también podemos acuerparnos y plantear nuestras disrupciones desde ahí. No me refiero a asumirnos en una identidad, sino a repolitizarnos desde nuestros cuerpos individuales en la colectividad.
A tres calles de mi casa, Paseo de la Reforma fluye la marcha presencial: no hay empresas, no hay carros alegóricos. Una marcha sin marcas, sin televisión. Su presencia repolitiza, sin duda, la disidencia sexual. Unas chicas trans se maquillan cerca de Plaza La Rosa y se preparan para marchar. Un turibús repleto de drags recorre la avenida. Poques portan cubrebocas. El periodista Antonio Bertrán está en la marcha y postea en FaceBook: se pregunta si los asistentes estarán vacunadas y escribe, en su tono satírico, que el saludo más sano es el doble agarrón de nalgas. ¡Al fin una expresión un poquito altisonante! Tanta corrección, como la de la marcha virtual, abruma. Me refiero al acto de pedir perdón cada vez que uno dice cualquier cosa, por si alguien se ofende.
En la marcha virtual, el tiempo corre lentamente. Dan las 14:00 horas y los influencers Gerudito, Ana Julia Yeyé y Nathan Ambriz (los presentan con su nombre en redes, pero sin dar más información sobre ellos) conducen ahora un nuevo segmento. “Traigo una lista de las personas que hacen posible esto –dice Ana Julia–. Tenemos que agradecer, obviamente, a Google, a YouTube, a FaceBook, a Canal Once que se está trepando en esta ocasión, a La Octava TV, Canal 21, Canal Catorce, Los 40, Vice México, Homosensual, Change.org, Exa TV, Escándala, El Clóset LGBT, Anodis, El México, Gato, Big Tv y Bang Bang Magazine”. Se detiene para respirar. “Antes nadie nos pelaba y ahora… ya hice una letanía”.
Mientras en la marcha presencial treinta mil personas recuperan –recuperamos– la esencia del movimiento –sin la comercialización de las marcas y el oportunismo de los políticos–, en la transmisión virtual nos piden que nos grabemos caminando de izquierda a derecha (desde casa, porque no hay que salir), que subamos un video a Instagram y nos etiquetemos como #ElOrgulloPermanece. “Con eso te vas a sumar a esta marcha digital”, repiten los conductores. Lo que importa es que haya muchas vistas, muchos likes. Escucho esto y me pregunto: ¿Dónde quedaron las infancias trans, los crímenes de odio a los que se referían al principio?
Ahora un infomercial de Grupo Planeta. Luego un anuncio de Inspira México y del Gobierno de la Ciudad de México (Secretaría de Cultura) para volver a las nuevas masculinidades a cargo de @elfilosoflow, que comparte, sin mucha anestesia, conceptos académicos alejados del tono híper ligero del programa: “jerarquía de género”, “nuevos colonialismos”, “nuevas masculinidades”. Nadie nos indica quién es, así que busco en su red y descubro que es un influencer que huye de la monogamia, la pobreza, el régimen heteronormado y que está “intentando ser bonita”. En el chat, la filosofía no cala mucho, e insisten: “¿Ya salió La más draga?”, “¿alguien sabe?”
Los conductores se deshacen en infinitos agradecimientos a Canal Once. Siguen más clips de otros influencers que nos resumen la historia del movimiento (pero no mencionan a Blanco, por ejemplo, cuyo texto de 1979 fue entendido como un manifiesto homosexual). Resaltan la importancia de los canales del gobierno, particularmente Copred y Conapred. Ahora un comercial de General Motors. Después nos explican la intersexualidad para dar paso a anuncios de Seguros Monterrey. Citibanamex presenta a las Teatri Drags. La cortinilla de cierre anuncia “¡FELIZ PRIDE! (Cortesía de Citibanamex)”. Ahora un comercial de Nivea y otro de American Express.
La óptica queer postula que las vidas trans, maricas, butch, gay, lesbianas, no binarias, intersex, en tanto orientaciones sexuales “otras” o “diversas” o “desviadas” se basan en una lógica del reconocimiento de su diversidad que debe producir instituciones, derechos, reconocimientos. Pero aquí lo que hay son patrocinios que domestican la lucha. Este proceso genera como resultado un sujeto LGBT+ visible, aceptable, normalizado y liberal, a quien se le promete la posibilidad de un entorno gay despolitizado y privatizado, y cuya diferencia se ancla en el consumo y el estilo de vida. En no pensar mucho. Todos listos para engullir publicidad.
Cambio de conductores. Cada vez que entran nuevos rostros insisten en que no salieron a la calle porque no hay condiciones de salud, pero que respetan a quien sí lo hace. En tanto un vídeo de #PoderPrieto, dice “que la diversidad también es prieta”. Los conductores expresan: “¡Gracias a Canal Once [otra vez] por esta transmisión y sobre todo por incluir a las marcas como Mercado Libre que nos acaba de presentar un gran video, entonces, gracias, Mercado Libre!”.
La idea de la diversidad se extiende ahora a los “pueblos originarios”. Un clip presenta en un video la historia de Jobis Shosho, al que se refieren como un YouTuber que hace “un poco de videos acerca de este cruce de identidades, ser un hombre gay pero al mismo tiempo pertenecer a una etnia”. Viste un traje de manta blanca con bordados de venado en rojo, paliacate al cuello. Está sentado al borde de una cama. Tras agradecer en español, habla en huichol. El video se traba, se ve editado con cortes, se repiten partes. Mueve los ojos, como acordándose, quizá nervioso. Luego habla en español: dice que no vivió discriminación en su pueblo de Jalisco por su orientación sexual, pero que sí ha sufrido en la ciudad por ser indígena.
“Estoy llorando del mensaje de Jobis Shosho, me parece lo máximo. Estar aquí es un regalo del universo”, expresa uno de los conductores, Daniel Vives, para pasar rápidamente a otra cosa. Viene otro clip con el expresidente Felipe Calderón firmando la Ley General sobre la Discapacidad.
Esta dinámica virtual se repetirá así hasta el cansancio durante las 10 horas de marcha virtual, que terminará a las ocho de la noche.
El público, en los comentarios, seguirá insistiendo: “¿a qué hora saldrá La más draga?”
La revolución no será televisada. La disidencia sexual tampoco. Y diez minutos antes de que acabe la transmisión, finalmente saldrán las esperadas dragas.