No items found.
No items found.
No items found.
No items found.
La “cuarta transformación” es un exceso de discurso.
Qué desprovista de sentido resultó la ceremonia del tercer informe de gobierno de López Obrador. Porque el presidente habla todas las mañanas, en todas partes, a donde vaya. Es lo que más le gusta, el acto que mejor define su estilo de liderazgo. Hablar. La suya es una presidencia dedicada, más que a concretar un proyecto, instrumentar políticas o evaluar resultados, a crear y mantener una narrativa. La llamada “cuarta transformación” es un exceso de discurso. Pero las palabras no son ajenas al hecho económico fundamental de que cualquier cosa tiene más valor cuando es escasa. La locuacidad de López Obrador acaba devaluando, inevitablemente, su propia voz. Además, a fuerza de tanto hablar, improvisa y se repite. No solo habla mucho, también dice lo mismo una y otra vez. Y aburre. Cansa. Fastidia. Es como un mago que lleva demasiados años repitiendo unos cuantos trucos que en su momento fueron espectaculares, pero ahora están muy vistos y cada vez peor ejecutados: se le asoman los pañuelos que esconde bajo la manga descosida, se le rompió el doble fondo de su sombrero y su paloma ya no aparece, en un abrir y cerrar de ojos, aleteando para asombro del público, es un animal añoso del que cuelga una cabeza exhausta.
***
El presidente ha canibalizado a su gobierno. El gabinete es —salvo por la excepción del canciller— irrelevante. Da igual quién encabece esta o aquella secretaría, qué experiencia o visión trae al cargo. Porque López Obrador no le da bola a nadie: los ignora, los contradice, no les deja margen para que tengan una presencia pública o un discurso propio; en cambio, dosifica su asistencia a las mañaneras y su uso de la palabra. El presidente termina succionando todo el aire de la comunicación gubernamental. Eso es contraproducente en al menos dos sentidos. Por un lado, satura y fatiga. De acuerdo con una encuesta de Alejandro Moreno, la aprobación de las mañaneras cayó de 72% en enero de 2019 a 37% en abril de 2021. Por el otro lado, estorba. El incesante protagonismo de López Obrador dificulta que la ciudadanía pueda enterarse de qué es lo que hace su gobierno. Decíamos en la infancia, cuando otro niño se ponía enfrente de la pantalla: la carne de burro no es transparente. Con todo respeto.
***
Lo más rescatable de su tercer informe fue cuando hizo un resumen de las acciones y resultados de su gobierno. Fue un momento extrañamente presidencial, en el que proyectó más la imagen de un jefe de Estado que el semblante de un candidato en campaña. Fue un momento excepcional pero breve, primero, porque López Obrador no pudo prescindir de sus provocaciones ni de la confrontación (“es necesario seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”, “es como para decir a los tecnócratas neoliberales: ¡tengan para que aprendan!”), y también porque la veracidad y pertinencia de buena parte de la información que expuso resultan problemáticas. Muchas de sus aseveraciones son engañosas o falsas (“no se han violado los derechos humanos de migrantes”, “el setenta por ciento de los hogares de México está inscrito en cuando menos un programa de bienestar o se beneficia de alguna manera del presupuesto nacional”, “récord histórico en inversión extranjera”, “no hemos contratado deuda pública adicional”, “la atención médica y los medicamentos gratuitos son ya una realidad”, “hoy el gasto social es el más alto de toda la historia”, “estamos bajando los homicidios”); otras son ajenas al ámbito de competencia de su gobierno o ni siquiera constituyen “logros” que él pueda presumir (las reservas del Banco de México, el control de la inflación, el comportamiento del tipo de cambio, el índice de la Bolsa de Valores o los montos de las remesas). Como ha documentado Luis Estrada, López Obrador es más proclive a la posverdad que Donald Trump.
***
Los informes siempre intentan presentar el desempeño del gobierno en turno bajo la mejor luz. Éste fue diferente. Tuvo un tono de triunfalismo crepuscular muy inusual para un mensaje de medio sexenio. Según él, todo va muy bien, no hace falta apretar el paso ni redoblar esfuerzos, no promete más ni se exige metas adicionales. Tan satisfecho está con el estado de cosas y consigo mismo que comienza a ensayar su despedida: “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. El país, desgraciadamente, tiene otros datos; y su presidencia, aún tres años por venir.
---
Carlos Bravo Regidor es profesor asociado en el Programa de Periodismo del CIDE y analista político (tw: @carlosbravoreg).
La “cuarta transformación” es un exceso de discurso.
Qué desprovista de sentido resultó la ceremonia del tercer informe de gobierno de López Obrador. Porque el presidente habla todas las mañanas, en todas partes, a donde vaya. Es lo que más le gusta, el acto que mejor define su estilo de liderazgo. Hablar. La suya es una presidencia dedicada, más que a concretar un proyecto, instrumentar políticas o evaluar resultados, a crear y mantener una narrativa. La llamada “cuarta transformación” es un exceso de discurso. Pero las palabras no son ajenas al hecho económico fundamental de que cualquier cosa tiene más valor cuando es escasa. La locuacidad de López Obrador acaba devaluando, inevitablemente, su propia voz. Además, a fuerza de tanto hablar, improvisa y se repite. No solo habla mucho, también dice lo mismo una y otra vez. Y aburre. Cansa. Fastidia. Es como un mago que lleva demasiados años repitiendo unos cuantos trucos que en su momento fueron espectaculares, pero ahora están muy vistos y cada vez peor ejecutados: se le asoman los pañuelos que esconde bajo la manga descosida, se le rompió el doble fondo de su sombrero y su paloma ya no aparece, en un abrir y cerrar de ojos, aleteando para asombro del público, es un animal añoso del que cuelga una cabeza exhausta.
***
El presidente ha canibalizado a su gobierno. El gabinete es —salvo por la excepción del canciller— irrelevante. Da igual quién encabece esta o aquella secretaría, qué experiencia o visión trae al cargo. Porque López Obrador no le da bola a nadie: los ignora, los contradice, no les deja margen para que tengan una presencia pública o un discurso propio; en cambio, dosifica su asistencia a las mañaneras y su uso de la palabra. El presidente termina succionando todo el aire de la comunicación gubernamental. Eso es contraproducente en al menos dos sentidos. Por un lado, satura y fatiga. De acuerdo con una encuesta de Alejandro Moreno, la aprobación de las mañaneras cayó de 72% en enero de 2019 a 37% en abril de 2021. Por el otro lado, estorba. El incesante protagonismo de López Obrador dificulta que la ciudadanía pueda enterarse de qué es lo que hace su gobierno. Decíamos en la infancia, cuando otro niño se ponía enfrente de la pantalla: la carne de burro no es transparente. Con todo respeto.
***
Lo más rescatable de su tercer informe fue cuando hizo un resumen de las acciones y resultados de su gobierno. Fue un momento extrañamente presidencial, en el que proyectó más la imagen de un jefe de Estado que el semblante de un candidato en campaña. Fue un momento excepcional pero breve, primero, porque López Obrador no pudo prescindir de sus provocaciones ni de la confrontación (“es necesario seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”, “es como para decir a los tecnócratas neoliberales: ¡tengan para que aprendan!”), y también porque la veracidad y pertinencia de buena parte de la información que expuso resultan problemáticas. Muchas de sus aseveraciones son engañosas o falsas (“no se han violado los derechos humanos de migrantes”, “el setenta por ciento de los hogares de México está inscrito en cuando menos un programa de bienestar o se beneficia de alguna manera del presupuesto nacional”, “récord histórico en inversión extranjera”, “no hemos contratado deuda pública adicional”, “la atención médica y los medicamentos gratuitos son ya una realidad”, “hoy el gasto social es el más alto de toda la historia”, “estamos bajando los homicidios”); otras son ajenas al ámbito de competencia de su gobierno o ni siquiera constituyen “logros” que él pueda presumir (las reservas del Banco de México, el control de la inflación, el comportamiento del tipo de cambio, el índice de la Bolsa de Valores o los montos de las remesas). Como ha documentado Luis Estrada, López Obrador es más proclive a la posverdad que Donald Trump.
***
Los informes siempre intentan presentar el desempeño del gobierno en turno bajo la mejor luz. Éste fue diferente. Tuvo un tono de triunfalismo crepuscular muy inusual para un mensaje de medio sexenio. Según él, todo va muy bien, no hace falta apretar el paso ni redoblar esfuerzos, no promete más ni se exige metas adicionales. Tan satisfecho está con el estado de cosas y consigo mismo que comienza a ensayar su despedida: “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. El país, desgraciadamente, tiene otros datos; y su presidencia, aún tres años por venir.
---
Carlos Bravo Regidor es profesor asociado en el Programa de Periodismo del CIDE y analista político (tw: @carlosbravoreg).
La “cuarta transformación” es un exceso de discurso.
Qué desprovista de sentido resultó la ceremonia del tercer informe de gobierno de López Obrador. Porque el presidente habla todas las mañanas, en todas partes, a donde vaya. Es lo que más le gusta, el acto que mejor define su estilo de liderazgo. Hablar. La suya es una presidencia dedicada, más que a concretar un proyecto, instrumentar políticas o evaluar resultados, a crear y mantener una narrativa. La llamada “cuarta transformación” es un exceso de discurso. Pero las palabras no son ajenas al hecho económico fundamental de que cualquier cosa tiene más valor cuando es escasa. La locuacidad de López Obrador acaba devaluando, inevitablemente, su propia voz. Además, a fuerza de tanto hablar, improvisa y se repite. No solo habla mucho, también dice lo mismo una y otra vez. Y aburre. Cansa. Fastidia. Es como un mago que lleva demasiados años repitiendo unos cuantos trucos que en su momento fueron espectaculares, pero ahora están muy vistos y cada vez peor ejecutados: se le asoman los pañuelos que esconde bajo la manga descosida, se le rompió el doble fondo de su sombrero y su paloma ya no aparece, en un abrir y cerrar de ojos, aleteando para asombro del público, es un animal añoso del que cuelga una cabeza exhausta.
***
El presidente ha canibalizado a su gobierno. El gabinete es —salvo por la excepción del canciller— irrelevante. Da igual quién encabece esta o aquella secretaría, qué experiencia o visión trae al cargo. Porque López Obrador no le da bola a nadie: los ignora, los contradice, no les deja margen para que tengan una presencia pública o un discurso propio; en cambio, dosifica su asistencia a las mañaneras y su uso de la palabra. El presidente termina succionando todo el aire de la comunicación gubernamental. Eso es contraproducente en al menos dos sentidos. Por un lado, satura y fatiga. De acuerdo con una encuesta de Alejandro Moreno, la aprobación de las mañaneras cayó de 72% en enero de 2019 a 37% en abril de 2021. Por el otro lado, estorba. El incesante protagonismo de López Obrador dificulta que la ciudadanía pueda enterarse de qué es lo que hace su gobierno. Decíamos en la infancia, cuando otro niño se ponía enfrente de la pantalla: la carne de burro no es transparente. Con todo respeto.
***
Lo más rescatable de su tercer informe fue cuando hizo un resumen de las acciones y resultados de su gobierno. Fue un momento extrañamente presidencial, en el que proyectó más la imagen de un jefe de Estado que el semblante de un candidato en campaña. Fue un momento excepcional pero breve, primero, porque López Obrador no pudo prescindir de sus provocaciones ni de la confrontación (“es necesario seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”, “es como para decir a los tecnócratas neoliberales: ¡tengan para que aprendan!”), y también porque la veracidad y pertinencia de buena parte de la información que expuso resultan problemáticas. Muchas de sus aseveraciones son engañosas o falsas (“no se han violado los derechos humanos de migrantes”, “el setenta por ciento de los hogares de México está inscrito en cuando menos un programa de bienestar o se beneficia de alguna manera del presupuesto nacional”, “récord histórico en inversión extranjera”, “no hemos contratado deuda pública adicional”, “la atención médica y los medicamentos gratuitos son ya una realidad”, “hoy el gasto social es el más alto de toda la historia”, “estamos bajando los homicidios”); otras son ajenas al ámbito de competencia de su gobierno o ni siquiera constituyen “logros” que él pueda presumir (las reservas del Banco de México, el control de la inflación, el comportamiento del tipo de cambio, el índice de la Bolsa de Valores o los montos de las remesas). Como ha documentado Luis Estrada, López Obrador es más proclive a la posverdad que Donald Trump.
***
Los informes siempre intentan presentar el desempeño del gobierno en turno bajo la mejor luz. Éste fue diferente. Tuvo un tono de triunfalismo crepuscular muy inusual para un mensaje de medio sexenio. Según él, todo va muy bien, no hace falta apretar el paso ni redoblar esfuerzos, no promete más ni se exige metas adicionales. Tan satisfecho está con el estado de cosas y consigo mismo que comienza a ensayar su despedida: “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. El país, desgraciadamente, tiene otros datos; y su presidencia, aún tres años por venir.
---
Carlos Bravo Regidor es profesor asociado en el Programa de Periodismo del CIDE y analista político (tw: @carlosbravoreg).
La “cuarta transformación” es un exceso de discurso.
Qué desprovista de sentido resultó la ceremonia del tercer informe de gobierno de López Obrador. Porque el presidente habla todas las mañanas, en todas partes, a donde vaya. Es lo que más le gusta, el acto que mejor define su estilo de liderazgo. Hablar. La suya es una presidencia dedicada, más que a concretar un proyecto, instrumentar políticas o evaluar resultados, a crear y mantener una narrativa. La llamada “cuarta transformación” es un exceso de discurso. Pero las palabras no son ajenas al hecho económico fundamental de que cualquier cosa tiene más valor cuando es escasa. La locuacidad de López Obrador acaba devaluando, inevitablemente, su propia voz. Además, a fuerza de tanto hablar, improvisa y se repite. No solo habla mucho, también dice lo mismo una y otra vez. Y aburre. Cansa. Fastidia. Es como un mago que lleva demasiados años repitiendo unos cuantos trucos que en su momento fueron espectaculares, pero ahora están muy vistos y cada vez peor ejecutados: se le asoman los pañuelos que esconde bajo la manga descosida, se le rompió el doble fondo de su sombrero y su paloma ya no aparece, en un abrir y cerrar de ojos, aleteando para asombro del público, es un animal añoso del que cuelga una cabeza exhausta.
***
El presidente ha canibalizado a su gobierno. El gabinete es —salvo por la excepción del canciller— irrelevante. Da igual quién encabece esta o aquella secretaría, qué experiencia o visión trae al cargo. Porque López Obrador no le da bola a nadie: los ignora, los contradice, no les deja margen para que tengan una presencia pública o un discurso propio; en cambio, dosifica su asistencia a las mañaneras y su uso de la palabra. El presidente termina succionando todo el aire de la comunicación gubernamental. Eso es contraproducente en al menos dos sentidos. Por un lado, satura y fatiga. De acuerdo con una encuesta de Alejandro Moreno, la aprobación de las mañaneras cayó de 72% en enero de 2019 a 37% en abril de 2021. Por el otro lado, estorba. El incesante protagonismo de López Obrador dificulta que la ciudadanía pueda enterarse de qué es lo que hace su gobierno. Decíamos en la infancia, cuando otro niño se ponía enfrente de la pantalla: la carne de burro no es transparente. Con todo respeto.
***
Lo más rescatable de su tercer informe fue cuando hizo un resumen de las acciones y resultados de su gobierno. Fue un momento extrañamente presidencial, en el que proyectó más la imagen de un jefe de Estado que el semblante de un candidato en campaña. Fue un momento excepcional pero breve, primero, porque López Obrador no pudo prescindir de sus provocaciones ni de la confrontación (“es necesario seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”, “es como para decir a los tecnócratas neoliberales: ¡tengan para que aprendan!”), y también porque la veracidad y pertinencia de buena parte de la información que expuso resultan problemáticas. Muchas de sus aseveraciones son engañosas o falsas (“no se han violado los derechos humanos de migrantes”, “el setenta por ciento de los hogares de México está inscrito en cuando menos un programa de bienestar o se beneficia de alguna manera del presupuesto nacional”, “récord histórico en inversión extranjera”, “no hemos contratado deuda pública adicional”, “la atención médica y los medicamentos gratuitos son ya una realidad”, “hoy el gasto social es el más alto de toda la historia”, “estamos bajando los homicidios”); otras son ajenas al ámbito de competencia de su gobierno o ni siquiera constituyen “logros” que él pueda presumir (las reservas del Banco de México, el control de la inflación, el comportamiento del tipo de cambio, el índice de la Bolsa de Valores o los montos de las remesas). Como ha documentado Luis Estrada, López Obrador es más proclive a la posverdad que Donald Trump.
***
Los informes siempre intentan presentar el desempeño del gobierno en turno bajo la mejor luz. Éste fue diferente. Tuvo un tono de triunfalismo crepuscular muy inusual para un mensaje de medio sexenio. Según él, todo va muy bien, no hace falta apretar el paso ni redoblar esfuerzos, no promete más ni se exige metas adicionales. Tan satisfecho está con el estado de cosas y consigo mismo que comienza a ensayar su despedida: “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. El país, desgraciadamente, tiene otros datos; y su presidencia, aún tres años por venir.
---
Carlos Bravo Regidor es profesor asociado en el Programa de Periodismo del CIDE y analista político (tw: @carlosbravoreg).
Qué desprovista de sentido resultó la ceremonia del tercer informe de gobierno de López Obrador. Porque el presidente habla todas las mañanas, en todas partes, a donde vaya. Es lo que más le gusta, el acto que mejor define su estilo de liderazgo. Hablar. La suya es una presidencia dedicada, más que a concretar un proyecto, instrumentar políticas o evaluar resultados, a crear y mantener una narrativa. La llamada “cuarta transformación” es un exceso de discurso. Pero las palabras no son ajenas al hecho económico fundamental de que cualquier cosa tiene más valor cuando es escasa. La locuacidad de López Obrador acaba devaluando, inevitablemente, su propia voz. Además, a fuerza de tanto hablar, improvisa y se repite. No solo habla mucho, también dice lo mismo una y otra vez. Y aburre. Cansa. Fastidia. Es como un mago que lleva demasiados años repitiendo unos cuantos trucos que en su momento fueron espectaculares, pero ahora están muy vistos y cada vez peor ejecutados: se le asoman los pañuelos que esconde bajo la manga descosida, se le rompió el doble fondo de su sombrero y su paloma ya no aparece, en un abrir y cerrar de ojos, aleteando para asombro del público, es un animal añoso del que cuelga una cabeza exhausta.
***
El presidente ha canibalizado a su gobierno. El gabinete es —salvo por la excepción del canciller— irrelevante. Da igual quién encabece esta o aquella secretaría, qué experiencia o visión trae al cargo. Porque López Obrador no le da bola a nadie: los ignora, los contradice, no les deja margen para que tengan una presencia pública o un discurso propio; en cambio, dosifica su asistencia a las mañaneras y su uso de la palabra. El presidente termina succionando todo el aire de la comunicación gubernamental. Eso es contraproducente en al menos dos sentidos. Por un lado, satura y fatiga. De acuerdo con una encuesta de Alejandro Moreno, la aprobación de las mañaneras cayó de 72% en enero de 2019 a 37% en abril de 2021. Por el otro lado, estorba. El incesante protagonismo de López Obrador dificulta que la ciudadanía pueda enterarse de qué es lo que hace su gobierno. Decíamos en la infancia, cuando otro niño se ponía enfrente de la pantalla: la carne de burro no es transparente. Con todo respeto.
***
Lo más rescatable de su tercer informe fue cuando hizo un resumen de las acciones y resultados de su gobierno. Fue un momento extrañamente presidencial, en el que proyectó más la imagen de un jefe de Estado que el semblante de un candidato en campaña. Fue un momento excepcional pero breve, primero, porque López Obrador no pudo prescindir de sus provocaciones ni de la confrontación (“es necesario seguir poniendo al descubierto la gran farsa neoliberal”, “es como para decir a los tecnócratas neoliberales: ¡tengan para que aprendan!”), y también porque la veracidad y pertinencia de buena parte de la información que expuso resultan problemáticas. Muchas de sus aseveraciones son engañosas o falsas (“no se han violado los derechos humanos de migrantes”, “el setenta por ciento de los hogares de México está inscrito en cuando menos un programa de bienestar o se beneficia de alguna manera del presupuesto nacional”, “récord histórico en inversión extranjera”, “no hemos contratado deuda pública adicional”, “la atención médica y los medicamentos gratuitos son ya una realidad”, “hoy el gasto social es el más alto de toda la historia”, “estamos bajando los homicidios”); otras son ajenas al ámbito de competencia de su gobierno o ni siquiera constituyen “logros” que él pueda presumir (las reservas del Banco de México, el control de la inflación, el comportamiento del tipo de cambio, el índice de la Bolsa de Valores o los montos de las remesas). Como ha documentado Luis Estrada, López Obrador es más proclive a la posverdad que Donald Trump.
***
Los informes siempre intentan presentar el desempeño del gobierno en turno bajo la mejor luz. Éste fue diferente. Tuvo un tono de triunfalismo crepuscular muy inusual para un mensaje de medio sexenio. Según él, todo va muy bien, no hace falta apretar el paso ni redoblar esfuerzos, no promete más ni se exige metas adicionales. Tan satisfecho está con el estado de cosas y consigo mismo que comienza a ensayar su despedida: “Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”. El país, desgraciadamente, tiene otros datos; y su presidencia, aún tres años por venir.
---
Carlos Bravo Regidor es profesor asociado en el Programa de Periodismo del CIDE y analista político (tw: @carlosbravoreg).
No items found.