Tiempo de lectura: 4 minutos“Mister!” he said with a sawdusty sneeze, I am the Lorax. I speak for de trees” .
–The Lorax (1971) Dr. Seuss
Este 5 de junio fue un triste Día Mundial del Medio Ambiente. Nos anunciaron que el presupuesto para la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (CONANP) y la Comisión Nacional de la Biodiversidad (CONABIO) se recortaría un 75%. La noticia las condena a la asfixia. Se han escrito muchas cartas y editoriales al respecto, y voces tan respetadas como las de mis amigos Julia Carabias, Jorge Soberón y el Dr. José Sarukán fueron tildadas por nuestro secretario de Medio Ambiente como voces de la derecha. El sentimiento general del gobierno de México es que, o estás con ellos o estas contra ellos. Ante esa falta de conciencia, no parece haber mucho que hacer.
Es por esto que en este mes del medio ambiente quisiera recordar por qué queremos defender lo que amamos. Estoy convencida de que si no protegemos a la naturaleza quedaremos desnudos y vulnerables, ya que no solo somos parte de ella, sino que dependemos de ella.
Recordemos que la CONANP, que tuvo este mes un muy triste 20 aniversario, protege 90 millones de hectáreas que van de costa a costa y atesora la enorme biodiversidad de México. Tras el recorte van a tener que cerrar oficinas en la mayor parte de las 182 áreas protegidas del país. Esto se debe a que, por recortes previos, el gobierno federal no era dueño ni de una casa para administrar esta enorme responsabilidad: la CONANP, en general, rentaba. Si no hay oficina, ni hay personal suficiente, ni con que pagar la gasolina y la luz, será un milagro tipo multiplicación de los panes, que puedan hacer la función para la cual fueron creadas: proteger el capital natural de 11% del territorio nacional y 22% del marino, territorios donde no solo se concentra la mayor parte de la diversidad biológica, sino una enorme riqueza cultural. Hay que recordar que en este inmenso territorio, que solía estar protegido, hay 36 pueblos originarios. Con este recorte no solo se desatiende lo fundamental, sino que se rompen acuerdos internacionales sobre la protección del ambiente, la captura de carbono y la preservación de especies en peligro de extinción.
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Por otra parte, la CONABIO nos permitía entender la distribución de las especies, sus amenazas y sus riquezas. Tras los recortes ya no podrá hablar por los árboles y darnos una visón clara de nuestro patrimonio natural. Pasará de ser un orgullo nacional y un referente mundial, a no poder operar en lo absoluto. Todo esto se pierde a nombre del “desarrollo” y de los planes prioritarios del gobierno federal, incluyendo mega obras que destruyen a su paso, como el tren transístmico, el famosísimo Tren Maya, que los mayas repudian, y la refinería de Dos Bocas.
Quienes son suspicaces podrían ver plan con maña. Se desmantelan las oficinas federales de la CONANP y la CONABIO, precisamente las comisiones que le pueden decir al presidente: «no rompas ahí, mira lo que está en juego. No destruyas … los jaguares no, los manglares no». Y es que realmente estorbaban al plan de desarrollo tipo Echeverría que tiene el actual gobierno, con todo y sus locomotoras de diésel, no nos vayamos a modernizar demasiado usando energías limpias.
Ese eco de los ambientalistas (ahora neoliberales de derecha) que gritan «¡No, No No!», ha sido ensordecido con una estocada doble al enterrar la capacidad crítica y de operación a la CONANP y la CONABIO, ante el beneplácito del secretario de Medio Ambiente, este ecólogo que ve con entusiasmo la destrucción de lo que prometió defender. Qué hacemos ahora si a este sentimiento de desesperanza hay que sumarle la enorme crisis económica causada por la Covid-19. Pensemos con cuidado, ¿qué está en la balanza?
Cuando mis hijos eran pequeños, entre sus primeros libros había muchos del Dr. Seuss, extraordinario escritor de historias para niños; los dibujos eran geniales y sus rimas pegajosas. Nuestro favorito, sin duda, fue El Lorax. Este peludo personaje vivía en armonía en un bosque de árboles de trúfula, donde el agua corría limpia y los animales eran felices, hasta que llegó “El una vez” (Once-ler en inglés) y empezó cortando uno de estos árboles de textura sedosa y olor delicioso para tejerse un traje con su frondoso follaje. El Lorax no estuvo de acuerdo con la muerte de ese primer árbol. Salió escupiendo aserrín del tronco caído y le explicó al empresario que él hablaba por los árboles y que lo que estaba haciendo estaba mal, ya que el árbol era más importante que cualquier producto que pudiera salir de él. “¡Tonterías!”, dijo el empresario, quien trajo a su familia y construyó una fábrica para extraer el recurso de forma más acelerada. Siguieron cortando árbol tras árbol. Luego contrataron más empleados, que tejieron más y más trajes, e hicieron dinero, mucho dinero, mismo que no compartieron. A medida que el bosque se acababa los animales se fueron, pues ahí ya no había nada que comer. El aire pestilente hizo que murieran los pájaros, y los peces desaparecieron entre el agua contaminada. Ante el desastre del llamado “desarrollo”, el Lorax lloró, pero se dio cuenta que nadie escuchaba la voz del árbol, así que se fue.
Cuando se acabo el bosque, el desarrollo paró, pues ya no había nada que explotar, ya todo estaba muerto y nadie iba a poder volver a vivir ahí. A menos… a menos de que nos importe lo suficiente para transformar ese futuro en otro. A menos que cada uno de nosotros empiece a escuchar la voz del árbol. Este cuento escrito en 1971 sigue siendo actual, pues estamos todavía en el mismo camino, el de cortar, destruir, contaminar, todo en nombre del “progreso”.
¿A dónde nos ha llevado esto?, ¿a tener mayor riqueza?, ¿para quién? ¿Cuántos bosques han desaparecido? ¿Cuántos animales han muerto? ¿Somos más felices o saludables?
Estas preguntas son altamente relevantes ante mega proyectos que las comunidades originarias no quieren, como el Tren Maya. La llamada de El Lorax está en mi corazón ante la mirada impávida del “progreso”, pero cada uno de nosotros puede atesorar una semilla para resembrar la esperanza y rescatar lo perdido. Como sociedad civil se lo debemos a nuestros hijos y nietos. De lo contrario les vamos a dejar un bosque arrasado donde ni el pasto crece y solo los zopilotes vuelan.
Yo he decidido hablar por los árboles, hablo por el jaguar en la selva y por el estromatolito en Cuatro Ciénegas, hablo por las tortugas y las ballenas. Tú, mi querido lector, ¿por quién hablas?