El ruido que genera Twitter y otras notas fúnebres

El ruido que genera Twitter y otras notas fúnebres

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Tiempo de Lectura: 00 min

Twitter no es una plaza pública, no es el zócalo o el centro de la ciudad. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocerlo como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Es un lugar privilegiado.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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Twitter no es una plaza pública, no es el zócalo o el centro de la ciudad. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocerlo como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Es un lugar privilegiado.

En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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Twitter no es una plaza pública, no es el zócalo o el centro de la ciudad. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocerlo como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Es un lugar privilegiado.

En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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El ruido que genera Twitter y otras notas fúnebres

El ruido que genera Twitter y otras notas fúnebres

11
.
03
.
21
2021
Texto de
Fotografía de
Realización de
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Traducción de
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Twitter no es una plaza pública, no es el zócalo o el centro de la ciudad. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocerlo como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Es un lugar privilegiado.

En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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Twitter no es una plaza pública, no es el zócalo o el centro de la ciudad. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocerlo como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Es un lugar privilegiado.

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En junio de 2018, la presidenta municipal de mi comunidad, Ayutla Mixe, elegida en asamblea dentro de nuestro sistema normativo interno, encabezó, junto su cabildo, una manifestación inusual en la ciudad de Oaxaca. El 5 de junio de ese año se cumplían 365 días de una agresión que nos mantenía sin acceso al manantial del que históricamente habíamos tomado agua potable, por el bloqueo de nuestras tuberías y la destrucción posterior de la infraestructura. Un año antes, en 2017, habíamos sufrido un ataque armado que resultó en el asesinato del comunero Luis Juan Guadalupe, varios heridos de bala ––entre ellos, una señora de la tercera edad–– y el secuestro de cuatro mujeres comuneras. Fueron días complicados. Después de salir del estupor del estruendo de los disparos, pude presenciar el proceso de defensa y presión para lograr que liberaran a las compañeras, después de que las hicieran sufrir terribles agresiones. Uno de los fenómenos que más me indignó fue la manera en la que la prensa relató los hechos y que incluso llegara a afirmar, como lo hicieron distintos funcionarios estatales, que habíamos secuestrado a la policía y que se nos impugnaba como delito a perseguir. Un año después, sin agua y sin el más mínimo rastro de justicia, mi comunidad decidió hacer una inusual protesta en la capital del estado: además de trasladarnos a las calles de la ciudad con nuestras autoridades para hacer una marcha, hicimos también una protesta musical. En concordancia con el amor por la música que es fundamental para los pueblos mixes, la banda filarmónica fue interpretando la bella música fúnebre tradicional por las calles de la vieja ciudad de cantera mientras que los demás expresábamos nuestra indignación con mantas, carteles y con la potencia de nuestras voces. Por un momento, las casi siempre festivas calles de Oaxaca se fueron inundando con notas fúnebres en protesta y conmemoración. Finalizamos en el zócalo, con un enérgico y emotivo mitin, donde la presidenta de nuestra comunidad expresó las razones de nuestro enojo y señaló la rampante impunidad, la revictimización por parte de funcionarios del gobierno estatal y todas las injusticias que habíamos sufrido. Trasladarnos a la ciudad de Oaxaca había implicado un esfuerzo considerable de organización y recursos; antes de regresar, compartimos los alimentos que habíamos llevado con nosotros desde Ayutla y los que, con solidaridad, nos ofrecieron nuestros paisanos radicados en la ciudad. No hubo respuesta de las autoridades responsables. Silencio absoluto. En febrero de 2019, gracias al apoyo de muchísimas personas y al impulso de la escritora Gabriela Jaúregui y muchas mujeres preocupadas por la injusticia del agua, el homicidio y las distintas agresiones que habíamos sufrido las mujeres de mi comunidad, fue posible hacer del #AguaParaAyutlaYa una tendencia en Twitter, un trending topic. Curiosamente, el movimiento dentro de una red social fue lo que logró que el gobernador del estado, Alejandro Murat, convocara por fin a una conferencia de prensa. No detallaré aquí las simulaciones gubernamentales en esa conferencia ni las que han seguido después; me interesa ahora subrayar el contraste de la reacción del gobernador. Durante casi dos años, mi comunidad había hecho distintos tipos de denuncias, protestas, manifestaciones, declaraciones… pero nada de esto tuvo el impacto de este hashtag. Agradezco mucho, por supuesto, la solidaridad de todas las personas que se dirigieron directamente a la cuenta del gobernador para manifestarle su indignación, pero no deja de impresionarme la asimetría en la atención que recibe la protesta según el lugar en el que se origina. Con la protesta en Twitter llegaron también los ataques y las difamaciones, aun cuando nuestras manifestaciones por esta causa en el mundo no digital precedían a los tuits. Desde la cuenta de la vocería oficial del gobierno del estado de Oaxaca se ha dado eco a tuits de funcionarios que señalan que mi protesta ante la situación del agua se debe a intereses políticos. Nuestras protestas, que incluyeron nuestros gritos y notas fúnebres en las calles de una vieja ciudad colonial, no provocaron ni de cerca reacciones tan airadas. Pocas personas de mi comunidad y de la región mixe usan Twitter, en gran parte, debido a la gran brecha digital, entre otros factores. Para mí, ésta es una ventana que se abre, sobre todo en español, para contactarme con personas que viven fuera de la región mixe, que tienen intereses diversos y pertenecen a clases sociales distintas. Sin lugar a dudas, he aprendido mucho y esa plataforma ha contribuido a crear sinergia para denunciar muchas situaciones y ha generado actos solidarios con mi comunidad. Pero creo que es importante no confundir Twitter con un espacio público. No sé si sea el hecho de que no hay que pagar una membresía —y ya se ha dicho mucho que, cuando algo parece gratis en los lares virtuales, es porque el producto somos nosotros— pero los reclamos enfáticos por las reacciones inadecuadas —por decirlo de manera suave— de parte de Twitter a cuentas suspendidas me hacen pensar que estamos convencidos de que Twitter es una plaza pública y que ser desterrado de ahí es censura. No me niego a discutir que lo sea, pero quisiera usar una metáfora más para exponer con más claridad mi argumento. Twitter es una empresa dentro de un sistema capitalista. Vamos a pensar que es un antro de moda con cadeneros: es divertido entrar, conocer personas y pasártela bien; hay grupos que bailan más cerca entre sí y se conocen, y puede que a ti no te conozcan muchos, pero vas bailando como los demás. A veces, un grupo acusa a otro de gritar demasiado o de hacer cosas que no les parecen, y piden hablar con el gerente, que a veces expulsa a unos, dependiendo de muchos factores. Es un mundo complejo. Pero Twitter no es una plaza pública, Twitter no es el zócalo o el centro de la ciudad en el que podemos bailar danzón. A ese antro de moda no puede entrar muchísima gente por la brecha digital, por el costo del internet, por las asimetrías estructurales y muchos factores más. Reconocer ese antro de moda como plaza pública hace que los gobernantes presten más atención a lo que sucede ahí adentro. Finalmente, es un lugar privilegiado. El ruido que se hace en Twitter le importa más al poder que las notas fúnebres que inundan la ciudad de Oaxaca. No podemos esperar menos de políticos y gobernantes: su imagen es fundamental. Pero no toda imagen: sólo la que les devuelven determinados espejos. Pasamos tanto tiempo dentro de este centro de reunión privado que a veces lo confundimos con la vida que sucede fuera de él. En una discusión que tuve con alguien me dijo que mis críticas a ciertos comportamientos del gobierno federal actual eran muy cómodas, porque no estaba yo participando del gobierno, trabajando en una institución para hacer un cambio en la realidad; sólo esgrimía mis ideas desde Twitter. Resulta muy tentador juzgar a las personas por lo que hacen y dicen dentro del antro de moda, y creer que tener una voz ahí implica que no tienen una vida externa ni participación en estructuras de gobierno comunal o en movimientos concretos que inciden en otras realidades. Por razones que no me alcanzo a explicar cabalmente, porque desconozco el funcionamiento a profundidad de Twitter, he sido expulsada de ese lugar en tres ocasiones. La primera vez, fue porque hackearon mi cuenta y, a pesar de que reporté la situación, tuve que admitir que lo más probable era que no la fuera a recuperar; mientras, la Red de Resistencia y Disidencia Sexual y de Género comenzó una aventura extraordinaria para recuperármela (pueden escuchar los detalles de la aventura aquí). La segunda y la tercera vez fue porque la red social me la canceló: una vez, sin explicación y otra, por un error. En ambos casos, muchísimas personas se unieron a un hashtag para pedir que me volvieran a admitir. Lo agradezco muchísimo, de verdad; aquí estoy de nuevo, muy a gusto, bailando con ustedes, aunque a veces empujan o de plano te toca ver cómo golpean a alguien sin justificación y tienes que gritar más fuerte a ver si lo sueltan. Sin embargo, no dejo de pensar en las notas fúnebres en las calles de Oaxaca, en las radios comunitarias que hacen su trabajo aun cuando la legislación actual privilegia a los medios comerciales y oficiales, en las asambleas comunitarias donde debatimos intensamente, en el arduo y difícil trabajo de muchas mujeres para conformar NOTIMIA, la primera agencia de noticias de mujeres indígenas y afrodescendientes en el mundo, en todas las plazas públicas donde podemos bailar danzón mientras pensamos en cómo crear plazas públicas virtuales que no sean sólo un lugar pequeño con cadenero al que le tributamos toda nuestra atención nomás porque es el más ruidoso.

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