Yulier P. el grafitero que pinta el hambre, el miedo y la desesperación

Yulier P. el grafitero que pinta el hambre, el miedo y la desesperación de los cubanos

“No estoy de acuerdo con lo que dijo Ernesto Guevara: ‘Hace falta gente que trabaje más y critique menos’. La crítica es una herramienta de construcción y en Cuba lo único que puede expresar un artista es hambre, miedo, desesperación”.

Tiempo de lectura: 12 minutos

La noche anterior Yulier P. bebió demasiadas cervezas con un amigo canadiense. Abrió los ojos, miró al techo de su habitación desde su cama y tuvo la sensación de tener sobre la cabeza el repicoteo de un pájaro carpintero. Se quitó de encima la sábana con la que durmió y dejó que pasaran algunos minutos sin moverse para decidir qué hacer. Cuando finalmente puso los pies en el piso, aunque su cuerpo le pedía comida, no tuvo fuerzas para ir a la cocina a prepararse algo. Entró al baño, se aseó, se cambió de ropa y salió a encontrarse de nuevo con su amigo para ir a pintar a la calle. Eran cerca de las ocho de la mañana de un día de agosto de 2017 en La Habana.     

Llegaron a la intersección de las calles San Lázaro y Escobar de la barriada de San Leopoldo y se adentraron en un edificio que unos días atrás se había derrumbado después de años amenazando con hacerlo con su mal estado estructural, una locación perfecta para pintar grafitis. Cuando los dos amigos plasmaron los primeros trazos en los escombros, sintieron el frenazo en seco de un auto a sus espaldas. Al voltearse, encontraron una patrulla de policía. Dos oficiales se bajaron y caminaron hacia ellos, pero antes de llegar, un vecino colindante con el derrumbe salió a la calle y comenzó a gritar:

“Ya bastante tenemos con estos escombros que no se llevan, ahora también tenemos que aguantar a estos lumpen pintando aquí”.

Segundos después otra patrulla llegó al sitio y de todos los balcones y ventanas y puertas cercanos al lugar salieron rostros curiosos para presenciar lo que sucedía. A Yulier P. lo introdujeron en una de las patrullas y lo condujeron hacia la estación policial de Zanja y Dragones, supuestamente, por violar los artículos 243 y 339 del Código Penal cubano que establecen como delito “el hecho de destruir, deteriorar o inutilizar un bien patrimonio nacional, local o ajeno” y cuyas sanciones pueden ser una multa o privación de libertad de tres meses hasta cinco años, en dependencia de cada caso. A su amigo canadiense lo dejaron ir.      

Fue la primera vez que Yulier P. entró a un depósito una especie de calabozo, pero con más espaciodonde había casi 50 personas en 10 metros cuadrados. Todos estaban sentados en el suelo o en bancos de cemento empotrados a las paredes y respiraban por una pequeña ventana. Sudaban como si sus cuerpos se fuesen a descomponer, estaban pegados unos con otros bajo el calor insoportable del agosto caribeño, unos 36 grados Celsius. Al entrar, Yulier P. pidió permiso para pasar a las siluetas de un par de hombres que dormían desparramados en el piso. Era un lugar de penumbras donde no se podía ver con claridad los rostros de las personas.

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