Tiempo de lectura: 3 minutosMucho tiempo antes de ser una abogada trans que identificara al odio como su enemigo más próximo a derrocar, Jessica Marjane Durán creció rodeada de mujeres fuertes que la educaron bajo el principio básico de la empatía. Su abuela, una señora proveniente de una comunidad otomí, le ahuyentaba las miradas sigilosas de rechazo de vecinos y algunos familiares. Su abuela siempre fue la defensora de su felicidad.
“La gente me leía como un niño afeminado pero yo me autopercibía como niña. Esto no es una etapa ni un capricho, menos una situación efímera, es algo que se manifiesta a cualquier edad porque no hay edad para ser transexual”, dice Jessica Marjane, de 27 años, al teléfono durante esta cuarentena en México. En el documental de Time Out, Salir, recuerda que creció escuchando a los padres de sus compañeros en la primaria decirle a sus hijos que no se juntaran con el “niño maricón”. Vivía levantando sus libros cada vez que se los tiraban, buscando su comida cuando alguien decidía dejarlo sin almorzar, pero también viendo a su abuela tejer y bordar durante largas tardes en su departamento en la Vallejo donde se escabullía en su recámara.
“Yo admiraba a las mujeres fuertes en la historia, a las mujeres que trazaban historias de valentía, empezando por mi familia, ellas habían estado en circunstancias de encontrar su libertad. Mi mamá sobrevivió a espacios de violencia, mi abuela siempre tuvo una visión muy integral sobre el orgullo de venir de una comunidad indígena, mi hermana una deportista y psicóloga”, comenta Marjane.
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«Mucho tiempo antes de ser una abogada trans que identificara al odio como su enemigo más próximo a derrocar, creció rodeada de mujeres fuertes que la educaron bajo el principio de la empatía».
A los 15 años mientras sentía que no cabía en ese cuerpo que comenzaba a desarrollarse, empezaba a reconocerse como mujer. Viendo su vida en retrospectiva, Jessica Marjane siente que le hizo falta alguien que le hablara de la identidad de género, de orientación sexual, alguien con quien compartir de forma segura el proyecto de vida y la transición que quería emprender. Aunque careció de ello, se reinventó de todas maneras como una mujer activista. “Mi familia me recibió y me dio una nueva bienvenida a casa”, recuerda Jessica.
En la madurez se dio cuenta de que había muchísimos casos en la comunidad LGBT+ en donde chicos y chicas trans desconocían la diferencia entre el acecho de las calles y el hogar. Descubrió que no todos tenían un refugio donde los aceptaran y que muchos eran orillados a la clandestinidad. “Al salir de casa todo es distinto. Hay un mundo que no respeta nuestra autoidentificación. Hay un sistema que asigna un género a través de tu genitalidad y ese género traza una expectativa social sobre tu vida, pero nosotros le ponemos una fisura”, dice.
En 2014, ella participó en la reforma del artículo 135 bis del Código Civil de la Ciudad de México, un avance que arrojó esperanzas a la comunidad transexual, a través de la ayuda de organizaciones civiles, académicos e instituciones que lograron que las identidades trans empezaran existir ante la ley. Un artículo que establece que se puede solicitar una nueva acta de nacimiento que reconozca su identidad de género, misma que se entiende por la convicción personal e interna que puede corresponder o no al sexo asignado en el acta primigenia, y que en ningún caso es requisito acreditar intervención quirúrgica.
“La gente me leía como un niño afeminado pero yo me autopercibía como niña. Esto no es una etapa ni un capricho, menos una situación efímera. No hay edad para ser transexual”.
Aquello representó para Jessica Marjane un acontecimiento que terminaría de procesar hasta que entró a estudiar Derecho en la UNAM, ahí comenzaría su verdadera catarsis. “Empecé la carrera contra la tradición rígida del derecho, con profesores transfobicos y machitos”, recuerda. Notó la urgencia de ayudar a otros a visibilizarse, al sector vulnerable. Entonces en 2014 fundó Red de Juventudes Trans México, una organización que le ofrece la mano a los jóvenes durante su transición, les brinda asesoría jurídica, atención psicológica especializada y canalización institucional en caso de requerirse.
“Durante la juventud trazamos un proyecto de vida y queremos que apele a la memoria, al acceso a la justicia y a la dignidad. Yo me comprometí a crear un mundo habitable para esta comunidad como lo fue mi hogar, no se me olvida cómo mi abuela me preguntó ¿crees que te voy a dejar de querer?”.
A la Red de Juventudes Trans la distingue su giro afectivo. “Hacemos frente a la narrativa de violencia, defendemos la alegría, organizamos la rabia, politizamos la indignación, celebramos las transiciones”. El discurso también es parte de mantenerse optimistas en el pensamiento, porque hasta el momento el panorama en el acceso a la justicia sigue siendo contrastante.
“Aparte de que el avance en derechos para la comunidad se ha centralizado en la CDMX, derecho legislado no significa derecho ejercido. Aunque estén garantizados prevalecen los prejuicios de los operadores jurídicos en la administración pública, los prejuicios de los legisladores en el poder. No se dan cuenta de los costos que tiene en la vida de las personas trans la negación de los derechos”, dice Jessica Marjane. Una activista que tiene claro de donde emana el odio hacia su comunidad.