Tiempo de lectura: 4 minutosEl domingo 4 de octubre de 2009, cuando la cantante argentina Mercedes Sosa murió, todos, en todas partes, sintieron que algo importante se había perdido. Quizás sea un simple dato anecdótico, pero Mercedes Sosa, que fue velada con honores en el Congreso de la Nación, había nacido un 9 de julio, en San Miguel de Tucumán, el día y el lugar exactos donde, en 1816, se declaró la independencia argentina. De modo que cuando murió todos sintieron que algo importante se había perdido porque la caja de resonancia de su voz no era sólo eso sino, también, la voz del pueblo, liberada.
La Negra, como la llamaban, había llegado al mundo en 1935, con sangre mestiza de franceses y de indios diaguitas. En su infancia, ella y su familia conocieron los ripios de la pobreza. Luego, cuando ya era una jovencita que cantaba boleros oculta bajo el seudónimo de Gladys Osorio, se enamoró del guitarrista y compositor mendocino Oscar Matus. Juntos vivieron un romance furtivo que devino en casamiento, un hijo y un viaje iniciático hacia la provincia de Mendoza. Allí, en el núcleo de artistas liderados por el poeta Armando Tejada Gómez, se estaba incubando la semilla del Nuevo Cancionero, un movimiento de vanguardia que proponía depurar el patrimonio musical de tabúes tradicionalistas, expresar sueños, luchas y tender puentes hacia el resto de Latinoamérica. A fines de los ’50 y en ese contexto, Mercedes moldeó su ética artística y su compromiso ideológico, afiliándose al Partido Comunista y participando activamente de sus actividades hasta su desvinculación en 1990.
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«Cuando murió todos sintieron que algo importante se había perdido porque la caja de resonancia de su voz no era sólo eso sino, también, la voz del pueblo, liberada».
Bajo esos preceptos, Mercedes grabó sus primeros discos, que pasaron desapercibidos hasta que el destino le jugó una buena pasada. El patriarca folklórico Jorge Cafrune la descubrió y, contra la voluntad de los organizadores, decidió invitarla a compartir el escenario del festival de Cosquín, sitio de consagración para esta música. Subió apenas acompañada por su caja chayera, un instrumento de percusión típico del norte argentino, y antes de terminar su “Canción del derrumbe indio”, el público ya la ovacionaba. Desde entonces, y ya separada de Matus, Mercedes comenzó a labrar su legado artístico: sus discos dedicados al repertorio de Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui y, desde luego la saga entre Mujeres argentinas y Cantata Sudamericana (junto al pianista Ariel Ramírez y el poeta e historiador Félix Luna). En el marco de esas obras conceptuales, incorporó al folklore argentino la poesía modernista e instrumentos y géneros de tradiciones latinoamericanas, como el cuatro venezolano y la guarania paraguaya. El impacto de esas obras trascendió no sólo las fronteras y el ámbito del folklore sino incluso lo estrictamente musical. Mercedes Sosa, además de una cantante exquisita, se convirtió en una voz referencial para los reclamos sociales que pulsaban en Latinoamérica durante los ’70. Como intérprete, era capaz de conjugar una técnica rigurosa e inventiva con la elección de un repertorio audaz que -a la manera de Atahualpa Yupanqui, otro foklorista emblemático, cantante y gran compositor-, registraba el paisaje de su país para contar tanto los anhelos como las problemáticas de su gente. Y, en el camino que va desde la “Zamba para no morir” hasta “Los inundados”, escamotearle el folklore a la derecha tradicionalista y devolverlo al pueblo.
«Allí, en el núcleo de artistas liderados por el poeta Armando Tejada Gómez, se estaba incubando la semilla del Nuevo Cancionero, un movimiento de vanguardia que proponía depurar el patrimonio musical de tabúes tradicionalistas, expresar sueños, luchas y tender puentes hacia el resto de Latinoamérica».
Por esas razones, apenas se produjo el golpe de Estado en Argentina, el 24 de marzo de 1976, las amenazas cercaron su libertad. Su detención durante un concierto en la ciudad de La Plata, junto a todos los asistentes, determinó que, en 1979, tuviera que partir hacia el exilio en Europa. Años más tarde, en 1982, en los finales de la dictadura, Mercedes Sosa regresó al país y dio una serie de recitales multitudinarios que fueron la metáfora de la voluntad popular por recuperar la democracia. En ellos, incorporó canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y abrazó a toda una nueva generación de músicos al invitar a pioneros del rock local como Charly García y León Gieco. Fueron el gesto definitivo de repudio a la dictadura, que avizoraba su final, y que terminaría poco después, en diciembre de1983, con la asunción del presidente Raúl Alfonsín. La presencia de Mercedes empezó a alcanzar dimensiones de madre y protectora entre su propio pueblo. Su voz, esa columna de aire lenta y aterciopelada, se hermanó con la figura icónica del poncho y el rostro indígena. Desde entonces, la Negra giró por el mundo llevando la voz de Latinoamérica hacia sitios tan remotos como Noruega, Portugal, Italia, Suecia, Alemania, toda Europa Central, Israel y hasta un Carnegie Hall que la aplaudió de pie durante más de diez minutos.
Poco antes de que UNICEF le entregara una credencial como Embajadora de Buena Voluntad para América Latina y el Caribe, un profundo cuadro depresivo puso en crisis su salud. A partir de 1997, su cuerpo empezó a pasar recibo de tanto trajín emocional y, entre accidentes domésticos y cuadros de deshidratación, se fue encerrando en su casa, contra su voluntad. Sin embargo, no dejaba de buscar nuevos horizontes para su canto. Así, cuando encaró su disco doble de duetos –Cantora 1 y 2-, pensó tanto en Caetano Veloso como en Julieta Venegas. Tanto en Serrat como en Lila Downs. En Jorge Drexler, en Shakira, en Gustavo Santaolalla. Y también en Calle 13, rubricando uno de los momentos más altos del disco. La cantante argentina Liliana Herrero, que es una de sus discípulas mejores, dijo: “el canto de Mercedes no está en el pasado. Está siempre en el futuro. Son esas personas que señalan un camino infinito, donde ella espera como un faro luminoso alumbrando en la oscuridad”.
Mercedes Sosa ha muerto, pero ya se está volviendo canción.