Wendy Guevara: la que se ataque, pierde
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Wendy Guevara: la que se ataque pierde

Wendy Guevara supo cautivar al público con su estancia en La Casa de los Famosos. ¿Qué hay detrás de su éxito?, ¿cuáles son las enseñanzas que nos deja?, ¿acaso las hay? Este ensayo es un intento por descifrar qué sigue después de Wendy.

Tiempo de lectura: 13 minutos

Hace 31 años, Wendy Guevara nació en León, Guanajuato, cuando las palabras “queer”, “trans” o “no binario” eran poco comunes y no se escuchaban ni de lejos, ni como un murmullo en el viento, ni como una promesa del futuro. Wendy nació, además, en una tierra donde las personas del mismo sexo no pueden contraer matrimonio aun en 2024: el gobierno de Diego Sinhue firmó un decreto para permitirlo; sin embargo, es válido solo mientras dure su mandato hasta septiembre de este año. Una tierra donde las terapias de conversión son un negocio en boga. Por ello, por un contexto social que incluyó bullying, problemas de adicción (detonados por su padre, enganchado a diversas sustancias) y abuso sexual infantil cuando tenía diez años, Guevara solo pudo terminar la escuela primaria para luego ayudar al negocio familiar, una zapatería como tantas en Guanajuato. 

“Mi papá me decía ‘vamos a entregar las bolsas’. En la bicicleta mi papá amarraba veinte bolsas aquí de dama, y veinte acá. Nos las poníamos acá [en la espalda]. Yo me acuerdo de él sudando, sudando en todo el tráfico”, relata Wendy a sus compañeros de La Casa de los Famosos, “mi papá se drogaba mucho en ese tiempo. Él andaba en la calle, tomaba pastillas con caguamas, clonazepam. Siempre traía espuma en la boca y yo le tenía miedo porque él era muy agresivo en ese momento”.

Arrinconada entre pedidos urgentes de señoras con zapatillas de marca con el tacón roto; señoras con zapatos de niño en la mano, pidiendo que les arreglaran los raspones derivados del juego en la calle, y los gritos de un padre que le ordenaba dejar de hacer “cosas de niña”, Wendy Guevara encontró en la televisión a una mujer güera radiante, chistosa, grosera, alabada por decir lo que le daba la gana como a ella le daba la gana. Era Alejandra Bogue, conocida vedette y actriz trans, famosa por sus apariciones en Desde Gayola, un show creado y conducido por Horacio Villalobos en 2002 que criticaba, con sátira y parodia, todo lo que se le ponía enfrente, incluyendo ciertos mandatos de sociedad sobre quiénes podían o no aparecer en la tele. Este programa destacó por tener entre su elenco a personas de la comunidad gay y trans. La Bogue era fascinante. “Te voy a decir una cosa, pinche puto, si gastas tanto en Sky porque eres muy nais y no te gusta ver mi sonrisa, cámbiale, culero, hay un chingo de programación. Cámbiele, puto” eran, por ejemplo, las cosas que decía en Guau, el progama que condujo en Telehit en 2006, emitido únicamente por cable, pionero en mostrar noticias sin censura de la comunidad. “Yo me hago pendeja y yo no cuento lo mío, una nomás quiere contar lo de las comadres, no estén de perras”, escuchamos decir a Wendy en entrevistas, en videos de YouTube, de TikTok o de otras redes sociales, y es innegable la herencia bogueana en su lenguaje, proveniente de aquellas mujeres trans anteriores a ella, quienes de una u otra forma le enseñaron un camino, aunque cruel y doloroso, lleno de filo, de audacia, de humor y de gozo, sobre todo si aprendía a reírse de sí misma antes de que los demás lo hicieran.

Pero la representación trans en los medios, específicamente en el contexto mexicano, no siempre fue tan abierta ni tan amable con la diversidad sexual. Desde una esquina superior invisible, la cámara desciende para enfocar a una mujer sobre el sillón rojo de una casa victoriana pintada con colores azul, amarillo, tonos blancos y adornos en verde; junto a ella hay una mesita con una lámpara y un florero, está vestida con una falda azúl metálico que le llega a los muslos, tacones blancos, medias de color beige o nude, una blusa de color salmón y una mascada café alrededor del cuello. Es Nancy Uyuyuy, la conductora de “El rinconcito de Nancy” —uno de los sketches de Eugenio Derbez para Derbez en cuando—, cuyo trabajo consiste en dar ideas y consejos prácticos para que vivan una vida tranquila, “y mejor… me callo”, dice. Derbez sexualiza al personaje, como si las mujeres existieran principalmente por el deseo carnal. “Esta es para todos los hombres… el consejo”, menciona Nancy mientras abre ligeramente las piernas y desvía la mirada hacia abajo, como insinuando algo. Ejemplos así sobran, era normal que cuando un hombre salía vestido de mujer en algún programa de televisión era solo para ser objeto de burlas, incluso para enfatizar su sumisión a los hombres de verdad. De esto nos reíamos a finales de los noventa y principios de los dosmiles, el nuevo milenio, esta era la vara de la comedia en la televisión de México.

Wendy Guevara (Instagram).

No obstante, mientras eso pasaba en el mundo del espectáculo, algo inusual ocurría en los rincones de ciertas habitaciones. “Me empecé a travestir como a los dieciséis años. Me vestía en hoteles, rentaba moteles porque mi papá era muy machista y me buscaba siempre para pegarme, entonces mi mamá me escondía”, relata Wendy Guevara en la entrevista con Yordi Rosado. “Ahora mi papá es un amor, cambió, fue con profesionales. Pero como yo crecí con eso, era como una jotita más, como un gay más, reprimido, y cuando me empiezo a travestir conforme pasan los años íbamos y pedíamos trabajo y no nos daban. […] Imagínate batallar con una sociedad desde que te empiezas a maquillar en el espejo y atreverte a salir así a la calle y que la sociedad te esté chingando”.

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Desde Los Ángeles, California, Estrellas mundiales comienza otra de sus emisiones; en esta ocasión, la invitada especial es Wendy Nayeli, una actriz mexicana que alcanzó un rotundo éxito con su último filme Nayeli, The Spy y que desbancó a Salma Hayek como “artista latina en Estados Unidos”; casi toda la entrevista fluye con la seguridad de que estamos frente a un fenómeno del cine y la televisión. Cuando la charla termina, mientras se le ve a Nayeli feliz por Los Ángeles, una alarma nos expulsa de aquella ciudad y nos hace despertar en un cuarto gris, nada glamoroso, más bien pobre y bien inundado, donde la Wendy Nayeli verdadera despierta mientras nos dice como un lamento: “¿por qué los sueños no son la realidad?”.

Se trató de la primera aparición del personaje de Angélica Vale en Amigas y rivales, una telenovela juvenil producida en 2001 por Televisa que se veía religiosamente en el salón de belleza de Lucero, una de las amigas de Guevara en el barrio Jardín San Juan del Coecillo, mientras cortaban el cabello de otras mujeres o limpiaban los cabellos recién cortados o colocaban peróxido para decoloraciones en jóvenes que querían modificar su imagen según la temporada, o hacían manicure o pedicure a uno o dos hombres si acaso al año, o colocaban uñas de acrílico con diseños tan extravagantes como la época lo permitía. Con el sueño de ser como Wendy Nayeli, a Guevara la recostaron en el sillón para lavar el cabello, le dejaron caer el agua como si se tratara de una pila baptismal: había nacido Wendy Guevara.

Como también sucedió en la telenovela, el impulso de ser famosa llevó a Wendy a la Ciudad de México. “Me voy a ir a operar, decía yo muy perra según, como si fuera tan fácil”, relató en La Casa de los Famosos. A sus 19 años, y como pasa con muchas mujeres trans, se dedicó al trabajo sexual.

Caía una lluvia torrencial en el centro de la ciudad, la avenida de Tlalpan estaba inundada, la corriente de agua sucia arrastraba democráticamente todo a su paso, y a la altura de metro San Antonio Abad, enfrente de una fábrica de brassieres, una mujer permanecía de pie como un último soldado que aún no se decide a abandonar la batalla a pesar de saberla perdida. Espera que algún cliente se acerque a ella para pedirle sexoservicio, ganar un poco de dinero y así poder pagar los 250 pesos que el hotel cobraba diariamente para dejarla vivir en una de sus habitaciones. Suena el celular.

“¿Papá?”, dice al teléfono aquella mujer. “¿Cómo estás?”, le responde una voz lejana. La mujer, escondiendo la escena que su interlocutor no puede ver, siente un nudo en la garganta. Hubiera querido decirle que todo iba en picada, que no sabía qué estaba haciendo; sin embargo, en su lugar contestó un resistente “bien, al rato te marco”, que luego sirvió para ocultar el inevitable llanto. En ese momento, Wendy Guevara siente lástima por ella misma, se mira con los ojos de alguien que no comprende las cosas que ha tenido que hacer para ganarse un lugar en la gran ciudad, para lograr vivir siendo ella. Al poco tiempo, regresó a León porque, como contó en La Casa de los Famosos, “me cobraban mil pesos por pararme ahí, pero está bien solo. […] Era un desmadre, a muchas en Ciudad de México las han asesinado y a otras que nada tienen que ver, hay clientes bien locos”.

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Wendy Guevara (Instagram).

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Cuando cursaba la universidad tenía un amigo —lo llamaré Ismael— que me enseñaba memes como si me indujera a una secta. Y recuerdo, como muchos recordarán, el momento en que abrí un link de YouTube luego de la promesa de Ismael: “te vas a cagar de la risa, neta”. Eran dos mujeres trans grabándose en un cerro que lucía pixelado, supuestamente estaban perdidas, perdidas, perdidas. Yo, que no soy de piedra, solté una carcajada genuina en cuanto vi y escuché el eco de una de esas mujeres. “No mames wey, qué cagado, qué es esto, quiénes son”, le dije a mi amigo. “No sé, pero está súper chistoso, ¿no?”. ¿Quién, cuando está perdida, hace eso?, ¿quién es capaz de grabarse en semejante situación para lograr que la gente no solo deje de lado el lugar en el que están, sino enfocarse en la personalidad de quienes están grabándose? No solo era un video inocente, sino que extendía los límites del chiste. Era para cagarse de la risa, para replicarlo tantas veces como nos diera la gana.

Al tiempo supimos que eran Wendy y su amiga Paolita Suárez, ambas mujeres trans ganándose la vida como prostitutas en la Ciudad de México. Con el video, nos enteramos que las mujeres trans podían escapar a ciertos prejuicios; no solo eso, palpamos que pueden ser carismáticas, ingeniosas, gozar de su entorno, reírse de ellas mismas, burlarse. Nos mostraron, como quizá no había hecho otro material previo, a unas mujeres trans con las que millones pudieron, de inmediato, conectar. Y eso nos enfrentaba a verlas con distintos ojos, con un tipo de mirada que no juzga: la mirada del humor.

Wendy Guevara llegó a la primera temporada de La Casa de los Famosos por su forma de hablar despreocupada, grosera, sin convenciones admitidas, sin miedo a nombrar lo que hay fuera del espectáculo. “Todo eso me animó a hacer videos en mis redes sociales, en mis canales de YouTube y cada vez iba creciendo, lo padre de esto es que no me estanqué gracias a la gente. Iba haciendo cosas diferentes, hasta que me llega esto de La Casa de los Famosos”, dice en entrevista con Álvaro Cueva

Aquella casa era un espectáculo, por supuesto, pero el formato del reality es difícil, complejo incluso para las celebridades. Desde 1992, cuando se estrenó The Real World en MTV, hasta programas como Keeping up with the Kardashians, lo cierto es que los reality shows han impactado la salud mental de quien participa en ellos, especialmente porque se crea una especie de dismorfia de la realidad: lo que creemos que es real en el programa, no es así fuera de él. En la misma entrevista con Álvaro Cueva, Wendy mencionó que no se sentía tan segura de si su sexualidad iba a combinar con el programa, sobre todo por los prejuicios de una sociedad cerrada, conservadora, que no acepta otras sexualidades. “Dudé porque dije qué va a pasar si alguien de los habitantes es homofóbico, todavía existen muchas personas así. […] Tú no sabes cuánto te puede afectar acá afuera lo que digas allá adentro”, era una duda genuina y válida en tanto nunca habíamos visto a una mujer trans exponerse de esa manera en la televisión nacional. 

Las palabras de Roberto Zedillo Ortega, politólogue no binarie, resuenan en ese sentido: “a mi parecer, la creciente visibilidad mediática de Wendy Guevara y de muchas otras personas —sobre todo mujeres— trans y no binarias se da en un contexto muy desfavorable. ¿Por qué? Porque esa notoriedad nos pone cada vez más en el centro del debate público, de conversaciones en redes sociales y de discusiones en medios masivos; pero eso sucede en un país con muchos prejuicios, y con casi nulos esfuerzos contra la desinformación. Nos hacemos más visibles, pero a la vez nos exponemos a agresiones cada vez más fuertes en espacios virtuales y también físicos. De hecho, este inicio de año ha sido uno de los más violentos contra las personas trans y no binarias”, concluye. Y es que según Statista, al menos hasta septiembre de 2023, México —junto con Brasil y Estados Unidos— encabezaba la lista de más transfeminicidios de América Latina, con 52 casos, por debajo de los 100 de Brasil.

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Wendy Guevara en los premios Eliot. (Instagram).

Wendy Guevara enganchó a sus espectadores, incluso a sus compañeros de programa, al contar aspectos alrededor del “ser trans”: escuchamos anécdotas de cómo decidió transicionar, sus primeros trabajos como aquel en un baño de un antro gay en León donde dejaba que la gente le pagara por dejarlos coger en un cubículo, cómo fue que vivía con su amiga Paola y cómo, a falta de sartenes y estufa, cocinaba con estopas y latas de atún. “Siempre teníamos bien limpio el cuartito y el baño oliendo siempre a cloro y pinolcito”, narra Guevara sobre aquella época, “si nos iba bien, comprábamos mil pesos de pura despensa, pan, cosas así, y la vecina guardaba en el refri el jamón”. Guevara, con la sinceridad y transparencia que la caracteriza, ha dicho que se siente diferente así como es, antes lo veía como una desventaja (una inseguridad, más bien), ahora es lo que la ha hecho destacar frente a los demás.

En palabras de José Antonio Aguilar, fundador y director de RacismoMX —asociación civil con el objetivo de desarrollar contenido educativo y para medios digitales sobre el combate contra el racismo—, el caso de Wendy Guevara es uno muy particular debido al carisma de la influencer, “no se identifica como afrodescendiente ni como indígena, sino que se centra en su identificación como trans y como parte de una comunidad LGBTTTIQ; sin embargo, lo cierto es que su origen y su tono de piel se vuelven elementos que juegan a favor cuando se le piensa como producto”. Así, ella “ha sido una vía para romper los estereotipos tanto de raza como de clase y de género en los medios. En ocasiones, el público —incluso transfóbiques o transexcluyentes— ha querido entender la lucha trans o ser más empático con personas queer pero se encuentran con un lenguaje sumamente complejo”, menciona Aguilar a Gatopardo.

Aunque es verdad que no lleva consigo un aparato teórico “sofisticado” o enciclopédico, lo cierto es que Guevara es política a su manera. En un español vernacular, directo (ella habla de netas) y que apela al sentido común, Wendy hace un comentario a la desigualdad y la lucha de clases: “a mí no me interesa hablar de putas rentas en Polanco […] la gente que los apoya a ustedes en las redes sociales, en todos lados, es gente que no está en eso. Se me hace una estupidez y muchos, no voy a decir quién, me dijeron ‘yo no me meto en esos temas’ y está bien, está perfecto”. Wendy es bravucona, no se deja intimidar por nada ni por nadie, al contrario, se impone porque grita y su voz se superpone a las demás. “De pendejos y de apariencias yo no vivo […] y hagan ganador a quien quieran, no me interesa. […] Tú, Barbie, y yo venimos de más abajo, donde sí se sufre por agua, se sufre por comida, de donde se sufre por muchas cosas”, dice Wendy, con una voz a punto de quebrarse, mientras el exdiputado Sergio Mayer la mira, reflexivo, sin saber qué decir. Rara vez una autoridad estatal ha estado más cerca de la realidad de las personas trans de lo que estuvo él en ese momento de La Casa de los Famosos.

De esa osadía se desprende una profunda admiración hacia Wendy y su camino en la vida. Yo, que toda la vida he sido una persona delgada y aparentemente frágil, aprendí a elevar mi tono de voz mientras hablo como un mecanismo para ser escuchada. A pesar que muy a menudo los otros me piden bajarle dos rayitas por favor, nunca he podido contestar con un “me vale verga, a mí me vas a escuchar”. ¿Será que no he llegado tan lejos porque no estoy tan dispuesta a ser tan grosera, tan bravucona, a no dejar que nadie me pase por encima o me pisotee cualquiera que sea el costo de ello?, ¿será que no he triunfado porque no soy tan cabrona como esa mujer trans que sí hace callar a medio mundo cuando ella está hablando? 

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“Te voy a contar una anécdota”, me confiesa la periodista y asesora lingüística Paulina Chavira, “tengo dos hijos y por alguna razón salió el tema de lo trans, y cuando les estoy explicando lo que es ser trans uno de ellos me dice ‘¡como Wendy!’. Eso, creo, que es una de las cosas primordiales del fenómeno: que sea normal ver a personas trans hacer su vida, siendo famosas y exitosas”. Wendy Guevara provocó que nos cuestionemos, apenas en 2023, la forma de referirnos a aquellas disidencias sexuales que existen y resisten desde sus plataformas. Por un lado, está el caso de le compañere, un video viral donde se muestra la frustración de une niñe porque no se respeta la forma en que quiere ser llamade. Por otro, como menciona Zedillo Ortega, el caso de le magistrade Ociel Baena obligó a que los medios de comunicación tomaran en serio el lenguaje incluyente y los pronombres de las personas, ya no solo como algo derivado de un chiste en las redes sociales.

En una espinosa charla para el pódcast “Fuera máscaras”, la activista, defensora de los derechos humanos para la comunidad trans y fundadora de Casa de Las Muñecas Tiresias, Kenya Cuevas Fuentes, habla de lo difícil que fue su infancia acompañada únicamente por su abuela, cómo fue que empezó en el trabajo sexual con apenas nueve años y su tránsito por la cárcel como mujer trans (otra de las tantas cosas que tiene en común con Guevara). Sin embargo, casi al final de esta, menciona el caso de Wendy Guevara: “yo sé que lo que Wendy hizo en una plataforma de esa índole, en un reality, fue visibilizar a una comunidad de la que nadie quería hablar, eso sí lo veo positivo”. Pero aclara que “lo que hace Wendy con sus comentarios, con sus argumentos, con su autopercepción como mujer trans no es lo que le cruza a todas las mujeres trans. […] Ella no dio una apertura en el país, la verdad es que las mujeres trans ya habíamos hecho un trabajo muy importante, […] ella vino a retroceder la lucha LGBTTTIQ porque se asume como un cabrón con chichis, […] entonces no podría representar a ninguna otra mujer más que a ella misma porque desde su trinchera, que es la televisión, su objetivo siempre ha sido muy personal y obtener algo económico, y eso es muy respetable pero no podría ser un referente de la comunidad trans en ningún momento ni en ningún sentido”.

En sus palabras convive una realidad: la aparición de Wendy en televisión nacional no puede tomarse como el único reflejo —quizá ni siquiera el más importante— de la realidad trans, por más que queramos que así sea. Como bien apunta Cuevas, las mujeres trans tienen vivencias muy diversas; la mayoría, tan cercanas como alejadas de lo que le pasó a Guevara. El riesgo que corremos al ver el fenómeno de Wendy expandirse por radio, televisión, redes sociales y medios masivos de comunicación es pensar o creer que las mujeres trans tienen todo al alcance de un video de YouTube o un programa de Televisa, como si ese triunfo individual trastocara la realidad de las agresiones transfobicas o la malgenerización. Esto, claro, no es responsabilidad de Wendy, sino de una audiencia que debe hacer trascender su fascinación.

La notoriedad de Wendy Guevara seguirá despertando interrogantes, juicios y hasta la ocasional condena. Es inevitable, quizá hasta deseable. El plumaje que envuelve a Wendy, sin embargo, no se mancha. Ella seguirá escapando de las atacadas porque ha sido una de tantas pruebas de que la diversidad y la inclusión también están en lo humorístico, en el glitter de la cara y de los tacones, en el brillo de las pantallas cuando nos muestran a la gente como es. Y solo por eso, solo por invitarnos a reírnos junto a ella, abriendo nuestros horizontes en el camino, dan ganas de que ese golpe de suerte y de fama que encontró Wendy Guevara le dure mucho, mucho tiempo. Prohibido atacarse.

 


MARIANA ORTIZ. Correctora de estilo y fact-checker para Architectural Digest México y Latinoamérica, también colabora en ese mismo sitio con artículos sobre estilo de vida en la Ciudad de México. Aunque estudió Relaciones Internacionales en la UNAM, se dedica a la edición, corrección y redacción independiente. Fue becaria del Sistema de Apoyos a la Creación y a Proyectos Culturales (antes FONCA) en ensayo creativo en 2022 con un proyecto sobre el Oxxo. Sus ensayos pueden leerse en Tierra Adentro, la Revista de la Universidad de México y Este País.


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