A merced de los vientos. Los wayuu y los parques eólicos
Weildler Guerra Curvelo
Fotografía de Andrés Cardona
En busca de la puerta de entrada a las energías renovables, el gobierno colombiano pretende levantar dieciséis parques eólicos en el departamento indígena de La Guajira, Colombia. Un territorio cuyos habitantes, los wayuu, distinguen varios tipos de viento como parte de su cosmogonía. Estos proyectos han provocado un choque cultural, el encuentro de dos lenguajes que no logran aproximarse entre sí. Para ambas partes, los vientos tendrán que enunciarse desde otros saberes.
Un grupo de mujeres wayuu protege de la arena y los vientos, con un cercado de troncos, el fuego y los alimentos que allí se preparan. Los guisos de cabra y bebidas refrescantes de maíz, como la chicha, las tendrán ocupadas durante la mañana. Sus voces, que desde hace siglos habitan ese territorio, resuenan con la musicalidad de su lengua, el wayuunaiki. Los vientos peinan las copas de los árboles de trupillo y agitan las hojas de los arbustos más pequeños en los caminos guajiros. Las corrientes de aire y la intensa luminosidad solar son dos sensaciones que predominan en esta región semidesértica de la península de La Guajira, la zona más septentrional de Sudamérica. Esta mañana de marzo de 2022 en el vecindario indígena de Talouloma’ana (“tierra revuelta”), dirigentes de todo el territorio se reunirán para tratar temas apremiantes de su pueblo bajo el impulso de otro tipo de vientos: los de la incertidumbre.
Talouloma’ana alguna vez fue una zona rural, una ranchería; muy cerca del área urbana de Maicao, la segunda ciudad del departamento guajiro que se expande de forma incontenible hacia los asentamientos wayuu en su contorno, absorbiéndolos, transformándolos en áreas suburbanas. Por ello, las viviendas de Talouloma’ana son una mezcla de casas de ciudad y rancherías indígenas, con sus cocinas y enramadas tradicionales.
El pueblo wayuu está conformado por más de 380 000 miembros en la parte colombiana de la península y constituye la sociedad amerindia más numerosa entre las repúblicas de Colombia y Venezuela. Decenas de miles de hombres y mujeres indígenas viven del pastoreo de ganado, la pesca marítima, la extracción de sal, la pequeña agricultura, la recolección de frutos silvestres, la caza y la elaboración de artesanías, mientras que en las áreas urbanas y suburbanas adquieren gran significación el trabajo asalariado y el comercio. Dado que parte de La Guajira es semidesértica, el agua escasea y es un bien altamente valorado por los wayuu. Según la organización Dejusticia, la cobertura de agua potable en este territorio alcanzaba apenas 20% durante 2020, mientras que el porcentaje de menores fallecidos por causas asociadas a la desnutrición representó 23% de todos los casos registrados en Colombia.[1]
Esta mañana tímidamente nublada a los participantes indígenas les angustia, entre otros puntos de su agenda, la nueva oleada de proyectos de generación eléctrica que anuncia el gobierno colombiano para el aprovechamiento de los vientos; proyectos que ya iniciaron en zonas cercanas al Cabo de la Vela, un sitio afamado por sus playas vírgenes al sur del mar Caribe y donde hay lugares sagrados para los wayuu. Con la inauguración del parque Guajira I, en enero de 2022, el presidente de la república, Iván Duque, anunció la construcción de dieciséis centrales eólicas en los próximos tres años, que permitirán a Colombia generar hasta 2 800 megavatios en energías renovables.
Muchas comunidades wayuu han expresado su inconformidad porque no los incluyeron en las consultas previas ni les dieron información suficiente acerca de los proyectos que se levantarán en sus territorios y que incidirán en la calidad de sus vidas y en su bienestar. Adoptar fuentes de energía limpia no implica que este tipo de infraestructuras no vaya a tener impactos ambientales o sociales significativos en las zonas donde serán emplazadas. Y esta preocupación se manifiesta en interrogantes que resuenan entre sus habitantes: ¿Se están tomando medidas para preservar los sitios de importancia mitológica, que ellos consideran sagrados? ¿En dónde están los estudios sobre su impacto ambiental? ¿Cuáles son los componentes sociales de estos estudios? ¿En qué los benefician esos proyectos? Preguntas importantes de enunciarse, tratándose de pueblos indígenas con experiencias dolorosas en materia de proyectos de desarrollo; experiencias del pasado que muchos tienen presentes como cicatrices en el cuerpo y la memoria. Ellas también concurren esta mañana en que los asistentes se preguntan por el rumbo incierto que los vientos del presente y el futuro traerán para el territorio y quienes lo habitan.
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Uno de los participantes de la reunión es Guillermo Ojeda Jayaliyuu, secretario de la Junta Mayor de Palabreros. Los palabreros son especialistas en resolver las disputas interfamiliares indígenas con base en el uso eficaz de la palabra restauradora, que invita siempre a la paz. Guillermo, que también es un destacado artista plástico, viste usualmente una camisa roja. El rojo es símbolo de lo vital en el universo wayuu y es el mismo color que, según los relatos mitológicos, proviene de la sangre derramada por Wolunka, una mujer wayuu primigenia con una vagina dentada cuyos dientes fueron cercenados con un tiro de flecha. Su sangre bañó algunas aves, como los flamencos rosados y los rojos cardenales guajiros, que en sus plumas ostentan hoy dichos colores.
Al pie de un gran árbol de trupillo conversamos con Guillermo y le preguntamos del sentido de los vientos entre los wayuu. Nos habla de la necesidad de los espacios abiertos, como las enramadas, desde las cuales se ve el horizonte, que permite a los wayuu conectarse con el entorno. La palabra en que se fundamentan sus normas no se puede aplicar dentro de cuatro paredes, porque se requiere estar en contacto visual con los otros seres vivientes, como los árboles y los elementos físicos que configuran el territorio y el paisaje. Las palabras de Guillermo, basadas en la cosmología wayuu, parecen brotar desde uno de esos antiguos pozos que ellos excavan en la arena o en las rocas y a los que dan el sonoro nombre de “cacimbas”.
Guillermo dice: “Los vientos son entidades ancestrales tutelares en la cosmovisión wayuu. El viento, junto con el sol y el luna,[2] fueron los responsables de los elementos vivos que existen en el territorio. El viento mantiene su equilibrio”. Agrega que los vientos están presentes en los rituales sagrados como los de aspersión, que realizan las outsuü, las chamanas wayuu; en estos rituales soplan o insuflan el cuerpo humano con un licor tradicional o directamente en aquellos lugares donde se levantan viviendas nuevas o para curar el cuerpo. “Sabemos que él [el viento] tiene caminos en el territorio que es lo que las multinacionales han identificado para aprovechar al máximo su fuerza, su fortaleza. Ese camino que tiene se verá afectado y va a ocasionar un desequilibrio. El funcionamiento de los molinos va a dispersar y a trastornar el camino del viento; esto puede ocasionar un desequilibrio en los lugares donde se da el nacimiento de las plantas medicinales. Eso es lo que nosotros respetamos”.
Las palabras de Guillermo evocan antiguas narraciones indígenas que describen amores entre vientos ambiguos y cerros tutelares, como aquella que habla del encuentro entre Jepirachi, la mujer viento, y el cerro Kamaichi, el Antiguo, situado en el Cabo de la Vela. Cuando ambos se conocen, Kamaichi le pregunta si ella vive allí. Jepirachi le aclara que no, pero que pasa continuamente por allí pues es su camino. Los vientos son seres ambiguos y móviles que no residen en lugares concretos.
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Enrique Cohen Hernández ha llegado desde la Alta Guajira, su territorio de origen en las costeras tierras de Taroa. Él es un hombre mayor que expresa su tristeza y congoja acerca de la llegada de los proyectos eólicos. Recuerda que la península es una zona de vulnerabilidad hídrica. A Enrique le preocupa la pérdida de cobertura vegetal al emplazar la base que sostienen cada uno de los centenares de aerogeneradores de los dieciséis parques eólicos, lo que ocasionará un desplazamiento masivo de los wayuu, pues sus animales ya no tendrán dónde pastar. Ellos son un pueblo de pastores con miles de cabezas de ganado caprino y ovino, principalmente, además de vacuno y equino, por lo que esto conllevará un deterioro de su actividad económica más significativa.
“El viento es vida. Es el que nos baña los pulmones y también la espiritualidad y el sentimiento. Hay parques eólicos o hay vida, pero las dos cosas no son compatibles. Vivimos porque el viento está con nosotros. Esta tierra no es de Colombia, no es de Venezuela, es de los wayuu. Sería el error más grande si insisten en instalar parques eólicos en lugares sagrados. Nos faltarían al respeto. Es como si hiciéramos un parque en el Vaticano”, dice.
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En julio de 2021, al desembarcar las aspas que se destinarían al parque Guajira I, el presidente señaló que la península se convertía así en “la puerta de entrada de las energías renovables” en Colombia. “Nosotros pasaremos como los líderes de América Latina en la transición energética”, dijo. Al igual que otros países, Colombia se ha propuesto emprender un proceso de sustitución gradual de los combustibles fósiles por fuentes de energía más limpia, como la eólica, la solar y la geotérmica. Entre las empresas dueñas de estos proyectos se encuentran la italiana Enel Green Power, la norteamericana AES Corporation, las colombianas Isagen, Empresas Públicas de Medellín y Begonia Power (una asociación colombiano-austriaca) y la filial local de la alemana Sowitec.[3] Pero no parece existir un conjunto de reglas de juego compartidas que permitan convocar a todas las partes para que se dé un diálogo horizontal ente la población wayuu, los agentes del gobierno y las empresas. El escenario parece una extensa Babel en la que cada proyecto traza sus propias rutas, con una lógica casuística, para llegar a acuerdos heterogéneos con las comunidades.
La experiencia alcanzada en diversos proyectos eólicos en el mundo ha permitido a instituciones como el Banco Mundial identificar el impacto sobre aves y pequeños mamíferos, como los murciélagos, que podrían colisionar con estos aerogeneradores, así como el incremento de niveles sonoros por el movimiento de las turbinas. Además, advierte sobre la pérdida de hábitats, pues para establecer instalaciones de energía eólica se debe “limpiar” la cobertura vegetal, en ocasiones, con importantes riesgos para la biodiversidad.[4] Otros efectos pueden ser de carácter visual, como el llamado shadow flicker o sombra titilante: un parpadeo molesto que causan las palas del rotor cuando cortan la luz solar de manera intermitente.
Un elemento crucial es la ruptura con las estructuras narrativas de estos territorios donde se emplazarán las gigantescas torres, que pueden requerir cientos de hectáreas, territorios que poseen un sentido para quienes los habitan. Los sitios de importancia mitológica, como algunos cerros, rocas o fuentes de agua, son un símbolo dentro del sistema de comunicación de los wayuu. Es aquí en donde surgen las interrogantes sobre los efectos de supresión o interferencia que tendrán estas enormes modificaciones físicas sobre la inteligibilidad del territorio y el paisaje.
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Mientras la mañana transcurre y llegan desde comarcas lejanas los participantes a la junta de Talouloma’an, conversamos con Álvaro Iguarán Uliana, de setenta años, un dirigente wayuu curtido en la actividad comercial. Su experiencia en el régimen aduanero lo ha llevado a participar en múltiples mesas de negociación con distintos gobiernos nacionales. Él considera que los pactos entre los agentes de las centrales eólicas y las familias wayuu son en extremo desiguales; dice que el poder del dinero de las multinacionales, unido al poder coercitivo del gobierno, conducirá a la pérdida del territorio indígena. “Se negocia en condiciones inequitativas —afirma—. Ellos llegan con equipos de especialistas y profesionales. Los wayuu negocian sin el menor asesoramiento. Las empresas establecen unilateralmente las condiciones de participación accionaria y la cifra de las utilidades. Las afectaciones son inmensas y no son compensadas. No existe un modelo que diga ‘sí’ a tumbar un trupillo, un árbol medicinal y que sirve también de alimento a los animales, y cómo van a compensarlo. No han dimensionado la pérdida de los pastos naturales ni tampoco las afectaciones espirituales, como el extravío de los espíritus de los muertos”.
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Cerca del mediodía el viento lleva el humo hostigante de las cocinas hasta nosotros. Esto nos lleva a movernos cerca de una escuela para dialogar con Andrónico Urbay Iipuana, un miembro destacado de la Junta Mayor de Palabreros. Un pütchipü’ü, es decir, un hombre que tiene por oficio la palabra restauradora de las relaciones humanas.
Andrónico es un hombre de mediana edad que porta un sombrero tradicional. Su voz y sus movimientos reflejan una profunda energía nacida de una arraigada convicción en la vigencia del sistema normativo tradicional. Él es el encargado de las relaciones entre la jurisdicción especial wayuu y los órganos de la justicia ordinaria colombiana. A su juicio, la llegada de las multinacionales a La Guajira constituye un daño integral para su pueblo. “Hasta el nombre de parques eólicos es engañoso. Cualquiera que escuche que se levantarán 65 parques eólicos pensará que nos van a construir 65 espacios de diversión. Estos complejos van a abarcar muchos territorios y se va a confinar a los wayuu. Ha habido muchos engaños. Las consultas han sido desiguales. Esto traerá desplazamientos. Ningún wayuu puede vivir sin territorio, pues sería un wayuu ciego, un invidente. Éste es un daño enorme contra el sistema normativo wayuu, porque atenta contra cinco manifestaciones protegidas:[5] la lengua materna, el territorio, la organización social, la economía y la espiritualidad”.
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En opinión de la mayoría de los dirigentes indígenas entrevistados para esta nota, algunas familias están negociando desde el hambre. Reciben de las empresas unas pocas provisiones: animales, maíz y, en general, una contribución propia de los gastos de un funeral. Es una negociación desigual. No se aplica allí la política del valor compartido, que busca beneficios para la organización y también para la sociedad circundante, sino la del regalo misericordioso. Un agente de una empresa afirmaba con descaro que los indígenas no podían ser sus socios porque no entendían de pérdidas ni de utilidades. Es probable que los malos acuerdos incuben tensiones sociales que estallarán en el futuro.
En julio de 2021 los medios de comunicación regiona les informaron que varias autoridades tradicionales, en representación de sus comunidades, habían bloqueado la vía entre el casco urbano del municipio de Uribia y el corregimiento de Wüimpeeshi, para exigir respeto a sus derechos fundamentales al consentimiento previo, libre e informado, al territorio y al medio ambiente.[6] Voceros gubernamentales anunciaron en diciembre de ese mismo año el envío de un batallón especial del ejército colombiano que, citando sus propias palabras, “tendrá la misión de salvaguardar la inversión de los conglomerados económicos extranjeros que han confiado en sembrar recursos en este país”. Si bien queda claro que la inversión extranjera está oficialmente protegida por el Estado, cabe preguntarse: ¿quién protege entonces los derechos de las comunidades indígenas?
Para Andrónico Urbay Iipuana, esto es una violación a la autonomía wayuu y al ordenamiento público, y resalta la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, de 2007, que en su artículo 30 establece: “No se desarrollarán actividades militares en las tierras o territorios de los pueblos indígenas, a menos que lo justifique una razón de interés público pertinente o que se haya acordado libremente con los pueblos indígenas interesados o que éstos lo hayan solicitado”.[7]
Será conveniente precisar que el proceso de transición energética no se desarrolla en un baldío nacional. Tiene como escenario las tierras del Resguardo Indígena Wayuu de la Alta y Media Guajira, uno de los más grandes de Colombia, con más de 1 071 000 hectáreas, y que se encuentra protegido por la Constitución de 1991, cuyo artículo 329 establece que los resguardos son de propiedad colectiva y no enajenables.
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El día avanza en Talouloma’ana y las nubes que habían predominado en el cielo al iniciar la mañana se han marchado. Un sol canicular cae sobre el territorio. Los participantes que han llegado a la reunión están sentados bajo el techo protector de una fresca enramada indígena en la que se reparten bebidas de maíz para calmar la sed al tiempo que los dirigentes van alternando en el uso de la palabra.
Jazmín Romero Epiayu viene de los resguardos del sur. Ella es una figura destacada de la organización Fuerza de Mujeres Wayuu, una joven y vehemente líder en temas ambientales así como en el campo de los derechos de la mujer. En su trabajo como activista y feminista wayuu no sólo ha mirado la presencia de las empresas de energía eólica sino la actividad de otras empresas de carácter extractivo. Además de su inmenso potencial como fuente de energía eólica y fotovoltaica, debido a su luminosidad solar, el territorio guajiro alberga valiosos recursos naturales como el carbón y el gas natural, cuya extracción ha sido adjudicada a grandes empresas multinacionales. La experiencia de los habitantes wayuu con estos proyectos ha sido, en diversas ocasiones, traumática por las pérdidas de territorios, la desviación de fuentes de agua, muertes por accidentes en las vías ferroviarias, la emisión de ruido, la contaminación por el paso del tren y la dispersión de polvillo de carbón, que en conjunto conllevan un sentimiento de pérdida del control de sus propias tierras.
La voz de Jazmín y sus juicios son claros y firmes: “La presencia de más megaproyectos en el territorio agrava el problema que se ha tenido a lo largo de una historia que no se ha podido sanar ni remediar desde la política ni desde el interior de nuestra cultura. Lo que vemos es un alto riesgo de deterioro del territorio. Hay una desarmonización al interior generado por presencias externas que lo que hacen es fraccionar la cultura y fraccionar algo fundamental como es la espiritualidad wayuu”.
Al preguntarle cómo ve este proceso desde su perspectiva como mujer indígena, Jazmín responde: “Hay que hablar desde un principio, el de la Madre Tierra, cuyos órganos son esos recursos, como el gas y el carbón, que se han venido saqueando sin consultarle […]. Estas actividades vulneran el cuerpo de la mujer. Nadie le ha preguntado a la Tierra qué significan para ella el carbón, el petróleo, el gas”.
En el pensamiento wayuu, al que ella se refiere, Joutai (el viento) es un ser que no puede ser visto pero que representa la respiración, la vida, lo fresco, la paz y la tranquilidad. Jazmín piensa que los extraños “vienen por la riqueza o por el poder de Joutai o por lo que él nos provee, que es la vida misma. ¿A dónde irán las aves del viento que se orientan por él? ¿Podemos volver a caer en el error de no preguntarle a Joutai cómo está? Y no lo hemos convocado para decirle que hay un riesgo y que nos dé luces. Existe una relación entre el viento y el sueño wayuu. ¿Qué nos dice hoy Joutai?, ¿qué mensaje nos trae a través del sueño?, ¿cómo Joutai empieza a hacer su trabajo sobre el sueño?, ¿cómo se construye el hilo del sueño wayuu que luego debe ser interpretado al lado del fuego? Quizás los wayuu, al estar desconectados y adoptar la óptica de Occidente, hemos sido cómplices de toda esta situación”.
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En la cosmología wayuu los vientos son seres plurales y tienen temperamentos distintos. Son elementos del mundo físico que se incluyen entre los seres que moldean el universo en los relatos míticos. Seres como los vientos no son solamente figuras míticas, sino que se encuentran presentes como fenómenos en la vida cotidiana. Por ello, el viento también se concibe como un hálito vital que puede insuflarse en los órganos del cuerpo, a través de los rituales de aspersión. Algunos benéficos y amorosos, como Jepirachi, viento suave del nordeste; otros, asociados al hambre y la sequía, como Joutai, viento del este; otros más, Jepiralujutu, son embaucadores; están también Tepichijua, el pequeño remolino, Chipuutna, el viento fuerte caliente, Wa’ale, el despiadado que sopla ráfagas y, por último, Wawai, el huracán que lo destruye todo. Otros, como el viento refrescante del nordeste, son protectores; están los vientos falsos y embaucadores como Jepiralujutu, que simula ser Jepirachi para atraer a los pescadores wayuu en sus pequeñas embarcaciones de vela y dejarlos abandonados en altamar.[8] Al final, cabe preguntarse ¿según cuál perfil de estos vientos se recordará a las empresas generadoras?, ¿qué viento utilizarán?
Al igual que los vientos, las empresas son diversas. De acuerdo con la abogada wayuu Griselda Polanco, “algunas empresas respetan las consultas previas y el diálogo con nuestros ancianos de las tierras ancestrales; pero hay otras que desconocen totalmente ese principio y respeto hacia nuestros abuelos y tíos. Yo pensaría que son pocas las que están dándole cumplimiento a la consulta previa. Esto ha llevado a que se formen guerras entre familias wayuu. No hay una presencia del gobierno que garantice sus derechos y eso es lo que hoy en día aprovechan las empresas. Llegan equivocadamente buscando a los que han salido a estudiar y desconocen y atropellan los derechos de los ancianos, y por ese desconocimiento empiezan las diferencias entre habitantes del mismo territorio”.[9]
El flamante parque eólico Guajira I fue inaugurado con la presencia de la cúpula del gobierno nacional. Esta central eólica tiene una capacidad instalada de veinte megavatios y cuenta con diez aerogeneradores, distribuidos a lo largo de 5.5 hectáreas. Se encuentra dentro del Resguardo Indígena Wayuu de la Alta y Media Guajira y no muy lejos del Cabo de la Vela.10[10] Varias horas antes de su inauguración algunos grupos familiares bloquearon las vías de acceso para exigir que sus derechos territoriales fuesen reconocidos por parte de los agentes de ese proyecto.
“La Guajira es uno de los sitios con mejores recursos en todo el mundo y es una mejor manera de generar valor para todos nosotros”, dijo a la prensa Camilo Marulanda, gerente de Isagen, firma constructora de Guajira I. Por su parte, el ministro de Minas y Energía de Colombia, Diego Mesa, declaró a la península como “el epicentro de la transición energética en Colombia, pues el departamento cuenta con un régimen de vientos de clase mundial”. El viceministro de Energía Miguel Lotero anunció con entusiasmo que en la subasta de 2019 se adjudicó la construcción de dieciséis parques por diez billones de pesos en el territorio guajiro, que generarán once mil empleos. Sin embargo, César Arizmendi, un experimentado economista guajiro, ofrece una mirada distinta: piensa que este tipo de empleos tiene un marcado carácter transitorio durante la fase de construcción; una vez instalados los aerogeneradores, éstos podrán monitorearse a kilómetros y la demanda laboral será mínima.
Uno de los representantes indígenas de los territorios donde se levantó esta central eólica es José Luis Iguarán. Él ha declarado su satisfacción con el acuerdo alcanzado con Isagen. El proceso de consulta comenzó en 2009 y desde entonces ambos han mantenido una constante interlocución. La clave está, dice, en la forma de acercamiento de las empresas a los territorios y la identificación de quienes tienen derechos sobre las áreas en donde los proyectos se desarrollarán. Algo fundamental desde su experiencia fue la realización de un diálogo genuino, directo, sin intermediación entre las empresas y los grupos familiares indígenas. Entre los beneficios obtenidos con Isagen, enumera tres: “un porcentaje de la venta de certificados de carbono, un 0.5% derivado de la generación eléctrica y, también, compensaciones recibidas por el uso y goce del territorio. Si nosotros nos ponemos a ver, sí tenemos un recurso suficiente para que la economía en nuestra comunidad la podamos mover y tener una mejor calidad de vida”, dice. Al preguntársele sobre los conflictos existentes alrededor de los proyectos eólicos, piensa que éstos se originan en “que no se habla con los dueños ancestrales del territorio, sino con quienes habitan allí, que pueden ser los hijos o achon,11[11] y de allí se derivan conflictos. La verdad es que nosotros, entre estudios, preconsulta y consulta, llevamos unos quince años de diálogo. Hoy las empresas quieren hacer en un año todo ese proceso”.
A medida que la reunión avanza en la Junta Mayor de Palabreros y se escuchan voces de inconformidad entre los dirigentes indígenas acerca del rumbo que toman estos proyectos de utilización de la energía eólica, pienso que el país podría aprovechar mejor sus experiencias pasadas. El primero que se construyó en Colombia fue el parque eólico Jepirachi en 2004, también en La Guajira. El proceso de consulta inició en 1999 y se realizó durante un período de tres años. Finalizó en junio de 2002. Se buscó que la comunidad participara en el Estudio de Impacto Ambiental y en la formulación del Plan de Manejo Ambiental. Para entonces, se adoptó un reglamento de convivencia intercultural. La integración del proyecto con los grupos wayuu no estuvo exenta de tensiones, prolongadas tomas del parque, arduas negociaciones que dejaron un inestimable aprendizaje para el país y para los wayuu sobre los desaciertos y aciertos.
Ahora, ante el manto de silencio que cubre el desarrollo de las consultas previas y la ausencia de información para los wayuu acerca de los impactos ambientales y sociales en su territorio, se tiene la impresión de que el país ha retrocedido.
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Cae la tarde en Talouloma’ana mientras la agenda del día llega a su fin. Las intervenciones se extenderán hasta el día siguiente con nuevas delegaciones. Así que encuentro el momento para conversar con Miguel Ángel López Hernández, reconocido escritor y gestor cultural wayuu. Para el también poeta, el arribo de decenas de parques eólicos “no representa nada nuevo en el marco de lo que han sido las relaciones entre el Estado colombiano y el pueblo wayuu. A pesar de que existe un marco constitucional de respeto al territorio y a la autonomía, en la práctica, esto no se concreta. Debemos darle una vuelta a las ‘consultas previas’ que son simples rondas de información. El Estado actúa unilateralmente y ello configura una especie de in-
terculturalidad dolorosa. Hay que identificar las grietas y marchar hacia una diversidad amortiguada en el respeto”.
Miguel Ángel piensa que el objetivo de estos proyectos sigue siendo “la mera ganancia monetaria para los dueños del capital, en la que los residuos son entregados gota a gota a la población indígena mayoritaria, que es también la pobladora fundacional del territorio que recibe las mínimas partes en una relación de desigualdad”. Al dialogar sobre las diferentes concepciones del viento que tienen las empresas y los wayuu, nos da un poco de luces: “El proyecto podría ser una coyuntura en la que dos lenguajes pudiesen aproximarse, para que el conocimiento científico sobre los vientos pudiese ser reinterpretado desde otros saberes. Si esto nos pudiese llevar a un delta de otras aguas lo podríamos aceptar de una manera distinta, si eso nos permitiese entendernos mejor”.
Es hora de retornar a Riohacha. Las palabras recogidas dejan un mensaje: los vientos de los que hablan los wayuu y los que mueven las inversiones de las empresas y las políticas del gobierno no parecen tener nada en común. No se trata de simples desacuerdos sobre compensaciones económicas: lo que se vive son conflictos ontológicos, diferencias acerca de lo que existe. Nociones distintas sobre el tiempo, los vientos, las plantas, los animales, el paisaje y los derechos de los seres que los habitan. Nuevos diálogos tendrán que surgir en torno al rostro colectivo de la madre antigua, la Tierra. Los wayuu siempre tendrán un lugar abierto y un momento, dice el poeta, para escuchar al otro, porque es uno de sus rasgos como pueblo: “respirar y transpirar desde las raíces pero, al mismo tiempo, suspirar con la apertura de las alas para un nuevo vuelo”.
Este reportaje se realizó con el apoyo
de la Fundación W. K. Kellogg.
[1] Ana Carolina Torres Bastidas y Julián Gutiérrez, “Hambre en La Guajira, una deuda que no se salda”, Dejusticia, marzo 28 de 2022. https://www.dejusticia.org/column/hambre-en-la-guajira-una-deuda-que-no-se-salda/.
[2] La luna, Kashi, es un ser masculino en la cosmología wayuu.
[3] Ver Camilo González Posso, “El viento del este llega con otras revoluciones”, Indepaz, 29 de octubre de 2018. https://indepaz.org.co/el-viento-del-este-llega-con-otras-revoluciones/.
[4] George C. Ledec, Kennan W. Rapp, et al. (eds.), Greening the wind: environmental and social considerations for wind power development. Banco Mundial, 2011. https://elibrary.worldbank.org/doi/abs/10.1596/978-0-8213-8926-3.
[5] El sistema normativo wayuu fue incluido en 2010 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.
[6] Sandra Guerrero, “Autoridades wayuu bloquean vía en la Alta Guajira” en El Heraldo de Barranquilla, Colombia, 27 de julio de 2021. https://www.elheraldo.co/la-guajira/autoridades-wayuu-bloquean-en-la-alta-guajira-836948.
[7] Clare Charters y Rodolfo Stavenhagen (eds.), El desafío de la declaración: historia y futuro de la declaración de la ONU sobre pueblos indígenas. IWGIA, 2009.
[8] Al respecto, ver Weildler Antonio Guerra Curvelo, Ontología wayuu: categorización, identificación y relaciones de los seres en la sociedad indígena de la península de La Guajira, Colombia. Colombia: Uniandes, 2019.
[9] En agosto de 2020 la Procuraduría General de la Nación solicitó al Ministerio de Minas y Energía y a la Upme suspender la ejecución del proyecto Línea de Transmisión Asociada a la Conexión Cuestecitas-Colectora 1 a 500 kV, en La Guajira, por considerar que se vulneraron los derechos de las comunidades wayuu y tribales que se encuentran dentro del área de influencia de los proyectos. Laura Vita Mesa, “Procuraduría pide suspender proyecto eólico en La Guajira por no involucrar a comunidades wayuu” en Asuntos Legales, Colombia, 13 de agosto de 2020. https://www.asuntoslegales.com.co/actualidad/suspenden-proyecto-eolico-en-la-guajira-por-no-involucrar-debidamente-a-comunidades-wayuu.
[10] Los resguardos son territorios de propiedad colectiva de los indígenas y tienen el carácter de inalienables, imprescriptibles e inembargables.
[11] Los achon son los hijos descendientes de varones que pueden residir en el territorio, pero no deben decidir sobre éste.
Weildler Guerra Curvelo. (Riohacha, Colombia, 1960). Doctor en Antropología por la Universidad de los Andes. Exdirector del Observatorio del Caribe Colombiano. Premio Nacional de Cultura en la disciplina de Antropología. Miembro de la Misión Internacional de Sabios 2019 y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Se desempeña actualmente como profesor en la Universidad del Norte en Barranquilla, Colombia.
Andrés Cardona. Fotógrafo documental y fotoperiodista colombiano. Su trabajo ha sido publicado en The New York Times Lens Blog, The Washington Post, Bloomberg y El País. Documenta el conflicto armado, el medio ambiente, los derechos humanos y las comunidades indígenas. Fue seleccionado por el Programa de Talentos Globales 6×6 de World Press Photo en 2019; ganador de la Beca W. Eugene Smith 2020; destinatario de la Beca de Emergencia del Fondo de National Geographic para Periodistas 2020; del Fondo de Nuevas Narrativas sobre Drogas de la Fundación Gabo y la Fundación Open Society; y de la Beca del Fondo de Periodismo de la Selva Tropical del Centro Pulitzer.
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