Damián Ortega: Cómo desarmar el mundo

Damián Ortega: Cómo desarmar el mundo

“Las buenas piezas te permiten entender de otra manera lo que ya existe —dice Damián Ortega en su estudio de Tlalpan—. Me interesa la no-intervención; no puedes forzar a que las cosas hagan lo que no quieren hacer”. La frase suena extraña en un goloso de los materiales que ha trabajado con yemas de huevo, […]

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Módulo de construcción con tortillas, 1998.

Módulo de construcción con tortillas, 1998.

“Las buenas piezas te permiten entender de otra manera lo que ya existe —dice Damián Ortega en su estudio de Tlalpan—. Me interesa la no-intervención; no puedes forzar a que las cosas hagan lo que no quieren hacer”. La frase suena extraña en un goloso de los materiales que ha trabajado con yemas de huevo, rollos de cobre y 
juguetes chinos. Ortega no deja en paz ningún objeto. Si le muestras una pelota de golf, quiere saber qué tiene adentro. Pero no altera las cosas en forma definitiva. Lo que toca puede ser rearmado.

Cosmic Thing, la más célebre de sus piezas, es un Volkswagen que cuelga desarmado del techo: “Lo que más me gusta es que lo puedes volver a armar y llevártelo a tu casa”, comenta. Esta hipótesis es irrealizable porque la obra pertenece al museo de Los Ángeles, pero expresa la obsesión de hacer un arte provisional, reversible, que no cambie la naturaleza de las cosas.

Ortega habla con suavidad, mira el piso como si ahí pudiera encontrar alguna idea; luego sonríe en diagonal, convencido de que toda argumentación tiene algo de travesura y es otra forma de desordenar el mundo. Cuando una persona pasa frente a una puerta abierta, no resiste la tentación de asomarse. Él hace lo mismo, pero no necesita que la puerta esté abierta. Desde niño, le interesa conocer todo por dentro. Una licuadora es para él algo que puede desarmarse. Lo decisivo es que las partes puedan volver a armarse.

Gabriel Orozco le compró una pieza que expresa el gusto por entender el idioma como algo flexible, donde el sentido depende del orden o el desorden. Se trata de dieciocho letras de cemento que forman la frase “Conjunto habitacional”. “Quería mostrar que el lenguaje es una casa que puede cambiar de aspecto —dice Ortega—. Si desordenas las letras, creas un galimatías”.

Toda escritura contiene la posibilidad del caos y el sinsentido. Para el artista, que actualmente prepara una exposición en la casa de Sigmund Freud en Londres, la razón es una sintaxis. El inconsciente y la locura alteran esa sintaxis. De manera elocuente, en su casa de San Ángel, Orozco ha colocado la pieza de su amigo en significativo desorden: las letras no forman la frase “Conjunto habitacional” sino un acertijo que espera ser reordenado. La realidad es para Ortega un anagrama, una palabra que cambia de sentido cuando sus letras se reacomodan.

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