Después de Maciel
Guillermo Sánchez Cervantes
Fotografía de Felipe Luna Espinosa
No ha sido fácil para los Legionarios de Cristo moverse «hacia delante», como ellos pretenden, después de haber estado en «cuidados intensivos». ¿Cómo se sobrevive a acusaciones tan severas como las de pederastia, que la organización aceptó con reservas?
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La sonrisa de Benjamín Clariond lo hace parecer modelo o publicista. Trae un traje negro cruzado, el clériman que le sujeta el cuello y unos zapatos impecables.
—Padre, ¡está como para el calendario del Vaticano! —dice su equipo de comunicación, mientras posa para la cámara, una tarde de abril de dos mil catorce. Sonríe tanto que el fotógrafo le pide que mejor no lo haga, que se ponga serio.
El padre Benjamín Clariond, de cuarenta y un años, entrega su smartphone —desde donde revisa su cuenta de Twitter (@padrebenjaminlc), que tiene dos mil cuarenta y siete seguidores— a una de sus publirrelacionistas. Hace unos días llegó a la ciudad de México, de Roma, porque viene a la «Megamisión» de Semana Santa que organizan los Legionarios de Cristo, una suerte de cruzada religiosa donde los chicos de las clases media y alta mexicanas salen a evangelizar comunidades de pobreza extrema en el país, y usan el hashtag #soymisionero.
Clariond, que proviene de una insigne familia regiomontana de políticos y empresarios, ocupa el cargo de vocero internacional de los Legionarios de Cristo, la congregación católica fracturada por los escándalos de pederastia del fundador Marcial Maciel, quien fue investigado por el Vaticano y desterrado de su congregación en 2006 por un benevolente papa Benedicto XVI, que lo invitó a «una vida de penitencia y oración». Maciel falleció el 30 de enero de 2008, y a su muerte, según reportó la periodista Idoia Sota en el suplemento español Crónica, dejó un «imperio calculado en unos veinte mil quinientos millones de euros».
CONTINUAR LEYENDODurante los últimos tres años, el Vaticano intervino a los Legionarios de Cristo, por una comisión a cargo del Delegado Pontificio, el italiano Valesio de Paolis. Se llevó a cabo una auditoría que terminó con un Capítulo General en febrero de dos mil catorce —la asamblea más importante de una congregación—, donde se eligieron nuevos estatutos en espera de ser aprobados por el papa Francisco, así como un nuevo gobierno a cargo del mexicano Eduardo Robles Gil.
—La gente cree que no podemos cambiar, que es sólo un manejo, maquillaje. Que nos den la oportunidad, busquemos ir a los hechos, no a los mitos. No somos perfectos. Nos vamos a seguir equivocando, pero queremos hacer las cosas bien. Estuvimos los tres últimos años en una unidad de Cuidados Intensivos. Y ahora la Santa Sede nos ha sacado del hospital, aunque todavía no estamos listos para subir al Everest —dice Clariond y sonríe.
Recorre los pasillos de la Dirección Territorial de México, en el barrio residencial Lomas Anáhuac. Es una propiedad con un edificio horizontal de tres pisos, amplios jardines con palmeras y una cochera con vehículos y camionetas lujosas. Por dentro hay pisos de mármol, puertas y muros de madera, una Biblia abierta en el hall y ningún retrato de Marcial Maciel por donde se mire. Allí, uno se topa con religiosos, todos altos y bien parecidos, que lo saludan a uno sonriendo: algunos van de negro; otros llevan guayabera blanca por el calor. Según la doctrina de los legionarios, su rostro no les pertenece, por eso siempre deben mostrarlo afable, sonriente. Benjamín Clariond dice que hoy los Legionarios de Cristo están desmantelando el sistema de poder centralizado, aquel que permitió los excesos del fundador Marcial Maciel: como el no criticar a un superior, la obediencia perfecta, y los ascensos y promociones con base en complicidades.
—Las piezas se han ido moviendo y están más acordes a la práctica de la Iglesia actual. Por eso hemos redefinido y entendido mejor nuestro carisma: hacer presente la vida de Cristo, cuando sale a anunciar e invita a todos a unirse al reino de Dios. Hacemos colegios para educar y para que tengas la oportunidad de encontrarte con Cristo y no seas indiferente al mundo. Pero nuestro carisma va más allá. Tendría que darte una clase de Teología. Por ejemplo, las monjas de la madre Teresa no sólo ven por los pobres de entre los pobres, sino que pasan además tres horas en adoración frente al Santísimo, y no tienen espejos. ¡Imagínate el grado de sacrificio para una mujer! Aisha, ¡aquí nos puedes ayudar! —voltea a ver a su publirrelacionista, riendo.
Pero a pesar de todos los cambios, la credibilidad de la congregación sigue siendo cuestionada. «Los Legionarios se fueron a la derrota. Marcial Maciel no sólo fue derrotado, sino aniquilado, está en el peor de los infiernos posibles en términos de reputación e imagen. Esa derrota fue cataclísmica porque arrastró a toda la Legión con él. Qué pasará con una organización creada a la imagen y semejanza de este personaje lo sabremos en cinco, diez o quince años», dijo a Gatopardo el periodista Ciro Gómez Leyva.
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—No somos ángeles, somos hombres y con defectos. Partimos de la idea de que el Fundador era un hombre honesto; un sacerdote especial. En ningún momento pretendimos encubrir a nadie. No lo sabía, no lo sabíamos —dice el padre Rafael Jácome, que evita pronunciar el nombre de Marcial Maciel.
Es el mismo sacerdote de unos cincuenta y pocos años que acaba de entrar corriendo con su portafolio al Centro Sacerdotal Logos y dejó mal estacionado su Volkswagen Gol afuera de esta casa en la colonia Lomas de Chapultepec. Muy temprano tuvo que hacer una videoconferencia, dijo la secretaria que aguardaba afuera de su oficina, un espacio austero, con unos cuantos muebles, una grandísima imagen de la Virgen de Guadalupe, y los títulos del sacerdote colgados en la pared: licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia Gregoriana y máster en Teología Dogmática por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Aquí Jácome colabora en la formación de sacerdotes diocesanos, edita la revista Sacerdos para religiosos, imparte cursos y diplomados en teología y hasta de exorcismo.
— ¡Y en mis tiempos libres predico a religiosas! —suelta la carcajada, mientras conecta la BlackBerry a una laptop que tiene sobre su escritorio, además de una PC.
El padre Rafael Jácome es originario de Veracruz. Es el mismo sacerdote que le aseguró al periodista Emiliano Ruiz Parra, en 2005, que «por el padre Maciel metería las dos manos al fuego», mientras era portavoz de la congregación. Cuando le preguntó qué podrían estar buscando ex legionarios como José Barba, que declaraban que habían sido abusados sexualmente por el fundador cuando ellos eran seminaristas menores de edad —entre las décadas de los cuarenta y sesenta—, éste respondió entonces haciendo un signo de pesos con la mano. La legión pensaba que todo se trataba de un complot; que eran víctimas de algunos detractores de la obra evangélica de Maciel. Él era un santo. Hoy, que las acusaciones han demostrado ser verdaderas, Jácome podría tener las manos más que quemadas.
—Lo que hemos estado viviendo lo podríamos explicar como cuando descubres que tu padre biológico te traiciona, que era un sinvergüenza y un mentiroso, que tenía una doble personalidad, una vida totalmente silenciosa, loca. Y surge en tu interior rabia. Cada uno hemos vivido el duelo de maneras diversas. Es como si te hubieran partido el corazón en dos.
Jácome fue uno de los sesenta y un sacerdotes capitulares que se reunieron en el auditorio de la sede de los Legionarios que está sobre Via Aurelia, en Roma. Un Capítulo General que duró entre enero y febrero de dos mil catorce; tiempo en el que, ante la gran incertidumbre, publicaron su Mea Culpa en la que admitieron su incapacidad inicial para creer en las víctimas de Maciel, se lamentaban por el silencio institucional, los titubeos y los errores de juicio. «Queremos expresar nuestro hondo pesar por el abuso de seminaristas menores de edad, los actos inmorales con hombres y mujeres adultos, el uso arbitrario de su autoridad y de bienes, el consumo desmesurado de medicamentos adictivos y el haber presentado como propios escritos publicados por terceros», dicta el comunicado del 7 de febrero de dos mil catorce.
Esta última asamblea es un hito en la historia de la congregación; sesionó de lunes a sábado durante dos meses, y como en cualquier congreso, tuvieron votación electrónica con la que resolvieron discrepancias, los «reformistas» a favor de una refundación contra los conservadores «macielistas». El resultado fue la elección de Eduardo Robles Gil, de sesenta y dos años, como el nuevo director general; un sacerdote de bajo perfil que ya había tenido cargos directivos en México, desde la dirección de colegios hasta administraciones territoriales. «El macielismo ha terminado», publicó la revista Proceso el mismo febrero.
—Vamos a hablar con claridad: la Iglesia pudo habernos suprimido. Cuando Benedicto XVI recibió los informes de los cinco Visitadores Apostólicos en 2009, pudo habernos cerrado el changarro y cada quien para su casa. Pero él vio que tenemos sacerdocios, jóvenes laicos haciendo cosas buenas, los colegios Mano Amiga (escuelas de promoción social), la fidelidad al Papa, la evangelización en zonas pobres, o la educación que hemos realizado en los colegios. El Papa nos dio un voto de confianza. Vio que había cosas qué purificar. Las congregaciones tienen ciclos de vida, como cualquier empresa, si me permites esta comparación—dice al reportero—. Si una empresa no se renueva, no se está mirando al futuro y termina por morir de alienación. No se podía llegar y hacer un borrón de cero, no podíamos cambiar de nombre, no. Sería la muerte para una empresa.
«Los Legionarios han utilizado a Marcial Maciel como su chivo expiatorio, este ritual de sacrificar a un personaje por el bien de la comunidad—apunta desde la crítica, en entrevista el sociólogo Bernardo Barranco—. El Vaticano utiliza esta línea de menor resistencia, el argumento barato para señalar que Maciel era el único causante de sus males, que era un perverso y los Legionarios sus víctimas. Es una congregación boyante, el ‘macielismo económico’, la gallina de los huevos de oro que el Vaticano no se atrevió a sacrificar. Porque hubiera significado nulificar ese poderío, rendimientos tan grandes como los de las empresas más grandes de México».
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En medio de la discusión sobre la renovación de los Legionarios de Cristo, llega a las salas de cine una película mexicana que trae de vuelta el «caso Marcial Maciel» —y que se antoja polémica— protagonizada por Juan Manuel Bernal.
Obediencia perfecta es la ópera prima de Luis Urquiza, basada en un relato de Ernesto Alcocer, «El tercer grado de obediencia perfecta», que se publicó en 2007 dentro de la colección de cuentos Perversidad. El título del texto viene inspirado en el «voto secreto» que tenían los Legionarios, aquel de no criticar a ningún superior y obedecer según la «voluntad de Dios», hoy borrado del mapa después de la intervención papal. El texto contaba la historia de un clérigo que abusaba de menores de edad, los seminaristas que tenía bajo su custodia de su congregación. Este relato se basó en las notas de prensa que se publicaban a finales de los años noventa, cuando explotó el escándalo de pederastia dentro de los Legionarios de Cristo, y en confesiones y declaraciones de las víctimas.
—Esas declaraciones en la prensa no sólo me marcaron a mí, marcaron al país —dice Luis Urquiza, de cuarenta y nueve años, una tarde de marzo de dos mil catorce, en las oficinas de la distribuidora LatamPictures, al sur de la ciudad de México. Urquiza es un cineasta que ha venido trabajando en los últimos años tras bambalinas en la producción de cintas como El viaje de Teo de Walter Doehner, o Hidalgo, la historia jamás contada, de Antonio Serrano.
Urquiza se preguntó muchísimas cosas: ¿cómo era posible que hubieran quedado impunes esos crímenes?, ¿qué nos había pasado como sociedad para permitirlo? Pero, sobre todo, se dio cuenta que era igualmente siniestro el silencio de los que protegieron al pederasta. Urquiza había sido seminarista de la Orden de los Paulinos, una corta aventura que abandonó por seguir una carrera en el mundo audiovisual. Desde entonces tuvo en mente hacer un día una película sobre el tema de la religión y la Iglesia.
—Es duro escuchar decir a José Barba [uno de los primeros en denunciar los abusos de Maciel], un hombre ya entre sus setenta años, que un líder espiritual les había robado la inocencia y después iba muy campante dándoles la comunión. Es un shock. ¿Cómo pueden seguir sonriendo? ¿Cómo tienen ánimo para la vida?, siempre me he preguntado. Hace unos años me encuentro con el relato de Ernesto Alcocer y le digo que quiero comprar los derechos para hacer una película. Porque había explorado muy bien el lavado de cerebro de un sacerdote pederasta, todo el discurso de obedecer en nombre del amor a Dios. La teatralidad con la que se puede rodear para abusar de niños. Alcocer terminó escribiendo el guión.
Obediencia perfecta cuenta la historia del padre Ángel de la Cruz, rector de un seminario en el Distrito Federal de los años sesenta, los Cruzados de Cristo. Un hombre que parece un santo. Un buen día sorprende a sus seminaristas, los seduce, ellos no le pueden decir que no y quedan atrapados. Sobre todo cuando el padre de la Cruz tiene sus constantes dolores que lo tienen acostado en la enfermería, y tiene que pedir la ayuda de sus seminaristas «más privilegiados» para aminorar su dolor —justo el modus operandi de Marcial Maciel—. El rector un día conoce a Sacramento Santos, un nuevo pupilo que viene de provincia, por quien de inmediato se siente atraído. El sacerdote se enamora del niño, éste lo idealiza, lo ve como su padre, un santo y, en el despertar sexual, le corresponde. Sacramento queda atrapado en esta teatralidad. «Los actos de pederastia son terribles, porque son violentos, asimétricos, no los esperas, sucede con gente muy cercana y te vuelves cómplice por muchas razones: por vergüenza, por no estar a la altura, porque incluso te llegó a gustar. En el caso de Maciel, se creó un círculo rojo: tú no vas a decirlo y vamos creando un pacto de silencio. Siempre he dicho que ellos fueron víctimas y cómplices», dice el sociólogo Fernando M. González que ha escrito sobre el «caso Marcial Maciel».
Para la realización de la cinta, Urquiza fichó a los experimentados Claudette Maillé, Juan Carlos Colombo y Juan Ignacio Aranda. Casteó entre dos mil niños para poder seleccionar al protagonista, Sebastián Aguirre —que a sus catorce años lo hace fenomenal—, así como a treinta más que participan.
—Esta película explora el engaño y el abuso de poder de un sacerdote, que les dice a estos chicos: «Eres privilegiado», «Eres elegido de Dios». Busqué reflejar ese juego que hace el adulto con el niño en la religión. Es una película que va a hacer brincar a muchos. Porque aunque desdibujemos una historia de atracción o de amor, llamémosle como queramos, hay un abuso sexual, un abuso de poder. Es un niño y punto.
—¿Qué reacción esperas de los Legionarios de Cristo?
—Conozco a las instituciones religiosas. Se van a quedar callados, se van a hacer de la vista gorda —dice el director.
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— ¡Así que a ti fue al que le cayó! —le dijo con sorpresa el papa Francisco al padre Eduardo Robles Gil, el nuevo director de los Legionarios de Cristo, pocos días después de su nombramiento durante una audiencia en la Plaza de San Pedro. Cuando el nuevo líder legionario se presentó por primera vez ante el Santo Padre que saludaba a la atiborrada concurrencia, el Papa argentino enseguida le dio un abrazo y le dijo poco antes de seguir su camino entre la gente, que «lo apoyaba», que «mirara para delante».
Esta anécdota la cuenta Benjamín Clariond, sentado en este salón de la Dirección Territorial de México, con la puerta de cristal cerrada, desde donde se ven religiosos pasar. El único objeto decorativo ahí es un repujado del nuevo santo Juan Pablo II sobre una mesita, símbolo del nexo de la congregación con el Vaticano, quien nombrara a Maciel líder de la juventud en 1994.
—La Santa Sede quiere comprometerse con nosotros y ponerse de aval. El Papa aprobó las elecciones, el nuevo gobierno, y estamos esperando la aprobación de los estatutos, que puede suceder en un mes, como en cinco, no sabemos. Pero si alguien duda de la capacidad de la Legión, el Papa ha querido tener este gesto de cercanía para ayudarnos, ahora que se retira el Delegado Pontificio y comenzamos a gobernarnos nosotros mismos de nuevo —dice.
Eduardo Robles Gil es un producto de la congregación misma, formado desde pequeño en el Instituto Cumbres en los años sesenta, miembro del Regnum Christi en los setenta; y pertenece además a esta nueva generación de sacerdotes que antes de la Teología, estudiaron en la Anáhuac una carrera universitaria, en su caso Ingeniería Industrial —donde el semestre tiene un costo aproximado de sesenta y tres mil trescientos pesos mexicanos—. Robles Gil nunca se distinguió por «reformista» como lo hicieran sacerdotes como Jesús Villagrasa, elegido por el Papa como consejero del nuevo gobierno. «Y sería inconcebible que fuera un ‘macielista’, no podría estar en el cargo en el que está —dice la ex consagrada Nelly Ramírez—. Pero hay que decirlo, sí tiene rasgos institucionales del pasado, siempre ocupó un cargo de directivo, puestos que mantenían la estructura de Maciel. Habrá que darle el beneficio de la duda». El cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, se ha negado a dar declaración alguna sobre Robles Gil; su vocero Hugo Valdemar declinó la entrevista que solicitó Gatopardo. «Al padre ni lo conocemos. La verdad es que no nos lo esperábamos. Nadie se lo esperaba», dijo.
—Lo conozco y lo aprecio, al padre Eduardo —dice Benjamín Clariond—. Fue mi primer director de apostolado cuando yo era un seminarista que trabajaba en el Instituto Irlandés en 1998. Tiene un apodo muy peculiar, desde que era un estudiante del Cumbres: le dicen, de cariño, Coneja. Le tocó recibirme sin experiencia alguna, y me ayudó a saber cómo educar a los jóvenes, tenía la idea de que el colegio era una cosa evangelizadora. Es un hombre que no le tiene miedo a llamar las cosas por su nombre, conoce dónde está la batalla porque ha pasado por todas las etapas de la Legión —dice.
El padre Robles Gil fue nombrado, en 2011, uno de los cinco miembros de la comisión encargada de escuchar a las víctimas de congregación, la «Comisión de Acercamiento» como la nombró el Delegado Pontificio, el italiano Valesio de Paolis; y tenía la función de escuchar a las víctimas y elaborar un informe para la Santa Sede. La comisión inició con los ocho casos denunciados en 1997, pero después más personas terminaron acercándose para compartir sus casos. El nuevo director general declara hay siete personas indemnizadas, con cantidades que van entre los diez mil y veinte mil euros, además de «denuncias contra treinta y cinco sacerdotes, nueve de los cuales han sido encontrados culpables de cometer algún tipo de abuso», publicó Milenio el 10 de febrero de dos mil catorce.
Aunque José Barba fue uno de los primeros en denunciar a Maciel y se ha convertido en un símbolo de esta lucha, asegura que no ha habido acercamiento con los nuevos legionarios, ni mucho menos indemnización.
—Mi actitud en general ha sido distante —dice José Barba—. El tema de las víctimas lo han tratado misteriosamente, nunca dicen nombres, ¡nunca nos han nombrado públicamente! Las indemnizaciones indican mezquindad, falta de comprensión. Es un cálculo egoísta y ventajoso en el sentido mexicano de la palabra. Quieren hacer creer que están saliendo de un tratamiento médico, después de este ejercicio capitular. Pero su sistema se armó y se sostuvo por décadas, en la sombra. ¡Eso no se cura ni por un decreto eclesiástico papal!
Hoy los ojos de la opinión pública están en el nuevo director general de los Legionarios de Cristo, en espera de ver qué tan sustantivos son los cambios de la nueva gestión o si sólo se trata de un gatopardismo. Por lo pronto, las fichas han comenzado a moverse, tal como lo declara Benjamín Clariond. Apenas el 12 de abril de dos mil catorce, Robles Gil removió al padre Luis Garza Medina de su cargo de director territorial de América del Norte. Sacerdote que fuera vicario de la legión durante diecinueve años, y que llegara a convertirse en el hombre más poderoso en el reinado de Maciel —miembro además de una familia regiomontana adinerada, hermano del empresario Dionisio Garza Medina—. Ahora la nueva dirección lo ha puesto en stand by.
—No conozco al padre Eduardo Robles Gil. Es posible que su nombramiento haya sido real, no hay un Maciel que imponga el «dedazo» —dice Barba, quien leyó en El País del 1 de marzo de — una entrevista en la que Robles Gil negó las complicidades dentro de la congregación con respecto a los excesos de Marcial Maciel: «Una cosa es encubrir y otra cosa es cubrir. Tú eres mi amigo y yo sé que hiciste algo malo y no te denuncio. Y otra cosa es que yo haga todo lo necesario para que nadie te cache». Robles Gil se contradice y deja flancos descubiertos. Para José Barba, el futuro no es tan esperanzador:
—Veo un discurso institucional que dice «hemos aprendido mucho y vamos a mirar para delante». ¿Pero hacia dónde miran cuando aprenden mucho? ¿Miran hacia la ventaja de haber aprendido no cometer errores? ¿O es ese mirar adelante para esquivar la actitud necesaria para toda forma de arrepentimiento? Es algo muy peculiar de la retórica eclesiástica y de los Legionarios, siempre ese cuidado meticuloso, de ir con miedo, con cautela, nunca tienen la gallardía del hombre convencido que lo dice mirando de frente, a la cara. Parecen avaros contando pequeños diamantes, calculando cada palabra y las consecuencias que puedan tener. No parecen personas con gallardía moral sino acostumbradas durante décadas a un trademark familiar. Es desalentador. El quebradero de cabeza con los Legionarios de Cristo no ha terminado. Está ahí y va a traer mucho dolor.
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Es probable que los Legionarios de Cristo sean a partir de ahora muy vigilantes sobre los abusos sexuales dentro de la institución. Pero es dudoso que cambien radicalmente su forma de educar a las clases altas del país, ésas que gustosas sacan el rosario y la cartera, que apoyan sus vocaciones y obras evangélicas, que inscriben a sus hijos en sus colegios y universidades, y luego van a las Megamisiones de Semana Santa con sus sleeping bags y repelente de mosquitos para hablarles de Dios a los más pobres, mientras fanfarronean con el hashtag #soymisionero.
Por ejemplo: a principios de abril de dos mil catorce, se volvió viral en las redes sociales un video realizado para los alumnos del Instituto Cumbres con impecable factura, a cargo de Grupo Mann, una pequeña empresa de producción de cine y documentales, que ha hecho lo mismo para otros institutos legionarios como el Colegio del Bosque. Son colegios afiliados a los Legionarios de Cristo y gestionados a través del Consorcio Educativo Anáhuac, que cuenta con ciento cincuenta colegios, veintiún institutos superiores y nueve universidades en el mundo. El video anuncia la graduación de bachillerato de un puñado de «niños bien» rodeados de lujos, a ocurrir en junio de dos mil catorce. A estos chicos los despierta el mayordomo con un jugo de naranja en su departamento de Santa Fe, y ellos se van preparando para la gran fiesta mientras bailan al ritmo de un mix de «Tintarella di luna». Van por un masaje al spa y sesión de cámara de bronceado; escogen qué reloj ponerse de su colección Bvlgari, se ponen el esmoquin y sacan la mejor botella de la cava, para después pasar por su date —una rubia guapísima— en un automóvil clásico, un descapotable MGM blanco.
La reacción en las redes sociales era de esperarse. Usuarios de Twitter escribieron, por ejemplo: «@etorremolina: Cumbres, enseñando que éxito es tener mayordomo. Y no sería video de legionarios sin chavitos en ropa interior», y «@farlelo: acabo de ver un video de graduación del colegio Cumbres. Representa todo lo que está mal en el país», entre otros. Si es un video satírico o no, si se burlan ahí de ellos mismos o no, el video puso en la mesa la imagen de ostentación de riqueza y poder relacionada con los Legionarios y con sus bienhechores. Los sectores que se acogieron al seno de una Iglesia blanca, elitista y desinteresada por la justicia social. Son esos sectores los que aún confían en los Legionarios de Cristo y siguen registrando a sus hijos en sus matrículas, a pesar de los escándalos.
«El gran problema con los Legionarios de Cristo —dice el sociólogo Roberto Blancarte— es que nunca tuvieron un objetivo que no fuera el de crecer y ganar dinero; ser poderosos, ser cada vez más grandes». //
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