El presidente improbable
Tras ser un guerrillero que combatió al establishment en los años sesenta, José Mujica catapultó a la izquierda al poder en Uruguay.
Fue un guerrillero que combatió contra el establishment del gobierno derechista en los años sesenta. Reconvertido en demócrata y político, Pepe Mujica catapultó a la izquierda al poder, fue ministro y se convirtió en presidente más improbable de Uruguay.
A Pepe no hay cosa que le guste más que reflexionar sobre la naturaleza. Pero no tiene todo el tiempo que quisiera para dedicarle a la floricultura y las cuestiones agrarias. A la fuerza, dice, lo obligaron a “agarrar una changa” y como se comprometió, se va hacer cargo. La “changa”, como se llama a los trabajos de ocasión en el Cono Sur, es ser el candidato de la izquierda a presidente de Uruguay. José Pepe Mujica está en camino de hacerle ese favor al oficialismo: triunfó ampliamente en las elecciones internas partidarias del Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda, el 28 de junio de 2009.
Es un hombre de 74 años, feliz cuando trabaja en su chacra, llamada Puebla: plantando forraje o alfalfa, cosechando habas o arvejas en invierno o esperando tomates, zapallos y maíz en verano.
Con los pantalones arremangados que dejan ver las pantorrillas del ciclista que alguna vez fue, las medias rotas, un buzo raído y una boina de otra época, vuelve a confesar que no tiene muchas ganas de ser presidente de un país que alguna vez definió como “un país gil (pendejo)”, porque más de 90% de las semillas que produce, las exporta sin procesar. En otra oportunidad ha dicho que “Uruguay es viable y tiene porvenir, lástima que esté lleno de uruguayos”.
No tiene más remedio que “agarrar la changa”: es el único que puede asegurarle la permanencia en el gobierno al Frente Amplio, que llegó al poder por primera vez en 2004 con el presidente Tabaré Vázquez, el político más popular del país pero fuera de concurso, porque en Uruguay no existe la reelección.
CONTINUAR LEYENDOMujica mismo se definió una vez como “un terrón con patas”. Con 54% de las preferencias le ganó cómodamente en las internas a Danilo Astori (38%), un atildado ex ministro de Economía que fue rector de la Universidad de la República a los 32 años. Astori —delfín del actual presidente Vázquez— es un amante del jazz, un intelectual que en su juventud siguió la corriente estructuralista de la Cepal. En la interna Mujica también venció a Marcos Carámbula, uno de los gobernadores municipales más exitosos del primer gobierno de izquierda, pero que apenas obtuvo ocho por ciento.
“Sigo teniendo más ganas de estar en la chacra, claro. Presidente voy a ser… pero el que tenemos es médico y a él le gusta mucho más ser médico que presidente”, me dijo en su casa, al lado de la estufa, en una entrevista que concedió a desgano, y antes de triunfar en las internas. Estaba malhumorado porque se le había roto el tractor y debió interrumpir sus tareas para ir a la ferretería del barrio a comprar filtros nuevos.
Lucía Topolansky, su compañera, se fue hasta la huerta a persuadirlo para que hablara con la visita. Este hombre tiene mucho de espontáneo pero es un brillante estratega de la comunicación. Con un lenguaje didáctico, pero poco ortodoxo para un político, matizado con malas palabras y metáforas campesinas, logró seducir al “pueblo” hace un lustro, cuando fue el legislador más elegido con 330 mil votos y él solo superó al histórico Partido Colorado.
El Colorado es el partido acostumbrado a gobernar Uruguay desde 1830, cuando el país logró su independencia. En 1836, los que apoyaban al primer presidente, Fructuoso Rivera (1830-1834), y los que adherían al entonces mandatario Manuel Oribe, se enfrentaron en la Batalla de Carpintería: allí surgieron las divisas colorada y blanca. Los blancos (Partido Nacional) cortaron la hegemonía en 1958 y el Frente Amplio —primera manifestación de izquierda en el poder— recién quebró el bipartidismo en el siglo XXI, hace cinco años.
Pepe Mujica y Lucía Topolansky son, por ahora, senadores del Movimiento de Participación Popular (MPP) y tienen una modesta casita junto a su chacra en Rincón del Cerro, un barrio rural en la periferia de Montevideo, la capital del país. Viven como anacoretas, entre proyectos de ley y las legumbres de su quinta. Desde Puebla piensa gobernar si accede a la Presidencia de la República. El chacarero que prefiere su huerta a la banda presidencial, dice que tiene un puñado de ideas para aplicar “de entrada nomás”. Algunas de éstas le pusieron los pelos de punta a Astori, el ex ministro de Economía, hoy compañero de Pepe en la fórmula como candidato a vicepresidente. Mucho más horrorizaron a blancos y colorados.
Mujica ha propuesto discutir la propiedad privada, terminar con el secreto bancario, “importar” peruanos y bolivianos para que trabajen la tierra en el Uruguay rural “porque acá nadie quiere hacerlo”. Propuso que médicos y docentes recién recibidos se radiquen en el interior para ejercer y afirmó que a los adictos a las drogas duras “habría que agarrarlos del forro del culo y meterlos p’adentro de una chacra”, sin consultarlos. Otras ideas fueron más consensuadas: multiplicar las escuelas de tiempo completo, llevar la universidad pública fuera de la capital.
Pepe, que cuando jovencito tuvo una formación ecléctica —fue un anarquista precoz, comunista fugaz, joven allegado a los blancos hasta que fue guerrillero— hoy se dice más cerca de Marx que de Lenin, pero ya no reniega del capitalismo. “En ninguna parte el tipo [Marx] dijo que se iba a construir una sociedad mejor a partir de una sociedad pobre. Eso fue un invento que vino después. Él lo veía como la maduración de una sociedad capitalista recontra abundante y rica. A Lenin lo pongo en la picota”.
Analiza el politólogo Adolfo Garcé: “De despreciar la democracia burguesa a valorarla, de subestimar el camino electoral a convertirse en maestro en la competencia política, de sostener un antiimperialismo radical a admitir que puede ser positiva para el desarrollo nacional la inversión extranjera directa y la instalación de grandes empresas multinacionales”. Tales son las piruetas de un transformista al que “la calle” viene empujando para avanzar con más determinación hacia el socialismo.
Mujica mira fijo y levanta el tono de voz para decir que él no es un revolucionario domesticado que se pasó al capitalismo, como otros que creen que es el reino de la libertad. “¡Qué va a ser! Si tiene cada injusticia brutal. Hay que luchar por recrear otros caminos. Pero tampoco estoy pa’ cometer los mismos errores que cometimos, porque si no, no aprendimos nada”.
Se acomoda la boina, muestra sus uñas sucias de tierra. Dice que quiere que todos los pobres sean cultos y por eso quiere masificar la enseñanza terciaria, que se ve como un sembrador de dudas, que conforme ha envejecido se ha vuelto escéptico y que como no está “gagá”, puede ver “más lejos”.
“Una de las ventajas que tiene ser viejo es decir lo que uno piensa. Y eso parece armar un revuelo de la puta madre que lo parió, porque este mundo es puro maquillaje: ‘que esto no se puede decir’, ‘aquello tampoco’. ¡La libertad está hipotecada!”.
Se ríe cuando se le pregunta si se siente preparado para el cargo. “Sí… de eso hacen un misterio. Ser buen presidente es saber elegir un grupo de ministros. Los que laburan, los que andan con un plumero en el culo son los ministros. Y no me vengan a encajar pacos [mentiras], porque voy a empezar a deschavar ex presidentes”.
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Mujica encarna una de las reconversiones políticas más asombrosas de América Latina. Fue secretario de un ministro del derechista Partido Nacional cuando tenía 24 años y fue uno de los principales guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en la década de 1960, cuando abrazó la lucha armada como forma de hacer la revolución. En 1962 armaron una infraestructura para defenderse ante un golpe de Estado que se les antojaba inminente. Las crisis financiera y bancaria del país de aquel momento, sumadas a la escasa credibilidad en el sistema político, fueron el caldo de cultivo para el accionar revolucionario de los tupamaros.
“El golpe se veía venir, estaba en el aire”, dice Mujica en su casa, entre pausas que hablan y a las que apela con frecuencia para darle más énfasis a lo dicho.
Pero el golpe de Estado del colorado Juan María Bordaberry se dio 11 años después del nacimiento del MLN, y cuando la organización ya estaba desarticulada por los militares.
En 1964, Mujica fue detenido en un atraco frustrado a una fábrica textil. Se hizo pasar por un delincuente común para proteger a la organización y estuvo un año preso por tentativa de rapiña. “Ahí ya palpé las delicias de la represión. Anduve tres meses durmiendo boca arriba porque me dieron una biaba [golpiza], que casi me matan”.
Cuando salió, volvió a dedicarse a los bulbos de sus flores y a su chacra, comenzó a leer sobre biología y bioquímica, y a manipular revólveres mientras militaba en el legal Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de día y en el MLN, ilegal, de noche.
Los “políticos con armas”, según los definió Mujica, ya operaban con fuerza: construían “cárceles del pueblo” donde alojaban a los secuestrados y “tatuceras” donde refugiarse y guardar pistolas y escopetas.
Los tupamaros robaron, secuestraron, organizaron atentados con bombas contra instituciones de la “oligarquía” y también mataron. El tupamaro Pepe ha reconocido que quizás-haya-tomado-decisiones-que-desembocaron-en-ejecuciones. No tiene muy claro si él mató o no.
Vistos en un principio como los Robin Hood criollos, los tupamaros empezaron siendo un puñado, a fines de 1969 ya eran dos mil y dos años después, cinco mil. “Nosotros fuimos creciendo hasta que quedamos desbordados. Fuimos prisioneros del éxito, lo que en la guerra se llama saturación”.
Ya clandestino, José Mujica se llamó Facundo y Ulpiano. En 1970, después de un intenso tiroteo, fue a tomar unas copas con dos “tupas” a un bar de Montevideo. Lo vieron acodado al mostrador y llamaron a la policía. Cuenta el ex tupamaro Mauricio Rosencof: “Pepe se aseguró el raje de los otros cuando cayó la cana, pero él no se pudo zafar. El policía que lo encañonaba estaba nervioso y Pepe se puso a tranquilizarlo. ‘Ojo, que se te puede escapar un tiro’, le decía. Y se le escapó un tiro. Pepe fue a parar al Hospital Militar”.
Había tantos tupamaros y allegados camuflados en la sociedad que a Mujica lo salvó un “compañero” cirujano. “Me sacó del cajón”.
Como guerrillero, Mujica era ejecutivo y pragmático, según la evocación de Eleuterio Fernández Huidobro, uno de los cabecillas. “Estaban los teóricos, que para hacer una cosa la complican, y estaba Pepe, que venía de trabajar la tierra. Era del tipo ‘al pan, pan, y al vino, vino’ y no le daba muchas vueltas”.
El 6 de septiembre de 1971 protagonizó una de las fugas carcelarias más espectaculares del siglo XX. Junto a 105 tupamaros y cinco presos comunes se escapó del Penal de Punta Carretas —devenido hoy curiosamente en shopping center— por un túnel de 40 metros. Fue una proeza de proporciones épicas inmortalizada en el libro Guinness con el sugestivo nombre de “El Abuso”. Dos meses antes, su joven compañera Lucía se había fugado junto a 37 tupamaras de la cárcel de mujeres. La libertad le duró poco a José Mujica; días después fue detenido de nuevo.
Estuvo, en total, 14 años preso en cárceles y cuarteles donde fue torturado sistemáticamente por ser considerado uno de los líderes de la inédita guerrilla urbana, desaconsejada por el propio Che Guevara en visita diplomática del gobierno cubano a Punta del Este. Pepe fue uno de los “nueve rehenes” del gobierno militar. Tres de esos años de reclusión los pasó en un calabozo, donde para no enloquecer se hizo amigo de nueve ranitas y comprobó que las hormigas gritan al acercar su oído a ellas.
Sufrió torturas físicas, pero siempre contó las psicológicas. Se debió conformar con ir una sola vez al baño encapuchado y esposado en los mejores días de arresto. En los peores, se orinó y defecó encima.
“Podría relatar las historias de Santa Clara, del cuartel donde estuve siete meses bañándome con una tacita, pasándome un pañito. O podría hablar de que me daban un paquete de tabaco cortado a la mitad y no me daban más durante un mes, aunque me decían que sí me daban, simplemente para generar la desesperación por la necesidad, al punto que para no dar el brazo a torcer un día les dije que no fumaba más —narró para la biografía que escribió Miguel Ángel Campodónico—. O podría recordar a un alférez que se levantaba a las cuatro de la mañana y nos ponía de plantón hasta que comenzaba la vida de cuartel. Podría hablar del acoso, de no dejarnos dormir y buscar todas las formas de “mortificarnos” inútilmente cuando no se precisaba nada”.
Cuando estuvo “sucuchado”, como él dice, en un sitio similar a un aljibe en Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, las condiciones de su encarcelamiento eran tan deplorables que llegó a enfermarse gravemente de los riñones y la vejiga. Debía tomar dos litros de agua por día, pero los militares apenas si le daban una taza diaria. Llegaron a darle de comer en cucharita cuando advirtieron que se les había ido la mano en el escarmiento.
Según Fernández Huidobro, en algún momento extremo no tuvo otra alternativa que beber su propio pis. “Pis”, dijo Huidobro hace un mes en un acto del Frente Amplio. “Tal vez tengamos un presidente que se tomó su propio pis”, le advirtió a los votantes intentando conquistarlos.
Vale el flashback: la madre de Pepe, Lucy Cordano, le había llevado una pelela [bacinica] rosada pero los soldados no se la querían dar. Como sufría de incontinencia la reclamó, pero le dijeron que no estaban autorizados por el Comando General de las Fuerzas Armadas. Y porque una de las torturas era no permitirle ir al baño. Recién cuando llegó la autorización, con la intermediación del presidente estadounidense Jimmy Carter, se apiadaron y le entregaron la pelela.
Lo pasearon por cuatro cuarteles del interior uruguayo como uno de los guerrilleros más temidos por el Ejército, y él siempre cargó con su pelela entre el precario equipaje. “La llevaba de un lado pa’l otro, la blandía como un trofeo. Fue una lucha gremial que gané. Era una lucha por el derecho a mear”, recuerda 26 años después.
En 1983, en el Penal de Libertad, por fin lo vio un médico. Entre la Cruz Roja y las autoridades de la cárcel le encomendaron la tarea de trabajar el cantero floral del penal, para que rumiara sus cavilaciones. Cuando en marzo de 1985, después de 13 años, obtuvo la libertad definitiva salió de la prisión con la pelela rosada florecida de caléndulas.
He ahí el segundo momento de su vida en que Pepe se sintió plenamente consciente de qué significa la libertad, según confesó en el viejo sillón rojo, en el living donde recibió a Gatopardo. “Fue cuando llegué al barrio y el frente de mi casa estaba lleno de amigos esperándome”.
El primero, paradójicamente, fue cuando todavía estaba preso: “Veníamos de los cuarteles y me llevaron al Penal de Libertad”. En Uruguay la cárcel más grande se conoce con ese nombre, porque está situada en la localidad Libertad del departamento de San José. “Me tiraron de un helicóptero tres o cuatro metros pa’ abajo, junto a otros. Sentí alegría porque iba a ver a los compañeros que hacía tiempazo que no sabía nada de ellos. Me llevaron a Libertad. Fue antes que arrancara la dictadura, cuando estábamos en los prolegómenos. Estábamos… como te digo una cosa, te digo la otra: una democracia atadita con alambre”.
Se fue de la “cana” sabiendo dos cosas: que volvería a militar y que algún día se dedicaría a su propia huerta por tiempo completo. Había anotado en un cuaderno sus ideas para formar una cooperativa de vecinos que trabajen la tierra y que puedan autoabastecerse con lo que produzcan.
La militancia política comenzó al día siguiente de estar en la calle. Dio su primer discurso en el Club Atlético Platense y para empezar a financiar el movimiento organizó una colecta entre los asistentes. Decidió meterse en el sistema político para cambiarlo desde adentro.
Así, a instancias de Pepe, los tupamaros instrumentaron las “mateadas”: salieron a recorrer los barrios de la capital y el interior para reunirse con los vecinos y conocer sus preocupaciones mientras compartían el mate, una infusión caliente, amarga y bien uruguaya, a base de yerba.
“En asambleas con compañeros que recién salían de la cárcel y otros que sobrevivieron calladamente la dictadura decidimos darnos un baño de pueblo. Había pasado el tiempo y el Uruguay era otro, teníamos que reconocer al país y el país nos tenía que reconocer a nosotros”, cuenta Lucía Topolansky.
Pepe estaba delgado, rapado y con la barba crecida. Todavía tenía aspecto de preso. Empezó a estrechar un contacto directo con la gente y a mostrarse como un orador con un discurso rústico pero entendible para el uruguayo común. El Mujica de hoy, con posibilidades ciertas de ser primer mandatario, hizo de su forma de comunicarse un arte.
El Movimiento de Participación Popular (MPP), la organización política que parieron los tupamaros, se integró al Frente Amplio en 1989, luego de un virulento debate intestino.
En 1995, el veterano ex guerrillero ingresó al Parlamento como diputado de la República. Cuenta la leyenda que el primer día de trabajo como legislador, Pepe —sin traje, con una campera usada y palillos de la ropa en el ruedo de sus pantalones— estacionó su moto Vespa frente al Palacio Legislativo. Cuando estaba entrando, un guardia se le acercó y le preguntó si pensaba estar mucho tiempo adentro. Mujica le contestó: “Si me dejan, cinco años”.
El destino todavía le tenía reservado un par de sorpresas. Con el gobierno del Frente Amplio, en 2004, fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca.
Fernández Huidobro y Rosencof, hoy reconocidos escritores, también se adaptaron al statu quo. El primero es senador por el mpp desde 1999. Rosencof es el director de la división de cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo desde 2005. Ambos, en cada una de sus oficinas, tienen el busto de Raúl Sendic, el líder de aquel MLN revolucionario.
El columnista político Tomás Linn no tiene claro cuánto hay de genuino y cuánto de simulado en el discurso de Mujica, eso de comerse las eses, decir “espetativa” en vez de “expectativa”, “pa” en lugar de “para” y hasta conjugar mal los verbos, una forma de hablar que le redituó en empatía con el uruguayo de a pie, y el pobre en particular. “Tampoco importa”, opina Linn.
“Cuando los políticos descubren que tienen posturas auténticas que seducen a la gente, las transforman en pose porque deben mantenerlas siempre a la vista y eso hace difícil determinar dónde está la frontera. El tema es que Mujica creó una ‘ola’, un ‘fenómeno’, y ningún argumento racional o fundamentado que pretenda cuestionarlo tendrá efecto”.
Hasta Fernández Huidobro —la gente le dice Ñato o lo llama por su segundo apellido— lo reconoce: “Siempre fue así, pero al darse cuenta de que su discurso caminaba, lo cultivó… ¡No lo iba a cambiar!”.
Y vaya si le dio resultado. Mujica es un político rara avis, uno de los más exóticos entre los de primera línea del Cono Sur. El 31 de octubre del año pasado, cuando celebraba el cuarto aniversario de la histórica victoria de la izquierda, cerró su oratoria en la localidad de Rosario, departamento de Colonia, en un escenario donde antes había hablado Danilo Astori.
Esa noche, ante tres mil adherentes del Frente Amplio, Astori se bajó del estrado y se fue hasta su auto acompañado por un hombre de su agrupación; en el coche, lo esperaba su mujer, que es también su secretaria. En dos minutos llegó al auto y se volvió a Montevideo. A Mujica le llevó 15 minutos llegar hasta su coche: fue acosado por decenas de militantes de todas las edades que se le tiraban encima, lo alentaban, le refregaban banderas tricolores por la cabeza, le ponían micrófonos sobre el bigote y no paraban de sacarle fotos con teléfonos celulares y cámaras digitales. Fue ovacionado por una multitud que le gritaba: “¡Pepe presidente!”, a un año de las elecciones nacionales. Y se dio el lujo de no hablar de política. En un discurso de Mujica, como el de aquella noche, se pueden distinguir distintos Pepes. Está el viejo sabio que aconseja: “¡Hay que decirle sí a la vida!”, “Las mujeres deben resucitar este país, nada es más importante que las mujeres. ¡Porque este país necesita coraje!” o cuando contó esta anécdota imperdible: “En un acto del Che me encontré con una gurisita con un pedo como para cuatrocientos. Me la agarré con las amigas: ‘¿Qué mierda tienen en la cabeza? Cuando una mujer está en ese estado tienen que darle una mano y llevarla a la casa a dormir. ¿A ustedes les parece que esto es homenajear al Che? ¡Qué va a ser libertad que se estropeen la vida así…!”. También se puede ver el poeta: “Cuando me toque mirarme en el espejo de la muerte, quiero estar conforme y haber cumplido conmigo mismo”, el antipoeta (“Este país no vive de poesía, vive de guiso de arroz o porotos”), el filósofo de la vida, el hombre de la calle: “Los que somos de izquierda somos filosóficamente distintos. El hombre es el problema, pero es también la esperanza. No vinimos a la vida pa’ explotar a los demás, pa’ chuparle la sangre a otros, ¡vinimos a convivir! […] No dejen que les afanen [roben] la vida. No dejen que se cambien los sentires [sic]”.
Ese mismo día, pero antes, durante un almuerzo con productores queseros de Colonia, me confesó —mientras se tomaba un whisky y se desabrochaba el cinto— que no tenía “ni idea” de qué hablaría en la noche, pero no iría a resaltar los logros del gobierno que él mismo había integrado como ministro. “Para eso está Astori”, dijo.
Después de tomar distancia del perfil académico de su oponente interno, dijo un par de cosas.
—¿Qué es lo que necesita el país, Pepe?
—Precisa todo. Precisa quien hable muy bien el inglés y tenga buena relación con los organismos internacionales, y precisa tener buena relación con la barra de “los astrosos” de América Latina. Ésa es mía: yo me llevo bien con Chávez, Lula, con Evo, con Correa…
—Pero también hay que llevarse bien con Estados Unidos…
—¡Claro! Hay que hacer filo con los de arriba y llevarse bien con los que te dije (y se estiró los ojos como achinados), que son los patrones de pasado mañana.
Recién comenzaba la carrera. En cada acto a donde fue Pepe en los últimos 10 meses se repitieron el tumulto, las aglomeraciones que no lo dejaban caminar, las fotitos desde los celulares, los autógrafos. Con la apariencia de un campesino, tiene la popularidad de una estrella de rock o un héroe latino del reggaeton.
El pico de su popularidad llegó a fines de 2004. Para entonces, su pintoresca figura había provocado un boom editorial con impronta revisionista. Entre 2002 y 2009 se editaron dos biografías sobre él, otro libro que es una larga entrevista dividida en tópicos y dos recopilaciones de sus frases más ocurrentes, ingeniosas, frívolas y serias. Muy oportunas, las editoriales publicaron libros sobre la historia de los tupamaros, sus sueños frustrados y documentos anquilosados en los sesenta.
En 2005, la moda (eme)pepista llegó al carnaval “más largo del mundo” (en Uruguay dura todo febrero). La murga “joven” más exitosa del país, Agarrate Catalina, le dedicó un cuplé el año que Vázquez asumió como presidente. Algunas de sus estrofas decían: “El Pepe tiene una quinta/un perro y un buzo gris/una moto calandraca/y el pelo de un puerco espín/un fusquita sin bocina/y el orgullo de saber/‘¡que a los votos colorados, yo solo los dupliqué!’/Pepe Mujica, qué jugador/desde el boliche a senador/sueño de muchos y de otros no/la pesadilla que se cumplió”.
Lucía Topolansky dice que a Pepe le ha ido bien porque es llano cuando habla, porque con un lenguaje sencillo dice cosas profundas. En buen romance: el pueblo lo entiende porque él es uno de ellos. Es sincero, “agarra el toro por los cuernos” y cuando de algún tema no sabe, lo admite. Por eso, cree Topolansky, se ganó la confianza de esa entelequia llamada “la gente”.
Mujica dijo alguna vez que “la gente te perdona si te equivocaste de buena fe. Lo que no te perdona es que la jodas y la cagues”.
“El discurso de Pepe tiene un componente filosófico”, afirma su esposa. Y eso que no lee filosofía, poesía ni ficción, prefiere la antropología y la agronomía.
A la izquierda universitaria, urbana y socialista Mujica le mostró que había un interior rural que contenía el adn oriental: su matriz agroexportadora.
En el ministerio de Ganadería charló de tú a tú con un peón rural y con el más encumbrado dirigente de la Asociación Rural del Uruguay. Por eso, opina Topolansky, puede ser un buen presidente.
Sus hinchas —Pepe no tiene simpatizantes, tiene hinchas— lo votarán porque confían en que se encargará de repartir mejor la riqueza y la justicia. Cuando fue Ministro de Ganadería forzó a los empresarios cárnicos para que pusieran en el mercado un corte de asado más accesible para la población de menos recursos. El corte se llamó “el asado del Pepe” y así fue vendido desde los pizarrones de las carnicerías. Otros comerciantes siguieron su idea: rebajaron productos y los bautizaron “del Pepe”.
Para muchos analistas, fue una táctica populista y la llamaron “pobrismo”. El periodista Gustavo Escanlar escribió: “Incomible pero barato. Así es ‘el asado del Pepe’, lo peor que le pasó a la cultura uruguaya en los últimos 20 años. Los productos del Pepe promueven el infraconsumo. Establecen el engaño del ‘liberalismo de la pobreza’: nos hacen libres para consumir cosas de cuarta categoría. El barrio, agradecido”.
Pobrismo o solidaridad con los más débiles, Mujica y su sector, el mpp, crearon a principios de 2006 el Fondo Raúl Sendic, una iniciativa de préstamos a proyectos, en su mayoría cooperativos. Son cesiones de dinero sin cobrar intereses, sin pedir garantías ni preguntarle el partido político, a quienes lo necesiten para salir adelante. El fondo se forma con los excedentes de los salarios de los legisladores, ministros y el intendente capitalino, todos del mpp, que topearon su sueldo en 29 mil pesos a la fecha (1 260 dólares), cuando como senadores ganan 3 500 dólares.
Mujica y Topolansky quisieron predicar con el ejemplo al conformarse con 40% de sus salarios. “Es probable que la enorme cantidad de años de cárcel en los que uno tuvo que vivir con lo mínimo hace que no necesitemos mucho para ser felices, en una sociedad muy consumista, con mucho de superfluo y pseudonecesidades”, argumentó la senadora.
Con los préstamos del “Tupa Bank” pudieron hacer viables más de un centenar de proyectos de albañilería, carpintería, agro, pesca, gastronomía, costurería y servicios varios. El propio Mujica, apelando a la sensibilidad de la izquierda, exhortó a otros sectores del Frente Amplio a que lo imitaran. No tuvo eco.
Tres semanas antes de ganar las internas del 28 de junio, Mujica hizo un alto en su agenda repleta de visitas a pueblitos del interior y recorridas por la capital para quedarse una mañana en su chacra. Mientras la senadora Topolansky hablaba, el presidenciable lidiaba con el tractor.
La entrevista fue pactada con ella porque los encargados de la campaña del Pepe no encontraban horas disponibles. Los tiempos en su chacra eran intocables, dijeron. Por mail, Topolansky explicó qué debía hacer para llegar a la casa, donde piensan seguir viviendo en caso de ser presidente y primera dama: “Tiene que tomar la Ruta 1, pasar los accesos hasta Camino Tomkinson, seguir hasta Camino O’Higgins, que es el único asfaltado a mano derecha. Por O’Higgins, después de que pase el tercer repecho va a ver una carnicería, un almacén y una cooperativa de viviendas; el primer camino a la derecha es Camino Colorado. En la esquina hay una garita de ómnibus que dice Pepe Presidente”.
Un par de ironías deliciosas, pensé: el Camino “Colorado” queda a la derecha y en la garita que dice “Pepe Presidente” había que doblar a la izquierda para llegar a lo de Mujica. Ni que lo hubieran hecho a propósito.
La senadora del mpp contó que conoció a su compañero en la militancia. Ella trabajaba en la agencia financiera Monty, estudiaba en la Facultad de Arquitectura y hacía obras sociales. Así, recolectó fondos para enviar a los trabajadores de caña de azúcar de Artigas, en el norte del país, y se solidarizó con la Revolución Cubana. Cuando en 1969 descubrió que la financiera estafaba a sus clientes, optó por quedarse sin empleo y se enroló, con su información privilegiada, al mln. La operación de los tupamaros fue de un éxito rotundo: revelaron la corrupción reinante, hicieron caer al Ministro de Hacienda y se congraciaron con el pueblo. Ahí Lucía conoció a Pepe. Con el alias de Ana se puso a trabajar en la interna de la organización. Luego fue detenida y enviada a la cárcel de mujeres. Se reencontraron en democracia y decidieron continuar juntos. Ambos organizaron las “mateadas”, llegaron al Parlamento, pensaron el proyecto de escuela agraria en el fondo de la casa. Por las peripecias de la militancia no hubo tiempo para hijos propios.
El año pasado un grupo de vazquistas comenzaron una recolección de firmas para promover una reforma constitucional que habilitara la reelección del presidente actual; Mujica dijo que iba a apoyar la iniciativa, porque le ahorraría dolores de cabeza al partido. “Pero eso no fue posible y empezó a cobrar fuerza lo de Pepe, aunque no estaba en los planes”, confesó Lucía.
“La gente empezó a presionar y se generó un compromiso. No podía fallarle a esos militantes. Hubo una percepción de que si no aceptaba, podía dejar un hueco y dejar tirado a un lote de gente. Después que se ha dicho que sí, hay que jugar la partida hasta las últimas consecuencias”, afirmó la legisladora.
Mujica se levanta a las 6:30 para cebarle mate a su mujer, y en plena campaña ha descuidado su despacho parlamentario para recorrer el país y los programas periodísticos. Cuando viaja al interior a ofrecer discursos hasta la noche, intenta dormir una hora de siesta. En tiempos de campaña, sólo sigue los diarios para ver qué dicen de él. A medio leer en su mesa de luz tiene un libro sobre antropología que se llama El mono que llevamos dentro, una investigación del holandés Frans de Waal sobre las especies anteriores al homo sapiens. No usa celular, no tiene tarjeta de crédito, no escribe él mismo en el blog que ahora muestra su imagen retocada por el Photoshop. Garabatea las ideas de sus columnas cibernéticas en un cuaderno y los encargados de la comunicación del MPP lo suben editado a la página de internet.
El hogar rural no tiene cuadros importantes, muebles Luis XV ni platería importada; es una casita de clase media empobrecida. En un estante petiso tiene unos 70 libros. El diario del Che en Bolivia, Historia de los orientales de Carlos Machado, La rebelión de Tupac Amaru, de Boleslao Lewin, La economía uruguaya de 1880 a 1965, de Carlos Quijano, El Uruguay del Siglo xx, La economía, Patria en el exilio. Exilio en la patria, de Ernesto Kroch, Deuda externa del Tercer Mundo, de Eric Toussaint y El arte ético de vender mejor, de Alberto Tortorella, son algunos de ellos.
El que aparece por la puerta desvencijada de su propio hogar no es el Pepe peinado con gel, un jopo estético y la cara lisita que se ve en los carteles que promocionan su candidatura. “¡Al Pepe lo bañaron para esa foto!”, bromeó Fernández Huidobro. “Está tan prolijo… Parece que se bañó”, comentó con más sarcasmo que humor el opositor precandidato colorado Luis Hierro en un acto en el interior.
Si Mario Benedetti fue el abuelito bueno, José Mujica es el abuelito gruñón y cascarrabias, que a muchos les cae simpático y a otros tantos les genera rechazo.
Después de tantos años de afirmar que su discurso y su vestimenta no eran impostadas (“Ya conocéis mi torpe aliño indumentario’”, ha dicho, citando a Antonio Machado), Mujica tuvo que reconocer que cedió ante las presiones de los asesores de su campaña y hasta se probó un terno. La foto de Mujica poniéndose el saco estuvo en la agenda informativa del país y hasta fue noticia en el El Nuevo Herald. “Eso sí, no me pongo corbata ni que lo pida Mandrake”.
Este hombre que terminó la secundaria y apenas concurrió a algunas clases universitarias de Letras en la Facultad de Humanidades, cita La Ilíada para recordar que el discurso más esperado no era el de Aquiles o el de Agamenón, sino el del anciano Néstor, que por ser añoso era el más sabio. Sigue ejemplificando con el respeto que se ganó Winston Churchill o el general ruso octogenario que planeó la estrategia para derrotar a Napoleón. “¡Hay ejemplos a patadas de esos en la historia! Ahora, si usted va a pensar que el presidente tiene que ser un atleta… ahí estoy jodido”.
José Mujica puede llegar a ser Presidente de la República Oriental del Uruguay con 74 años, un pasado como guerrillero, “la panza hecha un mapa”, un lenguaje más propio de un campesino que de un mandatario. Es difícil concebir un coctel más pintoresco y curioso en la dirigencia política de este continente.
Hace rato que América del Sur viene evidenciando cambios profundos que despavilaron a los politólogos. El desfile comenzó con un dirigente gremial metalúrgico en Brasil, y siguió con mujeres, indios aymaras, curas y simpatizantes de Montoneros. Por si faltaba algo más excéntrico, asumió un negro en América del Norte. En este contexto, si Pepe Mujica se consagra presidente de los uruguayos, podrá ser el capitán de la selección de “los astrosos”.
Según los analistas políticos, si no logra ganar las elecciones nacionales del 31 de octubre con más de 50% de los votos, tendrá que competir contra el ex presidente blanco Luis Alberto Lacalle —neoliberal, fan de las privatizaciones— en la segunda vuelta de noviembre.
Fernández Huidobro reveló algo: “Antes de dar luz verde a su candidatura, cuando el Pepe dudaba, me dijo: ‘Mirá Ñato, tengo un pasado a cuestas jodido y un problema por mi edad. ¿No debimos haber colgado los botines cuando ganó el Frente hace cinco años? Ahora nos dicen que tenemos que llegar a la Presidencia… ¿Y si perdemos? Vamos a ser los padres de la derrota…”.
Si así fuera, dejará la actividad política para dedicarse a sus flores y hortalizas, como ya anunció en conferencia de prensa. Si pierde, Pepe será plenamente feliz. Podrá ser un chacarero full time.
*Texto publicado originalmente en octubre de 2009, en el número 105 de Gatopardo.
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