En 2012 el actor viajó a Brasil a un cónclave internacional contra la prohibición de la marihuana.
Gael García Bernal se caga de risa. Primero ligeramente, después a mandíbula batiente hasta perder el equilibrio por tanta carcajada que se le acumula en el estómago. Acaba de dar el toque y está esperando entrar a la dimensión de espuma a la que viaja Homero Simpson cuando fuma mariguana.
Luego la mota tumba a Gael. Su primera vez le da para abajo. No viaja a ningún lado, se queda en Coyoacán. Alguien estará viendo esa tarde El abuelo y yo, la telenovela en la que es un tierno chamaquito de catorce años: Pronto la mota deja de ser un mito para Gael.
Viaje a Brasil. Un DJ oculto pone bossa nova en un restaurante del barrio Pinheiras. Además del delicado sonido bossa nova, el mediodía en São Paulo tiene toda la gama de ruidos que produce un aguacero veraniego.
—Había mucha mota alrededor. En fiestas y con mis papás. Un día de repente Diego y yo dijimos: probémosla.
—¿Y?
—Estábamos suficientemente informados, más que la media, porque teníamos a nuestros padres pachecos y a nuestros amigos pachecos, y como quiera pensábamos que íbamos a alucinar.
—¿Y?
—Me quedé un poco agüitado de que yo no haya respondido bien con la mota, de que me hubiera dado sueño, aunque, eso sí, me dio mucha risa al principio.
—¿Y?
—Le perdí el mito, pero le gané el respeto porque vi que en realidad lo que me pasaba a mí con la mota era que me tiraba pa’bajo.
LAS PILAS
Estación Dimas, Sinaloa. Gael en la bicicleta con su mamá. Van saliendo del rancho Las Pilas hacia la casa del tío Beto. El camino inundado de sapos. Sapos aplastados, sapos vivos. Llueven sapos en el pueblo. Sapos deshidratados que los ventarrones levantan y luego dejan caer como si llovieran gordas gotas de agua llenas de verrugas. Gotas averrugadas que abren los ojos saltones y acechan las piernitas del niño Gael.
He ahí el porqué del asco, a la fecha, a los sapos.
En cambio, Dimas es un placer. Dimas es el tío Beto, un vaquero que usaba huaraches en lugar de botas, y que debajo del sombrero tenía unos ojos azules muy nobles, como delfines jugando con una pelota en el mar. Dimas es también el rancho Las Pilas, sitio familiar e inmenso para cualquier niño, que abarca el margen de un río que desemboca en el Mar de Cortés y una huerta de trazo anárquico, con mangos más antiguos que Nueva York y que han vencido todos los ciclones.
—Dimas es muy chingón. No sólo en el imaginario. Lo uso como recurso emocional en la actuación. Me lleva a un estado raro cuando lo recuerdo.
En el cónclave de Brasil al que vino Gael (un cónclave a puertas cerradas), mariguana fue una de las dos palabras más pronunciadas por ex presidentes, millonarios y famosos latinoamericanos reunidos. La segunda palabra que tuvo más menciones fue despenalización. Otras palabras que quizá no se mencionaron tanto pero que están muy relacionadas son violencia, negocio y muerte.
La reunión en São Paulo tiene una certeza: el mundo está en la etapa final de la prohibición de drogas como la mariguana. Antes de 2030, Sinaloa exportará de forma legal mota marca Badiraguato como hoy lo hace con el mango o el tomate. Tribus de las élites mexicana a brasileña, pasando por la colombiana, aunque todavía no lo dicen con todas sus letras, piensan que hay que despenalizar la mariguana. ¿Cómo? Ésa es la pregunta. Y la pregunta se la estuvieron haciendo un día completo, a principios de 2012 en algún lugar de São Paulo al que acudió Gael.
—Con la mota no hay ningún problema en despenalizar porque ya hay mucha información y conocimiento a favor.
Luego mueve la cabeza con un gesto que podría ser interpretado de muchas maneras.
—Y que no vengan con la mamada de decir que la mariguana no importa porque la cocaína es el tráfico fuerte y el que provoca el desmadre. No, la mota todavía se trafica de manera impresionante. Y la violencia de la frontera con Estados Unidos es por la mota. Gran parte de los delitos que hay, de las penas que hay, de los presos, son de gente que trafica, de burreros…
Gael calla de repente. Bebe agua natural. Relax.
—De hecho, hace poco me tocó tener una experiencia de burreros en Sonora, cuando estuve viajando por la ruta de los migrantes que pasan por México rumbo a Estados Unidos.
Esto lo recuerda como si lo estuviera viendo en un cine.
La política le llegó a Gael en 1988. Es decir: se politizó en el año que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) robó la presidencia de México con un fraude electoral. Una verdad mexicana tan vieja como la sangre de los estudiantes masacrados por el Ejército veinte años atrás, en 1968, semanas antes de las Olimpiadas celebradas en el Distrito Federal.
Gael vivía en uno de cinco edificios chorizo de un complejo multifamiliar que todavía está en la calle Chicago, muy cerca del Viaducto. Por toda la colonia Nápoles, con otros chavitos, repartió propaganda de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del único presidente de izquierda que ha tenido México. Muchos en el barrio clasemediero creían que el candidato oficial, Carlos Salinas de Gortari, sería arrasado. Pero a Gael, como a tantos otros, la realidad les dijo que ni madre.
Gael estaba convencido de que el PRI, ganador sempiterno de los comicios a modo, ya debía perder. En su mente púber, su principal argumento lo había encontrado en el Mundial de Futbol celebrado en México en 1986. Gael recordaba «la mano de Dios» de Maradona tanto como la que seguramente sería la mentada de madre más sonora del mundo, si el récord Guinness midiera los decibeles de este tipo de acontecimientos tan mexicanos. Esa mentada la chifló el Estadio Azteca, el más grande de América Latina, con toda el alma al presidente Miguel de la Madrid. En ese año, Gael no estaba enterado a fondo de que el PRI era una cosa más dictatorial que revolucionaria, como decían por todos lados esloganes oficiosos, ni de que un terremoto y la ineptitud gubernamental habían despertado a la capital del país de la ignominia, pero en un partido de futbol había adquirido ya el virus de los que creen que se deben y pueden cambiar las cosas. En 1988 se dio cuenta de que no le desagradaba tener el temperamento especial que se requiere para ser activista de una causa.
Su siguiente batalla política fue por Chiapas. En febrero de 1995, cuando el Ejército se alistaba para reanudar la guerra en la Selva Lacandona, marchó por primera vez y lo hizo en apoyo al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Cargaba la pancarta del Contingente de Escuelas Privadas por la Paz (Cepaz). Gael era uno de los representantes de The Edron Academy, donde los maestros impartían clases con base en un sistema inglés activo y medio progresista (ahora medio fresa).
—Ahí, en 1988 y con los zapatistas, creo que tuve la sensación de que me quería dedicar a esto toda la vida. Una responsabilidad conmigo mismo, porque no es para nadie más… Bueno, ahora quizás es para mis hijos.
Hay un huevo perfecto en el plato de Gael. La clara es compacta y blanca, mientras que la yema quedó centrada, bien cocida y cremosa, con ayuda de una fuerza centrífuga tan precisa y laboriosa que es válido preguntarse si en la cocina del restaurante hay un físico asesorando al chef.
—Dura hora y media la preparación de este huevo: lo cuecen en agua y luego se supone que no lo dejan flotar ni que toque el fondo, entonces le suben al fuego, lo bajan al huevo y así están hasta que pasa hora y media. Sale perfecto. Últimamente me he clavado mucho porque estoy ahí en la casa y les cocino a los niños.
Sin embargo, antes de comerse el huevo perfecto, Gael recuerda un suculento caldo de gallina que probó en los alrededores de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. La plática acaba naufragando sobre niños del campo que convierten a gallinas y marranos de crianza en sus mascotas provisionales. Mascotas con las que juegan y se encariñan, para luego comerlas sin tristeza cuando la mamá decide que es hora de sacrificarlas y ponerlas en la mesa.
—En la ciudad también han cambiado las fronteras de lo humano. Ahora hay gente que trae en sus celulares fotos de su perro y te dicen: míralo, míralo. Mucha gente remplaza a los hijos por perros. La familia se vuelve canina.
Gael espera el pescado que seguirá al huevo perfecto. Está cuidando su alimentación porque el próximo personaje que interpretará será un campeón mundial de box de peso ligero: el panameño Roberto Mano de Piedra Durán. Trabaja a diario en el gimnasio, estrella sus guantes contra un sparring, pero ahora escribe un tuit en su teléfono. No menciona que está en Brasil participando en una reunión internacional en la que se busca despenalizar la mariguana. El tuit es un poco absurdo porque intenta adaptar una canción de Benny Moré sobre el mambo y La Habana, con su estancia en São Paulo. Se arrepiente pero es demasiado tarde. Le ha pegado al avispero de sus casi novecientos mil seguidores tuiteros. Ipso facto, también llegan a su teléfono mails de amigos brasileños que ven su tuit y le preguntan dónde y cuándo lo van a ver.
—Quisiera dar el rol aquí, pero me voy a Buenos Aires, porque me quedo con los niños a partir de este fin de semana. Mi mujer se va una semana de chamba a Madrid.
COLA DE IGUANA
Tierra Caliente, Michoacán. Rumbo a Huetamo, el pueblo de su padre, por una carretera a ratos pura intemperie, lugar aéreo como el vacío. Verano. Horas, horas, sudar a mares el calor con lluvia finita. Huetamo subtropical y narco. Muchos lagartos, muchas iguanas, muchos relatos que el niño Gael oye y ve, pero no dice. Ver, oír y callar. Vivir en casas de teja, sin ningún anuncio, ningún espectacular. El olor del mercado de Huetamo, los sonidos, los berridos, las iguanas con sus colas recién cortadas y sus jetas tristes: animales que parecen disecados pero que se te echan encima en cualquier instante. El abuelo con su farmacia en una casa de madera, con los anaqueles de madera, con una barra imponente de madera. En el mismo centro, su farmacia, la farmacia principal. Recuerdos que tienden al desorden, no al orden —como marca la vida—. Imágenes metabolizadas por el organismo, memoria personal: el patrimonio de un actor de treinta y tres años —que nadie haga chistes sobre la edad de Cristo (la verdad es que a esas alturas sí ha de ponerse ya medio mística la cosa).
—Es muy fácil ser pragmático cuando el único indicador de desarrollo es el económico. Como también es muy fácil decirse de derecha o de izquierda. Por más que suene a albur retórico, yo pregunto: ¿y dónde está la ética? Yo pertenezco más a una izquierda ética que a una izquierda política. Hace rato hablábamos del homosexualismo en Cuba. Quienes son políticamente de izquierda pueden estar en contra del homosexualismo al verlo como una enfermedad o ve tú a saber qué mamada. Esa izquierda política, en este caso de la cintura para abajo, piensa igual que la derecha.
Gael no trae ningún libro en la mano en São Paulo, pero viaja una vez al año a Saas-Fee, un pueblito de los Alpes suizos donde estudia una maestría en The European Graduate School. El resto del tiempo lee filosofía política en sets cinematográficos, giras de promoción y largas estancias en Buenos Aires y el Distrito Federal, las dos ciudades entre las que reside con su esposa, la actriz argentina Dolores Fonzi, y sus hijos Lázaro y Libertad. Estudia en especial a uno de sus maestros, Giorgio Agamben, el sabio italiano que a partir de la filosofía grecorromana analiza las estructuras contemporáneas de represión. Agamben, quien posiblemente sea el asesor de tesis de Gael, es uno de los filósofos de moda entre los anarquistas. No sólo. En México, los conceptos de Agamben suelen ser citados por Javier Sicilia, el poeta que lidera el movimiento más importante para detener la absurda guerra contra las drogas que ha desangrado al país en los años recientes.
Otro de los maestros de Gael es Slavoj Žižek, el pensador que militó por años en el Partido Comunista de Eslovenia y que ahora vigila con ojo crítico las ideologías modernas, además de invocar el espíritu aún revolucionario de conceptos de Lenin y Marx, pero mediante una forma vibrante y llena de humor, por la cual se le conoce como «El Elvis Presley de la filosofía». «El nivel fundamental de la ideología —proclama el maestro de Gael— no es el de la ilusión que enmascare el estado real de las cosas, sino el de una fantasía (inconsciente) que estructura nuestra propia realidad social». En México rebelde, el escritor zapatista John Gibler retoma a Žižek para hacer tabla rasa de la normalización de relaciones sociales, notables y horrendas que hay en el país, a partir de la cual opera la maraña de la burocracia de la muerte: «Con la magia de una o dos palabras bien colocadas, debidamente impregnadas de ideología, las situaciones más absurdas e inaceptables llegan a parecer naturales. La ideología dice que cuando la policía mexicana mata y tortura cotidianamente, bueno, pues es parte del Estado de derecho; que casi veinte millones de mexicanos viven en condiciones de hambre, bueno, pues ésa es la triste realidad de la pobreza».
En 2007, Gael exhibió en el cine un ensayo de su visión política. Déficit, una película potencialmente infrarrealista, fue un intento por retratar la corrupción y la decadencia de las clases altas, algo inusual en el cine latinoamericano emergente. Sin embargo, la primera cinta dirigida por Gael no tuvo éxito y fue muy criticada. El más furibundo de sus detractores dijo que la trama parecía haber quedado en manos de un escritor motivacional tras ingerir tres kilos de peyote crudo.
—Fue como perder la virginidad. Estaba muy joven cuando hice Déficit, aunque hay una cierta línea narrativa que pienso seguir buscando.
—En una presentación reciente de la película Miss Bala me preguntaron: ¿estás a favor de la legalización de las drogas? Y solté una perorata larga, grande, de las cosas que había que considerar, y les dije: pero a final de cuentas el encabezado de los compañeros periodistas que están aquí, sobre todo el de los de Reforma, va a ser: «Pido que legalicen la mariguana», cuando en realidad estoy diciendo más cosas que tienen varias idas y vueltas.
—¿Cómo sería el encabezado que podría explicar tu postura?
—Estoy seguro de que la mariguana tiene que ser despenalizada. Tengo la certeza absoluta. La cocaína no. No por una cosa de que creo que no está bien, sino porque creo que todavía no va a colar. Hay una labor de prevención y de salud, de información, muy grande que se tiene que hacer. Por fortuna, la mota ahí sí le lleva una ventaja muy grande a la coca. Una es que la mota es mil veces menos dañina; en cualquier lista tú ves que es la menos dañina: nadie se ha muerto de un churro… por más que te has sentido morir, pero nadie se ha muerto [risas].
—¿Cómo manejas políticamente tu posición como consumidor de mariguana?
—No es que esto sea delicado, pero sí hay que dimensionarlo: yo fumo muy poco. Le doy un jalón, no sé, una vez cada tres o cuatro meses, porque no me pega bien, nunca me pegó bien. De chavito creo que me bajoneé porque mis papás fumaban. Pero políticamente, si mañana alguien me pregunta: ¿fumas mota?, yo digo a huevo, claro que sí.
Gael vino a São Paulo invitado por el ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso y el de Colombia César Gaviria, los integrantes más activos de la Comisión Global de Política de Drogas que quiere remplazar las actuales estrategias de drogas orientadas por la ideología y la conveniencia política por políticas económicas responsables. Había millonarios de varios países en el cónclave. De México estaban, entre otros, Alejandro Ramírez, dueño de Cinépolis, y el industrial Mario Lozoya, así como un representante del empresario Alejandro Martí, y otro que vino en nombre del candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto. Todos acudieron a la cita a puertas cerradas con la intención de conocer y quizá respaldar públicamente en los próximos meses una campaña por la despenalización de la mariguana, a la cual están siendo convocadas otras personalidades de la élite latinoamericana. Algunas de las ideas con las que trabajó el grupo fueron: 1. La guerra contra las drogas ha fracasado. 2. Hay que respetar los derechos humanos de las personas que consumen drogas. 3. Evitar mensajes gubernamentales simplistas como «Sólo di que no», «Para que la droga no llegue a tus hijos» o «Tolerancia cero». 4. La forma de represión actual impide medidas de salud pública para reducir muertes por sobredosis y VIH. 5. Se debe romper de una vez por todas el tabú de la despenalización.
—Calderón (el presidente de México) mandó «al muere» a un chingo de gente, nos mandó «al muere» a un chingo de gente con una guerra sin fin, una guerra en la que desde el inicio ya se hablaba de que era vacua, como la del terrorismo. Ya se sabe que una guerra contra un fenómeno no termina nunca.
Una huelga empujada el 19 de abril de 1999 por el intento de cobrar cuotas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) alteró de manera radical el rumbo de un estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas.
—Sí me parecía tremendo que se quisiera cobrar en una universidad pública. Era muy poquito, pero yo decía: no, el chiste es que esto sea completamente gratuito.
Sin embargo, Gael no se sumó al movimiento porque le pareció que éste era excluyente con quienes, como él, apenas entraban a la UNAM. Dio pasos medidos y discretos, como los de un astronauta recién llegado a un nuevo planeta.
—Había muy poco margen de discusión para participar: o estás aquí, compañero, o estás fuera. No era lo suficientemente fuerte para mí ni para mis amigos con los que acababa de entrar. Intuimos que esto era algo de aquí, de «ellos». Por eso creo que el movimiento no tuvo una dimensión más amplia. Siempre fue un tema muy oscuro dentro de la Universidad. Es verdad: paró el país y paró de alguna manera la ciudad, pero a los seis meses o al año decías: ¿por qué sigue la huelga?, ¿qué está pasando? Como que nadie entendía qué onda.
Este achicamiento forzoso de su escenario de acción política no lo lanzó al vacío. Durante el paro viajó a Londres para estudiar actuación, y luego, con poco tiempo de diferencia entre una y otra, filmó Amores perros e Y tú mamá también, las películas más taquilleras y premiadas del cine mexicano actual. Ambas historias aparecieron en un momento en que a México lo recorría una sensación —similar a la de 1988— de que el PRI podría ser arrumbado del gobierno. En Y tú mamá también, exhibida meses después de los comicios del año 2000, el narrador de la cinta vista por miles de jóvenes, dice al final: «Al verano siguiente, el partido oficial perdió las elecciones presidenciales por primera vez en setenta y un años». En realidad, una frase muy sencilla, que sin embargo se contraponía a la niebla televisiva de la época y que hoy podría verse como una especie de joya del chingaqueditismo nacional.
Cuando el partido oficial perdió las elecciones presidenciales por primera vez en setenta y un años, Gael tenía la sensación de haber participado de alguna manera en el inicio de la transición democrática mexicana. No desde la huelga de la UNAM, pero sí desde el mundo del cine, en el que se había convertido de pronto, sin esperarlo, en una estrella.
MEZCLA
Londres, Inglaterra. Un español, un francés y un mexicano arman, para sobrevivir a los cobros de renta en libras esterlinas, Pachanga, una noche en la que el DJ Gael no ponía house ni nada de esas cosas. Noche con salsa, cumbia y funk. Ganar lana y pasarla bien. Salir y chupar gratis agua con efectos hipnóticos. La festiva destrucción de los cuerpos por las corrientes submarinas de la noche londinense, nadando en un mar de testosterona. Días en la Central School of Speech & Drama de Londres. Días también como albañil: un oficio tan desprejuiciado entre los europeos como el de sembrador de mariguana entre los mexicanos. El DJ Gael haciendo mezcla, pero de cemento, arena, cal y agua para la construcción de una clínica de urgencias. Diez libras esterlinas la hora. Por una noche como DJ: trescientas.
—Mira a ese güey. Está queriendo sacar fotos. Voltea su teléfono como para sacarse una foto él mismo, pero está apuntando para acá donde estamos.
Desde otra mesa del restaurante, un hombre rubio y calvo acomoda la cámara de su iPhone para sacar una imagen de Gael. Lo hace sin emoción alguna, como quien está parándose a mear frente a la taza del baño porque el riñón te dice que hay que hacerlo otra vez.
—En algún momento me gustaría escribir sobre las cámaras y los celulares. Es un tema largo. Esa especie de apropiación del momento vía una cámara yo creo que es una de las expresiones más —esto va a sonar arbitrario— capitalistas que hay. O sea: el bajo costo emocional, el bajo costo físico, la baja inversión, como lo veas, es sacar una foto, y ésa es la que mayor rendimiento te da, porque me llevo una foto y no conocí a la persona. No tuve ni siquiera que molestarme en conocerla.
Cuando me piden una foto directamente siento que se crea una barrera. Pienso: «Tú y yo nunca vamos a ser amigos». El intercambio supuestamente es la foto, pero yo no me llevo nada a cambio. La persona no se arriesga, ni yo me arriesgo a involucrarnos sentimental o humanamente. No hay ningún lazo, pero él se lleva una foto, que a final de cuentas vale madre porque fue bajo la misma lógica de mínima inversión, máximo resultado, pensando: «¿Para qué me molesto en cotorrear con él y luego pedirle la foto? Mejor se la pido directamente y ya».
El inexperto paparazzi del restaurante sigue maniobrando con su teléfono para conseguir la foto de Gael. Tiene unas gafas de motociclista acomodadas junto a su plato de espagueti. Es como si Gael fuera una Harley Davidson XR1200X, tan rara de ver como un eclipse de luna, por lo que bien vale la pena un pequeño esfuerzo para sacarle una foto a esa carrocería de ensueño con la que pocas veces te topas en la calle.
—Cuando me piden una foto por lo general digo que sí, aunque no lo hago cuando realmente no quiero. Pero ya no me importa tanto. Antes de que naciera mi hijo, decía: «¡Puta!, ¡mi privacidad!», le daba mucha importancia. Ahorita digo ya, a la chingada, venga, porque a final de cuentas, como dijo una vez Iván Zamorano, el futbolista, con una voz engolada: «La fama es muy emífera«, sí, es que la fama es muy emífera.
Gael estalla en una carcajada escandalosa y juvenil al recordar al centro delantero chileno diciendo, con actitud sabihonda, emífera en lugar de efímera.
Hay algunas personas viejas que cuesta creer que fueron jóvenes alguna vez. Con Gael, por el contrario, su jovialidad es tal que cuesta imaginar cómo será cuando se haga viejo.
—Creo que tiene muchísima más mitología armada la fama esta de la soledad que mi vida real. Sí, aunque este cabrón esté sacando sus fotos, tú y yo estamos en lo nuestro. Nunca van a invadir este espacio. Si estoy con mi hijo y están sacando fotos, sí le voy a decir: ya, hasta ahí, güey, córtala. Y por lo general te hacen caso, se dan cuenta de que la cagaron. Yo también por eso dejé de tomar fotos. Ahora casi nunca saco fotos. Además porque no soy bueno, quizá porque como soy actor… Es como cuando trabajé de DJ en Inglaterra: yo quería bailar, no quería poner música. Lo mismo me pasa con las fotos. Yo quiero, no sé si tomar la foto o participar ahí en la foto del recuerdo.
Bueno, a mis hijos sí les saco fotos. A ellos sí.
Gael no fue Rimbaud que, tras publicar su segundo libro a los diecinueve años, abandonó todo y se dedicó a la aventura hasta su muerte. Pero luego de Y tú mamá también y Amores perros, Gael sí fue el Che Guevara más entrañable que ha existido en el cine hasta la fecha.
Por eso resulta curioso que no esté enfermo de la fiebre guevarista: no ha colgado nunca en una pared una imagen del guerrillero argentino ni se ha puesto una camisa con la imagen del barbudo con boina. Tal vez se debe a que, más allá del marketing rebelde chic, respeta la figura del revolucionario. Conoce bien Cuba. El avión que por primera vez lo llevó a un país que no era México aterrizó en La Habana. Iba con sus padres, los actores José Ángel García y Patricia Bernal, en los ochenta. Después volvió a la isla comunista en los noventa varias veces, una de éstas para estudiar en la Escuela Internacional de Cine y Televisión que fundó Gabriel García Márquez en la aldea de San Antonio de los Baños. Esa experiencia quinceañera le causó un shock ideológico, el que representa visitar Cuba no sólo unos días, sino vivir una temporada ahí y tener un análisis propio robustecido.
—Cuando tú ves la pobreza de Cuba, te das cuenta de que esa miseria no es la misma miseria que ves en otros lados. Creo que ahí está el tono en el que se pueden juzgar las virtudes de la Revolución Cubana y viceversa. ¿Cuál fue el sacrificio para conseguir eso? Tú como cubano convénceme que debo confiar en la revolución —porque hay algo a cambio, indudablemente— para que la cosa no sea la miseria que veo yo en México, o en Argentina, o aquí en Brasil o en otros lados. Esto que se da a cambio, por más que suene reduccionista, es la libertad. El intercambio para no tener esa miseria es: «Ni tú ni tu hijo van a poder tener cierta libertad, siempre va a haber alguien diciéndote esto sí, esto no, ándate con cuidado».
«En lo personal, yo no sé si estoy dispuesto a hacer ese intercambio de tener bienestar a cambio de menos libertad. Ése es el gran dilema de los revolucionarios cubanos, de los que pudieron haber salido y de los que se decidieron quedar. Muchos amigos cubanos me dicen: «Mira, es que hay algo que tuve que canjear para creer en los hospitales, o cuando veo que todo mundo come, que todo mundo lee». Hay un cierto orgullo y es en esos momentos cuando vuelvo a reivindicar la revolución, con todo y que puedo tener un amigo homosexual artista que siempre ha vivido bajo la lupa y marginado en su propio país, cosa que se me hace una hijoeputez.
La película Diarios de motocicleta, dirigida por el brasileño Walter Salles, lo metió aun más en el análisis del proceso cubano. Siendo ya —usando jerga hollywoodense— una luminaria de alto voltaje, Gael memorizó pasajes enteros de los cuadernos de viaje del incansable joven Guevara; también escudriñó en los ensayos maduros del guerrillero, a quien admiraba tanto como la prosa antiesnob del subcomandante Marcos, el rebelde mexicano que se alzó contra el neoliberalismo.
—Cuando de niño iba a Cuba, confieso que dentro de lo más adentro de mis adentros decía: «Qué chingón sería hacer una película sobre la Revolución Cubana». Luego me tocó la de Diarios de motocicleta, pero que directamente no era sobre la Revolución. Ahí sí agradezco mucho al destino, a la providencia, que me hizo ver ese lado de la personalidad del Che, en vez de hacer una película sobre la Revolución Cubana, como la que hizo Benicio del Toro. Ésa es una película (dirigida por Steven Soderbergh) con ejercicios fílmicos que son buenísimos y la recreación histórica es fantástica, pero también lograron algo muy difícil: convertir a la Revolución Cubana —nuestra gran pachanga latinoamericana— en una revolución aburrida. Había como esta textura gris, los silencios, ves a los revolucionarios en 1959 caminando y caminando con sus mochilitas… ¡Güey! ¡Eran jóvenes de treinta años y eran de lo más divertido, y además, ¿qué cubano guarda silencio? No me vengan.
Gael, al decidir no ser Rimbaud, tampoco se ve a sí mismo como alguien salido de la clase media que busca todo el tiempo, deseoso de atención, escalar hacia el Everest de la respetabilidad, como Roberto Bolaño, meses antes de morir, vio a ciertos colegas escritores que buscaban la cumbre del éxito, y para llegar a ella tenían que «transpirar mucho, firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír otra vez, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias».
El poeta Charles Simic decía que los niños eran maravillosos: «Si yo no tuviera hijos iría por ahí creyéndome Rimbaud». Antes de que nacieran Lázaro y Libertad, Gael ya había renunciado a ser uno de esos jóvenes artistas ingenuos que se sienten peligrosos pero que en realidad solamente son un peligro para sí mismos.
Pero no renunció a una vida medio quijotesca.
—Tener hijos me volvió mucho más idealista. Mucho más. Cuando estaba arriba en el tren con los migrantes centroamericanos que pasan por México, dije: ¡Uta madre, esto es! Y quiero estar con mi hijo y mi hija. Quiero que ellos vean. Esto es el mundo, esto es lo que está pasando. Esto somos todos.
Lázaro, su primer hijo, se llama así a propuesta de su pareja, la actriz argentina Dolores Fonzi. Gael aceptó de inmediato porque le gustaba cómo se oía y porque le recordaba a Lázaro Cárdenas, el presidente mexicano que nacionalizó el petróleo, recibió a los exiliados republicanos de la Guerra Civil española y fue venerado tanto por Diego Rivera como por Fidel Castro, aunque sus escasos críticos aseguran que es el inventor de un sistema corporativista que produjo a los dinosaurios políticos, como se les llama hoy en México a los colmilludos supervivientes del viejo régimen priista.
Los dinosaurios son uno de los temas predilectos de Gael y su hijo Lázaro. Antes de dormir suelen tocar el punto. Aunque Gael también se clavó de niño con el mundo jurásico y cretácico, siempre pensó que el tiranosaurio había sido el carnívoro más grande, pero no, en una noche reciente de lectura con su hijo se enteró de que en realidad el más imponente era el gigantosaurio.
Con el nacimiento de Libertad, su segunda hija, ciertas dudas del papá Gael se intensificaron.
—Creo que nunca me había visto tanto al espejo. Con una niña empecé a preguntarme qué onda conmigo, ¿qué pedo?, ¿hacia dónde?, y también a vivir este noviazgo que surge con ella, un noviazgo que mi mujer tiene con nuestro hijo y que yo tengo con la niña. Y vamos a ver qué onda de mayores, porque si ya desde chiquitos te mandan al carajo…
Casi recién nacido Lázaro García Fonzi, se incendió una guardería en Hermosillo, Sonora, debido a una serie de actos de corrupción y omisión para favorecer a los dueños de la estancia, quienes no tenían idea alguna del cuidado de niños, pero eran amigos y parientes de políticos poderosos que les ayudaron a abrir el negocio y a mantenerlo operando de forma irregular. Gael estaba fuera de México cuando leyó a rajatabla la noticia de la muerte de los cuarenta y nueve niños menores de dos años. Imposible desligar su flamante experiencia como padre con lo que había ocurrido en el norte de México una tarde vergonzosa. Surgió en ese momento una empatía emocional con los obreros a quienes el gobierno mexicano, a la fecha, les ha negado la justicia.
—Cuando tienes a un hijo, todos los hijos del mundo son tus hijos. Yo veo imágenes de hambruna en África y se me revuelve todo, como nunca. Siempre lo había visto con una distancia, creo. Veía más las vetas que eso abría, o que me abría a mí, para poder hacer algo al respecto, pero ahora lo veo de manera abrupta, como justicia social. No hay de otra.
NOGALES
Nogales, Sonora. Árboles y cactus en un desierto frondoso. Meter la cabeza en el Sásabe, solitaria frontera con Estados Unidos, es también meter la cabeza en un lugar de sol oscuro y un precioso bosque de nogales sembrado con huesos de migrantes muertos olvidados. Los invisibles, cuya cámara documental recorre otros rincones del México de abajo, ya empezó a exhibirse en la tele y en YouTube, pero el director de cine sigue viajando por donde, todos los días, cientos, miles, saltan al vacío, rumbo al otro lado. Caminos de terracería abiertos en el borde del borde del precipicio. La línea divisoria —adornada con un muro imperial absurdo (aunque aquí la palabra absurdo resulta redundante)—: una ruta del extrarradio que lleva a cualquier parte y en la que la camioneta hace piruetas va dejando torbellinos de polvo enanos tras de sí. Es una ruta en la que de repente, como si un sueño se hubiera metido dentro del sueño original, por entre la tierra árida, arbustos verdigrises y unos muchachitos con miradas de halcón, se ven, no bien escondidas, pacas de mariguana a punto de ser exportadas vía terrestre al país de junto. El camino lleva ahora hacia un agujero negro o un accidente similar. De repente alguien dice: «Mejor vámonos de aquí, no seas cabrón, Gael».
Unos meses antes de las elecciones presidenciales celebradas en julio de 2006 en México, Gael, junto con otros como la cineasta Lynn Fainchtein y el escritor Juan Villoro se reunieron en privado y por separado con cada uno de los principales candidatos. La cita informal más rimbombante fue con Felipe Calderón, el actual mandatario mexicano, sobre quien ahora pesa una demanda en tribunales internacionales por darle un poder omnicida —con el pretexto de terminar con el tráfico de drogas— a cierta burocracia anegada en la sangre de unas cincuenta mil personas asesinadas.
El día de la cita, el político de derecha llegó acompañado de su cuñado y operador político, Juan Ignacio Zavala. Al poco rato pidió permiso para quitarse los zapatos y se puso cómodo. Tomó tequila y, cuando le dieron una guitarra, cantó trova cubana. Durante la velada, sus anfitriones, aunque corteses con él, lo cuestionaron por la falta de una propuesta cultural en su proyecto de campaña, enfocado en ese momento en la creación de empleos. Ante las críticas, el actual mandatario mexicano ofreció nombrar a Juan Villoro presidente del poderoso Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en caso de que ganara los comicios. El escritor, entre risas, respondió: «¿Y yo por qué?». O una autoironía parecida. Aquel hombre tan acomodaticio que cantaba canciones de Pablo Milanés en calcetines ganó la elección presidencial, y al mes de tomar posesión se hizo retratar en un cuartel vestido de general del Ejército. Seis años después usaba la palabra bazuca en sus discursos económicos y paseaba a caballo por el Distrito Federal como héroe revolucionario. El final de su gobierno era de pronóstico reservado.
Para las nuevas elecciones presidenciales que se celebrarán en 2012, Gael no sabe todavía por quién votará. Andrés Manuel López Obrador, el candidato de izquierda que casi gana en 2006 y ahora repite, no lo convence ni aunque ahora tenga menos tiempo el ceño fruncido y como buen pastor hable del amor al prójimo. En realidad prefería al otro aspirante de la izquierda que se quedó en el camino, Marcelo Ebrard, quien durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal abrió la posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo, impulsó la ley del bien morir que permite a los enfermos terminales renunciar a su tratamiento médico y legalizó el aborto.
—Ebrard es un cabrón que se sabe mover entre esas aguas de la mengambrea política de México y logró lo que parecía imposible: crear una sensación de vanguardia en el DF, o mejor dicho, cosechó esta sensación vanguardista que sentíamos los que vivíamos en el DF. Una ciudad que me fascina. Me encanta esta vanguardia que tiene. Es una ciudad libre. Joder, ¿el tráfico?, OK, ¿la inseguridad?, OK, montón de cosas, pero yo me siento libre en el DF de hacer y deshacer cualquier proyecto.
Ante los ojos de Gael, la figura de Ebrard resalta todavía más en comparación con la de Calderón.
—Calderón hizo algo de mal tino: no nos incluyó más que como espectadores a la hora que decidió que se iba a agarrar a vergazos contra estos güeyes. No nos hizo parte de ninguna forma, por donde lo quieras ver. Desde el discurso hasta lo de acudir en forma al Congreso, en cambio Ebrard sí lo ha hecho. Me acuerdo de unos chavos que entraron a matar a una pizzería del sur de la ciudad. Posiblemente un ajuste de cuentas. Ebrard dijo de inmediato: «A mi ciudad no vienen a armar este desmadre». Lo decía con un crédito político tal que cuando lo escuché yo me sentía parte de eso. No necesitaba decir más, sentías que te incluía. Eso no hizo Calderón antes de mandarnos «al muere».
Tras ser secuestrados, el 25 de agosto de 2010, setenta y dos migrantes pobres de diversos países que viajaban por México hacia Estados Unidos fueron asesinados en una ranchería perdida de San Fernando, Tamaulipas, sin que hasta la fecha queden claras las razones de una de las mayores masacres en lo que va del siglo XXI en el hemisferio occidental. Cinco meses antes, Gael había concluido la filmación de Los invisibles, una serie de cortos documentales que dirigió con el inglés Marc Silver para la organización Amnistía Internacional, precisamente sobre las trampas mortales que debían sortear los migrantes a su paso por México.
Gael había recorrido la ruta de los migrantes, cámara en mano, sobre todo el tramo del sur del país. El tema no le era del todo ajeno porque había participado como productor de Sin nombre, una película que abordaba el tema de la migración centroamericana, aunque dando un énfasis en la Mara Salvatrucha. Durante su recorrido, Gael descubrió que lo más temido por los migrantes eran los secuestros, un fenómeno que aunque el periódico salvadoreño El Faro ya había denunciado, no estaba en el radar mexicano y mucho menos internacional, como lo está en 2012. Otro de los hallazgos importantes de Los invisibles fue la figura del sacerdote Alejandro Solalinde, un héroe extraviado en un istmo de México, quien ayudaba y denunciaba cotidianamente el genocidio migrante sin que se le prestara mucha atención.
Tras el documental de Gael, en el que Solalinde tiene una intervención importante, el sacerdote finalmente fue observado por la prensa mexicana e internacional. No sólo eso: el gobierno debió preocuparse por su seguridad y ofrecerle una protección que, junto con su visibilidad actual, quizá le ha permitido continuar con vida en la cueva de lobos donde desesperadamente ha buscado encender la luz.
—Volví al DF muy revolucionado tras ese viaje. Veía amigos y les decía: «¿Qué crees que es a lo que más le teme el migrante?». Y todos decían violaciones, que los roben, no sé. Pero yo les contestaba: el secuestro como extorsión, no sólo para que paguen, sino también para que hicieran cosas como ir a matar a tal persona, ir a bloquear tal cosa. Hacían algo así y los dejaban continuar su camino a Estados Unidos. Me la pasé diciendo: la cosa está de la chingada, están secuestrando a muchísimas personas.
Para la realización de Los invisibles, Gael tenía claro que no «exotizaría» a los migrantes, mucho menos en función de su fama como actor internacional.
—Yo había trabajado con Oxfam antes, y a cosas así solían llegar con la postura de que ellos son el hombre blanco, ya sea desenmascarando algo que está sucediendo, dándolo a conocer o aprendiendo algo para abrir su espectro mental. Por ejemplo llevaban a alguien de Coldplay a África y él como que se daba cuenta de algo, y cuando volvía, era el documental acerca de Coldplay y la realidad que se vivía en África, o de cualquier persona.
—Yo de ninguna manera iba a hacer eso con Los invisibles. Además porque yo soy de aquí. Ésa es la gran diferencia. Yo no voy a decir: ‘Ah, mira, qué cosas pasan en México’. Siempre les planteaba: ¿cómo le damos la vuelta porque no me gustaría dar a conocer eso de esa manera? O de la forma en la que el millonario que se baja del Grand Marquis —¿te acuerdas que hace años el estereotipo era un Grand Marquis blindado?— y se da cuenta de la realidad, y dice: «Wow, la gente usa la palabra ‘chido'». Ése no era el tema, porque nunca fui y no pertenezco a ninguna de esas ondas. No soy de ese uno por ciento, pues.
El grupo de combate de Gael, con el que trabajó en Los invisibles y suele hacerlo en sus proyectos más personales, está formado por Marta Núñez, una chica española que se encarga de operar técnicamente; Édgar Canseco, como su asistente de producción, y el escritor Kyzza Terrazas, con quien pimponea ideas y temas.
Quizás era más fácil inventar una película de horror que contar lo que ocurre con los migrantes centroamericanos a su paso por México, pero la denuncia de Los invisibles llegó hasta el Capitolio de Washington, donde los cortos fueron proyectados en septiembre de 2011.
—Esta responsabilidad que sentí con Los invisibles, empezó mucho antes: con Ambulante. Cuando vi lo que causaba Ambulante, lo que causaba el trabajo desinteresado que hicimos sólo para que hubiera documentales y que todo mundo los pudiera ver, y hubiera discusión, debate, lo que fuere, cualquiera que fuera el resultado, positivo o negativo, me di cuenta de que ese intercambio era valioso.
Ambulante es una organización no lucrativa que lleva documentales a lugares remotos. Otro de sus proyectos importantes, Canana, se convirtió de inmediato en una garantía de cine independiente. Aunque se trata de una compañía productora que en realidad funciona, tiene la apariencia y las pérdidas económicas de una ONG.
Tras la proyección de Los invisibles, Gael regresó a la ruta de los migrantes. Ahora sin cámara. En Chiapas se subió a La Bestia, el alias del ferrocarril que viaja de sur a norte de México atiborrado en su techo de migrantes, principalmente de Centroamérica.
—Ahí arriba hay una hermandad tremenda que lo que más se asemeja es a lo que he vivido en el teatro, donde la camaradería es igual de fuerte y de tribal. Somos un grupo que está funcionando, que nos estamos acompañando y apoyando; en el tren es así, para cruzar de un vagón a otro necesitas que te eche ojo alguien, y que alguien te reciba. Y tienes que compartir la comida, porque ahí arriba del tren escasea, entonces la comida tienes que compartirla. Pocas veces he disfutado tanto compartir una sandía.
Para poder dedicarse a Los invisibles, Gael sabía que tenía que trabajar en algo redituable que le diera para vivir. La película que cumplió esa función fue Pedacito de cielo, una comedia romántica que protagonizó con Kate Hudson y que no ha sido bien recibida por los críticos, aunque ha sido un éxito de taquilla. La edición de Londres de Time Out le dio una estrella de cinco y en su reseña preguntaba al actor: «Gael García, ¿qué está pasando con tu carrera?».
Minibreviario gaeliano.
Indignado: Se me hace muy corto ese adjetivo. Se me hace un branding español del más chafa. Inclusive para los mismos españoles.
Partidos: Entrar en la estructura de poder de un partido político es no autoengañarse, pero sí vender una cosa que no es. Es no mostrar transparencia. También es una ventaja esta posición que tú y yo tenemos, digamos, de parte de la sociedad.
Crisis europea: Éste es el momento de buscar que no nos transen más y también de no transarnos a nosotros mismos. Porque también los españoles lo hicieron con esa burbuja inmobiliaria. Había que tener tantito sentido común para decir: ¿por qué chingados vas a tener tres casas, cabrón?, ¿cuándo pensaste en tu vida que tener tres casas era asequible y fácil, además de que fuera lo normal para ahorrar? ¡Ni madres, cabrón! La casa es la que ocupas, en la que vives. Pon tú, si quieres tener dos casas, pues vives en dos casas, pero esta cosa que hicieron de comprarse casas a diestra y siniestra con el diez por ciento del enganche: una casa en Marbella, otra en Málaga, otra en no sé dónde, pues empezaron a construir y construir, y obviamente se quedaron sin nada, con unas deudas enormes por pagar.
Obama: Es el más reflexivo y autocrítico de muchos políticos, inclusive de Europa. Se habla de que su debilidad es su falta de poder convertirse en un presidente fuerte, que porque parece más un organizador comunitario que un presidente que dice: «Se chingan, es por aquí, la salud pública va por acá, no sean pendejos». Como que se ha convertido más en ese organizador de club de fin de semana, pero por otro lado yo creo que ahí radica mucha de su fortaleza. El cabrón es de los pocos que ha dicho: «La cagué».
Carlos Slim: Muy ingeniero, con las plumitas en la bolsa de la camisa. Cuando lo conocí me sorpendí de que podías hablar con él de todo. En el caso del cine, por ejemplo, no es muy común que alguien sepa de cine o esté tan enterado. Sobre todo de cuando él iba al cine, de los cines de segunda vuelta, y de la situación del cine actual, y de la forma en que ellos se habían involucrado, de las experiencias que ellos habían tenido —que por cierto no eran muy buenas.
Lo que está cabrón de Slim es que sólo compra deuda. Entonces dices: ¿nos queda la bancarrota para que sea productivo? Porque cuando las cosas van bien él no suelta nada, entonces dices: «cabrón, no sé, yo no tendría esa lógica».
Película por estrenar: Es una cosa rarísima con Will Ferrell hablando en español. Es una película burlándonos de las telenovelas. Es una comedia tonta, tonta. Me encantaría decir más, pero como no la vi… Yo espero que haya quedado bien. Mientras la hacíamos había una cosa en la que yo pensaba: el tema del narcotráfico. Los temas serios de México sólo se pueden abarcar de manera muy seria y dejarse de mamadas de encabezados del Reforma o de los comentaristas, digamos los opinólogos de Canal Once, dejarse de ese esquema y abarcarlo con toda su dimensión y el tiempo que necesita un tema serio para madurar, o bien, lo otro es cagarte de risa, irte al otro extremo, el de Clavillazo o de Cantinflas: cagarte de risa y ahí encontrar algo, pero hacerlo realmente al extremo.
Si quieres dar un mensaje social, estás mal. Tiene que ser realmente comedia, comedia, cabrón. Cagarte de risa.
—Ahora que te sientas a ver Toy Story y otras películas por el estilo con tus hijos, ¿no se te antoja hacer cine infantil?
—Sí, pero ahí sí creo que es lo más complicado, es lo más difícil. El proceso lleva muchísimo tiempo y creo que tienes que tener un alma de niño perverso, como de niño travieso, o de niño diabólico que a final de cuentas no termina siendo diabólico. Como Hugo Hiriart o como Guillermo del Toro. Tienes que ser un alma así. O esta cosa de Alfonso Cuarón cuando hizo La princesita, una sensibilidad que no sé si la tengo, que quizá la puedo manifestar de otra manera, en el contacto.
—Pero tienes fama de niño bueno…
Se ríe.
—Y hay quienes no te conocen y te critican precisamente por eso: por ser la estrella de cine que supuestamente aparenta ser buena onda…
—Creo que llega un momento en que ese prejuicio deja de existir, porque ya se acabó la primera impresión. Ya es distinto. Llega un momento… Hay un paralelo, por ejemplo, con el mundo paparazzi, en que soy la persona más aburrida del planeta. Me sacan: «fue a comprar pañales». No hay noticia, no hay chisme. En la otra manera hay algo similar, como que el que haya pensado eso podrá seguirlo pensando, pero esa persona ya no le da tanta importancia a ese prejuicio, o si realmente le da mucha importancia, me pregunto: ¿te cae?, ¿por qué le das tanta importancia a ese tema?
«Me niego a aceptar que hay envidias. Hay dos cosas que nunca he sentido, confieso: la envidia y el aburrimiento. Me imagino que la envidia no abunda tanto. Es más particular, personas con un cierto carácter y así. La envidia se me hace muy infantil en el sentido peyorativo. Ni siquiera de niño me clavé en esa sensación. Nunca.
RODILLA
Buenos Aires, Argentina. Ay, cabrón. La morfina recién inyectada recorre el cuerpo de Gael, quien se encomienda a su abuelo, el médico de la farmacia de madera en Huetamo. El médico del Racing Club de Avellaneda (algo así como el Cruz Azul argentino) se alista para maniobrar con el futbolista amateur lesionado. Mete el tubo por un costado de la rodilla, lo saca por el otro. Limpia uno de los cuatro ligamentos de adentro que están cruzados entre el fémur, la tibia y el peroné. Agarra un cacho del tendón, lo filetea, lo anuda hasta dejarlo con un grosor similar al del ligamento dañado y después, por el tubito, con ayuda de unos tornillos microscópicos de policarbonato, lo ajusta a la tibia y al fémur. En los seis meses siguientes se caerá el músculo, pero al final el ligamento quedará duro.
Estando pacheco, Gael recuerda a la familia de su papá, en la que casi todos son médicos. Les dice a los que lo rodean que el trabajo más bello es el del médico, que qué gente tan dedicada, ustedes que están aquí, tan buena onda, de verdad, un amor. Primun non nocere.//
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