En Cali, en medio de las protestas civiles, una de las participantes del Paro Nacional ha sido Francia Márquez Mina. Defensora de los derechos humanos y las comunidades afrodescendientes de su país, activista medioambiental y feminista, podría ser la primera mujer presidenta de Colombia en 2022.
A las 7:36 horas del 28 de abril de 2021 la lideresa comunitaria, defensora de derechos humanos y del medioambiente, Francia Márquez Mina, en ese momento candidata a la presidencia de Colombia por el movimiento independiente Soy Porque Somos –una candidatura respaldada por los feminismos de su país– publicó en su cuenta de Twitter: “Hoy yo paro por la vida, la dignidad y la paz”. En el primer día del Paro Nacional, ella, de 39 años, vestida con un pantalón ajustado, una camiseta con la frase “Las vidas negras importan”, una mochila tejida, aretes y pulseras artesanales y el pelo recogido en una moña alta, ensortijada, imponente, fue una más de los miles que salieron a las calles a protestar contra el proyecto de reforma tributaria que cursaba en el Congreso y que, gracias a la presión social, fue retirado el 2 de mayo por el presidente Iván Duque. Hoy ella es candidata a la vicepresidencia de Colombia, compite junto con Gustavo Petro –el puntero en la elección presidencial– y podría ser la primera mujer afro en ocupar dicho cargo en la historia del país.
Durante el Paro Nacional, Francia Márquez marchó en Bogotá y después viajó a Cali, la ciudad al suroccidente de Colombia, donde vive con sus dos hijos y desde la que siguió participando en el Paro Nacional. A la mañana siguiente recordó en entrevista con Gatopardo la jornada inaugural de una movilización que continúa con demandas que incluyen educación, trabajo, renta básica, implementación del Acuerdo de Paz, cese al asesinato de líderes y lideresas sociales, retiro del Congreso de los proyectos de reforma laboral y a la salud:
—La impresión que me queda es que hay un pueblo que a pesar de las adversidades se levanta en dignidad y toma las calles como su escenario de resistencia frente a una política de la muerte impuesta por el Estado. Ver a tantos jóvenes que lloraban, me abrazaban y decían: 'gracias por caminar con nosotros, estamos cansados, hay una pandemia que no es solamente la del covid: es la del hambre, la de las balas', para mí fue doloroso, pero también me llenó de esperanza […]. Vi a un pueblo dispuesto a cambiar y a hacer su propia historia.
En la entrevista que sucede por Zoom, Francia Márquez tiene un turbante amarillo, azul y rojo. Su expresión es atenta, recia, su tonada cadenciosa. A diferencia de lo que podría ocurrir con otros aspirantes a la presidencia, no se repite, no usa fórmulas ni hace promesas estruendosas. Piensa cada respuesta y con frecuencia evoca sus orígenes.
Francia Márquez nació en 1982 al suroccidente de Colombia, en el departamento del Cauca, en el municipio de Suárez, en la vereda de Yolombó, en el corregimiento de La Toma, un territorio ancestral habitado por descendientes de africanos esclavizados, en una red de ríos y montañas de todas las alturas y tonos –rico en oro–, donde la gente se dedica a la minería artesanal, la agricultura y la pesca desde 1636, y que con la Ley 70 de 1993 fue reconocido por el Estado como propiedad colectiva de una comunidad negra.
—Yo me construí en comunidad, nosotros no nos pensamos como individuos. A mí me importa lo que le pasa al vecino; si alguien se muere, no es problema de la familia, es problema de todos; si alguien se enferma, las mujeres buscan desde sus saberes ancestrales cómo curar a esa persona. Es solidaridad, es tejer relaciones, juntanza, comadreo […]. Tal vez nacer en la escasez nos permita ver eso, pero la escasez en términos materiales porque nosotros hemos crecido en la abundancia.
Para referirse a su tierra, utiliza la expresión “donde se tiene el ombligo sembrado” porque en la comunidad el cordón umbilical de quien nace se entierra para establecer un arraigo, un lazo con los ancestros y las ancestras.
La vocación por la defensa del territorio y la convicción feminista llegaron muy temprano a la vida de Francia Márquez. En su familia, de manera práctica, vital, todos eran activistas del medioambiente. De su abuela aprendió a relacionarse, de su abuelo a compartir, a conmoverse con las necesidades de los demás.
—Mi mamá se iba al río a pescar cuando no había qué poner en la olla porque tenía que garantizar que sus hijos no se acostaran con hambre. Ella perdió las huellas de sus manos trabajando en la mina y a veces en casas de familia para darnos lo básico para vivir. Yo creo que eso es feminismo: es cuidar la vida. Las mujeres me enseñaron a cuidar el territorio como un espacio de vida […]. Con los hombres de mi casa también aprendí a sembrar la tierra, aprendí la solidaridad en las minas porque nadie podía irse para su casa sin llevar un poquito de oro.
Pero esa riqueza, la abundancia hídrica y, sobre todo, de oro, que ya en el siglo XV fue explotada por la corona española con mano de obra esclavizada y desde entonces por distintas empresas mineras, ha sido también la razón por la que, dice, “nos matan, nos destierran, nos amenazan, nos desplazan y nos hacen la vida miserable”.
A los doce años participó en una acción colectiva para evitar el desvío del río Ovejas, bajo cuyo arrullo durmió muchas noches.
Detrás estaba la empresa española Unión Fenosa para aumentar la capacidad productiva de la represa La Salvajina, construida en 1985 en el municipio de Suárez con el objetivo de producir energía eléctrica y evitar las inundaciones al controlar el caudal del río Cauca, el segundo más importante de Colombia. La Corporación Autónoma Regional del Cauca emprendió la obra y prometió a las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas un desarrollo integral: educación, salud, infraestructura. Menos de la mitad se cumplió, se lee en una nota de la revista Semillas, publicada por la organización ambiental del mismo nombre. En una entrevista para el diario El País de Cali, Francia Márquez contó: “A la comunidad simplemente le dijeron: necesitamos construir una represa, les vamos a pagar algo por la tierra […] y los obligaron a vender”. Ella tenía tres años, pero vio a sus tíos y abuelos oponerse, los escuchó hablar sobre los daños que la represa trajo: la sequía de humedales, la inundación de tierras, el extraño microclima que menguó el cultivo local.
Por eso en 1993 protestó junto a sus vecinos y parientes, a quienes llama su familia extensa, contra el desvío del río. Lograron frenar el proyecto mediante el primer ejercicio de consulta previa de una comunidad étnica. Sin embargo, un problema quizá mayor surgía: el auge de la minería ilegal y legal, aquella ejercida por empresas con títulos de explotación otorgados por el Estado que ella denomina como inconstitucional, puesto que no respeta los derechos ancestrales sobre el territorio.
La década del 2000, en la que Francia Márquez estudió Derecho en la Universidad Santiago de Cali, estuvo marcada por su participación como representante del Concejo Comunitario de La Toma, una lucha jurídica e institucional contra el modelo de extracción minera y a favor de la consulta previa, cruzada de amenazas de grupos paramilitares. En 2014 caminó 538 kilómetros hasta Bogotá con otras quince mujeres, que terminaron siendo ochenta, a exigir garantías del gobierno en la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales, también conocida como Marcha de los Turbantes. Tras una protesta de veintidós días, el ministro del Interior por fin las escuchó, lo que permitió el retiro de doscientas retroexcavadoras dedicadas a la minería ilegal.
—Los derechos de afrodescendientes e indígenas siempre han llegado tardíamente, después de una lucha—dice en entrevista con Gatopardo—. La visión colonial de la élite que nos gobierna considera que nuestros derechos obstaculizan el progreso. Ese pensamiento no es de ahora, viene desde que se pensó un Estado nación racial y patriarcal […]. Cuando surgió la necesidad de hacer un acuerdo de paz, fui a La Habana y llevé una carta de la población negra diciendo que queríamos participar en una subcomisión étnica. Primero me dijeron: no es posible, tendríamos que traer a todos los sectores a negociar la paz. Después, con esfuerzo, logramos el capítulo étnico. Pero esos derechos siguen siendo vistos como una amenaza para el Estado. La campaña de Duque se basó en hacer trizas las posibilidades de paz para los que padecemos lluvias de balas en los territorios. El Acuerdo de Paz no está siendo implementado.
Además de ser representante del Concejo Comunitario de La Toma hasta 2016, se lanzó en 2018 a la curul de la Cámara de Representantes para comunidades afrodescendientes y, aunque no fueron suficientes, obtuvo 13,352 votos. Desde el año pasado preside el Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia, un ente consultor del gobierno en temas de paz y en el que está bloqueada, según comenta: no la dejan hacer nada, no hay presupuesto ni espacio para voces que cuestionen. La primera garantía para la paz es la vida, dice, y hoy eso también está fallando.
Ese mismo año, 2014, las amenazas por su oposición a los proyectos de minería se hicieron constantes y en octubre Francia Márquez tuvo que dejar su casa en La Toma y mudarse a Cali, desde donde recuerda:
—El destierro daña, el destierro afecta a las personas y tristemente ese destierro que hemos vivido con mis hijos nos ha dañado, ha sembrado el miedo entre nosotros. Volver a nuestra casa nos da miedo, ir a dormir una noche allá nos genera intranquilidad, zozobra. El día que nos tocó irnos, dormimos en una casa ajena. Qué dormir, pasamos la noche mientras llegaba la madrugada. Si regresamos, mis hijos dicen: no quiero estar aquí, tengo miedo de que vengan por nosotros. Eso es el destierro: la imposibilidad de que la gente vuelva a pensarse en su territorio, de que vuelva al lugar donde tiene el ombligo sembrado. Cuando llegamos a Cali a mi hijo le resultaba extraño que un plátano costara mil pesos. Terminamos asumiendo una vida en torno a la economía, mientras que en nuestra casa podíamos comer sin necesidad de tener dinero.
A la pregunta sobre cómo forjó su candidatura a la presidencia, anunciada en agosto de 2020 (aunque ahora es parte de la fórmula de Petro y compite por la vicepresidencia), retorna a eso, al pasado:
—Yo he sido parte de los pueblos afrodescendientes, pero también de voces diversas que luchan contra situaciones de injusticia. Soy de una región donde el conflicto armado ha afectado en términos históricos y de racismo. No nos llega el agua, pero nos llegan las balas. Ser parte de un pueblo que se construye en resistencia, que resuelve la cotidianidad en medio de tanta incertidumbre, es lo que nos empuja a alzar la voz, aunque cada vez que alzamos la voz el establecimiento nos violenta porque el Estado ha sido secuestrado por una élite, una supremacía blanca con vínculos con las mafias que se ha mantenido en el poder a costa del detrimento de las mayorías […]. Es desde ahí, desde la periferia y las mayorías, que tomamos la decisión: vamos para la presidencia, vamos a ocupar ese espacio que hemos cedido por muchos años.
Francia Márquez integra el Proceso de Comunidades Negras, una red de organizaciones del Pacífico, el Caribe y el centro del país que desde 1993 trabaja por la cultura afrocolombiana y el reconocimiento de derechos étnicos, territoriales y políticos. El movimiento con el que aspiró a ser presidenta proviene de la filosofía sudafricana Ubuntu, basada en la solidaridad, que en lenguas zulú y xhosa significa "soy porque somos". Cuando el pasado 5 de abril su candidatura fue respaldada por la Convención Nacional Feminista dijo: “Soy un eslabón de la cadena y la cadena no se rompe aquí”.
—El primer reto es construir un programa de gobierno colectivo. La mayoría de candidatos se reúne en una mesa de cuatro, cinco personas, consigue expertos y los expertos definen qué es lo que sueña Colombia. Cuando digo de manera colectiva es que la participación sea real, incluso en términos de reparación histórica de las injusticias raciales, patriarcales y climáticas. En el Proceso de Comunidades Negras tenemos la experiencia de construirnos en colectivo con un gobierno comunitario, propio, puesto en planes de etnodesarrollo, de vivir sabroso. Los pueblos indígenas tienen una gran trayectoria en cómo hacer gobierno propio, colectivo y diverso. Yo creo que esa es una experiencia que este país no conoce y que debería conocer.
Si su candidatura se definiera en una frase podría ser: cuidar la vida, eso que le enseñaron de chica. Apunta a un gobierno genuinamente inclusivo, antirracista y antipatriarcal.
Este texto se escribió y se publicó a un año de las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta está prevista para el 29 de mayo de 2022. Entonces ni el panorama electoral ni la lista de contendientes estaban del todo definidos. Según las primeras encuestas, el senador Gustavo Petro —candidato del Pacto Histórico, una coalición de partidos y movimientos progresistas y de izquierda— lidera la intención de voto. Y aunque Francia Márquez lo apoyó en su aspiración a la presidencia en 2018, entonces ella se mantuvo como independiente, lo que le valió críticas por parte de seguidores del petrismo, quienes consideran que la única forma de derrotar en las urnas al uribismo, hoy en el poder, es consolidar una alianza fuerte.
—Queremos un gobierno puesto al servicio de la vida, desde abajo, que sepa lo que significa aguantar hambre o que una lideresa sea asesinada, que reconozca la necesidad de transitar de la guerra a la paz. Este año se cumplen doscientos de la ley de vientres, una ley que lograron las ancestras para liberar nuestros vientres de la esclavitud. Pero el Estado patriarcal nos esclavizó nuevamente y nos puso a parir hijos para la guerra. Somos las mismas mujeres empobrecidas y racializadas y nuestros vientres siguen esclavizados en favor de la guerra.
En 2018 Francia Márquez ganó el Premio Medioambiental Goldman, el más importante para quienes defienden la naturaleza. En su discurso dijo: “Soy parte de un proceso, de una historia de lucha y resistencia que empezó con mis ancestros traídos en condición de esclavitud”. Esas dos palabras hicieron eco: "soy parte". Ahora, al terminar la entrevista, mira a la cámara igual que al comienzo, sin perder la concentración. En sus correos electrónicos suele despedirse con “un abrazo ancestral”. Dice:
—Tenemos la experiencia de cuidar el territorio. Eso es lo esencial y de eso sabemos. Yo no me creo el cuento de la experticia, de tener que ir a Harvard para gobernar. Los que han ido aprendieron mal. Fueron allá para aprender cómo se cuidaba la vida y lo que han hecho es reproducir la política de la muerte.