YouFest. Les diré que vengo de un mundo raro.
El festival que reúne a La Tigresa del Oriente, Delfín Quishpe, Wendy Sulca y otras estrellas de YouTube sobre un escenario es aún más surrealista que sus videos.
En la vigésima tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española figurará por primera vez la palabra «friki».
friki. (Del ingl. freaky).
1. adj. coloq. Extravagante, raro o excéntrico.
2. com. coloq. Persona pintoresca y extravagante.
En octubre de 2010, en Buenos Aires, se llevó a cabo la edición cero de un festival que después se llamaría YouFest. El espectáculo En tus Tierras Bailarás tenía tres estrellas, tres latinoamericanos cuyos videos sobrepasaban las quince millones de visitas en la Babilonia de YouTube. Las peruanas La Tigresa del Oriente y Wendy Sulca, junto al ecuatoriano Delfín Quishpe, enloquecieron a cuatro mil porteños con sus himnos del llamado tecno-folclor andino. Detrás de la idea había un español, Daniel Eisen, curtido en agencias de publicidad, y dos argentinos, Darío Helman, del mundo audiovisual, y Sebastián Muller, del sector de la comunicación. Los organizadores, fanáticos de la democratización de la cultura por medio de la red, quisieron probar qué pasaba si se subía YouTube al escenario. El evento de Buenos Aires los dejó satisfechos: los videos de las actuaciones de Wendy, Delfín y La Tigresa sumaron cuarenta y cinco millones de visitas en YouTube, algo así como la población de España.
Desde entonces, durante dos años, Eisen, Muller y Helman contactaron con artistas de orígenes dispares. La indeclinable condición era que sus videos triunfasen entre lo más único de YouTube. El casting fue a golpe de views. Además de originalidad, querían que el YouFest tuviera la ubicuidad de los youtubers. Por eso, el YouFest es itinerante. La ciudad elegida para llevar a cabo la edición de 2012 —dos escenarios, películas, deportes extremos— fue Madrid, el 28 y el 29 de septiembre pasado. México, DF podría acoger el YouFest 2013.
En números, los treinta y seis artistas del YouFest Madrid suman dos mil millones de views en YouTube. En letras: Adele no, pero los Vázquez Sounds sí; Shakira no, pero Shakiro sí; Lady Gaga no, pero La Tigresa del Oriente sí; Katy Perry no, pero Keenan Cahill sí; Justin Bieber no, pero Sung-Bong Choi sí.
Viral. Le llaman video viral a aquel que se sube como una broma para pocos y que, como los experimentos en las películas de serie B, se salen de madre.
La oficina de YouFest en Madrid es un chalet de dos plantas que huele a Marlboro rojo. Ahí hace balance Daniel Eisen, uno de los organizadores: cuarenta y pocos, canas de Clooney, jean suyo, pucho de Marlboro. Hoy es lunes, el YouFest ya ha pasado.
—La foto de familia de YouFest es el «We are the World» de hoy.
Daniel Eisen dice: «We are the world» con voz ronca. Los días de festival —se disculpa— lo han dejado hecho polvo. La lluvia que convirtió Madrid en una ciudad bíblica el viernes 28 de septiembre se ha evaporado, pero quedan los resfríos.
Ese día, la inauguración, el peor baldazo fue el público, su ausencia. Dos mil personas cuando se esperaba el doble, gracias a una tormenta feroz en una ciudad de sequías y a una huelga de metro y autobuses —la crisis— en una ciudad que se jacta de su transporte.
Pero Daniel Eisen está satisfecho.
—La entrega de los artistas en unas condiciones meteorológicas durísimas fue impresionante. Fuera de eso, fue maravilloso ser consciente de que el mundo nos estaba observando: el viernes hubo unas doscientas cincuenta mil personas siguiendo el festival por live streaming: eso es impresionante. Sí, esperábamos más público, pero the show must go on.
Pero el sábado no llovió, y Madrid, como un perro urgido, se abalanzó a la calle sin paraguas. Mientras la ciudad se secaba, el Matadero se llenaba.
—Y llegó el sábado y se abrió el cielo, y todos los artistas y la gente… de repente había siete mil personas ahí. Todo salió bordado y nos siguieron cuatrocientas mil personas online en live streaming. Wow. Wow.
La avispa que sobrevuela todas las críticas que se escriben sobre el YouFest es que es un freak show y que los organizadores aúpan el esperpento.
—¿Se ríen de los artistas del YouFest?
—Hay un grandísimo sentido del humor por ambos lados —dice Eisen—. Por parte del artista, que sabe reírse de sí mismo, y de un público mucho más abierto que en el pasado, que acepta un montón de representaciones artísticas. Nadie se ríe de nadie, al contrario: aquí en España se dice buen rollo. Vamos a ver, señores, el sábado acabamos con Underworld, que viene de dirigir las Olimpiadas de Londres. ¿Y quién fue el telonero de Underworld? Rick Astley. O sea, OK, señores, this is wow, ¿OK? Nadie se ríe de Sung-Bong Choi ni nadie se ríe de Keenan. Nadie se ríe en el fondo de Shakiro. Y La Tigresa ha demostrado muchas cosas a mucha gente.
Aunque en Madrid hubo una treintena de artistas «youfesteros», los duros seguían siendo los tres del festival de Buenos Aires. En 2010, cuando Eisen, Muller y Helman los llamaron, Delfín Quishpe, Wendy Sulca y La Tigresa del Oriente ya eran conocidos. Llevaban un año, La Tigresa; dos años, Wendy, y tres años, Delfín, siendo famosos, pero por separado. Los temas «Torres Gemelas» —sobre el atentado del 11-S—, de Delfín Quishpe; «La tetita» —sobre la obsesión mamaria de una niña—, de Wendy Sulca, y «Nuevo amanecer» —autoayuda de señora mayor en traje de baño—, de La Tigresa, recibían millones de visitas en YouTube y eran imitados en videos que, a su vez, se subían al sitio. Sí, en esas parodias había más burla que homenaje, pero eso permitió que, de ser conocidos sólo en sus comunidades, pasaran a serlo en otra comunidad insensatamente más poblada: la de la red.
Lo único que no causaban —que no causan— era indiferencia. Empezaron a llamarlos reyes, maravillas, estrellas y también monstruos, frikis y cosas mucho peores. Leer los comentarios a sus videos es ver los ojos biliosos del trol, ese monstruo del anonimato virtual que vacía las vísceras en internet.
Comentarios a «Nuevo amanecer», de La Tigresa del Oriente:
«SACRIFIQUENLAAAAAA!!!!!!!!!!!!! Y TAPENLA CON DIARIOS….».
«Esta estupida vieja fea es digna representante de las masas marrones de indios nariz de gancho el peru, tierra maldita de monos e indios cara de nalga».
Comentarios a «Torres Gemelas», de Delfín Quishpe:
«el avión tendría que haber chocado con este pelotudo».
«maten a este indio payaso hijeoputa que hace musica chichera y malas composiciones».
Comentarios a «La tetita», de Wendy Sulca:
«Yo llego a ser un Peruano y me pego un tiro de la vergüenza ajena».
«CHILLA COMO UN CERDO RECIEN PARIDO LA CAGADA ESA».
Pero a ellos ese odio en cápsulas no les importaba demasiado. Millón tras millón de visitas se hacían gigantes, atraían a la prensa y daban conciertos en sus países. Pero el bombazo —Eisen, Muller y Helman lo sabían— vendría de la unión de estos tres personajes, que no se habían visto jamás. Así, después de idear el festival, pensaron que había que dar una canción al trío, y nació «En tus tierras bailaré». Tema en mano, llamaron y ofrecieron efectivo, un festival en Argentina y la consagración.
La Tigresa dijo:
—Mostro.
La mamá de Wendy dijo:
—Claro, excelente.
Delfín dijo:
—No hay problema.
La canción que escribieron los organizadores del YouFest, loca piñata de sionismo andino que ya es un hit global, habla sobre Israel. ¿Por qué? Daniel Eisen responde que es muy sencillo.
—Se trataba de que hubiera un tema que cantaran juntos. El tema se compuso aquí —abraza el aire que huele a Marlboro— en un momento de delirio. De decir, mira…, si es que en este festival hemos juntado gente de todos los países, de todas las religiones y, es decir: «Israel, Israel, qué bonito es Israel…». No hay nada detrás. Ha habido una absoluta inocencia y ganas de reírnos, de no hablar de conflictos ni de problemas. Lo han coreado millones de personas en el mundo y no-pasa-nada… Es que es así de estúpido. Dos de los fundadores de YouFest vivieron en Israel. Y ya está. Y hacía falta un coro pegadizo.
La Embajada de Israel en España, según el programa, fue auspiciante del YouFest.
En las imágenes del video en el que Delfín, Wendy y La Tigresa del Oriente cantan «En tus tierras bailaré» se ven guanacos, judíos ortodoxos bailando en un semáforo, playas, un molino de viento, monos en un estanque, un rescate submarino, un pantano, papagayos, un campo de amapolas, un mercadillo de chanchos.
Es viernes 28 de septiembre por la tarde, y el Youfest aún no ha empezado.
En el backstage, artistas y reporteros se sumergen en las pantallas de sus iPhones, iPods y iPads. De las casitas que parecen saunas, pero son oficinas y camerinos, sale gente nerviosa con camisetas que dicen staff. Donde debería verse el patio, los escenarios, no se ve nada, sólo un muro de agua. Ya no hay Madrid sino océano, y ésta es un arca de Noé. La Tigresa del Oriente, Wendy Sulca, Delfín Quishpe, Keenan Cahill, Rick Astley, Sung-Bong Choi son los elegidos para salvarse de un diluvio auspiciado por Red Bull. A pesar de todo, la nave va, el YouFest no se cancela. Muchos se cansan y regresan a casa. Pero los que se quedan ven sobre el escenario a los personajes más singulares que se han visto en este sorprendente planeta.
Los zapatos son Dr. Martens, Vans, Converse o Hunter. Las gafas son Ray-Ban negras o carey. El pantalón es pitillo. Las camisas son blancas con corbata negra —finita, de cuero—. El reloj es retro, Casio. El sombrero es borsalino o no es.
Son ellos: los del festival de literatura coreana, los de la novela gráfica, los del mercadillo callejero. Son ellos: los de la bolsa de tela que dice «El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto», los del bigote, los de la mochila de cuero beige, los que compran vinilos. Son ellos: la gente más cool, el público del YouFest.
Españoles y europeos universitarios, compradores de ropa vintage en Nueva York, paseantes de Berlín y Londres, usuarios de todos los gadgets, corean, bailan, gozan las canciones que, arriba de un escenario, interpretan un indígena de un pueblito perdido de Ecuador, una niña huérfana de un barrio pobre de Lima, una abuela de la Amazonia peruana, un adolescente con una enfermedad degenerativa que hace playback, un chileno que canta con voz de chica, un surcoreano que se crió en la calle, un ídolo gringo de los ochenta relanzado por una broma de internet.
Pero, en medio de todo eso, ¿quién se ríe de quién?
La primera vez que se «rickrolleó» fue en mayo de 2007. Rickroll: es una broma de internet que hace referencia al cantante Rick Astley. Consiste en un enlace trampa disfrazado como algo de interés para el usuario que lo ve, pero lo redirige hacia el video de Rick Astley «Never Gonna Give You Up» (1987). El Rick Astley que en 2012 enloquece al público del YouFest no es el de los ochenta, pero mantiene la voz profunda —»we’ve known each other for so long«— y el cuerpo de dandi. Los años le han caído como cae la lotería: bien, bien. Cuando aparece en el escenario, los —las— que tenían sus casetes y los —las— que lo acaban de conocer chillan y no dejan de chillar hasta el final de un concierto.
—¡Guapo!
Madrid se rinde ante el resucitado.
Keenan Cahill, un chico de Elmhurst, Illinois, tiene diecisiete años y mide 1.26 metros. Nació con el síndrome de Maroteaux-Lamy, una enfermedad que impide el desarrollo del cuerpo. Una tarde subió a YouTube un video suyo haciendo playback de «Teenage Dream» de Katy Perry. Por los caminos insondables de la red se convirtió en viral. Perry lo vio. Vía Twitter saludó a Keenan, y el mundo se dio la vuelta para mirarlo. Sus videos han tenido cuatrocientos cuarenta y dos millones de reproducciones. El YouFest trajo a Keenan a Madrid para que saliera vestido de astronauta a la gala final, y Keenan fue aclamado como un héroe.
José Roa de Hablatumúsica, el blog musical de 20 minutos, es lapidario: «Que la localización haya sido el Matadero de Madrid encaja a la perfección con el esperpento que sufrimos este fin de semana, donde la cultura y la música han sido degolladas en pos del disfrute satírico de una organización altiva y prejuiciosa. ‘Bienvenidos al peor festival al que hayas asistido jamás’, debería rezar su eslogan, en vez del actual ‘El festival de la generación Youtube’. […] Una supuesta generación que genera ‘estrellas’ a través del ridículo e incita a la mofa pública y generalizada».
Ahora, sobre el escenario, canta una fuerza de la naturaleza, un chico surcoreano, abandonado a los tres años en un orfanato del que se fugó. Desde los cinco, Sung-Bong Choi vendió chicles y durmió en escaleras. Una noche escuchó a un hombre cantar y quiso ser ese hombre. Años después se presentó en Korea’s got Talent. Cantó «Nella Fantasia». El jurado lloró. Alguien dijo que su versión del tema de La misión está en el iPod de Dios. Claro que eso fue escrito con la tinta nácar de la leyenda.
Hoy, en Madrid, Sung-Bong Choi, menudo, ojos rasgados, veintidós años, flequillo, traje gris, sale al escenario del YouFest serio, ceremonioso. Es la furiosa antítesis de los deportes extremos, del pop psicodélico de la India y de una lambada que puso a todo el mundo a cien. Sung-Bong Choi, tenor clásico, sale después de un collage lunático y canta con un vozarrón delicadísimo. En su cuerpo pequeño se aloja el vibrato de un gigante. Y ese mismo público, que ha gritado como si fuera el fin del mundo, se vuelve una misa.
¿Quién se ríe de quién?
Rodolfo Burgos es un chileno bajito que vive de cantar como una chica. Antes de demostrar el sobrenatural parecido de su voz con la de Shakira, era un vendedor al que le gustaban los karaokes. Su paso por el programa Yo Soy, que se subió a YouTube, cambió su vida. Ahora, en el backstage del YouFest, pregunta si la entrevista va a ser larga porque debe cuidar la voz, y se sube el cierre de la chaqueta azul. Habla del morbo que da ver cantar a un hombre como una mujer y diferencia morbo de friki.
—Si fuera friki tendría que vestirme de mujer y hacer algo más chistoso. Yo lo que hago es sorprendente e invita al morbo: un hombre, vestido como un hombre, que canta como una mujer.
—Pero muchos dicen que los artistas de este festival son todos unos frikis.
—Las críticas hay que recibirlas de todas partes, pero yo pienso que el YouFest es un abanico de muchas cosas, también está lo friki, pero esas personas que dicen que somos frikis se acusan solas, porque si nos ven, ya están siendo parte.
Rodolfo Burgos sale al escenario y su leyenda —la de que canta tan igual a Shakira que ella dio un grito cuando lo escuchó— lo precede. Lleva chaqueta azul y pantalones rojos. Lo acompañan bailarinas con poca ropa que casi lo doblan en altura. Rodolfo canta y es Shakira dándole al «Waka Waka». Detrás, una pantalla transmite imágenes de la Selección española que regaló la Copa del Mundo al país en crisis. La pantalla se repite en decenas de pantallas chicas, idénticas: el YouFest se riega por Facebook y Twitter.
Iñaki Espejo-Saavedra de Muzikalia, dice: «Quizás el YouFest no vaya a pasar a la historia por ser el festival más importante del año en términos artísticos, pero sin duda será el más ameno y sorprendente […]. Los escenarios del YouFest han acogido una diversa mezcla de extravagancia, humor y talento […] aderezada con unos cuantos conciertos ‘clásicos’ de excelente nivel (Primal Scream, Battles, Underworld)».
A Delfín Quishpe, como a tantos, le cambió la vida después del atentado en Nueva York.
San Antonio de Encalado, un pueblito andino de Guamote, Ecuador, no es visitado ni siquiera por los políticos en campaña. Allí nació Delfín, el último de cinco, y estaba destinado a trabajar en el campo. Los Quishpe Apugllón eran una familia quechua que alimentaba a sus hijos con té de trucha y los mandaba a la escuela a aprender números, letras, castellano. El resto, lo importante, lo aprenderían de la Pachamama.
Estudió hasta los diez años, y a esa edad se le enconó el bichito del canto. Arrancaba aplausos en kermeses y fiestas de quince años. Eso le gustó. Dice en su página oficial: «Hoy por hoy, Delfín es un artista de la talla de Ricky Martin, Shakira, Juanes, entre otros». Y también: «Llamar con una semana de anticipación, ya que Delfín está muy ocupado amenizando bingos bailables».
Si en YouTube se escriben las palabras «Torres Gemelas», el primer video que sale tiene la cara de Delfín. Sólo ese video tiene nueve millones y medio de visitas. Pero hay más: Delfín Quishpe en YouTube produce mil seiscientos treinta resultados. Y contratos para publicidad, giras y entrevistas en televisión.
La música de «Torres Gemelas» es discotequera, un remix del tema de la película El bueno, el malo y el feo con el grito de «¡No puede ser!». La letra, inspirada en la muerte de la novia de un amigo del cantante, es, en cambio y a su manera, dramática:
«Cuando me fui a Nueva York, pensé encontrarme con mi amorcito. Ella vivía en Nueva York y trabajaba en Torres Gemelas. Una llamada la recibí, sólo me dijo: adiós, mi amor. Un mal recuerdo yo la viví, los terroristas lo exterminaron».
En una de las paredes de la nave principal del YouFest, donde han instalado a la prensa, hay un gigantesco grafiti que dice «Pavor cósmico». En esa pared hay una puerta, y por ella entra Quishpe. Viste traje blanco de cuero con flecos negros, sombrero de cowboy, botas con tacón. En ambos muslos, con los colores de la tricolor ecuatoriana, la palabra Delfín.
Estamos de pie detrás de unos camerinos y Delfín da instrucciones a Charito, su mujer desde hace doce años, madre de sus dos hijos, y también manager, asesora de imagen, asistente. En un portatrajes, Charito lleva la chaqueta que el artista usará en el show. Delfín pide que la guarde.
—Mija, la chaqueta.
Ella: ni caso. Él: resopla. Luego retoma la pregunta y habla del amigo que le contó de su novia en el World Trade Center.
—Bueno, dije, aquí voy a escribir una canción, voy a redactarme bien bonito, pero siempre con una buena intención, porque hay muchos que piensan que yo soy «terrorrista», no, jamás, por nada del mundo. Mi intención nunca fue atacar a Estados Unidos, burlar, nada, nada.
Delfín acaba de estar de gira por Estados Unidos. Dice que cuando vio Nueva York desde la ventana del avión le susurró a Charito: «No puede ser».
Conocido por «Torres Gemelas», pero también por «Todo hombre es un minero», dedicada a los treinta y tres mineros chilenos, Delfín ha sido tentado para cantar sobre el tsunami de Japón, la muerte de Bin Laden y hasta sobre el asilo de Ecuador a Julian Assange, creador de WikiLeaks. Pero no.
—Aquí le digo públicamente que ya no voy a hacer canciones de tragedias. Puede llegar el fin del mundo, como dicen los mayas y no. Porque a Delfín Quishpe conocen como escritor de las canciones de las tragedias, no. Ahora lo voy a dedicar al amor, a la vida. Nada más.
Madrid tiene cuatro rascacielos flamantes y medio deshabitados, recuerdos de los años de somos-ricos. En la pantalla se proyectan las torres y, tras volar delante de ellas —con alas—, aterriza Delfín Quishpe en el escenario. El público estalla, delira. Los millones de visitas no alcanzan para explicar la locura que Delfín despierta entre el público. Se saben la canción entera y lo que hay que responder cuando él grita: «¡No puede ser!», o sea: «Nooooooooooooooooooooooo». El ecuatoriano, con su traje de cowboy, tiene el aplomo de los ídolos. Recorre el escenario, se frota los muslos una y otra vez: el pasito con copyright. Su canción habla de uno de los días menos alegres que la humanidad recuerde. El ritmo lo desmiente.
Acaba el show y se despide como un John Wayne altiplánico: baja unos milímetros el sombrero; como un Mick Jagger ecuatoriano: hace cuernos con el índice y el meñique, saca un poco la lengua; como Delfín: se agarra a las bailarinas y sonríe como un niño travieso.
El poder de YouTube para cambiar la vida a la gente roza lo divino. En vez de rezar, se pulsa upload.
Lidia Quispe siempre quiso ser cantante. Se casó con un arpista para ser cantante. Pero no pudo ser cantante.
Decidió, entonces, que lo sería su hija Wendy. A los seis años le hizo un vestidito folclórico y sobre él pegó corazones de satén barato, vírgenes, una foto de la propia Wendy y las palabras «Lima», «Wendy Sulca», «Perú».
Entonces Lidia le escribió a la niña una canción basada en la vida real: «La tetita». Wendy acechó el pecho de su madre hasta los cuatro años, y de ahí salió la letra de su gran éxito:
«De día y de noche quisiera tomar mi tetita. Cada vez que la veo a mi mamita me está provocando con su tetita».
Lidia, envalentonada, hizo otra canción: «Cerveza, cerveza».
«Cerveza, cerveza, quiero tomar cerveza porque ya bastante sufro en la mina, porque mi amorcito se ha marchado lejos».
La primera vez que Wendy cantó «Señor cantinero, dame más cerveza» tenía ocho años, apariencia de seis, voz de cuatro. Pronunciaba «cermesa».
Una sonrisa de pestañas coquetas entra a la nave del YouFest. Lleva un abrigo del color de un cielo que no es el de hoy, diadema de lazo negro en el pelo negro, la cara lavada. El orondo rococó de su vestido —mezcla de árbol de Navidad latinoamericana y traje de princesa Disney— tiene silla propia. Primero se sienta el vestido. Luego Wendy, que es tímida, y tal vez por eso aparenta menos de los dieciséis años que tiene. Antes de responder cualquier cosa se ríe. Su voz es la de una ardillita, si las ardillitas tuvieran acento peruano.
—¿Te imaginaste que llegarías hasta aquí?
—Mi sueño de chiquitita era grabar mi disco y ser famosa en todo el Perú. O sea, yo soñaba con viajar a todas las provincias, porque no veía más allá de ahí, ¿no? Entonces esto fue algo como que, wow, mis compañeros me empezaron a decir: «Wendy eres famosa, te he visto en internet, te he visto en videos, te imitan». Y yo: «No, tas loco, yo nunca he colgado videos».
—¿Quién colgó el video?
—Fue una persona que nos ayudó. Mi mamá no quería, pero bueno, lo colgamos, y creo que fue una señal muy buena, ¿no? Una vez fuimos a una cabina de internet porque no teníamos computadora, y mi mamá lloró. Decían en un video: «Las reinas del YouTube son La Tigresa y Wendy Sulca», y yo decía: «¿Pero por qué yo?, ¿por qué yo?».
—¿Estás contenta con todo esto?
—Sí, recontenta.
No lo estuvo durante mucho. En 2004, en un accidente de tránsito, Lidia perdió a su marido, Wendy a su papá y varios cantantes folclóricos a su arpista. No había más que un instrumento viejo que empeñar. Pero Wendy deja el lamento para las canciones, y ahora, en Madrid, sonríe como una margarita.
—Económicamente sí me va bien, ya estoy juntando mi plata… De chiquitita sí he pasado por muchas cosas.
El team Sulca es trifásico. Wendy, la mamá y Ronald Carvajal —la tarjeta dice «Presentador de folcloristas»—. La locución de Ronald, que alarga las sílabas finales como si todas fueran gol, es parte sine qua non del fenómeno Wendy.
Más tarde, durante el concierto, Ronald proclamará con su voz de radio AM:
«¡Para los chicos de dieciocho para arriba que les gusta su tetitaaaaaaaaa!».
También más tarde, bajo una lluvia pintada de neón y delante de una pantalla en la que se verán decenas de advocaciones de la Virgen María, Buda y la estrella de David, Wendy cantará su versión de «Like a Virgin» de Madonna:
«Eres viril y gentil, me haces ver que puedo crecer, llegaré hasta el fin y cantaré para ti. […] Like a virgin touched for the very first time«.
Y se verá feliz, entera, estrella, con un vestido crema con cintas de colores. Y demostrará bajo las luces mojadas que su voz ha dejado de ser corneta para ser violín. Y los espectadores —incluidos los que están disfrazados de incas—, que con «Cerveza, cerveza» y «La tetita» se reían, parodiaban y gritaban con histerismo teatral, se quedarán boquiabiertos.
Sale al escenario con una capa tornasolada. Se la quita y debajo tiene una malla color carne, un corpiño push-up apretadísimo, faldita árabe con monedas de oro falso, unas plataformas imposibles. Va maquilladísima, ojos tigre, peluca fuego y, en la punta de los dedos, garras de plástico. Todos en el público levantan el iPhone para inmortalizar a La Tigresa del Oriente. Ella, algo azorada, comienza a cantar su hit:
«¿Y por qué no podrás rectificar? Siempre hay un nuevo amanecer».
En la intro de «Nuevo amanecer», a capela, la voz de La Tigresa es ese roto lamento de las canciones andinas. El estilo —recitación en estado etílico— camufla la desafinación. Parece que en cualquier momento llorará, pero lanza un grito:
«¡Y dice!»
Suenan flautas, trompetas, arpas, teclados, platillos. Salen bailarines y bailarinas. Todo a la vez: el escenario es una fiesta chichera. La Tigresa canta, y ahora sí que no hay manera de ocultar que el ritmo se va y no lo alcanza. También se marcha la voz. Los músicos sudan brea, pero ella siempre vuelve con otro pedacito de canción y agitando como vigilante de tránsito su mano-garra.
«Mientras Dios te da vida y salud, aprovecha para ser feliz».
El público —que ha ido a verla, no a escucharla— la perdona, y entre aplausos, La Tigresa, como Elvis, left the building.
La misma pregunta por triplicado.
—¿Te molestan las burlas?
Delfín:
—Yo creo que de eso hay en todo el mundo desde el tiempo de Jesús. Porque cuando uno expresa con toda la sinceridad, hay muchos que no aceptan. A lo mejor son resentidos, están llenos de odio, no sé, no quiero juzgar a nadie. El que se burla es como una basura, para mí es un bicho, la verdad no me interesa. Yo estoy feliz de lo que hago, y ¿por qué voy a estar con temor a nada?
Wendy:
—Las críticas las tomo como constructivas, saco lo bueno. Cuando era chiquita de repente sí me sentía mal, pero mi mamá siempre me dice: no te sientas mal porque hay mucha gente que te quiere. No hagas caso, tú sigue para adelante y trata de sacar lo bueno de cada comentario malo, ¿no?
La Tigresa:
—No amorcito, mira, yo estoy muy agradecida por toda esta atención, este cariño que me están brindando. He ido a otros países también, igual me dan cariño, afecto. Cuando he ido, por ejemplo, a Israel, que es al otro lado del mundo, que la gente me dice: «¿Tú eres La Tigresa?». Y yo: «Sí». «¡Bienvenida!». Yo me sorprendo. Lo demás es nada, nada.
Cuando está a pie de calle, La Tigresa del Oriente se llama Judith Bustos. La Tigresa, cada vez más parecida a Judith Bustos, se derrumba en una de las sillas color flúor, lindas, incomodísimas, que hay en el camerino que comparte con Wendy y Delfín.
—Tigresita, aquí está tu cerveza —dice Violeta, que es para La Tigresa todo lo que se puede ser para un artista, incluido rizadora de pelucas, ponedora de fajas, limpiadora de lentes de contacto de fantasía.
Violeta anuncia que se va al baño.
—Violeta —dice La Tigresa—, por ahí he visto unas galletitas…
En este cuarto con aire de refugio antiaéreo, Wendy firma, como haciendo los deberes, pósters rosadísimos en los que aparece abrazada a un oso de peluche que tiene un bordado en la pata: «Con cariño». Delfín comenta las fotos que ha tomado Charito con una Canon de las mejores.
El presentador le cuenta algo graciosísimo a Lidia, la mamá de Wendy, y La Tigresa, irremediablemente Judith Bustos, me dice que la edad no, que La Tigresa no tiene edad (más tarde Delfín dirá que son sesenta y ocho), pero que empezó tarde. Primero crió a sus hijas, luego creó a La Tigresa del Oriente.
—Mis hijas ya están grandes, una de ellas ya está casada, les dije: «Yo cuando era jovencita me gustaba la música». «Ah, mami, dale, ¿por qué no lo haces? Ya nosotros estamos grandes», me dice. «¿Sí tú crees, hijita?». Ahí dije: ay, voy a escribir mis canciones. Yo misma escribo, pongo la melodía, la letra, yo misma diseño mi ropa, a mí se me ocurrió y me puse de nombre Tigresa porque había nacido en la selva.
La canción más famosa de La Tigresa, «Nuevo amanecer», tiene casi ocho millones de visitas en YouTube. El video, filmado en un jardín botánico, tiene factura low cost, uñas y pelucas de cotillón, muslamen a tutiplén y La Tigresa, sexagenaria que ruge y repite «Rico papi-i».
De pronto suena un chililín. Una pareja de folclóricos peruanos ha logrado colarse al camerino. Y, realismo mágico, con un arpa: en el camerino se monta un festival paralelo, mini. Lidia canta, y su voz —esto es así— es más aguda que la de Wendy. Delfín filma, Wendy firma, Violeta se contonea, La Tigresa habla de que fue a Israel gracias a una empresaria que la llevó como la atracción de un tour organizado.
Entra un chico con la camiseta de staff: sus ojos enfocan ahora el arpa, ahora el contoneo de Violeta, ahora a Judith Bustos despanzurrada en la silla, ahora la peluca naranja, ahora los pósters de Wendy tirados por el suelo, ahora las cervezas, ahora el arpa.
—En un minuto tienen que estar en el escenario para la despedida.
—Cinco —dice Lidia, que vive su festivalito.
—Uno —repite el chico y, antes de cerrar la puerta, niega con la cabeza, como si allí estuviera sucediendo algo muy difícil de creer. //
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