Tiempo de lectura: 4 minutosQuienes conocen a Marta Acevedo, una de las pioneras del feminismo en México —Marta ya hablaba del movimiento en 1970—, cuentan que decidió asistir a la manifestación del 24 de abril de 2016. Era domingo y se encontró con sus amigas de siempre en la plaza del Monumento a la Madre, un sitio para honrar el 10 de mayo, fecha contra la que Marta había escrito décadas antes. La plaza fue cambiando con el tiempo: dejó de ser la expresión escultórica de una visión machista de la maternidad porque unas cuantas feministas la convirtieron en su lugar de encuentro. En los años setenta ahí cantaban, tocaban la guitarra, hacían performances y hasta lograron colocar una placa de hierro que contradice el mensaje de las esculturas de piedra. “A la que nos amó antes de conocernos”, dice la leyenda original; “Porque su maternidad fue voluntaria”, corrigieron ellas. Pero ese día de 2016 la plaza ya era otra cosa. No se había reunido un puñado de mujeres; ni siquiera cientos de ellas. Eran miles. El 24A, como se conoció entonces, fue la primera protesta multitudinaria de una nueva generación de feministas. Cuentan que Marta, tras medio siglo de activismo, a sus ochenta años, estaba completamente feliz y sorprendida.
“Yo jamás pensé que el feminismo iba a ser tan masivo”, coincide otra pionera del movimiento, pero en Argentina, Dora Barrancos, en estas páginas de Gatopardo: “En los noventa, éramos un grupo muy esmirriado. Llegábamos a ser 30 mujeres, como mucho”. Desde Chile, Paula Rivas dice que su cargo como directora de uno de los sindicatos del Metro “era algo totalmente impensado unos años atrás”. “Antes de Ciudad Juárez, no hablábamos de feminicidios”, repite Vivir Quintana. Se refiere a las mujeres asesinadas en aquella frontera del norte de México, cuyos casos se conocieron en los noventa. Sin embargo, hoy esa compositora nacida en una pequeña localidad de Coahuila —donde “hay dos semáforos y cuatro Oxxos”, en sus palabras— pudo escribir un corrido feminista por encargo de la chilena Mon Laferte y oír a las mujeres de América Latina corear su letra y tocar sus acordes (tan sólo en YouTube, “Canción sin miedo” tiene más de 10 millones de visitas).
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Pensémoslo un poco más. Hace apenas 15 años las revistas no dedicaban sus números a las mujeres. Entonces, bastaba con publicar un texto corto sobre el asunto para sentirse heroico, autonombrarse incluyente y que el editor creyera que le debían unas palmadas de gratitud en la espalda. Las cosas fueron cambiando con el tiempo. En 2021 no hay revista que se atreva a ignorar la efeméride: cada marzo se publica un número feminista y, a lo largo del año, las publicaciones y los noticieros cubren las denuncias, las marchas, los pendientes. A pesar del enriquecimiento de voces que esto supone, también eleva la vara. ¿Cómo dar cuenta del feminismo si tiene una escala masiva, si a él se suman desde morras que estudian la secundaria hasta veteranas octogenarias? ¿Qué más se puede decir si los movimientos de mujeres ya están en todas partes?
Hay algo que distingue a las revistas de los periódicos: no las apremia la urgencia; su temporalidad pausada concede unos meses para pensar con menos premura. Entre cuestionamientos y autocríticas, nosotres tomamos algunas decisiones. Pese al éxito del movimiento, insistimos en la violencia contra las mujeres: dos reportajes consignan la persistencia de los feminicidios, abusos y agresiones sexuales. Una cronología elaborada por Gabriela Cano —otra pionera, en su caso, de la historiografía feminista— registra los hitos que finalmente llevaron a la aprobación de leyes y la creación de instituciones contra este tipo de violencia en los países de la región. Diana del Ángel escribe sobre las marcas de la violencia sexual con desgarradora contundencia: “Si no fuera por esa raja omnipresente / los escalofríos no serían la medida de tu tiempo”. Las fotografías de Mariceu Erthal ficcionalizan la ausencia de una hija desaparecida, primero, por sus captores y después, por la negligencia del Estado, que únicamente imparte injusticia. Le hace eco el reportaje de Lucía Pi Cholula sobre las madres que buscan a sus desaparecidos desde que inició en México la guerra contra el narcotráfico. A su vez, Brenda Lozano exorciza el género del terror de sus prejuicios y, sumándose a otras escritoras de su generación, afirma que este cine y esta literatura deben partir de las experiencias terroríficas que viven las latinoamericanas.
No es todo. Como tenemos tiempo y páginas, decidimos ocuparnos de agendas importantes que parecen relegarse a un segundo plano ante la muerte y la violencia. Una de ellas, el trabajo. Tali Goldman consigna las luchas de las mujeres y sus triunfos en los sindicatos de los sistemas de Metro en Argentina, Colombia, Chile y México; para subrayarlas, optamos por escribir “dirigentas sindicales” y no “dirigentes” en un masculino que pasa por neutro. Otro gremio pendiente es el científico. Se puede pensar que la biología, la medicina y las disciplinas que estudian la salud de las personas son tan precisas que no necesitan perspectiva de género; Eugenia Coppel lo desmiente: el sesgo existe y ha provocado que las mujeres no reciban diagnósticos y tratamientos oportunos para aliviar los padecimientos específicos de sus cuerpos —como la dismenorrea y la endometriosis— e, incluso, que muchas no reciban atención porque demasiados médicos aún creen que el infarto es un problema de salud de los hombres e ignoran los síntomas en ellas, que suelen ser las víctimas mortales de los trastornos cardiacos.
Decidimos recrear la diversidad de los movimientos de mujeres en Gatopardo. Lo hacemos con un ensayo de Lydia Cacho que muestra las ideas y el tipo de militancia de las mujeres racializadas y precarizadas, aquéllas que no viven en el centro sino en las periferias. Nosotres también tomamos postura. Ante la intolerancia de algunos feminismos contra la diversidad sexual, nos unimos a Siobhan Guerrero, quien escribe claramente: las mujeres trans son mujeres. Pero ninguna militancia es obligatoria: el movimiento es tan numeroso y extenso que hoy cuesta encontrar a alguna que no comparta la identidad feminista. Respetando su disidencia, incluimos una narración de Ariana Harwicz, quien ha criticado el feminismo con dureza.
¿Qué más se puede decir? Aquí, un recuerdo irónico. Simone de Beauvoir opinaba en 1949 que los problemas de las mujeres ya se habían discutido suficiente, que ya debían estar resueltos. A eso le siguieron 70 años de feminismo, a los que se suma este número de Gatopardo. Si hace una década la palabra “mosqueba”, causaba recelo y hasta risas, hoy podemos corear una de las consignas más repetidas en las manifestaciones: “América Latina será toda feminista”. No, un momento: en gran medida, ya lo es.