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Imilla (o cómo convertir la pollera en un accesorio de skate)

Imilla (o cómo convertir la pollera en un accesorio de skate)

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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La fusión fotogénica del deporte femenil y la tradición en la región andina: ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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Voluminosas, coloridas, llenas de tradición y de resistencia, puede que no existan prendas más representativas de Bolivia que las polleras. La historia de estas faldas tradicionales —comúnmente asociadas con las mujeres mestizas e indígenas aymaras y quechuas del altiplano boliviano— está repleta de giros y vuelos. El origen se remonta al siglo XVI, cuando autoridades virreinales impusieron su uso a las mujeres indígenas, en un intento de plasmar un estilo de vestimenta cercano al utilizado por los campesinos en España. Sin embargo, esta acción, en lugar de homogeneizar, dio paso al nacimiento de un símbolo de resistencia, ya que con el tiempo las mujeres andinas se las apropiaron a través de modificaciones. En la investigación “La vestimenta de la chola paceña y sus representaciones pictóricas”, Claudia Lidia Miranda Tarqui explica que el largo de la prenda fue mutando con el tiempo: en un inicio se usó al ras del suelo, en el siglo XVIII se acortó hasta los tobillos y ya en 1925 se llevó justo debajo de la rodilla.

La pollera y quienes la portan, las “cholitas” —como se nombra a las mujeres indígenas en la zona andina—, históricamente han sido víctimas de insultos racistas. No obstante, en los últimos años eso ha ido cambiando: la pollera se ha revalorizado y las mujeres indígenas y mestizas han ganado un protagonismo inédito en la sociedad boliviana. Desde 2019, en Cochabamba, la tercera ciudad más grande de ese país, un grupo de mujeres jóvenes comenzó a reivindicar el uso de esta falda como un símbolo de resistencia: Dani Santiváñez, una chica de 26, junto con otras dos amigas, desempolvó, para ir a patinar, las polleras que alguna vez vistieron sus mamás, sus tías y sus abuelas. El objetivo fue fusionar la tradición familiar con el skate, el deporte que practican. Así nació ImillaSkate, un colectivo skater integrado por jóvenes bolivianas interesadas en recuperar sus raíces.

La fuerza y seguridad que transmitían en los videos e imágenes que subían a redes sociales fue lo que interesó a la fotógrafa Luisa Dörr, quien se enteró del proyecto gracias a Instagram. De inmediato quiso saber más de ellas, conocerlas y retratarlas, pues su historia reunía algunos de los temas que le interesan: mujeres jóvenes, deportes, cultura e identidad.

“Todas somos descendientes de indígenas”, dice Santiváñez en referencia a las nueve mujeres que actualmente forman parte del grupo ImillaSkate. Imilla significa “niña” en aymara y quechua, las dos lenguas originarias más habladas en Bolivia, un país donde casi la mitad de la población se identifica como indígena, según informa el último censo de su Instituto Nacional de Estadística.

“En Cochabamba descubrí a un grupo de mujeres jóvenes con ideales que luchaban por romper estereotipos en un contexto histórico muy patriarcal”, cuenta Luisa sobre su experiencia al elaborar este fotoensayo.

Las integrantes de ImillaSkate no suelen usar polleras en la cotidianidad, sino que las convirtieron en prendas para patinar. Una vez más, esta vestimenta volvió a adaptarse y se resignificó: las chicas la usan hasta la rodilla y la combinan con tenis planos de marcas como Vans, Nike o Adidas. Actualmente, ImillaSkate cuenta con nueve integrantes; todas las semanas se reúnen para practicar y cada tanto participan en competencias locales, convirtiendo sus patinetas y polleras en una forma de empoderarse y promover un mensaje de inclusión, aceptación y resistencia.

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