El visionario fundador de Greenpeace
Bob Hunter se encargó de poner el movimiento ecologista en la agenda internacional.
“Ha llegado el momento en que debemos comenzar a examinar las realidades subyacentes de nuestra relación con toda la vida que nos rodea,
la vida que estamos empezando a apreciar como el verdadero medio de nuestra identidad más íntima.
No debemos movernos más hacia la izquierda ni más hacia la derecha;
más bien, debemos comenzar a investigar seriamente los derechos de los conejos y nabos, los derechos del suelo y los pantanos,
los derechos de la atmósfera y, en última instancia, los derechos de los planetas”.
Robert Hunter
Warriors of the Rainbow, 1979
El 15 de septiembre de 1971 un pequeño grupo de activistas antinucleares zarparon desde la costa de Vancouver, Canadá a bordo del Phyllis Cormack con rumbo a la isla de Amchitka en Alaska. En aquel entonces Richard Nixon, aún presidente de Estados Unidos, estaba decidido a ejecutar una prueba nuclear subterránea con la Cannikin, una bomba 400 veces más poderosa que la que cayó sobre Hiroshima, en aquella zona al sur del continente. En un arrebatado intento por impedir la prueba, un grupo de «ecofreaks» rentaron ese viejo buque pesquero al que renombraron “Greenpeace” y emprendieron una riesgosa travesía con el objetivo de llegar a la zona de prueba y posicionarse en el centro para presionar a los estadounidenses a desistir.
John Cormack fue el único capitán en toda la costa que aceptó rentarles su bote y acompañarlos en la misión. Él contrató al ingeniero Dave Birmingham para ser su mano derecha durante la odisea. Aquel grupo fundado por Jim Bohlen e Irving Stowese, dos expatriados estadounidenses detractores de la Guerra de Vietnam que habían huido de su país para evitar que sus hijos fueran llamados a filas, se hizo llamar “Don’t Make a Wave Committee”. A pesar de que la idea de la expedición fue de Marie Bohlen, integrante del grupo, la expedición rumbo a Amchitka se conformó solo de hombres: Pat Moore, Terry Simons, Bob Cummings, Bill Darnell, Lyle Thurston, Dick Fineberg, Bob Keizere y Bob Hunter.
Cada uno con una labor específica, en especial el periodista Hunter. Armado con hojas, plumas y un radio, se encargó de registrar todo lo que sucedía durante el viaje para plasmarlo en su columna en The Vancouver Sun. Bob Hunter fue el cronista oficial del viaje a Amchitka y su entusiasmo por involucrar a más personas en la defensa del medio ambiente, lo impulsó a hacer hasta lo imposible porque sus textos llegaran a tiempo para la publicación del rotativo. Su participación fue fundamental, se encargó de que la historia trascendiera y de que miles de personas quedaran a la espera de la próxima entrega para conocer qué había sido de aquellos activistas que estaban dispuestos a poner su vida en peligro con tal de proteger al planeta.
“Conseguir que las columnas llegaran a tierra fue en sí una pesadilla. A veces tenía que gritarle las palabras por radio, letra a letra, al tipo que las reescribía en la sala de prensa, y en uno de los momentos críticos, cuando nos detuvieron, nos quedamos sin radio”, narró el periodista años después en su libro Viaje a Amchitka. La odisea medioambiental del Greenpeace.
Es verdad que la misión no tuvo el éxito que se esperaba. El grupo no logró llegar a la zona planeada, sino todo lo contrario, se vieron obligados a regresar antes a la Columbia Británica luego de ser interceptados por la Armada de Estados Unidos. El mal tiempo tampoco fue su aliado en aquella misión, y aunque lograron retrasar la prueba, los estadounidenses optaron por poner en marcha el ejercicio cuando los activistas estaban a un día de distancia de la isla. Su vida corrió peligro, pero al final su misión valió la pena. El viaje a Amchitka no se quedó solo en el sueño de un grupo de idealistas, Hunter logró que el mundo reconociera su causa y la apoyara.
“El 90% de la historia consiste en estar en el lugar oportuno en el momento adecuado”, aseguró Hunter. Previo a la prueba nuclear Cannikin, Estados Unidos ya había realizado otras dos explosiones. La primera fue una “prueba secreta”, Longshot en 1964, y la segunda fue Milrow en 1969. Sin embargo, esta tercera prueba llegó en un momento en que el que la población se sentía vulnerable y ante la potencia de la explosión, se creía que la onda expansiva podría generar una gran ola que pondría en riesgo a la flora y fauna del lugar. Sin embargo, uno de los mayores temores era la posibilidad de un terremoto debido a que la falla de San Andrés pasa a unos cuantos kilómetros de Amchitka.
Aquellos visionarios «ecofreaks» no dudaron nunca de su misión. Es verdad que contaban con el apoyo de muchos, pero también es cierto que había detractores de la misión. No obstante, al pasar los días recibían mensajes a través de la radio en los que habitantes de algunas poblaciones de la costa los invitaban a atrancar en su territorio para comer. Fue así que poco a poco se hicieron del respaldo de tribus como los Kwakiutl y los Kitasoo. La columna de Hunter no dejó de hacer lo suyo y poco a poco los medios, no solo los impresos, voltearon a ver a los activistas, cuya misión llegó a la televisión.
Al segundo o tercer día de estar en alta mar, el propio Primer Ministro canadiense Elliott Trudeau intentó comunicarse con el “Greenpeace” para externar su completo respaldo. Aquellos 12 visionarios contaban con el apoyo de su gente, de su gobernante y con el de miles de personas alrededor del mundo. Su misión no logró detener aquella prueba nuclear pero sí logró que el mundo volviera a valorar la importancia del movimiento ecologista. A su regreso, los activistas fueron vistos como héroes y la suya no solo era una historia que se construyó de boca en boca, la pluma de Hunter y las fotografías de Keizere hablaron por sí mismas, la gente sabía que ellos existían.
Greenpeace, como renombraron al grupo, fue la mezcla perfecta entre pensamientos ecologistas y pacifistas en una época en donde muchos rincones en el mundo abrazaban un profundo sentimiento pacifista. La prueba nuclear en Amchitka fue solo el detonante de una lucha que tomó fuerza a lo largo de la década de los 70. Un año después de aquella travesía, Hunter nativo de Manitoba, ayudó a establecer el estilo de comunicación agresivo que se convirtió en una marca registrada de Greenpeace. Además, fue nombrado el primer presidente de la organización en 1973 y la transformó en un grupo internacional hoy presente en 40 países, con más de 2.5 millones de miembros en todo el mundo.
Hunter jamás se dio por vencido, su primera misión pudo no haber funcionado pero visibilizó al movimiento en el mundo entero y a lo largo de los años, hasta su muerte en mayo 2 de 2005, el periodista y activista se enfocó en mostrarle a todo el planeta algunas de las mayores negligencias ecológicas y ambientales. Muchas de estas luchas casi le cuestan la vida, pero nada de eso fue suficiente para que diera marcha atrás.
La lucha de aquellos activistas comenzó hace más de 30 años, sin embargo la gente parece no haber comprendido el daño constante que le hace la humanidad a la naturaleza. Tan solo en 2018, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) advirtió que que tenemos hasta el año 2030 para conseguir que la temperatura no aumente 3 grados más, una situación que sería catastrófica para el planeta. El informe afirma que si se quiere cumplir la meta del 1,5 habría que disminuir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en un 45% para el año 2030.
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