Tiempo de lectura: 7 minutosAhora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.
El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.
La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.
Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.
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Para Gurnah, la función de un escritor es abrir un espacio de reflexión para los lectores, un espacio que les permita aprehender y comprender la dimensión humana de estas transformaciones sociales que parecen jugar con el libre albedrío de los individuos. Si bien la mayoría de su narrativa trata sobre la migración a Europa, específicamente a Inglaterra, también ha explorado la historia de África del Este en su primera novela, Memory of Departure (1987), en la que aborda el tema de la dislocación, así como en tres novelas situadas a principios del siglo XX: Paradise (1994), Desertion (2005) y la más reciente Afterlives (2020). Estas últimas recrean la compleja diversidad lingüística, cultural y religiosa de una región que Gurnah define como “cosmopolita”, en un sentido que difiere y desafía la apropiación del concepto desde la mirada europea. En Paradise y Afterlives, además, visibiliza la presencia que Alemania tuvo en esa zona y presenta otro tipo de entretejido histórico en el que la esclavitud, el desplazamiento y la dislocación desempeñan también un papel significativo.
Además de las temáticas que resultan importantes en su obra y contribuyen a justificar su galardón, Gurnah se distingue por la forma en que integra estilísticamente la diversidad lingüística del continente y, en estas novelas, incorpora al inglés elementos del swahili (su lengua materna), el árabe, el hindi y el alemán. Como parte de una generación transicional de la literatura africana contemporánea, Gurnah recurre de modo un tanto natural al empleo del inglés como lengua de expresión creativa, a diferencia de los autores de generaciones anteriores, para quienes emplear la lengua del colonizador provocaba un conflicto moral. En este contexto, resulta imposible no pensar en el otro escritor africano que ha aparecido en las listas de candidatos posibles al Nobel durante los últimos años y que proviene también de la región oriental de África: el keniano Ngũgĩ wa Thiong’o, quien en la década de 1980 tomó la decisión de dejar de escribir en inglés y ha construido una importantísima obra narrativa en kikuyu y swahili, como forma de resistencia para visibilizar la fuerza y presencia de las lenguas originarias del continente. Gurnah parecería afiliarse a la tradición inglesa pero en realidad no es así; como lo ha expresado en varias ocasiones, su función ha sido la de llevar al inglés los paisajes imaginativos de otras culturas, con lo que pretende desmantelar y desplazar una noción del inglés literario, como elemento representativo de la hegemonía económica, política y cultural del Reino Unido.
La densidad inherente a su narrativa, como podrá apreciarse, genera entramados complejos en los que las vivencias de los migrantes adquieren una justa dimensión histórica y un sentido que los humaniza. Las novelas de Gurnah permiten visualizar un mosaico de experiencias de vida en las que el desplazamiento, la dislocación y el desarraigo desestabilizan las nociones unívocas de la identidad nacional que siguen latentes en el mundo. Cuando se habitan espacios intersticiales, en los que predomina un abismo entre culturas y formas de vida, el sentido de pertenencia se torna vulnerable y precario. En conjunto, sus obras presentan una historia de la migración africana a Europa y dejan ver cómo ésta se ha endurecido en las últimas décadas. En la primera novela situada en Inglaterra, Pilgrims Way (1988), Gurnah toma el motivo del peregrinaje como subtexto para reflexionar sobre el difícil proceso de integración de un migrante que debe enfrentar el clima de racismo de una sociedad cerrada y parroquial pero que gradualmente va encontrando elementos de reconciliación. En Dottie (1990), por otro lado, explora el desarraigo que pueden sentir todavía quienes ya nacen en Inglaterra pero no alcanzan a tener un sentido de bienestar que les permita tener una vida digna. Aquí la protagonista, huérfana y desposeída, enfrenta dificultades que establecen una irónica conexión intertextual con las tramas dickensianas, pues desarticulan el sentido identitario británico que configuró el novelista decimonónico, a pesar de la exclusión vivida por sus personajes.
Un hilo conductor importante en la narrativa de Abdulrazak Gurnah es el del exilio emocional como una carencia afectiva que lleva a los personajes a luchar entre los extremos de la memoria y el olvido en su intento por construirse una vida nueva, con frecuencia enfrentándose a dilemas éticos que no encuentran resolución. En Admiring Silence (1996), por ejemplo, Gurnah aborda la indefinición que acompaña a aquellos que, después de una vida en Inglaterra, regresan a “casa” para darse cuenta de que tampoco pertenecen ahí, por lo que quedan en un limbo existencial que se expresa por medio del silencio. Los vacíos comunicativos simbolizan la brecha entre culturas pero también dan cuenta de las emociones complejas que vienen con el proceso de dislocación que experimentan los migrantes. Para Gurnah, esto se representa en secretos y enigmas que los personajes cargan como un gran peso y que pueden conllevar también a una fuerte dosis de culpabilidad por haber abandonado a la familia de origen, como queda de manifiesto en Desertion.
La idea de que la fuerza del pasado es algo que los migrantes llevan consigo es también la columna vertebral de By the Sea (2001), The Last Gift (2011) y Gravel Heart (2017), novelas en las que el poder de la memoria simboliza la necesidad humana de buscar raíces cuando se está en condición de desarraigo, aunque dicha búsqueda no sea nunca transparente ni conduzca a la verdad. The Last Gift y Gravel Heart entretejen secretos familiares y sus repercusiones en las nuevas vidas de los migrantes, mientras que en By the Sea el frenesí de violencia desatado por la revolución de 1964 confronta a dos personajes en Inglaterra años después, en una trama en la que es posible, quizá, distinguir la diferencia entre “refugiado” y “migrante”. ¿Se pueden emplear como sinónimos? Quizá todos los refugiados sean migrantes pero ¿son todos los migrantes refugiados? ¿Se perciben a sí mismos y son percibidos como tales?
El vínculo entre los individuos y una noción de la Historia, con H mayúscula, que surge de grandes acontecimientos y héroes prominentes es una de las temáticas centrales de la literatura poscolonial anglófona, pues ésta reconoce que esa Historia (articulada, por ejemplo, en la imagen de la grandeza del Imperio Británico) ha dejado de lado y silenciado historias individuales y colectivas de otras regiones del planeta.
Si bien Gurnah reconoce que es necesario tener cierto tipo de etiqueta para organizar el material y sistematizar su estudio (como él mismo lo ha hecho en la academia), él no se considera un autor “poscolonial”. Es posible comprender su postura, las etiquetas podrían también producir connotaciones relacionadas con una escritura formulaica y esquemática, que es lo que Gurnah pretende evitar. Sin embargo, creo que la insistencia del anuncio del Nobel en ese rasgo “poscolonial” de su escritura hace referencia también a algo que no suele pensarse cuando se emplea el adjetivo. Lo poscolonial no sólo existe en el llamado Tercer Mundo, sino que también es un elemento intrínseco del proceso de globalización contemporáneo que ha cambiado la relación de fuerzas –culturales y literarias, al menos– y ha llevado lo “poscolonial” al centro mismo de Europa. En este sentido, la narrativa de Gurnah dice mucho no sólo acerca de las condiciones de inestabilidad política y social del África del Este, sino también acerca de las condiciones y actitudes de una Europa que no logra aceptar su responsabilidad en relación con una historia de más de cinco siglos de expansión unilateral.
La visibilidad que el Premio Nobel otorga a un autor como Abdulrazak Gurnah es bienvenida: dirige la atención internacional a un grupo de tradiciones literarias que, si bien se expresan en lenguas europeas, han construido un corpus diverso, desafiante y original que, visto desde México, tiene mucho que ofrecer para pensar nuestra propia historia. De las diez novelas de Gurnah, sólo tres han sido traducidas en España y al parecer están agotadas. Esperemos que a partir de este galardón las casas editoriales y las librerías mexicanas reconozcan que esas “otras” literaturas tienen mucho que aportar a nuestro entorno.
Nair Anaya Ferreira es profesora en la Facultad de Filosofía y Letras, tutora acreditada del Programa de Posgrado en Letras y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Egresada de la licenciatura en Letras Inglesas en la UNAM, obtuvo la maestría y el doctorado en Literatura Inglesa en Queen Mary College, de la Universidad de Londres. En el Colegio de México, fue profesora en el Programa para la Formación de Traductores de 1992 a 2004 y de la Maestría en Traducción de 2004 a 2012. De 2001 a 2013 fue Coordinadora del Posgrado en Letras de la UNAM. Es autora, entre otros, de La otredad del mestizaje. América Latina en la literatura inglesa moderna (2001); junto con Claudia Lucotti, de Ensayos sobre poscolonialismo y literatura (2008) y en 2014 coordinó Leer, traducir, escribir. En 2018 ganó el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena por su versión de la novela Condiciones Nerviosas, de Tsitsi Dangarembga, autora de Zimbabwe.